sábado, 18 de octubre de 2025

La mazorca de oro

 

La mazorca de oro

120 La Mazorca De Oro
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Cuento La mazorca de oro: adaptación del cuento popular de Perú.

En las hermosas y lejanas tierras de Perú vivía una pareja joven que tenía cinco hijos pequeños.

Su vida era bastante dura y no podían permitirse ningún lujo. La familia salía adelante gracias al cultivo del maíz en un pequeño terreno que tenían muy cerca de su hogar. Cada mañana, la mujer lo molía y hacía con él pan y tortas para dar de comer a sus chicos.

Si sobraba algo de la cosecha, lo vendía por la tarde en la aldea más cercana y regresaba con un par de monedas de plata a casa.

De tanto trabajar de sol a sol, la campesina estaba agotada. Su marido, en cambio, no hacía nada. Se pasaba el tiempo holgazaneando y dando paseos por la montaña mientras los chiquillos estaban en la escuela o jugando al escondite.

Un día, la muchacha se sentó en el granero y se puso a limpiar, como siempre, las mazorcas que había recogido durante la jornada. Eran grandes  y tenían un aspecto fantástico. Por unos momentos se sintió muy feliz,  pero cuando se puso a hacer recuento, comprobó que no había suficiente cantidad para hacer pan para todos y mucho menos, para vender a los vecinos.

La pobre, desconsolada, se arrodilló y comenzó a llorar ¿Cómo iba a dar de cenar a sus cinco hijitos si no podía fabricar bastante harina?… Si al menos su marido la ayudara podrían unir  fuerzas y cultivar más maíz, pero era un egoísta que solamente pensaba en sí mismo y en su propia comodidad. Miró al cielo y pidió al dios bueno que tuviera compasión y le diera fuerzas para continuar.

De repente, notó que en una esquina algo brillaba con intensidad. Se quedó muy extrañada pero ni siquiera se acercó; imaginó que se trataba de un rayo de sol que incidía sobre una caja de metal, de esas donde se guardan las herramientas.

Se desahogó un rato más y se enjugó las lágrimas con el puño de su desgastada blusa. Al levantar la mirada, con los ojos todavía vidriosos,  vio que el extraño brillo seguía allí, sin moverse del rincón del granero. Cayó en la cuenta de que era casi de noche, así que estaba claro que el sol no podía ser.

Un poco asustada, se acercó despacito a ver de qué se trataba. El fulgor era más intenso a medida que se aproximaba y hasta tuvo que mirar hacia otro lado para que no le deslumbrara. Su sorpresa fue inmensa cuando descubrió  que era una enorme mazorca dorada ¡No se lo podía creer! Sus granos eran de oro puro y de ellos salían intensos haces de luz.

La campesina miró hacia arriba ¡El dios le había ayudado atendiendo a sus plegarias! Cogió la mazorca con delicadeza y salió en busca de su marido, que roncaba sobre una hamaca dejando pasar las horas.

Con voz aún temblorosa le contó lo sucedido y el hombre, por primera vez en su vida, se avergonzó de su comportamiento. Comprendió que su esposa había cargado siempre con la responsabilidad de la casa, de los hijos y del duro trabajo en el campo ¡Era a ella y no a él a quien el dios divino había recompensado!

A partir de ese día, el muchacho cambió para siempre. Vendieron la mazorca de oro y ganaron  mucho dinero. Después, arreglaron la casa, compraron un terreno más grande y sus niños crecieron sanos y felices. Nunca jamás volvió a faltarles de nada.


El campesino y el diablo

 

El campesino y el diablo

49 El Campesino Y El Diablo
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Cuento El campesino y el diablo: adaptación del cuento de los Hermanos Grimm.

Érase una vez un campesino famoso en el lugar por ser un chico muy listo y ocurrente.

Tan espabilado era que un día consiguió burlar a un diablo. ¿Quieres conocer la historia?

Cuentan por ahí que un día, mientras estaba labrando la tierra, el joven campesino se encontró a un diablillo sentado  encima de unas brasas.

– ¿Qué haces ahí? ¿Acaso estás descansando sobre el fuego? – le preguntó con curiosidad.

– No exactamente – respondió el diablo con cierta chulería –. En realidad, debajo de esta fogata he escondido un gran tesoro. Tengo un cofre lleno de joyas y piedras preciosas y no quiero que nadie las descubra.

– ¿Un tesoro? – El campesino abrió los ojos como platos –. Entonces es mío, porque esta tierra me pertenece y, todo lo que hay aquí, es de mi propiedad.

El pequeño demonio se quedó pasmado ante la soltura que tenía ese jovenzuelo. ¡No se dejaba asustar ni siquiera por un diablo! Como sabía que en el fondo el chico tenía razón, le propuso un acuerdo.

– Tuyo será el tesoro, pero con la condición de que me des la mitad de tu cosecha durante dos años. Donde vivo no existen ni las hortalizas ni las verduras y la verdad es que estoy deseando darme un buen atracón de ellas porque me encantan.

El joven, que a inteligente no le ganaba nadie, aceptó el trato pero puso una condición.

– Me parece bien, pero para que luego no haya peleas, tú te quedarás con lo que crezca de la tierra hacia arriba y yo con lo que crezca de la tierra hacia abajo.

El diablillo aceptó y firmaron el acuerdo con un apretón de manos. Después, cada uno se fue a lo suyo. El campesino plantó remolachas, que como todos sabemos, es una raíz, y cuando llegó el momento de la cosecha, apareció el diablo por allí.

– Vengo a buscar mi parte – le dijo al muchacho, que sudoroso recogía cientos de remolachas de la tierra.

– ¡Ay, no, no puedo darte nada! Quedamos en que te llevarías lo que creciera de la tierra hacia arriba y este año sólo he plantado remolachas, que como tú mismo estás viendo, nacen y crecen hacia abajo, en el interior de la tierra.

El diablo se enfadó y quiso cambiar las condiciones del acuerdo.

– ¡Está bien! – gruñó –. La próxima vez será al revés: serás tú quien se quede con lo que brote sobre la tierra y yo con lo que crezca hacia abajo.

Y dicho esto, se marchó refunfuñando. Pasado un tiempo el campesino volvió a la tarea de sembrar y esta vez cambió las remolachas por semillas de trigo. Meses después, llegó la hora de recoger el grano de las doradas espigas. Cuando reapareció el diablo dispuesto a llevarse lo suyo, vio que el campesino se la había vuelto a dar con queso.

