El secreto de la durabilidad del hormigón romano ha intrigado a científicos durante siglos. Mientras que muchas construcciones modernas empiezan a deteriorarse en pocas
décadas, las obras romanas, como muelles y rompeolas, han resistido más de dos mil años, incluso en contacto directo con el mar.
La clave está en las puzolanas, cenizas volcánicas que los romanos mezclaban con cal y agua. En ambientes marinos, este material no se debilita: al contrario, el agua de mar reacciona lentamente con el cemento y produce minerales nuevos, como la tobermorita y la filipsita. Estos cristales se forman dentro de las grietas microscópicas y, en lugar de expandirlas, las refuerzan con el paso del tiempo.
En otras palabras, el hormigón romano no solo soporta siglos de erosión marina: se fortalece con los años. Hoy, este conocimiento inspira a ingenieros y científicos que buscan alternativas más sostenibles y resistentes al hormigón moderno, con la esperanza de que la sabiduría antigua ayude a construir un futuro más duradero.