miércoles, 1 de octubre de 2025
Amílcar Barca
Pertenecía por familia a la aristocracia púnica, la de los Bárquidas, que se apoyaban en el pueblo y fueron combatidos por una parte de la aristocracia. Los Bárquidas modificaron la constitución de Cartago en sentido democrático. El poder de los Bárquidas se apoyaba en su riqueza en fincas. Amílcar, padre de Aníbal (247 a. C. – 183 a. C.), pasó la mayor parte de su vida en Sicilia, donde, muy joven, se puso al frente del ejército haciendo algunas razzias en la costa itálica con escasez de medios, y pronto debió interrumpir sus incursiones. Partiendo de Eryx, hizo una guerra de partisanos, con el fin de apoderarse de Palermo.
Esta empresa fue abandonada y retornó a Eryx. Amílcar debió de hacer sólo una guerra defensiva, limitándose a Lilibeo y Drepane.
Al final de la Primera Guerra Púnica, y después de la derrota naval de las Islas Egadas, aceptó la paz, pero logró que Roma admitiera las condiciones que imponía Amílcar, rechazando que los soldados fueran declarados prisioneros de guerra. Amílcar abdicó de su poder. Entregó las tropas a Giscón y entró en Cartago como simple particular. Al volver a Cartago, se encontró con la revuelta de los mercenarios, cuyo número ascendía a veinte mil hombres.
En el año 241 a. C. la solidaridad entre la nobleza y las clases medias estaba a punto de romperse. Es ahora cuando Amílcar casó a su hija con el rey Bomílcar II, que ya había establecido antes relaciones de amistad con Amílcar. Los revoltosos lograron agruparse.
El poder fue entregado a Amílcar, que logró matar a seis mil rebeldes. Cartago fue liberada por el lado norte, lo que permitió recibir refuerzos y aprovisionamientos.
Incorporó en sus tropas a los prisioneros que aceptaban cambiar de campo. A otros los envió a sus países de origen. Negoció con los númidas.
Minó el prestigio de los jefes revolucionarios Spendios y Mato. La situación se complicó para Cartago.
Las ciudades de Utica y Bizerta se separaron de la metrópoli.
La tempestad destrozó la flota enviada por la Tripolitana que transportaba avituallamientos. Roma salvó la situación de Cartago, prohibiendo ayudar a los rebeldes. Prohibió el comercio con Spendios y les animó a proporcionar provisiones a los cartagineses.
El genio político de Amílcar se mostró hábil. Los ancianos, que nombraban a los generales, se inclinaron por Hannón. El pueblo apoyaba a Amílcar, pero la constitución cartaginesa sólo le concedía el derecho de intervenir, como árbitro, en un conflicto entre los reyes y los ancianos. El pueblo votó un texto, sin duda preparado por Amílcar, que daba al ejército el derecho de destituir a uno de los generales, decisión verdaderamente revolucionaria. Aparentemente, era volver a las antiguas costumbres cartaginesas. De hecho, introducía los usos de los ejércitos helenísticos, y preparaba la instauración de un poder militar independiente de la autoridad civil. La innovación era tanto más peligrosa, al estar formado el ejército cartaginés por tropas mercenarias. Amílcar logró encerrar al ejército de Spendios en el desfiladero de Scia, y lo machacó con los elefantes. En este momento, poco después, hay que colocar la reforma de la constitución de Cartago. Las instituciones no fueron abolidas, pero tomaron un carácter más democrático. Amílcar se convirtió en el verdadero dueño de Cartago.
El plan que Amílcar proyectaba sobre Hispania estaba preparado minuciosamente. Cartago conocía bien las fabulosas riquezas de Hispania en minerales, en pesquerías y en agricultura. Podía proporcionar a todos los mercenarios que necesitase, y con las riquezas mineras podía pagar a los soldados. La riqueza de los turdetanos era tan proverbial que, al llegar Amílcar, usaban pesebres y toneles de plata. Perdidas Sicilia y Cerdeña, Hispania era la única zona del Mediterráneo que quedaba por conquistar: se encontraba fuera de los intereses de Roma. Las relaciones comerciales de Cartago con Hispania databan de antes de la llegada de Amílcar a Cádiz.
Las primeras dracmas (moneda griega antigua) de Emporion ofrecen un tipo cartaginés, el caballo parado, que prueba unas relaciones comerciales entre los griegos ampuritanos y los cartagineses, o mejor que Ampurias está dentro del área comercial de Cartago; lo mismo se puede asegurar de ciertas monedas de Ullastret, localidad próxima a Emporion. Unos vasos importados de Cartago, que se extienden por el sur de la Península Ibérica, desde Sevilla, Málaga y Almería, principalmente por Cartago Nova y Murcia hasta Ampurias, pasando por Alicante y Valencia, son de cronología anterior a la venida de Amílcar. La cerámica griega de la primera mitad del siglo iv a. C.
de Cástulo, del levante ibérico, desde Valencia hasta el sur, y la del pecio del Sec, la importaron los cartagineses muy probablemente, pues lleva, a veces, grafitos púnicos.
Las exportaciones de salazones a Atenas citadas por los autores que vivieron en los siglos v y iv a. C., probablemente las llevaban barcos cartagineses. Eupolis, autor de comedias (446-411 a. C.), menciona la salazón de Cádiz, junto a la de Frigia. El cómico Aristófanes cita la murena tartésica. Antífanes, en torno al 400 a. C. recuerda la salsa del esturión de Cádiz junto al atún de Bizancio. Nicóstratos, hacia el 380 a. C., compara las salazones gaditanas con las de Bizancio.
En esta época se introducían en Atenas de contrabando.
En el año 237 a. C. envió Cartago a Hispania a Amílcar con su hijo al frente de un ejército. Aníbal venía con el padre y contaba a la sazón nueve años.