– ¿Dónde está mi parte de la cosecha?

– Esta vez he plantado trigo, así que todo será para mí – dijo el muchacho -. Como ves, el trigo crece sobre la tierra, hacia arriba, así que lárgate porque no pienso darte nada de nada.

El diablo entró en cólera y pataleó el suelo echando espuma por la boca, pero tuvo que cumplir su palabra porque un trato es un trato y jamás se puede romper. Se fue de allí maldiciendo y el campesino listo, muerto de risa, fue a buscar su tesoro.

Alí Babá y los 40 ladrones

 

Alí Babá y los 40 ladrones

620 Alí Babá
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Cuento Alí Babá y los 40 ladrones.

Alí Babá era un pobre leñador que vivía con su esposa en un pequeño pueblecito dentro de las montañas. Allí trabajaba muy duro cortando gigantescos árboles para vender la leña en el mercado del pueblo.

Un día, Alí Babá se disponía a adentrarse en el bosque cuando escuchó a lo lejos el relinchar de unos caballos y, temiendo que fueran leñadores de otro poblado que se introducían en el bosque para cortar leña, cruzó la arboleda hasta llegar a la parte más alta de la colina.

Una vez allí, Alí Babá dejó de escuchar a los caballos. Cuando vio como el sol se estaba ocultando ya bajo las montañas, se acordó de que tenía que cortar suficientes árboles para llevarlos al centro del poblado; así que afiló su enorme hacha y se dispuso a cortar el árbol más grande que había. En el momento en que este empezó a tambalearse por el viento, el leñador se apartó para que no le cayera encima, descuidando que estaba al borde de un precipicio. Dio un traspiés y resbaló ochenta metros colina abajo hasta que fue a golpearse con unas rocas y perdió el conocimiento.

Al despertar, vio que estaba amaneciendo. Alí Babá estaba tan mareado que no sabía ni dónde estaba. Se levantó como pudo y vio el enorme tronco del árbol hecho pedazos entre las rocas, justo donde terminaba el sendero que atravesaba toda la colina, así que buscó su cesto y se fue a recoger los trozos de leña.

Cuando tenía el fardo casi lleno, escuchó como una multitud de caballos galopaban justo hacia donde él se encontraba.

«¡Los leñadores!», pensó y se escondió entre las rocas.

Al cabo de unos minutos, cuarenta hombres a caballo pasaron a galope frente a Alí Babá; pero no le vieron, pues este se había asegurado de esconderse muy bien para poder observarlos. Oculto entre las piedras y los restos del tronco del árbol, pudo ver como a solo unos pies de distancia, uno de los hombres se bajaba del caballo y gritaba:

-¡Ábrete, Sésamo!

Acto seguido, la colina empezó a temblar y, entre los grandes bloques de piedra que se encontraban bordeando el acantilado, uno de ellos fue absorbido por la colina, dejando un hueco oscuro y de grandes dimensiones por el que se introdujeron todos los hombres con el que gritó a la cabeza.

Al cabo de un rato, Alí Babá se acercó al hueco en la montaña pero, cuando se disponía a entrar, escuchó voces en el interior y tuvo que esconderse de nuevo entre las ramas de unos arbustos. Los cuarenta hombres salieron del interior de la colina y empezaron a descargar los sacos que llevaban en los lomos de sus caballos. Uno a uno fueron entrando de nuevo en la colina, mientras Alí Babá observaba extrañado.

El hombre que entraba el último, era el más alto de todos y llevaba un saco gigante atado con cuerdas a los hombros. Al pasar junto a las piedras que se encontraban en la entrada, una de ellas hizo tropezar al misterioso hombre que resbaló y su fardo se abrió en el suelo dejando que Alí Babá viera su contenido: miles de monedas de oro que relucían como estrellas, joyas de todos los colores, estatuas de plata y algún que otro collar…  ¡Era un botín de ladrón! Ni más ni menos que… ¡ de cuarenta ladrones! El hombre recogió todo lo que se había desperdigado por el suelo y entró apresurado a la cueva.

Pasado el tiempo, todos volvieron a salir y uno de ellos dijo: – ¡Ciérrate Sésamo!

Alí Babá no lo pensó dos veces. Aún se respiraba el polvo que habían levantado los caballos de los ladrones al galopar cuando se encontró frente a la entrada oculta de la guarida de los ladrones.

– ¡Ábrete Sésamo!… ¡Ábrete Sésamo!… ¡Ábrete Sésamo!- dijo impaciente una y otra vez hasta que la grieta se abrió ante los ojos del leñador que tenía el cesto de la leña en la mano y se imaginaba ya tocando el oro del interior de la gruta.

Una vez dentro, Alí Babá tanteó como pudo el interior de la cueva, pues a medida que se adentraba en el orificio, la luz del exterior disminuía y avanzar suponía un gran esfuerzo.

Tras un buen rato caminando a oscuras con mucha calma, ya que sus piernas se enterraban hasta las rodillas entre la grava del suelo, de pronto, Alí Babá llegó al final de la cueva. Tocando las paredes, se dio cuenta de que había perdido la orientación y no sabía escapar de allí.

Se sentó en una de las piedras decidido a esperar a los ladrones, para conocer el camino de regreso, y decepcionado porque no había encontrado nada de oro. Se acomodó tras las rocas y se quedó adormilado. Mientras tanto, uno de los ladrones entró en la cueva refunfuñando y malhumorado, pues, cuando había partido a robar un nuevo botín, se dio cuenta de que había olvidado su saco y tuvo que galopar de vuelta para recuperarlo. En poco tiempo se encontró al final de la sala, pues se conocía al dedillo el terreno y, además, el ladrón llevaba una antorcha que ilumina toda la cueva.

Cuando llegó al lugar en el que Alí Babá dormía, el ladrón se puso a rebuscar entre las montañas de oro algún saco para llevarse y con el ruido Alí Babá se despertó. Tuvo que restregarse varias veces los ojos, ya que no cabía de asombro al ver las grandes montañas de oro que allí se encontraban. ¡No era gravilla lo que había estado pisando sino piezas de oro, rubíes, diamantes y otros tipos de piedra de gran valor!

