domingo, 21 de septiembre de 2025

En 1642, la colonia de Plymouth en Nueva Inglaterra registró un episodio que marcaría un precedente oscuro

 En 1642, la colonia de Plymouth en Nueva Inglaterra registró un episodio que marcaría un precedente oscuro en la historia de Estados Unidos.

En 1642, la colonia de Plymouth en Nueva Inglaterra registró un episodio que marcaría un precedente oscuro en la historia de Estados Unidos.
El protagonista fue Thomas Granger, un muchacho de apenas 16 años, que se convirtió en el primer menor ejecutado en territorio norteamericano.
Su crimen fue considerado, bajo los estrictos códigos bíblicos de la época, una “abominación”: Granger fue acusado de cometer actos de bestialidad con varios animales —una vaca, ovejas, una yegua, gallinas— y sorprendido en el acto.
El castigo fue doblemente brutal. Según la interpretación religiosa de los jueces puritanos, los animales “impurificados” debían ser sacrificados delante de él, y solo después llegaría su turno. Thomas fue llevado a la horca y ejecutado a la vista de la comunidad.
La historia aparece en los registros coloniales como un ejemplo de disciplina y justicia divina. Pero, al mirarla hoy, el eco es muy distinto: un adolescente reducido a símbolo, los animales primero maltratados y luego sacrificados, y una sociedad que usó la muerte como espectáculo moralizante.
El nombre de Thomas Granger pasó a los anales por una razón macabra: ser el primer menor ejecutado en los Estados Unidos. Más allá de la sentencia, lo que queda es un retrato inquietante de cómo la mezcla de fe rígida y poder absoluto puede moldear la noción de justicia, aun cuando esta termine destruyendo más de lo que protege.
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