Sometió a muchos pueblos, unos por la fuerza, otros por negociaciones. La política de Amílcar se basaba en la diplomacia o en la fuerza. Amílcar luchó en el valle del Guadalquivir. Los jefes de las tropas turdetanas eran dos hermanos de nombres indoeuropeos, Istolacio e Indortas, que luchaban con mercenarios celtíberos contratados por los turdetanos, presentes en el sur de Hispania desde mediados del siglo v a. C., como lo demuestran las esculturas de Obulco (Porcuna, Jaén).
Amílcar dio muerte a Indortas y a otros importantes jefes. Alistó en el ejército cartaginés a tres mil mercenarios que había apresado. Este detalle es un gesto de generosidad por parte del general cartaginés para atraerse a las poblaciones indígenas. Indortas logró escaparse y alistar cincuenta mil hombres. En un intento de fuga fue capturado vivo, habiendo perdido parte de las tropas. Amílcar le atormentó con un castigo traído por fenicios del Oriente, que consistía en sacarle los ojos, torturarle y en crucificarle. A los diez mil cautivos los dejó en libertad, siguiendo su política de atraerse a los indígenas. A unas ciudades las ganó por la persuasión, a otras las sometió a la fuerza.
Los Bárquidas, para pagar a los mercenarios, necesitaron de una cantidad elevada de moneda. Se ha calculado que utilizaron, entre los años 237 y 218 a. C., un total de trescientos setenta cuños/shekel, lo que supondría entre cinco y once millones de shekels durante veinte años. Durante los años 237 a 206 a. C. los cartagineses acuñaron abundantes monedas de oro, plata y cobre, de patrón fenicio. Las primeras emisiones hispano-cartaginesas son del mejor estilo siciliano. En el reverso figuran bellos retratos helenísticos, que representan divinidades, principalmente a Melqart, dios protector de los Bárquidas. A Amílcar se le representa como Melqart barbudo, convertido en héroe después de muerto. A Asdrúbal con diadema en la cabeza y a Aníbal desnudo con el rostro de Melqart joven. El primer bloque de monedas corresponde a los años 237-227 a. C. Estas monedas son de gran prestigio por el alto valor adquisitivo del trishekel, y trasmiten una gran propaganda política, con alusiones al poder naval en el mar y al militar en tierra. La primera emisión de la zona de Gadir, 237 a. C., presenta en el anverso una cabeza con diadema, identificada con Melqart, cuyos paralelos son las piezas siracusanas de Hierón II. Las emisiones de plata son más abundantes. En el este de Andalucía se acuñan una serie de monedas con Melqart laureado, a veces barbudo, con clava al hombro derecho. En el reverso se colocó un elefante con o sin guía. Todos los valores son de plata.
Amílcar, imitando la política de Alejandro Magno, fundó una ciudad llamada Acra Leuca, que hoy se sitúa en Tossal de Manises. Cercó la ciudad de Helica, que se ha supuesto, sin fundamento, sea Ilice (Elche).
Invernó en la ciudad de Acra Leuca. Los sitiados fueron socorridos por el rey de los oretanos, lo que parece indicar que Acra Leuca se encuentra en el Alto Guadalquivir. Amílcar, perseguido por el rey, intentando salvar a sus hijos Asdrúbal y Aníbal, se ahogó en un río. Aníbal había cumplido los quince años y Asdrúbal, doce. Los iberos cargaron sobre el general cartaginés, que se había quitado el casco de la cabeza.
Los escritores antiguos Frontino, Apiano y Zonaras, recogen una leyenda, seguramente inverosímil, sobre la muerte de Amílcar. Se conjuraron contra él varios reyezuelos iberos. Cargaron de leña unos carros, y siguieron detrás de ellos, armados. Prendieron fuego a los carros, que esparcieron el fuego por todos los sitios.
Los iberos se precipitaron sobre los cartagineses y mataron a Amílcar y a los que intentaron auxiliarles.
No parece probable que Amílcar preparase la guerra contra Roma, ni que viniera a Gades contra el parecer de sus conciudadanos.
Los romanos, en 231 a. C., enviaron una embajada a Hispania para informarse de los sucesos. Amílcar los recibió bien y les dijo que se había visto obligado a llevar la guerra a Hispania para pagar las deudas que los cartagineses tenían contraídas con los romanos.
La política seguida con Cartago por Amílcar queda bien manifiesta en que enriqueció toda África, es decir, Cartago, con caballos, armas, hombres y dinero.
Procuró que la gente dirigente de la metrópoli estuviera contenta con su actuación. Dividió el botín en dos partes: una para repartir entre los soldados, y otra para contentar a los principales de Cartago para que favorecieran su causa.
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Aníbal. Cartago (Túnez), 246 a. C. – Bitinia (Turquía), 181 a. C. General cartaginés.
Aníbal. Cartago (Túnez), 246 a. C. – Bitinia (Turquía), 181 a. C. General cartaginés.
Pertenecía a la familia de los Bárquidas. Era hijo de Amílcar y había nacido en Cartago. Vino a España con su padre y desembarcó en Cádiz en el año 237 a. C. cuando tenía nueve años. Su escuela militar fueron las guerras, que tanto Amílcar como Asdrúbal hicieron contra turdetanos e iberos. Antes había presenciado en su patria la feroz guerra contra los mercenarios (239- 238 a. C.), que estuvo a punto de arruinar a Cartago.
Intervino en la actividad militar y política de su padre desde el año 237 al 228 a. C. El historiador Diodoro (XXV. 10) escribe que Aníbal acompañó constantemente a Amílcar Barca en todas estas campañas. Aníbal casó con una muchacha de nombre Imilce, de Cástulo (Linares, Jaén), matrimonio que le vinculó con la nobleza indígena. Los cartagineses contaron con algunas ciudades muy adeptas a ellos, como Astapa (Estepa), que en al año 206 a. C. emuló a Sagunto, Numancia, Calagurris y Cástulo.
