martes, 23 de septiembre de 2025

En 1909, en los pasillos del Instituto Kaiser Wilhelm de Química, un joven químico llamado ....

 



En 1909, en los pasillos del Instituto Kaiser Wilhelm de Química, un joven químico llamado Otto Hahn discutía con una colega que pronto se convertiría en una de las mentes más brillantes de la física nuclear: Lise Meitner.

Un testigo relató que, en plena discrepancia, se escuchó la voz firme de Meitner desde las escaleras:
«¡Pollo, no sabes nada de física, sal de aquí!».
El comentario, además de tajante, escondía un juego de palabras brillante: Hahn en alemán significa “gallo”, y Huhn, “pollo”.
Aquella escena casi anecdótica resume la tensión de una colaboración desigual. Hahn, el químico metódico, y Meitner, la física teórica, trabajaron juntos durante décadas. Pero cuando en 1938 el equipo de Hahn observó un fenómeno extraño al bombardear uranio con neutrones, fue Lise Meitner —exiliada en Suecia por ser judía— quien dio la explicación teórica decisiva: había nacido la fisión nuclear.
El descubrimiento abrió las puertas a la energía atómica… y también a la bomba. Pero la historia fue cruel: en 1944, el Premio Nobel de Química fue otorgado en solitario a Hahn, mientras que el papel de Meitner fue ignorado, eclipsado por su colega.
Años después, reconocida como “la madre de la bomba atómica” que nunca quiso construir, Lise Meitner cargó con la doble injusticia: la de su tiempo, que marginaba a las mujeres, y la de la historia oficial, que olvidó su nombre.
En la célebre foto de 1909, ella y Hahn aparecen en el laboratorio, como iguales. La imagen hoy parece casi irónica: la física que explicó lo inexplicable quedó en segundo plano, mientras el químico recibía la gloria.
El grito que una vez lanzó en aquellas escaleras resuena como símbolo:
no fue solo un reto a un colega, sino un recordatorio de que sin Lise Meitner, la física nuclear nunca habría tenido su verdadera voz.

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