domingo, 23 de noviembre de 2025

El 23 de noviembre de 1637 murió Carlos Coloma

 



El 23 de noviembre de 1637 murió Carlos Coloma, destacado militar, diplomático, traductor e historiador. La figura más relevante de la casa condal de Elda y una de las personalidades más brillantes de la administración española durante los siglos XVI y XVII. Es considerado el prototipo del noble hispano del Siglo de Oro: hábil con la espada y con la pluma.

Nacido en Alicante, era el hijo menor de una numerosa familia noble del reino de Valencia. Sus antepasados, de origen converso, desempeñaron, durante varias generaciones, cargos de gobierno al servicio de la Monarquía. Su padre destacó también como escritor —siendo elogiado por Cervantes— y reunió una notable biblioteca; su madre, Isabel de Saa, era de origen portugués.
Su iniciación en la milicia comenzó muy tempranamente, cuando se unió al ejército del duque de Alba que iba a intervenir en Portugal en 1580-1581. Antes de llegar en 1588 a Flandes (un lugar clave en su vida adulta), pasó cuatro años sirviendo en las galeras de Sicilia. En Flandes vivió numerosos hechos de armas (que narraría después con detalle, inteligencia y elegancia en su obra) y aprendió el duro arte de la guerra, con generales tan prestigiosos como Alejandro Farnesio y el conde de Fuentes. Allí acreditó su valor en numerosas ocasiones, combatiendo pica en mano o a caballo.
En la campaña de 1589, formaba parte del tercio de Juan del Águila, y tras el fracasado intento de tomar Ostende, fue herido gravemente en una mano cerca de Oudenburg. A fines de 1591, Alejandro Farnesio le dio el mando vacante (cumpliendo la orden de Felipe II) de una compañía de lanzas españolas. Participó en diversas expediciones militares y combates en apoyo a los partidarios de la Liga, en la última etapa de las guerras político-religiosas en Francia. Así combatió en la batalla de Aumale (1592) —en la que fue herido Enrique IV— y en el sitio de Rouen. Desempeñó un papel importante en la victoria que obtuvo el ejército del conde de Fuentes en Doullens en 1595.
Como premio a sus servicios militares y a su reputación, acrecentada en la campaña del año siguiente (conquista de Calais), fue distinguido en 1597 con la concesión del hábito de la Orden militar de Santiago, pese a contar con antepasados conversos, y se le concedió una pequeña pensión sobre las rentas de Nápoles. En ese mismo año fue nombrado maestre de campo de la Infantería y se le dio el mando de un tercio compuesto por españoles, alemanes, italianos, irlandeses y borgoñones.
Participó en el frustrado intento del socorro de Amiens (1597) y en los combates de los dos años siguientes en los Países Bajos (concretamente en Reimberg (o Rhinberg) y en la isla de Bommel). Al comienzo del reinado de Felipe III, en 1600, se abrió una nueva etapa en la vida de Carlos Coloma. Dejando las brumas del Norte de Europa y el fragor guerrero, su vida transcurrirá durante una docena de años a la luz del Mediterráneo de su infancia, desempeñando puestos de gobierno en el Rosellón y en Mallorca. El 17 de junio de 1600 fue nombrado gobernador de Perpiñán y lugarteniente de los condados de Rosellón, Cerdaña y Conflent. Desde 1611 hasta 1617 ejerció en Mallorca el cargo de Virrey, durante el cual se construyó el fuerte de San Carlos, en la punta de Porto-Pí, que sigue dominando la bahía de Palma y aloja un museo militar.
En 1617, Madrid echó mano de nuevo de Carlos Coloma para un puesto en los Países Bajos. Siendo nombrado gobernador militar de la plaza de Cambrai, aunque apenas ejerció este cargo desde dicha ciudad, residiendo habitualmente en Bruselas. Coloma participó por algún tiempo en la Guerra de los Treinta Años, que estalló en Alemania en 1618. Cuando el elector del Palatinado fue proclamado rey por los protestantes de Bohemia, desafiando al emperador Fernando II de Austria, la Corte española decidió enviar un ejército, encabezado por Spínola, al Palatinado. Formando parte de éste, Coloma dirigió la toma de Kreuznach (1620), convertida en cuartel general. El propio Spínola le encomendó después ir a la Corte española para solicitar unos recursos humanos y económicos en consonancia con los grandes compromisos internacionales a los que España hacía frente. Se acercaba además el fin de la Tregua de los Doce Años, firmada en 1609, con las Provincias Unidas de los Países Bajos, la cual no se renovaría en 1621.
Con su presencia en el laberinto de los Consejos y Juntas, Coloma iniciaba otra faceta de su trayectoria vital: la de diplomático. Fue nombrado para relevar al conde de Gondomar, como embajador español en la Corte inglesa. Allí heredó, sin los grandes medios económicos de que había dispuesto Gondomar, problemas tan complicados como el destino del Palatinado (Federico V estaba casado con una hija de Jacobo I), la tolerancia de los católicos en Inglaterra o la expansión inglesa en los territorios hispano de las Indias Orientales. A ello se sumó el inesperado viaje del príncipe de Gales (futuro Carlos I) a Madrid para tantear su posible boda con María, una hermana de Felipe IV. El fracaso de este proyecto y la enemistad del duque de Buckhingham (el favorito de Jacobo I), contribuyeron a que Coloma cesara como embajador en diciembre de 1624.