En la formación militar y política de Aníbal cabe destacar varios aspectos importantes: Su participación en las guerras así como en la política emprendida por Amílcar con los pueblos indígenas vencidos, incorporando a su ejército a los soldados vencidos o liberándolos. También aprendió Aníbal el arte de la diplomacia, que él mismo practicaría más adelante con los pueblos hispanos.
Cuando a la muerte de Asdrúbal Aníbal fue proclamado, a los veintiséis años de edad, general por aclamación de los soldados, y ratificado luego por los magistrados de Cartago, tenía ya una buena experiencia militar obtenida de su padre. Sabía cómo tratar a la tropa, y conocía bien los hilos de la diplomacia y de las alianzas políticas con los reyezuelos que tan buenos resultados habían dado a sus predecesores. Su acción militar se caracterizó desde el primer momento por su rapidez, eficacia y buen trato a los soldados. La primera decisión que tomó fue atacar a los Olcades y apoderarse de su ciudad más fuerte, que tomó enseguida tras rápidos y contundentes ataques. Aníbal se entrenó desde el primer momento en el asalto de plazas fuertes, lo que hizo con frecuencia en Hispania y en Italia. La conquista de la ciudad de los Olcades provocó el efecto esperado, ejemplarizante, ya que los pueblos vecinos se entregaron pronto a los cartagineses.
Estableció un tributo a las ciudades, se adueñó de sus tesoros y de sus bienes. A continuación marchó a Cartago Nova para pasar el invierno.
Desde el primer momento se manifestó un rasgo característico de su genio militar: el respeto hacia la tropa, a la que sabía tratar y recompensar en la medida justa, siendo esta una de las bases de su poder —y de todos los Bárquidas— dentro y fuera de Hispania.
“Su generosidad con los que le habían seguido, dando a los soldados sus raciones y prometiéndoles otras ventajas, le ganó un gran aprecio e hizo nacer en sus tropas magníficas esperanzas”, escribe Polibio (III, 13.5), que describe las primeras operaciones de Aníbal. A comienzos del verano marchó contra los vacceos, se apoderó de Helmantica (Salamanca), y ganó con gran esfuerzo Arbucala (Toro). La marcha desde Cartago Nova debió hacerse por el interior, es decir, por el norte de Sierra Morena. Las causas de esta penetración pueden ser varias: conocer el interior del país, y particularmente la región que había proporcionado los mercenarios a los tartesios, pacificarla e impedir razias de estos pueblos sobre el sur y el levante, así como obtener algún botín y quizá provisiones de cereales. Esta última razón sólo es hipotética, o de tipo complementario, ya que los cartagineses se abastecían suficientemente del fértil valle del Betis.
Para llegar a Helmantica y Arbucala, Aníbal atravesó la sierra de Gredos, a la ida y a la vuelta, itinerario que supuso un extraordinario entrenamiento o ejercicio para en el futuro atreverse a flanquear cordilleras más difíciles, y curtir a los soldados en este tipo de travesías para lograr empresas más arduas: cruzar los Pirineos, los Alpes y los Apeninos rumbo a Roma.
A su vuelta fue atacado por los carpetanos apoyados por los pueblos vecinos y por los fugitivos de los olcades y los huidos de Helmantica. La táctica de Aníbal consistió en retirarse cauta y prudentemente sin verse obligado a luchar en terreno desconocido para su ejército y, por tanto, en desventaja. Atravesó el Tajo.
Los perseguidores cruzaron el río por diferentes puntos, siendo aplastados por los cuarenta elefantes que llevaba Aníbal. El cartaginés utilizó en esta campaña los animales que se habían demostrado como arma eficaz en Italia, en la guerra de Pirro. Los animales provocaban verdadero espanto y terror en los enemigos.
Después Aníbal incorporó a estos animales a su ejército, y los llevó consigo a través de los Pirineos y los Alpes hasta Italia. Años antes Asdrúbal había sumado a su ejército doscientos de estos animales (Diodoro, XXV, 12).
La descripción de estos sucesos en Livio (XXI, 5.2) es muy parecida a la de Polibio. Plutarco (Virt. Mul., 248c.) recoge algunos datos interesantes sobre el cerco de Helmantica, como que sus habitantes prometieron a Aníbal que harían cuanto éste les pidiese, entre otras cosas entregarle trescientos talentos de plata y trescientos rehenes, lo cual parece indicar que el móvil de la penetración en la Meseta era el botín. Al concluir el asedio no cumplieron lo pactado. Aníbal volvió sobre sus pasos y dio la orden a sus tropas de saquear la ciudad, como harían después con tantas otras ciudades tomadas al asalto. Los varones libres abandonaron la ciudad, dejando sus armas, riquezas y esclavos, y se refugiaron en las montañas. Más tarde enviaron mensajeros en plan de súplica a Aníbal, quien los trató con respeto y les restituyó la ciudad. Esta forma de actuar con los vencidos fue practicada varias veces por Aníbal con ciudades y ejércitos. Tenía un precedente preclaro en la política militar de su padre Amílcar, que mató a los cabecillas de Istolacio e Indortes, que llevan nombres celtas, pero que luego incorporó a su ejército a tres mil de sus soldados y dejó en libertad a un número mucho mayor (Diodoro, XXV, 10).