Se mantuvo escondido un rato mientras el ladrón rebuscaba su saco y, cuando lo encontró, con mucho cuidado de no hacer ruido, se pegó a él para, sin ser descubierto, aprovechar la luz de la antorcha del bandido. Estaban aproximándose ya a la salida cuando el ladrón se detuvo y escuchó el jaleo que venía de la parte exterior de la cueva y apagó la antorcha.

Entonces, Alí Babá se quedó inmóvil sin saber qué hacer: quería ir a su casa a por cestos para llenarlos de oro antes de que los ladrones volvieran, pero no se atrevía a salir de la cueva ya que fuera se escuchaba una enorme discusión. Decidió esconderse y esperar a que se hiciera de noche.

No habían pasado ni unas horas cuando escuchó unas voces que venían desde fuera:- ¡Aquí la guardia!

¡Era la guardia del reino!

Los guardias estaban fuera arrestando a los ladrones y, al parecer, lo consiguieron porque se escucharon los galopes de los caballos que se alejaban en dirección a la ciudad.

Alí Babá se preguntó si el ladrón que estaba con él había sido también arrestado ya que, aunque la entrada de la cueva había permanecido cerrada, no había escuchado moverse al bandido en ningún momento. Con mucha calma, fue caminando hacia la salida y susurró:- ¡Ábrete Sésamo!- Y escapó de allí.

En su casa, su mujer estaba muy preocupada. Alí Babá llevaba dos días sin aparecer y en todo el poblado corría el rumor de que una banda de ladrones muy peligrosos estaban asaltando los pueblos de la zona. Temiendo por Alí Babá, ella había ido a buscar al hermano de Alí Babá, un hombre poderoso, muy rico y malvado que vivía en las afueras del poblado en una granja que ocupaba el doble que el poblado entero de Alí Babá.

El hermano, que se llamaba Semes, estaba enamorado de la mujer de Alí Babá y había visto la oportunidad de llevarla a su granja: aunque rico, era muy antipático y no había encontrado en el reino mujer que le quisiera ni sustituyese a la mujer de Alí Babá en su corazón .

Cuando Alí Babá apareció, el hermano, viendo en peligro su oportunidad de casarse con la mujer de este, agarró a su hermano por el chaleco y lo encerró en el almacén donde guardaban la leña.  Allí, Alí Babá le contó lo que había sucedido y el hermano, que no quiso perder la oportunidad de aumentar su fortuna, partió en su calesa a la montaña que Alí Babá le había indicado, sin saber que la guardia real estaba al acecho en esa colina, pues les faltaba un ladrón aún por arrestar y esperaban que saliese de la cueva para capturarlo.

Sin detenerse un instante, Semes se colocó frente a la cueva y dijo las palabras que Alí Babá le había contado. Al instante, mientras la puerta se abría, los guardias se abalanzaron sobre Semes gritando “¡al ladrón!” y le capturaron sin contemplaciones. Aunque Semes intentó explicarles por qué estaba allí, estos no le creyeron porque estaban convencidos de que el último ladrón, sabiendo que sus compañeros estaban presos, inventaría cualquier cosa para poder disfrutar él solo del botín; así que se lo llevaron al reino para meterle en la celda con el resto de ladrones.

Al día siguiente, Alí Babá consiguió salir de su encierro y fue en busca de su mujer. Le contó toda la historia y esta, entusiasmada por el oro pero a la vez asustada, acompañó a Alí Babá a la cueva. Los dos cogieron un buen puñado de oro con el que compraron un centenar de caballos y los llevaron a la casa de su hermano. Durante varios días se dedicaron a trasladar el oro de la cueva al interior de la casa. Una vez habían vaciado casi por completo el contenido de la cueva, teniendo en cuenta que su hermano estaba preso y que uno de los ladrones estaba aún libre, se pusieron a buscarlo.

Tardaron varios días en dar con él. Se había escondido en el bosque para que no le encontrarán los guardias, pero Alí Babá conocía muy bien el lugar y le tendió una trampa. Así que lo ató al caballo y lo llevó al reino donde le entregó a cambio de que soltarán a su hermano, este, enfadado con Alí Babá por haberle vencido, cogió un caballo y se marchó del reino.

Alí Babá ahora viviría en una casa con cien caballos que le servirían para vivir felizmente con su mujer. Decidió asegurarse de que los ladrones jamás intentasen robarle su tesoro, para lo cual repartió su fortuna en muchos sacos pequeños y les dio un saquito a cada uno de los habitantes del pueblo, los cuales se lo agradecieron enormemente porque iban a poder mejorar sus casas, comprar animales y comer en abundancia.

Así fue como Alí Babá le robó el oro a un grupo de ladrones que atemorizaba a sus vecinos, repartió sus riquezas con los demás y echó a su malvado hermano del pueblo, pudiendo dedicarse por entero a sus caballos y no teniendo que trabajar más vendiendo leña.

Se dice que cuando Alí Babá sacó todo el oro de la cueva, esta se cerró y no se pudo volver a abrir.


La Sirenita: Cuento original

 

La Sirenita: Cuento original


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600 Sirenita
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La sirenita: El cuento infantil original adaptado a niños

Hace mucho tiempo en las profundidades del mar, cerca del más bello arrecife de coral, vivía el misterioso pueblo del mar: un pueblo noble y pacífico de gran cultura.
La gente del mar era muy parecida a nosotros los humanos, la única diferencia es que, en lugar de piernas, tenían unas aletas hermosas y coloridas que les permitían nadar rápidamente.

Sus vidas transcurrían en torno al majestuoso palacio del Rey Tritón, un líder muy sabio, respetado y amado por sus súbditos. El rey tenía seis hermosas hijas, todas sirenas: las primeras cinco eran felices de vivir en el mar y pasaban el día nadando y disfrutando del paisaje marino, mientras que la más joven, la princesa Ariel, quería conocer el mundo de los humanos.
¡Para la gente del mar, los humanos eran un gran misterio!
Ninguno de los habitantes del reino marino podía entender cómo los humanos eran capaces de sostenerse sobre sus piernas y vivir fuera del agua. Como todos los misterios, también despertaron curiosidad y admiración, especialmente entre los jóvenes habitantes de las profundidades marinas. La ley del Rey Tritón permitía solo una vez en la vida satisfacer la curiosidad por los humanos.

El día del 18.º cumpleaños, los jóvenes habitantes del mar podían subir a la superficie y conocer el mundo fuera del agua y, por fin, había llegado el momento mágico para la hija menor del rey.

