domingo, 26 de octubre de 2025

El gigante egoísta

 

El gigante egoísta

Autor: Oscar Wilde
Edad: De 4 a 6 años
Valores: Generosidad, Empatía, Amabilidad, Reflexión, Comunidad

Índice
  1. Cuento corto de El gigante egoísta
  2. Moraleja
  3. Valores aprendidos en la historia
  4. Preguntas para tu hijo
  5. Reflexión final
  6. Un poco de historia sobre el cuento

Cuento corto de El gigante egoísta

Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de verdes colinas y cielos azules, un gigante llamado Bartolo. Bartolo era un gigante muy particular, pues aunque era muy grande, su corazón parecía ser muy pequeño cuando se trataba de compartir. En el centro del pueblo había un jardín maravilloso, lleno de flores de todos los colores y árboles que susurraban con la brisa. A los niños del pueblo les encantaba jugar allí, riendo y corriendo entre las plantas.

Sin embargo, un día Bartolo decidió que no quería a los niños en su jardín. "¡Es mi jardín!", decía con voz retumbante. "No quiero que nadie más disfrute de él". Así que construyó una alta muralla alrededor del jardín y colocó un cartel que decía: "Prohibido entrar".

Los niños se sintieron muy tristes. Desde entonces, jugaban en las calles del pueblo, pero no era lo mismo que corretear entre las flores y los árboles del jardín. Sin los niños, el jardín de Bartolo se volvió silencioso. Los pájaros ya no cantaban alegremente, y las flores comenzaron a marchitarse.

Pasó el tiempo y llegó el invierno. La nieve cubrió el pueblo, y los niños construyeron muñecos de nieve y deslizaron trineos. Pero el jardín de Bartolo seguía siendo un lugar solitario y frío. El gigante se sentaba en su gran silla, mirando por la ventana, y suspiraba. Algo le faltaba, pero no sabía qué era.

Una mañana, mientras Bartolo observaba el jardín cubierto de nieve, vio algo que le llamó la atención. Un pequeño pajarito, que parecía estar perdido, se posó en una rama. El pajarito tiritaba de frío. Bartolo sintió una extraña sensación en su pecho. "Quizás debería ayudarlo", pensó.

Con mucho cuidado, Bartolo salió al jardín y construyó un pequeño refugio para el pajarito con ramas y hojas. Luego, lo llenó de migajas de pan. El pajarito trinó alegremente y pronto otros pájaros se unieron a él. Bartolo, al verlos felices, sintió una calidez que no había sentido antes.

La primavera llegó, pero el jardín de Bartolo seguía sin florecer. Los árboles estaban desnudos, y las flores no querían asomar. "¿Por qué mi jardín no vuelve a ser hermoso?", se preguntaba el gigante. Una tarde, mientras paseaba por el pueblo, escuchó a dos niños hablando. "El jardín de Bartolo siempre era el primero en florecer", dijo uno. "Sí", respondió el otro, "pero sin nosotros, parece que ha olvidado cómo hacerlo".

Bartolo regresó a casa pensando en lo que había oído. Reflexionó durante la noche y decidió algo importante. A la mañana siguiente, retiró la muralla y el cartel que prohibía la entrada. Abrió las puertas del jardín y, con voz amable, invitó a los niños a jugar.

Al principio, los niños se acercaron tímidamente, pero al ver la sonrisa de Bartolo, corrieron hacia el jardín con alegría. En poco tiempo, sus risas llenaron el aire, y los árboles comenzaron a brotar hojas nuevas. Las flores, animadas por la felicidad de los niños, despertaron de su letargo y cubrieron el jardín de colores.

Bartolo se dio cuenta de que su jardín era más hermoso cuando lo compartía. Sentado en su silla, observaba a los niños jugar y entendió que la felicidad se multiplica cuando se comparte. Desde ese día, Bartolo no solo fue conocido como el gigante del pueblo, sino como el amable gigante que compartía su jardín con todos.

El pajarito al que había ayudado seguía visitando su refugio, y Bartolo siempre tenía migajas listas para él. Los niños lo adoraban y corrían a su alrededor, llenando su corazón de una calidez que lo hacía sentir más grande y feliz que nunca. Y así, el jardín de Bartolo floreció año tras año, siempre lleno de vida, risas y amor.

Moraleja

La verdadera belleza de la vida se encuentra en compartir y en la generosidad. Cuando compartimos lo que tenemos, no solo hacemos felices a los demás, sino que también enriquecemos nuestras propias vidas con amor y alegría.


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