De niño compartía cuarto con sus hermanos y a veces no había comida suficiente en la mesa. Cristiano Ronaldo nació en Madeira, Portugal, en una familia humilde, donde las goteras del techo eran la música de fondo de sus sueños.
Le decían que era muy delgado, que nunca tendría físico para el fútbol profesional, que sus ilusiones eran demasiado grandes para alguien con tan escuálido físico. Pero dentro de él había un fuego imposible de apagar: disciplina, hambre y una mentalidad que no conocía de excusas.
A los 12 años dejó a su familia, viajó solo a Lisboa y pasó noches enteras llorando de nostalgia. Sin embargo, cada mañana salía al campo decidido a entrenar más que todos. Se quedaba después de los entrenamientos, hacía repeticiones extras, corría con peso, afinaba cada movimiento hasta rozar la perfección. Su cuerpo sufría… pero su mente jamás se rindió.
Ese niño, al que muchos ridiculizaron, se convirtió en el atleta mejor pagado del planeta, en el máximo goleador de la historia del fútbol y en una marca personal más valiosa que muchos clubes.
Cristiano enseñó al mundo que el talento abre puertas, pero solo la disciplina te permite atravesarlas.




No hay comentarios:
Publicar un comentario