Después se retiró con su ejército, yendo a pasar el invierno a Cartagena. Posteriormente atacó Sagunto bajo el pretexto de que la ciudad había luchado contra los turdetanos (Livio, XXI, 6.1), aliados de Cartago, y cuyos campos eran devastados por los saguntinos además de otras tropelías (Polibio, III, 15.7; Appiano, Iberia, 10). Los saguntinos cultivaban el territorio más fértil y que producía los más sabrosos frutos de toda Hispania (Polibio, III, 17). La táctica militar seguida por Aníbal durante los ocho meses que duró el asedio y toma de Sagunto, que él dirigió personalmente, es muy interesante para conocer a Aníbal como militar.
El historiador Tito Livio (XXI, 7-8; 11-12; 14-15) aporta datos muy concretos del asalto. La primera medida que tomó —y que repetiría luego en Italia— fue arrasar el territorio que circundaba Sagunto; en segundo lugar atacó la ciudad por tres puntos. En el ángulo de la muralla que daba a un terreno más llano y abierto colocó los manteletes para acercar los arietes a la ciudad. Aníbal contaba ya con la experiencia del asalto a ciudades fortificadas, como la Althea de los olcades, Arbucala o Helmantica. Dominaba el campo de uno de los arietes una torre gigantesca, de las varias que tenía la muralla. La juventud saguntina resistía con gran valor, subida a la muralla repeliendo el ataque, y caían sobre los destacamentos y fortificación de los cartagineses, ocasionando gran cantidad de muertos en ambos bandos. Aníbal fue herido, igual que Alejandro, que también recibió graves heridas en el asalto de Gaza (Arriano, Anabasis, 2.7) por mostrarse audaz, aguerrido y deseoso de estar en primera línea de combate, confiando en sus fuerzas, en su buena fortuna y en la protección de los dioses.
Durante la convalecencia del general cartaginés, el cerco quedó reducido a un simple bloqueo, aunque sin interrupción en los trabajos. A continuación se renovó la lucha con más intensidad. Después se instalaron las máquinas de asalto y comenzaron a actuar los arietes. El ejército atacante se calculaba en ciento cincuenta mil hombres, posiblemente en su totalidad reclutados en la Península Ibérica. Los arietes golpeaban los muros. Estas máquinas de asalto fueron inventadas por los asirios y utilizadas por los cartagineses en las guerras greco-púnicas de Sicilia de la segunda mitad del siglo V, y antes, al comienzo del Helenismo, por Alejandro Magno y por Demetrio Poliorcetes. Aníbal estaba muy al corriente de los últimos inventos en el asalto de ciudades amuralladas y demostró en su uso una gran pericia.
Aníbal, viendo a los soldados agotados por una lucha dura y sin tregua, decidió hacer una pausa de varios días. Les infundía ánimos y trataba de transmitirles su propia fuerza, unas veces incitando el odio a los enemigos, otras recordándoles la recompensa que les esperaba tras la victoria, y finalmente anunciando en la asamblea de toda la tropa que el botín sería repartido entre los soldados, promesa que incitó a éstos a reanudar el asalto sin descanso. Los saguntinos aprovecharon los días de tregua del ejército cartaginés para levantar una nueva muralla por la parte que había sido antes dañada o derribada. La lucha feroz comenzó con nuevos ataques, más duros aún que los anteriores. Los saguntinos no sabían a qué parte acudir a defender.
Aníbal animaba a los soldados por el lugar por donde avanzaba una torre móvil que superaba en altura al punto más alto de la ciudad. Los sitiadores, colocados en lo alto de la torre, respaldados por los disparos de las catapultas, barrieron a los defensores situados en lo alto de la muralla. Aníbal aprovechó este momento propicio para lanzar a cuatrocientos africanos a socavar con picos el pie de la muralla, es decir, empezó a minarla. Tito Livio puntualiza que el derrumbe era relativamente fácil al estar las piedras unidas con barro.
Efectivamente, cayó gran parte del lienzo previamente socavado, y por allí penetraron los asaltantes, que se apoderaron de un lugar elevado, donde situaron las ballestas y las catapultas, protegiéndolas con un muro, de modo que el ejército cartaginés levantó una ciudadela con armas en el corazón mismo de la ciudad tomada.
Por su parte los saguntinos construyeron dentro de la ciudad otro muro interior para concentrarse y protegerse en una parte que aún dominaban, un perímetro que cada día era más pequeño. Escaseaban los víveres, y las posibilidades de auxilio exterior, de todo tipo, se habían reducido al mínimo.
La marcha de Aníbal contra los oretanos y los carpetanos levantó algo los decaídos ánimos de los sitiados.
Los carpetanos y los oretanos se habían levantado consternados por la dureza de las levas. Apresaron a los reclutadores y amenazaron con tomar las armas.
La rapidez de la intervención de Aníbal, que era una de sus grandes virtudes como militar, así como captar el verdadero momento clave de cada situación, les obligó a deponer las armas durante los días de su ausencia.
Aníbal dejó en manos de Maharbal, hijo de Himilcón, la dirección de las operaciones de asalto. Éste continuó la lucha con la misma intensidad. Con los arietes se logró abrir un trecho de muralla por el que entraron los soldados del ejército cartaginés, llegando hasta la ciudadela, tomándola en parte. Dos hombres intentaron llegar a un acuerdo con Aníbal, pero el general no cedió e impuso duras condiciones para firmar la paz.
Se les obligaba a los saguntinos a entregar todos sus bienes a los turdetanos, a desprenderse de todo el oro y la plata, y a salir de la ciudad sólo con el vestido e ir a asentarse allí donde se les indicase. Los saguntinos no aceptaron estas proposiciones, y reuniendo todo el oro y toda la plata, lo arrojaron a una hoguera y la mayoría de ellos se echaron también a las llamas.
Algo parecido hicieron los habitantes de Astapa, ciudad de la Bética, fieles a los cartagineses, para no caer en manos de los romanos en el año 206 a. C. (Livio, XXVIII, 22).