Ariel había escuchado con inquietud las historias de sus hermanas: la mayor había asistido a una fiesta junto al mar, la segunda había visto a dos jóvenes casándose en un barco, la tercera había escalado en medio de témpanos de hielo y animales rarísimos como focas y pingüinos, la cuarta hermana había visitado los países del este y la quinta, un poco mayor que Ariel, había visitado las costas habitadas por animales salvajes.
Finalmente, había llegado su turno…

La sirena se dirigió a una pequeña ciudad pesquera. Allí había cientos de personas que compraban y vendían cosas de todo tipo en la larga pasarela que atravesaba el puerto. Había cientos de puestos apelotonados uno sobre otro con unas telas que servían de tejado de vivos colores que se movían al son de la brisa marina… El sol era intenso y había un murmullo generalizado, casi monótono, que solo se veía alterado por el ocasional ruido de las gaviotas.

Ariel estaba atónita, viendo con asombro cada detalle, tratando de no sacar mucho la cabeza del agua. De pronto, un suntuoso barco pasó junto a ella, obligándola a hundir la cabeza dentro del agua por la gigantesca ola que había creado al pasar a su lado. Ariel dio unas volteretas bajo el agua enganchada por un remolino, pero pudo zafarse gracias a su habilidad para nadar.

Algo mareada y con el susto en el cuerpo, sacó de nuevo la cabeza y vio el barco alejarse del puerto. Sobre él, estaba el príncipe de ese país que se asomaba mirando al infinito y pensó que era el joven más bello que había visto en su vida. Decidió seguir al barco nadando detrás de él y así estuvo durante horas, hasta que salieron a mar abierto.

De repente, se desató un vendaval espantoso moviendo las velas del barco y, con ellas, unas cuerdas del tamaño del tronco de un árbol que engancharon al príncipe, golpeándolo en la cabeza con las poleas. El muchacho cayó inconsciente por la borda directamente al agua sin que, aparentemente, nadie de la tripulación se diera cuenta de lo ocurrido.

Ariel no dudó un instante y se sumergió en el agua para tratar de agarrarle, pero pesaba mucho más que ella y, poco a poco, se iba hundiendo ella también. Al fin logró sacarlo a flote, haciendo un gran esfuerzo. ¡Como pesaba ese humano bajo el agua!

Como Ariel estaba cansadísima por haber tenido que bucear tanto para sacar al príncipe, decidió arrastrarlo hasta una pequeña isla que había a unas cuantas brazas de donde ellos estaban. Era un sitio desde el que se podían ver pasar muchos barcos. Ella acudía allí de vez en cuando para estar a solas con sus pensamientos y poder ver a los humanos desde lejos, así que pensó que sería un buen lugar para hablar con el príncipe.

Cuando llegaron a la isla, Ariel pasó un buen rato mirando a ese humano de pelo oscuro y gran espalda. Sin darse cuenta, se estaba enamorando de él.
Pero sabía que una sirenita no podía amar a un humano…

Conocía las estrictas leyes en su mundo. Y además… ¡Su padre era el Rey Tritón! Así que, con todo el dolor de su corazón, debía dejar allí al príncipe y no volver a verlo jamás. Le abrazó con fuerza y notó que su pecho se movía. Después, empezó a hacer ruidos raros y a abrir la boca como un pez fuera del agua y, acto seguido, el príncipe se incorporó y echó por su boca dos litros de agua, mientras trataba de respirar y hacía ruidos extraños como si el aire que respiraba le estuviera haciendo daño.

Asustada, Ariel se tiró de cabeza al agua y nadó y nadó hasta volver a su reino.

Pasaron los días y la sirenita estaba cada vez más triste, quería volver a ver a su peculiar príncipe a cualquier precio.

En las profundidades de un abismo había una bruja, temida por todos, pero que se decía que era capaz de hacer cosas excepcionales. Todo el mundo le tenía miedo, incluso nuestra Sirenita que estaba convencida de que aquella bruja era la única que podía ayudarle.

Así que se fue al abismo, pasando entre medusas, pulpos, serpientes y otros monstruos marinos que protegían la cueva de la hechicera.

La bruja la escuchó y cuando Ariel llegó donde estaba ella, se hizo un silencio. Sus ojos amarillos se clavaron en los de Ariel antes de decirle con una desagradable y áspera voz:

– Tú sabes que las criaturas del mar no podemos amar a un humano, excepto a costa de inmensos sacrificios. Puedo hacerte una pócima mágica, pero tendrás que darme tu voz a cambio. Debes saber que si tu príncipe no siente lo mismo por ti, no sobrevivirás fuera del agua y te derretirás como la nieve. Tú decides si tomarla o no.

La Sirenita aceptó: perdió la voz inmediatamente y salió a la superficie con el filtro mágico de la bruja en la mano. Nadó hasta la playa donde había dejado al príncipe, bebió el brebaje mágico que la bruja le había dado y, después de un fuerte mareo, se desmayó.

Cuando recobró el conocimiento, su cola de pez se había convertido en dos hermosas piernas. Tambaleándose, Ariel se puso de pie, pero a cada paso que trataba dar, se caía al suelo. Todavía no estaba acostumbrada a usar «sus nuevas piernas». Mientras tanto, el príncipe caminaba por la playa esperando encontrar a la persona que lo había salvado cuando, de repente, la vio y quedó inmediatamente enamorado.

La Sirenita ya no podía hablar, así que no sabía cómo iba a poder conquistar el amor del príncipe. De todas formas, cuando se vieron por primera vez, entendió que no haría falta decir mucho. Ambos se fundieron en un largo abrazo y el príncipe la dio las gracias por haberle rescatado.

Juntos hicieron una enorme hoguera con troncos viejos. En unas horas el humo negro llegaba hasta lo más alto. Sabían que esa señal se vería desde la costa.

Por la noche, un barco con las banderas de la realeza se aproximó a la orilla. Los soldados de la guardia real estaban atónitos, mientras desembarcaban en la isla para ayudar al príncipe y a Ariel a subir al barco. No podían cerrar la boca del asombro, puede que por la belleza de Ariel o por lo increíble de ver de nuevo a su príncipe con vida tras haber desaparecido en medio del mar.

El príncipe la llevó al palacio y le mostró todas las maravillas de su reino. Pasaban el día juntos, él hablaba y hablaba sin parar; sin embargo, ella solo reía sin poder hacer un solo sonido.

