LÁGRIMAS DE ORO

 

LÁGRIMAS DE ORO

La gimnasta juvenil mexicana, Ana Luisa Abraham tiene 14 años y una meta clara: poner a México en lo más alto de la gimnasia rítmica. Es originaria del Estado de Yucatán y, aunque ha pasado gran parte de su vida entre entrenamientos, competencias y sacrificios, nunca había sentido tanta presión como en los Juegos Panamericanos Junior. Sabía que esta vez no solo competía por una medalla… sino por un sueño que había perseguido desde niña.

Su momento llegó en la prueba individual de pelota. Cada giro, cada lanzamiento y cada movimiento parecían sincronizados con algo más grande que ella. La rutina fue precisa, elegante y tan emocionante que, cuando terminó, no solo ella tenía lágrimas en los ojos: también las tenía el público que la ovacionaba de pie.

La tensión en la arena se rompió cuando anunciaron la puntuación: 24.000. Ana Luisa había superado a la estadounidense Natalie de la Rosa y a la brasileña Sarah Ferreira. Esa calificación la proclamaba Campeona de América.

Pero su victoria no apareció de la nada. Meses antes, en el Campeonato Panamericano Junior, ya había demostrado su talento con una medalla de plata en pelota y tres bronces en all-around, mazas y aro. Aquellos triunfos fueron escalones que la prepararon para llegar a este momento, donde la bandera mexicana subió a lo más alto y el himno resonó, recordándole que cada sacrificio había valido la pena.

Más allá de la medalla, lo que conmovió a todos fue su humildad. No hubo gestos de soberbia, solo gratitud. Y es que Dios no siempre nos pide ganar medallas, pero sí dar lo mejor de nosotros como si cada competencia fuera para Él.

Haz que esta historia le llegue a quien necesita recordar que el trabajo duro, la constancia y la fe pueden llevarnos más lejos de lo que jamás imaginamos.

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