En este momento se derrumbó una de las torres de la muralla, quedando una brecha abierta por la que Aníbal mandó que se pasase. La ciudad fue tomada al asalto. Aníbal dio la orden de pasar a cuchillo a todos los jóvenes en edad de combatir. El botín capturado fue enorme. Los prisioneros se repartieron entre los soldados, y fueron enviados a Cartago los vasos y los trajes preciosos. El general cartaginés siempre mantuvo excelentes relaciones con Cartago. Aníbal pasó el invierno con su ejército en Cartago Nova (219- 218 a. C.).
Los historiadores como Appiano (Iberia, 10) o Zonaras (8.12) hicieron breves descripciones del asalto de Sagunto, que en Hispania sólo tiene paralelo con el de Numancia llevado a cabo por Escipión (Appiano, Iberia, 90-93 y 95-97), o el de Calagurris, terminada la guerra sertoriana (Valerio Máximo, VII, 6). El cerco y toma de Sagunto fue una excelente palestra de ejercicio militar para el asalto de varias ciudades de Italia, de lo que se hablará más adelante.
Con la toma de Sagunto Aníbal tenía el camino abierto para atacar Roma. El ataque a Sagunto era un simple pretexto. Polibio (III, 28.4) debatió largamente en sus Historias la culpabilidad de la guerra. La historiografía moderna se inclina a creer que Aníbal estaba en su derecho de atacar Sagunto.
El naturalista latino Plinio (XXXIII, 96) transmite un dato interesante: el cuidado de Aníbal por tener bien asegurados los ingresos para el mantenimiento del ejército. Los numerosos pozos abiertos por Aníbal en las minas aún seguían activos en época Flavia y recibían el nombre de sus descubridores. Uno de ellos, denominado Baebelo, rentaba a Aníbal trescientas dracmas al día de plata. Diodoro de Sicilia (V, 35-38), en su detallada descripción de las explotaciones mineras en Hispania, recoge un dato importante: todas las minas explotadas por Roma lo habían sido antes por los cartagineses, es decir, por los Bárquidas, y antes por los iberos. La técnica de explotación, que requería ingenios de diferentes tipos, la introdujeron los cartagineses y la heredaron los romanos, pues cuando Roma se apoderó de estas minas antes de 206 a. C. no tenía ninguna experiencia en este tipo de trabajos, como tampoco en el de las pesquerías. Posidonio, que visitó Cádiz a mediados del siglo I a. C., dejó una detallada descripción de los métodos de explotación de las minas del sur hispano, cuyos procedimientos se remontan a la época de la conquista bárquida. Los cartagineses explotaron las minas y las pesquerías en régimen de monopolio, lo que les permitía reclutar mercenarios en número elevado y pagarles sin dificultad ni demora. Así pudieron mantener muchos años un numeroso ejército en Italia. Muy probablemente, los Bárquidas explotaron en régimen de monopolio los campos de esparto de las proximidades de Cartago Nova y de Ampurias, tan necesario para la construcción naval.
Antes de emprender la marcha a Italia con sus tropas, Aníbal tomó algunas medidas que perfilan bien su carácter como general: al llegar a Cartago Nova licenció a todos los mercenarios iberos para que partiesen a sus casas con el fin de tenerlos bien dispuestos y animosos para más adelante. Después dio instrucciones a su hermano Asdrúbal acerca de la manera de comportarse con los iberos. En tercer lugar, indica Polibio (III, 33.5-7) que procuró la seguridad de África imaginando un recurso ingenioso y prudente.
Hizo pasar tropas de África a Hispania, y de ésta a África. Pasaron al continente africano contingentes de mastienos, oretanos, iberos y Olcades en número de 1.200 jinetes y 13.850 infantes. La mayoría de esta tropa la acuarteló en Metagonia y a otros en la misma ciudad de Cartago. De las ciudades de los metagonios llevó a Cartago como rehenes y tropas auxiliares a 4.000 infantes. Dejó a Asdrúbal en Hispania cincuenta naves de cincuenta remeros, dos tétreras y cinco trieras bien equipadas. Aníbal ponía mucho cuidado en mantener vigilada la costa ibera de los posibles ataques de la flota romana y del suministro del ejército expedicionario desde Hispania. Aníbal era previsor y prudente, ataba todos los cabos sin dejarse llevar por la improvisación. Dejó a Asdrúbal 450 jinetes libiofenicios y africanos, 300 ilergetes, 1.800 númidas, masilios, masesilios, maccios y maurosios de la costa del océano, 11.000 infantes de África, 300 ligustinos, 500 baleáricos y 21 elefantes. Estos datos proporcionados por Polibio los obtuvo el historiador de la placa de bronce que mandó grabar Aníbal y colocó después en el templo de Juno Lacinia. Tito Livio (XXI, 21-22) confirma estas medidas. El historiador latino conserva un dato importante sobre el proceder y el carácter militar de Aníbal: licenció a tres mil infantes carpetanos que retrocedían asustados por tener que atravesar los Pirineos y los Alpes. Despidió en total a siete mil soldados acobardados por la empresa, bajo pretexto de que también había licenciado a los carpetanos. A Hannón le puso al frente de la región pirenaica para que mantuviera francos los pasos entre la Galia e Hispania. El paso de los Alpes ha sido bien descrito por Polibio (IV, 47-56), que utilizó la obra del historiador Sileno, el cual participó en dicha travesía. Es más digna de crédito que la narración de Livio (XXI, 31-38) que está más adornada de literatura.
Polibio (III, 35.1) conserva la cifra de soldados del ejército cartaginés que se dirigía a Italia: sumaban noventa mil infantes y doce mil jinetes. El paso del río Ebro no ofreció dificultad, como tampoco el Ródano, al haber estado los soldados entrenados en ese menester, con las experiencias previas del Tajo y del Ebro, si bien el Ródano planteaba mayores problemas por el rápido y voluminoso caudal de sus aguas.