Un día, el príncipe estaba discutiendo con su padre el rey. Las voces retumbaban por todo el castillo. Ariel no sabía qué pasaba y se asomó para ver la planta principal. En la mesa del comedor estaba el anciano rey y de pie, frente a él, el príncipe enfurecido gritaba:

– Pero padre, ¡no quiero casarme! Estoy enamorado de la chica que me ayudó aquel día en que tuve el naufragio. ¡Solo la amo a ella! ¡Si me caso, será con ella, no con alguien que no conozco!

La Sirenita le escuchó entre asustada y feliz de oír esas palabras.

Entonces, llegó el día en que la hija de un rey vecino vino a comprometerse con el príncipe. Habían tratado de evitar la boda por todos los medios, pero nada había funcionado. El rey decía que se debía casar con una princesa y no con una desconocida. Los dos enamorados estaban desesperados.
¡Sabían que estaba todo perdido!
Hubo grandes celebraciones por el compromiso en un espléndido barco que atracaron en el puerto y decoraron con todo tipo de abalorios.

La Sirenita había sido invitada a la boda, pero estaba tan triste que solo podía mirar el mar, sabiendo que en unas horas volvería a sumergirse en él para siempre. De repente, vio a sus hermanas saliendo de entre las olas. Había algo distinto en ellas, se habían cortado el pelo.

– Hablamos con la bruja- dijeron-. Nos ha cambiado nuestro pelo por tu voz. Tan solo tienes que pronunciar las palabras exactas a la persona exacta. Si él las oye, volverás a  hablar y conservarás tu aspecto humano. Si no, tendrás que volver al mar de inmediato, antes de que te conviertas en espuma.

Ante la atónita mirada de todos los invitados, que estaban alucinando viendo a las sirenas merodear por las aguas, Ariel buscó a su príncipe que esperaba sentado con cara de aburrimiento a que la ceremonia empezara.

Ariel no lo dudó, se abalanzó sobre él y le dijo al oído: -Te quiero.

Algo debió ocurrir entonces porque todo el mundo dijo un largo «¡ohhhhhhhhhhh!» y Ariel comenzó a brillar con mayor intensidad que la luna. Ambos se fundieron en un abrazo y se hizo el silencio.

La futura princesa, con la que se iba a casar el príncipe, y que tampoco quería casarse, aprovechó la confusión para escapar en su carruaje. Todo ocurrió muy rápido, pero hay quien dice que un enorme ser (mitad hombre, mitad pez) apareció de entre las aguas con una brillante corona y un reluciente tridente. Era el Rey Tritón.

Ahora, los dos reyes estaban obligados a entenderse: sus hijos iban a casarse y daba igual lo que ellos pensaran. Así que decidieron dar la bendición y aceptar lo que ellos querían.

Se celebró una gran boda, peculiar cuanto menos, en la que acudieron invitados de todo el reino (humano y submarino) y los dos príncipes pudieron vivir tranquilos y felices para siempre.

El Gato con Botas

 

El gato con botas

21 Gato Botas


Cuento de El Gato con Botas: adaptación del cuento de los Hermanos Grimm 

Érase una vez un molinero que tenía tres hijos.

El hombre era muy pobre y casi no tenía bienes para dejarles en herencia. Al hijo mayor le legó su viejo molino, al mediano un asno y al pequeño, un gato.

El menor de los chicos se lamentaba ante sus hermanos por lo poco que le había correspondido.

– Vosotros habéis tenido más suerte que yo. El molino muele trigo para hacer panes y tortas y el asno ayuda en las faenas del campo, pero ¿qué puedo hacer yo con un simple gato?

El gato escuchó las quejas de su nuevo amo y acercándose a él le dijo:

– No te equivoques conmigo. Creo que puedo serte más útil de lo que piensas y muy pronto te lo demostraré. Dame una bolsa, un abrigo elegante y unas botas de mi talla,  que yo me encargo de todo.

El joven le regaló lo que le pedía porque al fin y al cabo no era mucho y el gato puso en marcha su plan.

Como todo minino que se precie, era muy hábil cazando y no le costó mucho esfuerzo atrapar un par de conejos que metió en el saquito. El abrigo nuevo y las botas de terciopelo le proporcionaban un porte distinguido, así que muy seguro de sí mismo se dirigió al palacio real y consiguió ser recibido por el rey.

– Majestad, mi amo el Marqués de Carabás le envía estos conejos – mintió el gato.

– ¡Oh, muchas gracias! – respondió el monarca – Dile a tu dueño que le agradezco mucho este obsequio.

El gato regresó a casa satisfecho y partir de entonces, cada semana acudió al palacio a entregarle presentes al rey de parte del supuesto Marqués de Carabás. Le llevaba un saco de patatas, unas suculentas perdices, flores para embellecer los lujosos salones reales… El rey se sentía halagado con tantas atenciones e intrigado por saber quién era ese Marqués de Carabás que tantos regalos le enviaba mediante su espabilado gato.

Un día, estando el gato con su amo en el bosque, vio que la carroza real pasaba por el camino que bordeaba el río.

– ¡Rápido, rápido! – le dijo el gato al joven – ¡Quítate la ropa, tírate al agua y finge que no sabes nadar y te estás ahogando!

El hijo del molinero no entendía nada pero pensó que no tenía nada que perder y se lanzó al río ¡El agua estaba helada! Mientras tanto, el astuto gato escondió las prendas del chico y cuando la carroza estuvo lo suficientemente cerca, comenzó a gritar.

– ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Mi amo el Marqués de Carabás no sabe nadar! ¡Ayúdenme!

El rey mandó parar al cochero y sus criados rescataron al muchacho ¡Era lo menos que podía hacer por ese hombre tan detallista que le había colmado de regalos!

Cuando estuvo a salvo, el gato mintió de nuevo.

– ¡Sus ropas no están! ¡Con toda esta confusión han debido de robarlas unos ladrones!

– No te preocupes – dijo el rey al gato – Le cubriremos con una manta para que no pase frío y ahora mismo envío a mis criados a por ropa digna de un caballero como él.

Dicho y hecho. Los criados le trajeron elegantes prendas de seda y unos cómodos zapatos de piel que al hijo del molinero le hicieron sentirse como un verdadero señor. El gato, con voz pomposa, habló con seguridad una vez más.

– Mi amo y yo quisiéramos agradecerles todo lo que acaban de hacer por nosotros. Por favor, vengan a conocer nuestras tierras y nuestro hogar.

