El hombre que pesó la Tierra 

En el Londres del siglo XVIII, un aristócrata excéntrico y casi invisible para la vida social se encerraba cada día en su laboratorio. Apenas hablaba con otros, evitaba visitas y prefería el silencio absoluto. Su nombre era Henry Cavendish, y aunque parecía un ermitaño, estaba a punto de lograr algo que nadie había imaginado: ponerle un peso a la Tierra entera.
Era 1797 cuando Cavendish montó un extraño dispositivo en su cobertizo de Clapham Common. No usó máquinas imponentes ni instrumentos de oro: solo una barra suspendida por un hilo, con dos pequeñas esferas de plomo en sus extremos, atraídas por otras dos mucho más grandes. Aquella balanza de torsión, creada por John Michell, era tan sensible que podía detectar la diminuta atracción entre las bolas de plomo.
Con paciencia casi sobrehumana, Cavendish observó cómo la barra giraba apenas unos ángulos invisibles al ojo común. Midiendo esa torsión, pudo calcular la fuerza de la gravedad misma, y con ella la densidad y la masa de nuestro planeta. “He pesado la Tierra”, escribió.
Su resultado fue asombroso: la Tierra era 5,48 veces más densa que el agua. Hoy sabemos que el valor correcto es 5,51, una diferencia ínfima que sorprende si pensamos en las herramientas rudimentarias de la época. Con esas cifras, Cavendish estimó también la masa total de nuestro mundo: unos 6.000 trillones de toneladas.
Sin saberlo, estaba también midiendo la famosa constante G de Newton, pilar de la física moderna. Y lo más increíble: lo logró con bolas de plomo, un hilo y una disciplina obsesiva.
Se decía que Cavendish nunca erraba un cálculo, que repetía cada operación decenas de veces hasta alcanzar la exactitud absoluta. Sin embargo, su timidez lo mantenía en las sombras: publicaba poco, hablaba menos, y gran parte de su genio se descubrió solo después de su muerte.
Hoy, más de dos siglos después, el “Experimento de Cavendish” sigue repitiéndose en las aulas y laboratorios, recordándonos que la grandeza de la ciencia no siempre necesita de grandes aparatos… a veces basta con un hilo, un poco de plomo, y la mente brillante de un hombre que se atrevió a pesar la Tierra.
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