Hacia el año 210-209 a. C., según testimonio de Polibio (X, 7.4) los cartagineses tenían tres ejércitos en la Península Ibérica: el mandado por el general Magón se encontraba en territorio de los conios, en el Algarve. El segundo, a las órdenes del hijo de Giscón, ocupaba la desembocadura del Tajo; y el de Asdrúbal sitiaba una ciudad de los carpetanos. La presencia de estos tres ejércitos cartagineses en la Península Ibérica indica bien la importancia estratégica que le concedió el genio militar de Aníbal. En Cartago se decidió enviar a Magón a Hispania para que reclutara veinte mil infantes y cuatro mil jinetes con el fin de reforzar el ejército púnico, que operaba en Italia y en Hispania.
Ésta era la principal cantera de reclutas todavía después de la pérdida de Cádiz en 206 a. C. Los cartagineses decidieron enviar a Magón con dinero para reclutar auxiliares hispanos que debían incorporarse al cuerpo de ejército que operaba en Italia. En su viaje llegó a las Islas Baleares, que no pudo ocupar (Livio, XXVIII, 37).
El proyecto —en principio descabellado— de invadir Italia planeado por Aníbal tenía varios precedentes en otros tiempos y lugares: el de Régulo, que llevó la guerra a África; el de Pirro, que trasladó la guerra a Italia; el de Alejandro Magno, que invadió con un pequeño ejército el inmenso Imperio Persa y llegó a la India. El rey persa invadió dos veces Grecia durante las dos primeras guerras médicas. El proyecto de Aníbal no era, pues, tan fantástico como a primera vista pudiera parecer.
El grueso del ejército cartaginés que invadió Italia estaba formado por mercenarios hispanos, cuya efectividad era bien conocida por Cartago, que los había alistado en las guerras greco-púnicas, en Sicilia, durante el siglo V a. C. Mercenarios hispanos cruzaron el Ródano en 218 a. C. utilizando odres (Livio, XXI, 27.5); también actuaron en la batalla de Tesino en el mismo año (Livio, XXI, 47.4). A los soldados lusitanos y celtíberos se dirige Aníbal después del paso del río Padus (el Po) prometiéndoles estipendios y recompensas extraordinarias. En la batalla de Trebia, 218 a. C., se menciona a los soldados iberos, celtas y libios (Pol., III, 73), aludiendo a la eficacia de los honderos baleáricos (Liv., XXI, 55.2, 5-6). En el invierno de 218-217 a. C. la caballería celtíbera y lusitana intervenía en los lugares más abruptos (Livio, XXI, 57.51). En la primavera de 217 a. C. en la acción que describe el paso de los pantanos del Arno, se recuerda a los iberos y a los libios como los guerreros más capacitados del ejército de Aníbal, contraponiéndolos en esta ocasión a los celtas, que posiblemente eran los celtíberos. En la batalla del lago Trasimeno, año 217 a. C., Aníbal colocó a los iberos y a los celtas en los puestos más difíciles para evitar que se rompiera la línea de batalla (Polibio, III, 83.1). Livio (XXII, 18.2) puntualiza que una cohorte de iberos hizo imposible la victoria de los romanos, pues “estaban acostumbrados a los montes y eran más aptos para correr saltando por entre las rocas y peñascos, a lo que les ayudaba la ligereza de sus armas, tanto como la velocidad de sus cuerpos, eludiendo así, con su manera de luchar, a un enemigo de pesado armamento”.
En la batalla de Cannas, 216 a. C., Aníbal colocó a los iberos y a los celtas de frente, y mandó que los libios rodearan al ejército romano. Con esta ocasión comenta Polibio (III, 113-117.6) que las espadas iberas eran de mayor utilidad que las de los celtas, pues servían para herir con el filo y con la punta, y las de los celtas sólo con el filo. Posiblemente se refiere a las espadas celtibéricas, a cuya fabricación se refiere Filón de Bizancio en la segunda mitad del siglo III a. C.
Las grandes cualidades que tenía Aníbal para el arte de la guerra quedan demostradas a lo largo de toda su vida, repleta de éxitos bélicos en España y en Italia.
Las grandes batallas ganadas en Italia demuestran que era un auténtico genio de la guerra. Maestro de la estrategia, gustaba de calcular bien los pros y los contras, sin que por ello le faltara improvisación e intuición. A ello se suman una astucia innata, rapidez y eficacia en las acciones, flexibilidad, tesón, espíritu aguerrido y de sacrificio, don de mando, carisma personal. Son éstos los rasgos que le retratan como a uno de los grandes militares de la Antigüedad y de todas las épocas. También fue un excelente diplomático. Estableció alianzas con las tribus iberas y con los pueblos de la región del Po, con el fin de separarlos de la tutela romana, estableciendo pactos con estos indígenas después de las batallas de Tesino y Trebia. Su forma de proceder con respecto a sus “aliados” itálicos de Roma (separando a los ciudadanos romanos prisioneros de los itálicos, liberando a éstos sin condiciones y obligando a pagar un rescate a los primeros) fue la política seguida después de la batalla del lago Trasimeno, presentando la guerra sólo como un asunto contra Roma, y después de Cannas liberando a los prisioneros itálicos, lo que motivó que muchas ciudades samnitas, apulias y lucanas se pasaran a los cartagineses abandonando la causa romana, incluso la misma ciudad de Capua, que era la gran ciudad de la Campania, la más poblada y rica, obtuvo una gran autonomía. Aníbal (Livio, XX, 20) pretendía con esta política construir una federación itálico púnica, horadando así los cimientos de la confederación romano-itálica. En el año 213 a. C. esta política obtuvo su mayor éxito al atraer al bando de Cartago a Tarento, la ciudad griega más importante de Italia, y también a Siracusa.