– Será un placer. Mi hija nos acompañará – afirmó el rey señalando a una preciosa muchacha que asomaba su cabeza de rubia cabellera por la ventana de la carroza.

El falso Marqués de Carabás se giró para mirarla. Como era de esperar, se quedó prendado de ella en cuanto la vio, clavando su mirada sobre sus bellos ojos verdes. La joven, ruborizada, le correspondió con una dulce sonrisa que mostraba unos dientes tan blancos como perlas marinas.

– Si le parece bien, mi amo irá con ustedes en el carruaje. Mientras, yo me adelantaré para comprobar que todo esté en orden en nuestras propiedades.

El amo subió a la carroza de manera obediente, dejándose llevar por la inventiva del gato. Mientras, éste echó a correr y llegó a unas ricas y extensas tierras que evidentemente no eran de su dueño, sino de un ogro que vivía en la comarca. Por allí se encontró a unos cuantos campesinos que labraban la tierra. Con cara seria y gesto autoritario les dijo:

– Cuando veáis al rey tenéis que decirle que estos terrenos son del Marqués de Carabás ¿entendido? A cambio os daré una recompensa.

Los campesinos aceptaron y cuando pasó el rey por allí y les preguntó a quién pertenecían esos campos tan bien cuidados, le dijeron que eran de su buen amo el Marqués de Carabás.

El gato, mientras tanto, ya había llegado al castillo. Tenía que conseguir que el ogro desapareciera para que su amo pudiera quedarse como dueño y señor de todo. Llamó a la puerta y se presentó como un viajero de paso que venía a presentarle sus respetos. Se sorprendió de que, a pesar de ser un ogro, tuviera un castillo tan elegante.

– Señor ogro – le dijo el gato – Es conocido en todo el reino que usted tiene poderes. Me han contado que posee la habilidad de convertirse en lo que quiera.

– Has oído bien – contestó el gigante – Ahora verás de lo que soy capaz.

Y como por arte de magia, el ogro se convirtió en un león. El gato se hizo el sorprendido y aplaudió para halagarle.

– ¡Increíble! ¡Nunca había visto nada igual! Me pregunto si es capaz de convertirse usted en un animal pequeño, por ejemplo, un ratoncito.

– ¿Acaso dudas de mis poderes? ¡Observa con atención! – Y el ogro, orgulloso de mostrarle todo lo que podía hacer, se transformó en un ratón.

¡Sí! ¡Lo había conseguido! El ogro ya era una presa fácil para él. De un salto se abalanzó sobre el animalillo y se lo zampó sin que al pobre le diera tiempo ni a pestañear.

Como había planeado, ya no había ogro y el castillo se había quedado sin dueño, así que cuando llamaron a la puerta, el gato salió a recibir a su amo, al rey y a la princesa.

– Sea bienvenido a su casa, señor Marqués de Carabás. Es un honor para nosotros tener aquí a su alteza y a su hermosa hija. Pasen al salón de invitados. La cena está servida – exclamó solemnemente el gato al tiempo que hacía una reverencia.

Todos entraron y disfrutaron de una maravillosa velada a la luz de las velas. Al término, el rey, impresionado por lo educado que era el Marqués de Carabás y deslumbrado por todas sus riquezas y posesiones,  dio su consentimiento para que se casara con la princesa.

Y así es como termina la historia del hijo del molinero, que alcanzó la dicha más completa  gracias a un simple pero ingenioso gato que en herencia le dejó su padre.

El autor de Caperucita roja

 

El autor de Caperucita roja

El cuento de Caperucita es conocido por la versión que se publicó en el siglo XVII pero antes de eso, la leyenda de la niña que tenía que atravesar el bosque se había transmitido de forma oral por la Francia y la Alemania medieval.

Cuento de caperucita roja para niños

Aunque la original es un relato que dista mucho de la versión que conocemos hoy, fue transmitido de boca en boca por los habitantes de Alemania y Francia, tal era su popularidad que llegó a varias generaciones sin necesidad de ser recogida de forma escrita. Lo que suponía que la hisotria se iba modificando y adaptando a quién la contaba y donde, por lo que se pudieron llegar a dar cientos de cuentos de Caperucita roja diferentes.

El cuento de Caperucita roja original

Con escenas bastante crueles y orientada a prevenir a los niños de no fiarse de los desconocidos, el cuento fue pasando de generación en generación con distintas modificaciones, ya que cada uno lo contaba de la forma que se lo habían contado en su infancia, y cada aldea metía elementos cercanos para que la historia fuera más popular y reconocible. Todas estas versiones coincidían en dos elementos: La protagonista era una niña con una capa roja y debía abandonar la seguridad de su aldea para atravesar el bosque.

Caperucita roja y el lobo cuento infantil

Este relato fue evolucionando y lejos de convertirse en el cuento que todos hemos leído, las versiones de aquella época estaban llenas de escenas perturbadoras, llenas de violencia y actos deplorables, recopilando todos los elementos de la maldad, con fin de ahuyentar a los niños de los desconocidos, pero con situaciones imposibles de concebir hoy en la literatura infantil.

 

El cuento de Caperucita roja infantil tal y como lo conocemos hoy es el resultado de la adaptación de Charles Perrault, quién en el siglo XVII la recogió para adaptarla y poder incluirla dentro de un recopilatorio de cuentos.

 

Aunque el resumen de Caperucita Roja en esta versión se asemeja más a la historia que hoy conocemos, no deja de estar repleta de escenas macabras poco aptas para los niños.

Fueron los hermanos Grimm en el siglo XIX quienes revisaron la historia y publicaron una nueva versión, mucho más parecida a la que ha llegado a nuestros hogares y que se ha hecho universalmente conocida.

Autor caperucita roja en inglés

Los personajes de Caperucita Roja

En la versión adaptada que conocemos, principalmente encontramos que los personajes de Caperucita Roja son la madre y la abuela de Caperucita, el lobo y el cazador o leñador.

Este último personaje es una incorporación posterior, ya que en la tradición oral, la niña era devorada por el lobo, sin embargo, si hacemos memoria, todos recordamos al leñador entrando a casa de la abuelita y rescatando a ambas ¿verdad?

