La patata es “hija” del tomate
Durante siglos hemos pensado en la patata y el tomate como dos mundos distintos dentro de nuestra mesa: una se esconde bajo la tierra, tosca y humilde, mientras el otro se enciende al sol, rojo y jugoso, coronando ensaladas y guisos. Pero un hallazgo reciente ha sacudido los cimientos de la botánica: la patata es, en cierto modo, “hija” del tomate. El parentesco, que puede sonar descabellado, se explica gracias a la evolución y a la genética. Ambas pertenecen a la familia de las solanáceas, donde también habitan la berenjena, el pimiento o el tabaco, y comparten hasta un 95% de sus genes. Lo sorprendente es que la patata no solo es pariente cercana del tomate, sino el resultado de una hibridación ancestral ocurrida hace unos nueve millones de años. Según un estudio publicado en la revista Cell en 2025, un antepasado del tomate se cruzó en Sudamérica con otra planta silvestre llamada Etuberosum, y de esa unión improbable surgió una descendencia singular: una planta capaz de almacenar energía en forma de tubérculos subterráneos. Los investigadores identificaron los genes responsables de este cambio: SP6A, heredado del linaje del tomate, que activa el almacenamiento de almidón, e IT1, procedente de Etuberosum, que dirige la formación de tallos bajo tierra. Fue el azar genético el que regaló a los Andes una nueva especie, pero sería el ingenio humano el que la perfeccionaría. Mientras en Mesoamérica los pueblos domesticaban los tomates, en las altas montañas andinas las comunidades quechuas seleccionaban pacientemente entre miles de variedades silvestres de patata, transformándola en un alimento básico capaz de resistir climas extremos. Años después, la patata cruzaría el océano rumbo a Europa, donde acabaría alimentando a millones durante la Revolución Industrial, mientras el tomate se integraba en la dieta mediterránea con un éxito arrollador. Hoy sabemos que ambos, tan distintos en apariencia, comparten un mismo linaje, y que cuando comemos una patata frita junto a un tomate aliñado estamos, en realidad, reuniendo a dos hermanos evolutivos separados por el azar y la historia. Quizá por eso la noticia suena tan fascinante: la patata es, sí, “hija” del tomate, y nuestra mesa es el escenario de ese parentesco secreto revelado millones de años después.
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