Un aspecto importante de la política económica de Aníbal es la monetal. Del año 218 a 206 a. C. se calcula la utilización de 207 cuños de shelkels, lo que por año daría 16 cuños/shelkels o 26 cuños/denario. A esta cifra hay que añadir las emisiones locales de Ebusus, en 17,5 cuños/denario, y de Gadir, con un volumen de 16 cuños/denario, cifras que son superiores a las emitidas por Roma. El bronce se acuñó a partir del año 220 a. C. hasta 218 a. C. en grandes cantidades.
El estilo de la moneda evolucionó y se perdió la gran belleza de las primeras emisiones, para asemejarse a las acuñadas en Cartago. Los hallazgos de estas monedas son numerosos en España. Las monedas púnicas en circulación fueron emitidas por Cartago en distintas cecas foráneas, como hispano-cartaginesas, en ciudades, principalmente Gadir y Ebusus. A partir del año 218 a. C. es probable que Aníbal llevase a Italia una ceca ambulante para abastecer al ejército de monedas.
Fracasó Aníbal al no poder romper en mayor medida la unión de Roma con algunos pueblos itálicos, como los etruscos o los latinos, y en no poder concluir con éxito el asalto de Roma, debido a que carecía de un número suficiente de tropas para tal empresa. En el templo de Juno Lacinia, en Crotona, mandó colocar Aníbal una inscripción redactada en griego y en púnico en la que se registraron todas las hazañas conseguidas hasta ese momento. De ese documento se deduce que Aníbal nunca mandó un ejército superior a los cincuenta mil hombres. Con esos efectivos, y después de la experiencia de la toma de Sagunto, resultaba imposible concluir con éxito el asedio de Roma. Tampoco pudo Aníbal proporcionar a los soldados los suministros y los incentivos que les había prometido, ni siquiera el sueldo podía ser pagado a los soldados con regularidad, como sucediera en Hispania.
Por otra parte, la flota romana se mostró muy superior a la cartaginesa en el combate naval.
A finales del año 219 a. C. Aníbal, que era un hombre profundamente religioso, visitó el famoso Heracleion gaditano para ofrecer sacrificios en honor de Melqart (Livio, XXI, 23.11), y a cambio obtener del dios de Tiro protección para la empresa que tenía in mente en ese momento: la invasión de Italia.
Aníbal era un hombre supersticioso. Tito Livio (XXI, 22) cuenta que tuvo un sueño antes de marchar para Italia. Se le apareció un joven de apariencia divina, que decía ser un enviado de Júpiter, para guiarle a Italia. Le comunicó que le siguiera sin apartar los ojos, lo que en principio hizo. Después vio detrás de sí una serpiente que se arrastraba con un tremendo estrépito de arbustos que iba arrancando al reptar.
A esta visión siguió una gran tempestad. Aníbal preguntó entonces qué significaba aquel monstruo, aquel presagio. Se le indicó que indicaba la devastación de Italia, que continuase sin preguntar, y que dejase que la suerte permaneciera oculta.
Era devoto del panteón cartaginés como indica el hecho de que en el tratado firmado con Filipo V de Macedonia se mencionaran en primer lugar todos los dioses de Cartago. Cuyo texto recoge Polibio (VII, 9): “Juramento de Aníbal, general, de Magón, de Mircano, de Barmócar y de todos los miembros del consejo de Cartago presentes, de todos los soldados cartagineses, prestado ante Jenófanes, hijo de Cleómaco, ateniense, enviado a nosotros como embajador por el rey Filipo, hijo de Demetrio, en nombre suyo, de los macedonios y de los aliados de éstos, juramento prestado en presencia de Zeus, de Hera y de Apolo, en presencia del dios de los cartagineses, de Heracles y de Yolao, en presencia de Ares, de Tritón y de Poseidón, en presencia de los dioses de los que han salido en campaña, del sol, de la luna, y de la tierra, en presencia de los ríos, de los prados y de las fuentes, en presencia de todos los dioses dueños de Cartago, en presencia de los dioses dueños de Macedonia y de toda Grecia, en presencia de todos los dioses que gobiernan la guerra y de los que ahora sancionan este juramento.” (Traducción de M. Balash).
Este texto es muy importante, pues revela la concepción ideológico-religiosa de la empresa de Aníbal: dioses y hombres contraen una alianza, se asocian y apoyan mutuamente para vencer a Roma. Este documento recoge muchos de los dioses cartagineses con su equivalente en lengua griega: Zeus sería el equivalente de Baal Shamin. Los dioses de este texto se agrupan en triadas, según una costumbre de la teología fenicia. Hera representaría probablemente a Tanit, y Apolo a Reshep. En la segunda triada se menciona al genio, daimon de los cartagineses, o sea, Gad. Heracles es Melqart e Iolaos un dios sanador. La tercera triada está compuesta por Ares, Tritón y Poseidón. Ares equivaldría a Hadad; Yam podría ser Tritón. Esta triada es el verdadero panteón de la familia de Aníbal.
En el año 214 a. C. en las proximidades del lago Averno se celebró una fiesta sagrada, escenificada, en la que Aníbal puso bajo la protección divina el éxito de sus campañas.
En el año 215 a. C. se unió con Filipo V de Macedonia, pero no tuvo ninguna repercusión práctica.
Las operaciones en la Península Ibérica, Cerdeña, Sicilia y Siracusa fracasaron. En 211 a. C. los romanos conquistaron Capua. Con la conquista de esta importante ciudad cambió toda la guerra. A partir de este momento, Aníbal se mantuvo a la defensiva. Se vio obligado a abandonar sus posiciones en Campania, Apulia y Lucania. Se retiró al Buttio. Al mismo tiempo, en 212 a. C., empezó en Cartago la oposición al plan de Aníbal en Italia. Todavía en el año 208 a. C. los iberos figuran como las mejores tropas de Aníbal, al igual que en la batalla de Metauro.
