Peregrinación en buenas compañías
Por si causara extrañeza el hecho de que no le fuera dado peregrinar a cualquiera, ampliaremos tal comentario. Aunque hayamos perdido la perspectiva histórica, sobre todo con la influencia del cine, cómodo y divertido sustituto del libro, donde "vemos" ―salvo honrosas excepciones― a la gente de cualquier época moviéndose y actuando como hoy nosotros lo hacemos, tal panorámica es radicalmente falsa, y en muchos casos voluntariamente mentirosa. En casi ninguna época, pero sobre todo en la Edad Media, la gente común, fuera artesana o campesina ―el noventa por ciento de la humanidad―, ha podido moverse de su gremio o de su terreno sin permiso de su señor "natural" y tomar así por las buenas la carretera, que no por nada se llamaba "camino real".
(Perro cazando a un siervo prófugo. Miniatura del Libro de los Tesoros)
Y eso sin contar con portazgos, aduanas y cien peajes más, ni con los bandidos de toda laya, también señoriales, ovejas negras de todas las familias que en todas las épocas se han echado al monte o al bosque, muchas veces con la bendición y el alivio paternos.Y es que el penitente debía llevar consigo la preceptiva autorización estampada en la correspondiente cédula acreditativa, pues las rutas de peregrinos ocultaban a no pocos evadidos de la tutela señorial en busca de una supuesta mejor vida, bien como soldadesca en las "cruzadas" o bien como mano de obra que la construcción militar, religiosa o burguesa ―si es que pueden hallarse diferencias práticas entre ellas― iban necesitando crecientemente.
Solamente cuando el progreso, facilitando la industrialización del campo o la artesanía, consigue que la ténica le sustituya, el siervo "conquista" la libertad de movimientos que el subsiguiente paro laboral permite.
Pero fuesen de la categoría que fuesen, la gente nunca se ponía en camino en solitario, sino en compañía o con compañía (del latín 'com-panis', gente que come el mismo pan), es decir, o bien juntándose en caravanas suficientemente armadas, o bien llevando consigo un nutrido grupo de gente armada.
De ahí le viene el nombre, compañía, tanto a la "unidad militar que forma parte de un batallón", como a la "sociedad de hombres de negocios", pues tales formaciones especialmente organizadas para el viaje, como comerciantes armados en camino, o como escolta de los mismos, surgieron simultáneamente en la época de la que estamos hablando, constituyendo el núcleo originario tanto del actual ejército como de las actuales empresas o compañías.
La Compañía de Jesús, fundada en 1534 por Ignacio de Loyola, ―un aristócrata navarro que tomó activa parte en la represión comunera, primer "general" de la orden y creador de los "ejercicios" espirituales― es una buena muestra de la continuidad militante de nuestro catolicismo, a la vez que de la modernización, puesta al día o agiornamiento, del combativo Apostol Santiago como asimilación de la nueva filosofía política: la infiltración comercial como manera de hacer la guerra.
Un sistema redescubierto, como todo, tras la Edad Media, a lomos de la expansión burguesa por el universo, pero que ya habían practicado por ejemplo los hititas y en general muchas de las tradicional y acertadamente consideradas como "invasiones" en la Antigüedad. Pues tan anónima sociedad (perdón por la ironía) fue contemporánea y gemela intelectual de las asociaciones comerciales de aventureros que viajaron a las Indias Orientales tras el descubrimiento, en 1498, de la ruta del cabo de Buena Esperanza por el navegante portugués Vasco da Gama, germen, a su vez, de las Compañías de las Indias Orientales, nombre de las numerosas empresas mercantiles creadas en Europa occidental durante los siglos XVII y XVIII para la ''explotación del comercio" con tales Indias (es decir, los territorios comprendidos entre Persia y China, incluyendo Insulindia).
Estas Compañías gozaban de escrituras de constitución concedidas por sus respectivos gobiernos, y autorización para "adquirir" territorios y ejercer en ellos completas funciones de gobierno, declaración de guerras inclusive. En resumen, si bien Ignacio de Loyola representa la superación técnica de Santiago Matamoros, al igual que ocurre con la guerra y el comercio, ambos santos son intencionalmente hermanos y estratégicamente complementarios.(Perro cazando a un siervo prófugo. Miniatura del Libro de los Tesoros)

Solamente cuando el progreso, facilitando la industrialización del campo o la artesanía, consigue que la ténica le sustituya, el siervo "conquista" la libertad de movimientos que el subsiguiente paro laboral permite.
Pero fuesen de la categoría que fuesen, la gente nunca se ponía en camino en solitario, sino en compañía o con compañía (del latín 'com-panis', gente que come el mismo pan), es decir, o bien juntándose en caravanas suficientemente armadas, o bien llevando consigo un nutrido grupo de gente armada.
De ahí le viene el nombre, compañía, tanto a la "unidad militar que forma parte de un batallón", como a la "sociedad de hombres de negocios", pues tales formaciones especialmente organizadas para el viaje, como comerciantes armados en camino, o como escolta de los mismos, surgieron simultáneamente en la época de la que estamos hablando, constituyendo el núcleo originario tanto del actual ejército como de las actuales empresas o compañías.
La Compañía de Jesús, fundada en 1534 por Ignacio de Loyola, ―un aristócrata navarro que tomó activa parte en la represión comunera, primer "general" de la orden y creador de los "ejercicios" espirituales― es una buena muestra de la continuidad militante de nuestro catolicismo, a la vez que de la modernización, puesta al día o agiornamiento, del combativo Apostol Santiago como asimilación de la nueva filosofía política: la infiltración comercial como manera de hacer la guerra.
Un sistema redescubierto, como todo, tras la Edad Media, a lomos de la expansión burguesa por el universo, pero que ya habían practicado por ejemplo los hititas y en general muchas de las tradicional y acertadamente consideradas como "invasiones" en la Antigüedad. Pues tan anónima sociedad (perdón por la ironía) fue contemporánea y gemela intelectual de las asociaciones comerciales de aventureros que viajaron a las Indias Orientales tras el descubrimiento, en 1498, de la ruta del cabo de Buena Esperanza por el navegante portugués Vasco da Gama, germen, a su vez, de las Compañías de las Indias Orientales, nombre de las numerosas empresas mercantiles creadas en Europa occidental durante los siglos XVII y XVIII para la ''explotación del comercio" con tales Indias (es decir, los territorios comprendidos entre Persia y China, incluyendo Insulindia).
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