Tzilacatzin: El Guerrero que No Temió al Acero
En los días oscuros de la invasión de Hernán Cortés, cuando las corazas relucían al sol y los caballos parecían monstruos salidos de otro mundo, surgió un hombre cuya leyenda brillaría más que el oro: Tzilacatzin, guerrero otomí al servicio de los mexicas.
El defensor de la gran TenochtitlánEn la sangrienta defensa de la ciudad, su nombre resonaba en cada barrio y canal. Fue protagonista durante la famosa "Noche Triste", cuando los españoles, derrotados, intentaban huir bajo la lluvia y la oscuridad. Tzilacatzin, armado con fuerza y valor, hizo retroceder a los invasores a base de proyectiles y piedras que lanzaba con fuerza sobrehumana.
Temido incluso por el enemigoLos cronistas narran que los españoles disparaban una y otra vez contra él… sin éxito. Se protegía con enormes rocas como escudo, y, a veces, decidía luchar sin armadura para que lo reconocieran. No era solo una batalla física: era un mensaje, un desafío, un rugido que decía “aquí estoy”.
Más que un guerrero, un símboloTzilacatzin encarnó la resistencia de un pueblo que luchaba por su tierra y su dignidad. Hasta sus enemigos, acostumbrados a aplastar cualquier oposición, lo respetaron como a un adversario digno de leyenda.
Hoy su nombre sigue vivo, recordándonos que el verdadero valor no siempre vence… pero jamás se olvida.
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