domingo, 21 de septiembre de 2025

Por qué Marte no es un planeta apto para que evolucione la vida

 

Por qué Marte no es un planeta apto para que evolucione la vida



Marte seduce con su color rojizo, con sus amaneceres polvorientos y sus paisajes que recuerdan a desiertos terrestres. A primera vista parece casi familiar, como si allí pudiera florecer la vida con un poco de esfuerzo. Pero basta con mirar más de cerca para descubrir la verdad incómoda: Marte es un planeta que conspira en contra de la biología tal como la conocemos.
El primer obstáculo es su atmósfera. Donde en la Tierra el aire nos envuelve con casi una tonelada de presión por metro cuadrado, en Marte apenas hay un susurro: un 1% de la densidad terrestre, compuesto en un 95% por dióxido de carbono. Esa delgadez tiene una consecuencia inmediata: el agua líquida no puede mantenerse en la superficie. Si allí colocáramos un vaso de agua, se congelaría o se evaporaría en cuestión de minutos.
La pregunta es inevitable: ¿por qué perdió Marte esa envoltura vital? La respuesta está en su corazón. En los primeros tiempos del planeta, su núcleo metálico fundido generaba corrientes de convección que actuaban como una dinamo, creando un campo magnético global semejante al de la Tierra. Ese escudo desviaba el viento solar y protegía la atmósfera. Pero Marte es un planeta pequeño, con apenas la mitad del diámetro terrestre y una masa mucho menor; eso significa que su interior perdió calor mucho más rápido. A medida que el núcleo se fue enfriando y solidificando, la dinamo planetaria se detuvo. Sin magnetosfera, Marte quedó indefenso. El viento solar comenzó a golpear directamente sobre su atmósfera, arrancando molécula tras molécula durante millones de años, hasta dejarlo casi desnudo. Es por eso que los ríos y mares que alguna vez surcaron su superficie hoy son solo cicatrices secas.
A todo esto se suma el frío. Mientras en el ecuador, a mediodía, puede alcanzarse una temperatura agradable, la media global ronda los –60 °C, con noches que se desploman a cifras imposibles. Además, Marte recibe solo la mitad de la energía solar que llega a la Tierra, un déficit que complica aún más cualquier posibilidad de ecosistemas que dependan de la luz.
Y no basta con el frío ni con la falta de aire: el suelo mismo es hostil. Está impregnado de compuestos químicos llamados percloratos, capaces de descomponer moléculas orgánicas y de volver tóxicos los escasos rastros de agua líquida que pueden formarse en la superficie. Allí, las pocas brinas que llegan a existir son heladas, salobres y poco hospitalarias para la biología.
Por último, está la radiación. Sin un campo magnético protector ni una atmósfera que amortigüe, la superficie de Marte recibe dosis de rayos cósmicos y radiación solar que serían mortales para la mayoría de los seres vivos terrestres. Incluso moléculas orgánicas simples se destruyen en escalas de tiempo muy cortas cuando quedan expuestas.
Y, sin embargo, la historia no se cierra del todo. Los rover han encontrado materia orgánica preservada en rocas antiguas y señales tentadoras, como emisiones de metano que aún hoy se debaten entre un origen geológico o biológico. Todo apunta a que, si alguna vez Marte fue habitable, eso ocurrió en un pasado remoto, cuando su atmósfera era más densa y su clima más benigno.
Hoy, la esperanza científica se traslada bajo tierra. Allí, a pocos metros de profundidad, la radiación disminuye, la presión aumenta un poco y las temperaturas se estabilizan. En ese subsuelo podrían esconderse reservas de agua líquida y fuentes de energía química, un refugio potencial para formas de vida microscópicas.
La lección final es clara: Marte no es un planeta apto para la vida en su superficie. La física, la química y la geología se conjuran contra ella. Pero el subsuelo, silencioso y oculto, aún guarda la posibilidad de una sorpresa. Y es allí donde apuntan ahora los ojos y las herramientas de la exobiología.

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