Leyendas históricas: El Camino de Santiago

Por fin se instaló la noticia de que, fuese como fuese, la tumba se había fijado definitivamente en Iria Flavia, y que había sido atada a una gran piedra ―el "pedrón" de ahí el nombre actual de la localidad: Padrón― (antiguo altar pagano al Sol, o 'ara solis'..., casualmente).
Según fuentes más solventes, el cuerpo del apóstol, tras ser decapitado y arrojado al campo, salió volando siguiendo el rumbo del sol hasta aterrizar en Padró donde, al posarse en la roca, la fundió justo lo suficiente para crear en ella un hueco a modo de sarcófago con la forma de su anatomía, en el que ésta quedó recogida y quieta, por fin.
En cualquier caso, corrióse la voz. Y desde todos los puntos del orbe cristiano comenzaron a partir peregrinaciones hacia la Galicia ibérica.
(Centro de la Vía Láctea)
Se reanudaba así en un momento particularmente oportuno el culto de una antigua peregrinación que antes habían efectuado los celtas y, antes que los celtas, otros pueblos primitivos desde "la noche de los tiempos".
Y es que desde la prehistoria se había estado deambulando en migración, desde todos los puntos de Europa, en dirección a los centros iniciáticos de la costa atlántica, es decir, siguiendo el curso del Sol, tras el rastro de los dioses, a sitios protegidos por ellos donde sobrevivir a las heladas.
Siguiéronse hasta cuatro rutas distintas, y una de ellas es la nuestra, la que llevaba a Finisterre, frente al celta Mar de los Muertos, bajo la Estrella del Can ―naturalmente, del Can Cerberus, guardián o cancerbero del portal de los infiernos―, o Canícula, ''la Perrita'' de la que ya nos ocuparemos al hablar de Sirio.
Y es que desde la prehistoria se había estado deambulando en migración, desde todos los puntos de Europa, en dirección a los centros iniciáticos de la costa atlántica, es decir, siguiendo el curso del Sol, tras el rastro de los dioses, a sitios protegidos por ellos donde sobrevivir a las heladas.
Siguiéronse hasta cuatro rutas distintas, y una de ellas es la nuestra, la que llevaba a Finisterre, frente al celta Mar de los Muertos, bajo la Estrella del Can ―naturalmente, del Can Cerberus, guardián o cancerbero del portal de los infiernos―, o Canícula, ''la Perrita'' de la que ya nos ocuparemos al hablar de Sirio.
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