domingo, 7 de septiembre de 2025

El Camino y la Meta

 El Camino y la Meta

Así que volvamos a los caminos de Galicia que para eso nos pagan. Antes de llegar, cerca de Compostela, los peregrinos eran obligados a bañarse en una fuente conocida por el picante nombre de Lavacolla antes de entrar al pueblo en que se encontraba la primitiva iglesia de Santiago (Lavacolla, ubicada a algo más de diez kilómetros de Santiago, debe su nombre al río Lavamentula; 'mentula' era el nombre obsceno en latín para designar al pene; un bonito nombre para un aeropuerto). 
De todas formas la eficacia higiénica y desinsectante debía ser bastante pasajera como muestra la necesidad de aromatizar el ambiente a base de un ambientador botafumeiro, primeramente manual, que hubo de ir aumentando de tamaño, velocidad y potencia con la importancia del recinto.


Al arribar a Compostela, a los peregrinos ―suponemos que los sin-papeles ya habían sido previamente empapelados― les era entregado un pergamino (derecha) que los confirmaba como “jacobeos”, o sea, penitentes que habían cumplido su promesa de llegar a la tumba de Santiago. Sobre su sombrero y su capa, colocaban la "vieira", la concha santiaguesa, un curioso símbolo que tiene su lógica puesto que representa la finalización de un viaje hasta el mar, aunque sea el Mar de los Muertos.


Evitando caer en interpretaciones esotéricas que relacionan su forma con la pata del ganso, y al juego de la oca con su laberinto iniciático, a la vieira ―deformación lingüística de venera―, tenemos forzosamente que conectarla con lo que mitológica y etimológicamente siempre ha sido: el símbolo de Venus.
Venera, que es como se denomina tal concha ―palabra con idénticos resabios eróticos y que designa el recinto de nacimiento de la diosa―, deriva, precisamente de Venus, deidad del deseo sexual y de su consecuencia más sensible, la enfermedad venérea. Y el deseo, tanto en el aspecto sexual, 'venus/veneris', como en su manifestación más sublime, 'veneror/venerari', la veneración, son palabras con la misma raíz, 'uen', de origen incierto, por lo remoto, pero que en todas las lenguas hace referencia al deseo más primario, ese que inexplicablemente inflama la garganta y humedece e ilumina los ojos.
De ahí su personificación en Afrodita ―viernes es contracción de 'Veneris dies', jornada tradicionalmente propicia al desmadre, que el cristianismo trasladó al sábado-sabadete― y su aceptación indiscriminada para expresar la más ingenua emoción ante lo más respetado, trátese de Dios o de la Virgen, de su santa esposa ―o esposo― o de su santo padre, también al de Roma. Y también al apóstol Santiago.



Históricamente, la tan arraigada tradición de la ayuda militar del Apóstol a los reconquistadores cristianos no aparece documentada ―y sin papeles no hay historia― hasta tres siglos después de la invención de su tumba, desarrollándose rápidamente entre los siglos XII y XIII, para pasar por una profunda crisis durante los últimos años de la Reconquista, cuando los ejércitos hispanos no precisaban tanto de la ayuda celestial, pero volviendo a resurgir oportunamente en la América del XVI, en los momentos apurados de la conquista.
Es a partir de la peste negra que asola Europa en el siglo XIV cuando las peregrinaciones se ven seriamente disminuidas. Doscientos años después, la aparición del Protestantismo es otro golpe al Camino de Santiago pues el mismo Lutero disuade a sus seguidores de viajar hasta su tumba cuando les aconseja:
«... no se sabe si allí yace Santiago o bien un perro o un caballo muerto...» «... por eso, déjale yacer y no vayas por allí...»

Además ocurrió que el arzobispo de Santiago en el periodo 1587-1602, Juan de Sanclemente y Torquemada, ante la amenaza del corsario Francis Drake que había manifestado su intención de destruir la catedral y el relicario del apóstol, ocultó sus restos llevándose el secreto a la tumba. Éste y otros motivos consiguen que, durante los siguientes dos siglos, las peregrinaciones a Compostela entran en una atonía tal que según cuentan las crónicas, en 1867 tan solo habían acudido a Compostela unas pocas decenas de peregrinos.


Aunque Unamuno escribía en sus "Andanzas y visiones españolas" (1922) que «todo hombre moderno, dotado de espíritu crítico, no puede admitir, por católico que sea, que el cuerpo de Santiago el Mayor repose en Compostela», lo único indudable en toda esta historia es la enorme importancia que la creencia en Santiago tuvo en la España medieval, pues la peregrinación permitió mantener el contacto con Europa en unos momentos críticos para la Cristiandad, al tiempo que la imagen bélica del Apóstol daba un "impulso divino" a los guerreros cristianos que avanzaban contra los invasores musulmanes.
De forma que se podría conjeturar que, de no ser por el culto jacobeo, la Península Ibérica sería actualmente bien un país musulmán más, bien un próspero país industrializado similar a Francia, en lugar de constituir el híbrido racial y cultural ―tan puñeteramente "diferente"― que conocemos.

No obstante, la Historia es la que es. Y es irrefutable que a comienzos del s. XIII los soldados cristianos marchaban al combate con la confianza del apoyo celestial del Apóstol ecuestre, y se lanzan contra el enemigo al grito del "Santiago y cierra España", como hacen en las Navas de Tolosa (a la izquierda, reciclaje heráldico de las cadenas del moro), o invocando a "Sancti Yagüe", como hace el Cid en su poema, redactado por esas fechas. Y es al grito de "¡Santiago, Santiago!", coreado por los ejércitos cristianos, como entran los Reyes Católicos en Granada el 2 de enero de 1492, cerrando así la larga Reconquista. Y la primera enseña que ondea en la Torre de la Vela de la Alhambra no podía ser otra que el estandarte de Santiago con su característica cruz en forma de espada, que aún hoy día constituye el emblema del Ejército de Tierra español (imagen derecha).


La Iglesia volvió a sentirse reconfortada en 1955, cuando en unas nuevas excavaciones apareció la lápida funeraria del obispo Teodomiro, el original descubridor del sepulcro apostólico, a quien algunos historiadores tenían por un personaje de fábula. Desde entonces, ni el materialismo de la época ha podido con una leyenda que, además de las viejas historias, se sustenta ahora en un tinglado político, turístico y cultural que es lo que hoy mejor podría definir la Civilización.


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