Aquí encaja perfectamente una palabra la cual muchos le dicen las vueltas de la vida







El Pan de la Vecina
Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que entré a la panadería de don Esteban. Tenía apenas ocho años y las manos me temblaban mientras sostenía la lista que mamá había escrito con su letra temblorosa.
El panadero, un hombre robusto con delantal manchado de harina, me miró con ojos bondadosos desde detrás del cristal empañado.
—¿Qué necesitas hoy, pequeño?
—Mamá dice que si puede darle... —tragué saliva, avergonzado— ...dos kilos de pan fiado. Dice que el viernes le paga todo junto.
Esperaba ver irritación en su rostro, tal vez un suspiro de fastidio. Pero don Esteban simplemente asintió y comenzó a llenar la bolsa de papel.
—Por supuesto, dile a tu mamá que no se preocupe.
Mientras pesaba el pan, lo vi agregar discretamente un pancito dulce extra, de esos que siempre me quedaba mirando desde afuera del vidrio.
—Este es regalo de la casa —me guiñó el ojo—. Para que tengas energía para los estudios.
Esa escena se repitió durante meses. Cada día llegaba con la misma vergüenza, y cada día don Esteban me recibía con la misma sonrisa. Siempre había un pancito extra, siempre había esa mirada cálida que me hacía sentir que no era una carga.
—¿Cómo va la escuela? —me preguntaba mientras envolvía el pan.
—Bien, don Esteban. La maestra dice que soy bueno con los números.
—Eso está muy bien, muchacho. Los números son importantes en cualquier negocio.
Los años pasaron. Mamá consiguió trabajo en una fábrica textil y pudimos ponernos al día con las deudas. Yo seguí estudiando, trabajando medio tiempo para ayudar en casa, y siempre que pasaba por la panadería, don Esteban me saludaba como a un viejo amigo.
Cuando cumplí dieciocho, él me ofreció trabajo.
—¿Qué dices, muchacho? ¿Te gustaría aprender el oficio?
Acepté sin du
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