El Camino y la Meta


Al arribar a Compostela, a los peregrinos ―suponemos que los sin-papeles ya habían sido previamente empapelados― les era entregado un pergamino (derecha) que los confirmaba como “jacobeos”, o sea, penitentes que habían cumplido su promesa de llegar a la tumba de Santiago. Sobre su sombrero y su capa, colocaban la "vieira", la concha santiaguesa, un curioso símbolo que tiene su lógica puesto que representa la finalización de un viaje hasta el mar, aunque sea el Mar de los Muertos.

De ahí su personificación en Afrodita ―viernes es contracción de 'Veneris dies', jornada tradicionalmente propicia al desmadre, que el cristianismo trasladó al sábado-sabadete― y su aceptación indiscriminada para expresar la más ingenua emoción ante lo más respetado, trátese de Dios o de la Virgen, de su santa esposa ―o esposo― o de su santo padre, también al de Roma. Y también al apóstol Santiago.
Históricamente, la tan arraigada tradición de la ayuda militar del Apóstol a los reconquistadores cristianos no aparece documentada ―y sin papeles no hay historia― hasta tres siglos después de la invención de su tumba, desarrollándose rápidamente entre los siglos XII y XIII, para pasar por una profunda crisis durante los últimos años de la Reconquista, cuando los ejércitos hispanos no precisaban tanto de la ayuda celestial, pero volviendo a resurgir oportunamente en la América del XVI, en los momentos apurados de la conquista.
Es a partir de la peste negra que asola Europa en el siglo XIV cuando las peregrinaciones se ven seriamente disminuidas. Doscientos años después, la aparición del Protestantismo es otro golpe al Camino de Santiago pues el mismo Lutero disuade a sus seguidores de viajar hasta su tumba cuando les aconseja:
«... no se sabe si allí yace Santiago o bien un perro o un caballo muerto...» «... por eso, déjale yacer y no vayas por allí...»
Además ocurrió que el arzobispo de Santiago en el periodo 1587-1602, Juan de Sanclemente y Torquemada, ante la amenaza del corsario Francis Drake que había manifestado su intención de destruir la catedral y el relicario del apóstol, ocultó sus restos llevándose el secreto a la tumba. Éste y otros motivos consiguen que, durante los siguientes dos siglos, las peregrinaciones a Compostela entran en una atonía tal que según cuentan las crónicas, en 1867 tan solo habían acudido a Compostela unas pocas decenas de peregrinos.
Aunque Unamuno escribía en sus "Andanzas y visiones españolas" (1922) que «todo hombre moderno, dotado de espíritu crítico, no puede admitir, por católico que sea, que el cuerpo de Santiago el Mayor repose en Compostela», lo único indudable en toda esta historia es la enorme importancia que la creencia en Santiago tuvo en la España medieval, pues la peregrinación permitió mantener el contacto con Europa en unos momentos críticos para la Cristiandad, al tiempo que la imagen bélica del Apóstol daba un "impulso divino" a los guerreros cristianos que avanzaban contra los invasores musulmanes.
De forma que se podría conjeturar que, de no ser por el culto jacobeo, la Península Ibérica sería actualmente bien un país musulmán más, bien un próspero país industrializado similar a Francia, en lugar de constituir el híbrido racial y cultural ―tan puñeteramente "diferente"― que conocemos.

La Iglesia volvió a sentirse reconfortada en 1955, cuando en unas nuevas excavaciones apareció la lápida funeraria del obispo Teodomiro, el original descubridor del sepulcro apostólico, a quien algunos historiadores tenían por un personaje de fábula. Desde entonces, ni el materialismo de la época ha podido con una leyenda que, además de las viejas historias, se sustenta ahora en un tinglado político, turístico y cultural que es lo que hoy mejor podría definir la Civilización.
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