En 1899, en la ciudad francesa de Lyon, vivía Madame Clémence Dufresne, una mujer distinguida, siempre acompañada de su inseparable gata amarilla, Choupette.
Una tarde otoñal, al regresar de hacer compras, Clémence fue sorprendida en un callejón por dos hombres encapuchados. La empujaron dentro de un carruaje y desaparecieron entre el barro de las calles. Nadie lo vio. Nadie, salvo Choupette, que siguió la huella del carruaje como una sombra silenciosa.
Guiada por el instinto, Choupette rastreó cada pista y terminó maullando con fuerza frente a la puerta del escondite. Un guardia de la ciudad, intrigado por la insistencia del animal, decidió entrar: halló a los secuestradores intentando amordazar a Clémence. Los hombres fueron arrestados en el acto.
Temblorosa, con lágrimas en los ojos, Madame abrazó a su gata como si abrazara a un ángel. Al día siguiente, los periódicos de Lyon titularon:
“Una heroína de cuatro patas salva a Madame Dufresne del secuestro”.
Desde entonces, Choupette fue agasajada como miembro de la alta sociedad, durmiendo en almohadas de seda y usando collares de piedras preciosas. Y en los salones de Lyon se decía que sus ojos brillaban con algo más que instinto: brillaban con amor y valentía.


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