 

Algunos datos sobre Caperucita Roja y el lobo

Bien es cierto que el cuento de Caperucita es una de las historias infantiles con más éxito entre los pequeños, que incluso podemos ver disfraces de Caperucita, la película de Caperucita roja o que se ha llevado al teatro, pero hay una incongruencia curiosa dentro de esta historia, debido a la necesidad de adaptar la leyenda oral a una historia apropiada para niños.

Autor de caperucita roja y el lobo

En su origen, el lobo no existía, quién acechaba en el bosque era un asaltador, un ladrón o cualquier tipo de maleante… Esto suponía un problema, ya que los hermanos Grimm decidieron incluír el lobo como un elemento fantástico en una historia en la que los animales hablan, dando un sentido más infantil y semejante a las moralejas tradicionales.

Pero aún así, la niña hace preguntas sobre su ropa o el tamaño de su boca, esto se debe a que conservaron la parte del “intruso” disfrazado en casa de la abuela, pero en lugar de ser un hombre adulto como en la historia tradicional, era un animal, con la habilidad suficiente para colarse en una casa, vestirse de abuela y meterse en la cama…

Las manchas del sapo

 Las manchas del sapo


84 Las Manchas Del Sapo
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Cuento Las manchas del sapo: adaptación de una antigua leyenda de Uruguay.

Hace cientos de años, los sapos eran muy parecidos a los de ahora, pues también  antiguamente les encantaba saltar y bañarse en las charcas.

La única diferencia es que por aquellos tiempos, no tenían manchas en su brillante y resbaladizo cuerpo.

Cuenta la leyenda que un día, ya nadie recuerda cuándo, hubo un sapo que no tenía demasiada amistad con un águila. En realidad, se llevaban bastante mal. El ave le tenía manía y un día decidió burlarse de él, aprovechando que en el cielo iba a celebrarse una gran fiesta.

-¡Hola, amigo sapo! Esta noche hay una verbena estupenda en las nubes y me gustaría invitarte. Como no sabes volar, yo te llevaré conmigo.

– ¡Oh, muchas gracias por pensar en mí! Iré si llevas tu guitarra ¿Te parece bien?

– Sí, me parece una idea estupenda ¡Será una fiesta con música y baile para todos!

Se despidieron y quedaron en verse antes del anochecer. Salía la luna cuando el águila fue hasta la casa del sapo con la guitarra bajo el ala.

-¿Estás listo, amigo? Se hace tarde y debemos irnos ya.

– ¡En realidad, todavía no! No he acabado de arreglarme y he de terminar de hacer unas cosas. Si te parece, ve volando despacio que enseguida te alcanzo.

– De acuerdo, pero no tardes.

Mientras el águila se despedía de la familia del sapo, éste aprovechó para esconderse en el agujero de la guitarra, pues en el fondo, tanta amabilidad le extrañaba y no se fiaba mucho de que el águila le dejara caer en pleno vuelo. Por su parte, el águila, partió hacia las nubes pensando en lo tonto que era el sapo si creía que él solito iba a llegar tan lejos y tan alto.

Cuando la reina de las aves llegó al cielo, se encontró una fiesta de lo más animada. Había música, comida y todos parecían estar pasándoselo muy bien. Un buitre se acercó a ella y le preguntó:

– ¿No iba a venir contigo el sapo?

– ¡Qué va! Si no levanta un palmo del suelo ¿cómo va a llegar hasta aquí sin mi ayuda?

Pero el sapo sí había llegado al cielo, escondido en el agujero de la guitarra. Gracias a su astucia, se había colado en la fiesta y estaba decidido a disfrutar al máximo. Salió como pudo del hueco y se plantó ante todos los invitados.

Era un sapo muy simpático y dicharachero; en cuanto tuvo oportunidad, empezó a cantar y a hacer acrobacias tan graciosas que se metió a los asistentes en el bolsillo. Todos le ovacionaron menos el águila, que vio al sapo de lejos y se sintió corroída por la envidia.

– ¡Ese batracio es un presumido! ¡No soporto su presencia!

Cuando terminó la juerga, el águila se acercó a él.

– Veo que al final has conseguido llegar por ti mismo… Vamos, es la hora de volver a casa. Si quieres puedo llevarte.

Pero el sapo seguía sin fiarse de las buenas palabras del águila.

– No te preocupes, amiga. Vete tú que yo quiero quedarme un rato más para ayudar a recoger. Luego te alcanzo.

El águila asintió y se dio media vuelta, pero de reojo vio cómo el sapo volvía a colarse en el agujero de su guitarra. Disimulando que no se había dado cuenta, agarró la guitarra con sus patas y emprendió el camino de regreso a la Tierra. Atravesó las nubes volando en picado y cuando iba a máxima velocidad, giró la guitarra y dejó que el sapo se precipitara al vacío en caída libre.

¡Pobre animal! Aterrorizado, vio que el suelo  estaba cada vez más cerca  y sus ojos saltones se clavaron en una enorme piedra.  Cuando estaba a punto de chocar, gritó:

-¡Aparta, aparta piedra que te parto!

Pero lógicamente, la piedra no se movió y el desgraciado sapo se estampó contra ella. Milagrosamente, se salvó  de una muerte casi segura, pero su cuerpo quedó lleno de moratones que jamás desaparecieron. Sus hijos y sus nietos heredaron estas manchas y  desde  entonces, todos los  sapos nacen con la piel llena de motas oscuras.

Cuento La garza real

 




Cuento La garza real: adaptación de la fábula de La Fontaine.

Un fresco día de verano, una elegante garza real salió de entre los juncos y se fue a pasear

¡Era un día perfecto para dar una vuelta y ver el hermoso paisaje!

Se acercó a la laguna y vio un pez que le llamó la atención. Era una carpa que jugueteaba alegremente entre las aguas.

– ¡Uhmmm! ¡Es una presa grande y sería muy fácil para mí atraparla! – pensó la garza – ¡Pero no!… Ahora no tengo apetito así que cuando me entre hambre, volveré a por ella.

La garza siguió su camino. Se entretuvo charlando con otras aves que se fue encontrando y más tarde se sentó un ratito a descansar. Sin darse cuenta, habían pasado tres horas y de repente, sintió ganas de comer.

– ¡Volveré a por la carpa y me la zamparé de un bocado! – se dijo a sí misma la garza.

Regresó a la laguna pero la carpa ya no estaba ¡Su deliciosa comida había desaparecido y ya no tenía nada que llevarse a la boca!

Cuando se alejaba del lugar, vio unos peces que nadaban tranquilos.