Tras este interludio como diplomático, Coloma retornó a la actividad bélica en los Países Bajos. Participó en el sitio de Breda por el ejército de Spínola. La rendición de dicha plaza fuerte en 1625 fue un acontecimiento inmortalizado en el cuadro de Velázquez conocido también como Las Lanzas. Se ha sugerido que uno de los personajes representados en el lienzo sería Coloma. Después, ante la acometida franco-piamontesa a la República de Génova (aliada española), la Corte española le nombró capitán general de la Caballería ligera de Milán. Estuvo allí poco tiempo, aunque el suficiente para conocer y valorar en un informe a Felipe IV, la situación defensiva de ese estado. En 1627 Felipe IV recompensó los servicios de Coloma concediéndole el título de marqués de Espinar. Tras una estancia de meses en la Península, Coloma volvió a los Países Bajos. En enero de 1628 asistió en Bruselas a la despedida de Spínola y quedó encabezando interinamente, junto con el conde Henri de Berg, el ejército de Felipe IV en los Países Bajos. Coloma denunció, en varias cartas de ese año y el siguiente al conde duque de Olivares, la lastimosa situación militar y política de los Países Bajos españoles o reales.
Las dotes diplomáticas de Coloma se desplegaron de nuevo en Inglaterra en 1630. Allí negoció laboriosamente la difícil paz con Inglaterra que España necesitaba y que Carlos I. En ella Felipe IV se comprometía a mediar en el asunto del Palatinado. Vuelto a los Países Bajos en febrero de 1631 y ya como maestre de campo general, Coloma participó en la defensa de Flandes ante la gran la ofensiva holandesa. Logró “el socorro de Brujas” (que él mismo narró) y contribuyó al de Amberes. Sin embargo, en 1632 la defección de buena parte de la nobleza local, apoyada por Richelieu, y especialmente del conde de Berg (de quien Coloma no había dudado, aunque se llevó mal con él), tuvo como consecuencia la pérdida definitiva de Maastricht, Limburg y otras ciudades.
En 1633, la infanta Isabel Clara Eugenia renovó su confianza en Coloma cuando al morir dejó dispuesto en su testamento que éste fuera uno de los cinco miembros del consejo de regencia de los Países Bajos españoles. Sin embargo, Madrid le ordenó volver de Flandes y, al poco tiempo, ir a Italia. Ya un tanto achacoso, Coloma realizó, como maestre de campo general, sus últimos servicios a España en Lombardía, adonde llegó en verano de 1634 para ejercer como capitán general interino de Milán y gobernador militar de esta fortaleza. En 1635 logró derrotar al ejército coaligado de Francia, Saboya y Parma, el cual sitiaba Valenza del Po.
Además de las mencionadas facetas en cuanto hombre de acción, Carlos Coloma adquirió fama, ya en su propio tiempo, como erudito e historiador elegante. Su traducción de los Annales y las Historias de Cayo Cornelio Tácito sigue siendo una de las más reeditadas aún hoy en día, por su fidelidad al sentido y al estilo del autor. Sin embargo, Coloma es, ante todo, el autor de una de las monografías bélicas más importantes de la época del Barroco: Historia de las Guerras de los Estados Bajos (1588-1599), publicada en 1622. En los doce libros (uno por año) que la componen, hay un relato pormenorizado y trufado de reflexiones político-morales (así sobre “la inconstancia con que se gobiernan las cosas humanas”), de las contiendas bélicas en torno a Flandes, en buena parte de las cuales estuvo implicado personalmente él mismo.
El motivo que, como se advierte en el prólogo, llevó a Coloma a escribir esta historia fue su convicción de “no haber tenido los españoles que han militado en Flandes tanto cuidado de escribir sus hazañas, como de hacerlas”. Así él quiso sumarse a la labor historiográfica que había realizado anteriormente otro militar, diplomático y escritor, Bernardino de Mendoza.
Coloma combinó en esta obra su clara conciencia de españolidad con una perspectiva cristiana y, en cierto modo, universalista, afirmando que “Dios, a ninguna nación en particular ha vinculado las victorias”. Sin duda, sus variadas experiencias vitales y su matrimonio con una flamenca contribuyeron a favorecer esta perspectiva.
El experimentado militar, diplomático y escritor, pasó sus dos últimos años en Madrid, rodeado del favor de la Corte. Fue miembro del Consejo de Estado y mayordomo de Felipe IV, muriendo en 1637.
Imagen: Carlos Coloma, grabado de Paulus Pontius según Anton van Dyck
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