Tal día como hoy pero en 1546 se produjo la batalla de Iñaquito, durante el curso de la rebelión de los encomenderos. Contendieron las fuerzas rebeldes de Gonzalo Pizarro (gonzalistas) contra los soldados leales al Virrey del Perú Blasco Núñez Vela (realistas). Se desarrolló en la llanura de Iñaquito, situada al norte de Quito. El resultado de la batalla fue la derrota completa del Virrey Núñez Vela, quien fue decapitado en pleno campo de batalla. Este hecho fortaleció el poder de Gonzalo Pizarro en el Perú, pero significó a la vez su ruptura irreconciliable con la Corona española.
La Gran Rebelión de Encomenderos fue un conflicto armado entre los encomenderos españoles en el Perú contra la corona española, en protesta por la promulgación de las Leyes Nuevas de 1542 creadas por el rey Carlos I de España, a propuesta de Bartolomé de las Casas, que protegían a los indígenas y limitaban las acciones de los encomenderos.
Se inició la batalla con el fuego de la arcabucería realista, que inmediatamente fue respondido por el de los rebeldes. Como lo prometiera, encabezó el virrey a sus jinetes, atacando la posición de Puelles; y fue tal su ímpetu que de un primer lanzazo tumbó a un caballero llamado Alonso de Montalvo. El choque de ambas caballerías, casi iguales en efectivo, fue violento. Pero los arcabuceros gonzalistas vendrían a desequilibrar la lucha, cuando situándose en un flanco de los contrarios empezaron a diezmarlos con acertada puntería. El combate entre los infantes favorecía también a los gonzalistas, muy superiores en número. Benalcázar fue herido por varios disparos, a la vez que eran muertos Juan de Guevara y Sánchez Dávila.
Muertos sus jefes, la infantería realista se desmoronó. A todo esto, la ya vencedora caballería rebelde arrollaba sin compasión, en tanto que los arcabuceros no cesaban de disparar. El virrey, que valientemente se batiera por el flanco izquierdo, fue finalmente alcanzado por un hachazo que le asestó Hernando de Torres (un vecino de Arequipa), recibiendo herida mortal en la cabeza. Al principio no lo identificaron por llevar el uncu indígena encima de su armadura, pero poco después un soldado lo reconoció y la noticia llegó al licenciado Benito Suárez de Carbajal, cuyo hermano Illán había sido muerto en Lima por el virrey. El licenciado se dirigió entonces para matarlo con sus propias manos y vengar así a su hermano, pero se lo impidió Pedro de Puelles, diciéndole que era una gran bajeza matar a un hombre ya caído. Entonces Benito Suárez mandó a un negro esclavo suyo que degollase allí mismo al Virrey, lo que aquel cumplió con un solo golpe impecable de sable. La cabeza fue clavada y alzada en una pica para que la vieran todos. No contento con ello, Benito Suárez hizo que le cortaran la barba y el bigote, poniéndolos en su sombrero a guisa de adorno o emblema; otros le imitaron, como un tal Juan de la Torre (llamado “el madrileño” para distinguirlo de su homónimo, el de los Trece de la Fama).
La muerte del Virrey terminó por desmoralizar a los últimos infantes realistas que aún resistían, los cuales fueron encerrados y aniquilados. Sólo unos cuantos pudieron escapar, perseguidos por los jinetes pizarristas, persecución que no se prolongó pues sobrevino la noche y Gonzalo hizo tocar las trompetas, reuniendo su gente y poniendo así fin a la lucha.
Del bando del Virrey murieron unos trescientos, mientras que los rebeldes lamentaron escasísimas bajas. Pizarro no se ensañó con sus prisioneros; Hernández Girón y Benalcázar, heridos en la lucha, obtuvieron honorable perdón. Apenas unos cuantos de los más recalcitrantes antigonzalistas fueron ahorcados o desterrados a Chile. Fue suerte para los realistas que allí no estuviese el cruel Francisco de Carvajal, pues entonces ninguno hubiese escapado de la muerte.
La cabeza cortada del Virrey fue arrastrada por el suelo hasta Quito en donde se le puso en la picota. Merced a la solicitud de influyentes vecinos, el cuerpo y la cabeza del malogrado virrey fueron reunidos y hallaron sepultura digna en la catedral de Quito, para posteriormente ser trasladados a su tierra, Ávila, en España. Terminó así la vida del primer virrey del Perú.
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