Los cuervos (familia Corvidae) destacan por dos habilidades que solemos asociar con primates: el uso y la fabricación de herramientas y una memoria social finísima para reconocer rostros humanos.
1) Hacen herramientas, y no de forma rígida.
Los cuervos de Nueva Caledonia (Corvus moneduloides) elaboran “ganchos” con ramitas y hojas para extraer larvas. En laboratorio y en el campo se ha documentado que recortan, doblan y moldean los tallos; incluso se han descrito variaciones en la secuencia de fabricación y en el curvado del “gancho”, lo que indica flexibilidad en el proceso técnico. También se ha mostrado el doblado de alambre y otras formas de ajuste del material; en conjunto, no es un truco único, sino un repertorio real de manufactura.
Además, estos cuervos llegan a valorar y resguardar las herramientas más eficientes —las de gancho—, lo que sugiere que distinguen su utilidad y “costo de producción”. Incluso han sido capaces de ensamblar herramientas compuestas a partir de piezas que por separado no sirven.
2) Reconocen y recuerdan rostros humanos durante años.
En poblaciones urbanas de cuervos americanos (Corvus brachyrhynchos), experimentos con máscaras mostraron que los individuos aprenden rápidamente a distinguir a una persona asociada con una experiencia negativa y mantienen ese recuerdo durante varios años (seguimientos de 2.7 años en el estudio original).
Ese conocimiento se difunde socialmente: otros cuervos que no vivieron la experiencia adoptan la respuesta tras observar a sus congéneres, y el reconocimiento de la “cara peligrosa” se mantiene y se expande espacialmente con el tiempo.
A nivel cerebral, estudios de imagen funcional muestran activación en circuitos que procesan rostros y emociones cuando los cuervos ven a personas previamente asociadas con experiencias negativas, lo que respalda la base neurobiológica de esa memoria social.
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