– ¡Puaj! – exclamó con asco la garza – Son simples tencas. Podría atraparlas en un periquete con mi largo pico, pero no me apetecen nada. Me gusta comer cosas exquisitas y no esos pececitos sin sabor y ásperos como un trapo.

Siguió observando la laguna y ante sus ojos apareció un pez pequeñajo y larguirucho con manchas  oscuras en el lomo. Era un gobio.

– ¡Qué mala suerte! – se quejó la garza – No me gustan las tencas pero los gobios me gustan menos todavía. Me niego a pescar ese animalucho de aspecto tan asqueroso. Mi delicado paladar se merece algo mucho mejor.

La garza era tan soberbia que ningún pez de los que veía era de su gusto.

Lamentándose, buscó aquí y allá alguno que fuera un bocado delicioso, pero no hubo suerte. Llegó un momento en que tenía tanta hambre que decidió conformarse con la primera cosa comestible que encontrara… Y eso fue un blando y pegajoso gusano.

– ¡Ay, madre mía! – dijo la garza a punto de vomitar – No me queda más remedio que tragarme este bicho horripilante. Pero es que estoy desfallecida y necesito comer lo que sea.

Y así fue cómo la exigente garza de pico fino, tuvo que dejar a un lado su actitud caprichosa y conformarse con un plato más humilde que, aunque no era de su agrado, le alimentó y sació su apetito.

Moraleja: muchas veces queremos tener sólo lo mejor y despreciamos cosas más sencillas pero que pueden ser igual de valiosas.


Cuento de Caperucita roja

 




Cuento de Caperucita roja: Adaptación del cuento de Charles Perrault

Érase una vez una preciosa niña que siempre llevaba una capa roja con capucha para protegerse del frío. Por eso, todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.

Caperucita vivía en una casita cerca del bosque. Un día, la mamá de  Caperucita le dijo:

– Hija mía, tu abuelita está enferma. He preparado una cestita con tortas y un tarrito de miel para que se la lleves. ¡Ya verás qué contenta se pone!

– ¡Estupendo, mamá! Yo también tengo muchas ganas de ir a visitarla – dijo Caperucita saltando de alegría.

Cuando Caperucita se disponía  a salir de casa, su mamá, con gesto un poco serio, le hizo una advertencia:

– Ten mucho cuidado, cariño. No te entretengas con nada y no hables con extraños. Sabes que en el bosque vive el lobo y es muy peligroso. Si ves que aparece, sigue tu camino sin detenerte.

– No te preocupes, mamita – dijo la niña -. Tendré en cuenta todo lo que me dices.

– Está bien – contestó la mamá, confiada –. Dame un besito y no tardes en regresar.

– Así lo haré, mamá – afirmó de nuevo Caperucita diciendo adiós con su manita mientras se alejaba.

Cuando llegó al bosque, la pequeña comenzó a distraerse contemplando los pajaritos y recogiendo flores. No se dio cuenta de que alguien la observaba detrás de un viejo y frondoso árbol. De repente, oyó una voz dulce y zalamera.

– ¿A dónde vas, Caperucita?

La niña, dando un respingo, se giró y vio que quien le hablaba era un enorme lobo.

– Voy a casa de mi abuelita, al otro lado del bosque. Está enferma y le llevo una deliciosa merienda y unas flores para alegrarle el día.

– ¡Oh, eso es estupendo! – dijo el astuto lobo -. Yo también vivo por allí. Te echo una carrera a ver quién llega antes. Cada uno iremos por un camino diferente. ¿Te parece bien?

La inocente niña pensó que era una idea divertida y asintió con la cabeza. No sabía que el lobo había elegido el camino más corto para llegar primero a su destino. Cuando el animal  llegó a casa de la abuela, llamó a la puerta.

– ¿Quién es? – gritó la mujer.

– Soy yo, abuelita, tu querida nieta Caperucita. Ábreme la puerta – dijo el lobo imitando la voz de la niña.

– Pasa, querida mía. La puerta está abierta – contestó la abuela.

El malvado lobo entró en la casa y sin pensárselo dos veces, saltó sobre la cama y se comió a la anciana. Después, se puso su camisón y su gorrito de dormir y se metió entre las sábanas esperando a que llegara la niña. Al rato, se oyeron unos golpes.

– ¿Quién llama? – dijo el lobo forzando la voz como si fuera la abuelita.

– Soy yo, Caperucita. Vengo a hacerte una visita y a traerte unos ricos dulces para merendar.

– Pasa, querida, estoy deseando abrazarte – dijo el lobo malvado relamiéndose.

La habitación estaba en penumbra. Cuando se acercó a la cama, a Caperucita le pareció que su abuela estaba muy cambiada. Extrañada, le dijo:

– Abuelita, abuelita ¡qué ojos tan grandes tienes!

– Son para verte mejor, preciosa mía – contestó el lobo, suavizando la voz.

– Abuelita, abuelita ¡qué orejas tan grandes tienes!

– Son para oírte mejor, querida.

– Pero… abuelita, abuelita ¡qué boca tan grande tienes!

– ¡Es para comerte mejor! – gritó el lobo dando un enorme salto y comiéndose a la niña de un bocado.

Con la barriga llena después de tanta comida, al lobo le entró sueño. Salió de la casa, se tumbó en el jardín y cayó profundamente dormido. El fuerte sonido de sus ronquidos llamó la atención de un cazador que pasaba por allí. El hombre se acercó y vio que el animal tenía la panza muy hinchada, demasiado para ser un lobo. Sospechando que pasaba algo extraño, cogió un cuchillo y le rajó la tripa. ¡Se llevó una gran sorpresa cuando vio que de ella salieron sanas y salvas la abuela y la niña!

Después de liberarlas, el cazador cosió la barriga del lobo y esperaron un rato a que el animal se despertara. Cuando por fin abrió los ojos, vio como los tres le rodeaban y escuchó la profunda y amenazante voz del cazador que le gritaba enfurecido:

– ¡Lárgate, lobo malvado! ¡No te queremos en este bosque! ¡Como vuelva a verte por aquí, no volverás a contarlo!

El lobo, aterrado, puso pies en polvorosa y salió despavorido.

Caperucita y su abuelita, con lágrimas cayendo sobre sus mejillas, se abrazaron. El susto había pasado y la niña había aprendido una importante lección: nunca más desobedecería a su mamá ni se fiaría de extraños.