Cuando fracasó en el año 207 a. C. la ayuda de su hermano, Asdrúbal, la situación de Aníbal en Italia no tenía futuro. Ese mismo año, en la batalla de Metauro, Aníbal utilizó mercenarios iberos. En el año 204 a. C. desembarcó en África Publio Cornelio Escipión.
Cartago en el año 203 a. C. llamó a Aníbal.
En el año 202 a. C. Aníbal fue derrotado en Zama, donde luchó valientemente la caballería celtíbera.
A partir de este momento, la actividad de Aníbal se desarrolló en Cartago y en Oriente. Las condiciones del tratado de paz entre Roma y Cartago fueron duras, pero no liquidaban a Cartago ni exigían la entrega de Aníbal. En los cinco años siguientes se retiró a sus posesiones de Bizacena y se dedicó a la agricultura.
En el año 197 a. C. fue elegido por un año jefe del Gobierno. La primera medida que tomó fue hacer desaparecer las huellas que quedaban de la antigua constitución aristocrática. En el año 195 a. C. el senado envió una embajada a Cartago para arbitrar un problema de fronteras entre ésta y el rey Massinissa.
Aníbal temió por su persona y huyó a Tiro, donde fue bien recibido. De aquí pasó a Éfeso. Antíoco III, rey seléucida, le recibió con los brazos abiertos y le encargó de reorganizar el ejército. En los planes de Antíoco III no entraba la lucha contra Roma. Aníbal pretendía que el rey seléucida le entregara cien navíos, diez mil infantes y mil jinetes, marchar a Cartago y continuar la guerra. Pensaba apoderarse de la Galia Cisalpina y levantar a los etruscos. Este grandioso y fantástico proyecto es expuesto por el historiador Tito Livio (XXXIV, 60). Los planes de Antíoco III no iban más allá de Grecia. En este plan el papel de Aníbal era ínfimo. En el año 192 a. C. Aníbal condujo una pequeña expedición a la costa tesalia.
Ante los nuevos sucesos el proyecto de Aníbal varió. Debía desembarcar en la Magna Grecia y en Apulia.
Como resultado de los encuentros entre la flota seléucida, en la que participó Aníbal, y la romana, del año 191 a. C., el Egeo quedó en manos de los romanos.
Aníbal partió a Creta, donde permaneció por mucho tiempo, y pensó pasar a Cartago, pero marchó a Fenicia. Los acontecimientos que siguen son muy oscuros. No participó en la campaña de Asia Menor.
En las conversaciones entre Roma y Antíoco III, que siguieron a la paz de Apamea, los romanos exigieron la entrega de algunos personajes, entre los que se encontraba Aníbal, que se refugió en el reino de Armenia, donde gobernaba Artaxias. Aníbal se encargó de urbanizar la capital. Después ofreció sus servicios al rey de Bitinia, Prusias. Fundó una ciudad, Bursa. Alcanzó su última victoria en el mar de Mármara sobre la flota de Pérgamo, en lucha con el rey de Bitinia.
Roma obligó a Bitinia y a Pérgamo a firmar la paz y a entregar a Aníbal, que se envenenó. La fecha de su muerte es dudosa: 183, 182 o 181 a. C. Esta última es la más probable.
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Viriato. Lusitania meridional, 190-170 a. C. – Valle del Tajo, 139 a. C. Caudillo lusitano y estratega militar (héroe del enfrentamiento con Roma en las Guerras Lusitanas de 147 a 139 a. C.).
Viriato es sin lugar a dudas uno de los personajes más emblemáticos de la lucha hispana contra la conquista romana. Dos son los primeros problemas que inicialmente nos plantea este personaje: el de su nombre y el de su lugar de nacimiento. En cuanto al nombre pudiera tener su origen en una información que transmiten Diodoro Sículo y Estrabón referente a la costumbre de las poblaciones indígenas a adornarse con brazaletes de oro y plata; el nombre procedería, en consecuencia, del vocablo ibérico viria, emparentado con el celta viriola, que se puede traducir por pulsera o brazalete. El nombre Viriato significaría, por tanto, “el portador de brazaletes”. No se sabe si este apelativo se lo dieron sus propios compañeros o los romanos, pero recuérdese que entre estos últimos era habitual que el cognomen procediera de una característica física, de una virtud o de una hazaña o costumbre; Calígula, por ejemplo, recibió este nombre por el tipo de calzado que le gustaba usar de pequeño. En cuanto a su lugar de nacimiento, se produjo un arduo debate, que arranca de la época de publicación de los trabajos de A Schulten en los años 20, quien proponía el Monte Herminius (Sierra de la Estrella), sin tener ningún testimonio que justificara esta afirmación; antes, a principio del siglo xx una parte de la investigación nacional sostuvo el origen español del héroe: turolense o valenciano. Todas estas teorías fueron desechadas, y en la actualidad no se duda de su origen lusitano, y más probablemente de la zona sur de Lusitania, tal vez de la ciudad de Arsa, con la que estuvo muy relacionado. Tanto Posidonio como Diodoro Sículo o Dion Casio señalan que el linaje de Viriato es oscuro y desconocido, no se conoce el nombre de su padre, ni se posee ningún dato sobre su familia y muy escasas referencias anteriores a convertirse en el cabecilla de una rebelión generalizada contra Roma. Por los pocos datos que nos transmiten Diodoro, Apiano y Dion Casio se puede conjeturar que debió de pasar su juventud en las montañas ganándose la vida como pastor, lo que le proporcionó un gran conocimiento de la geografía montañosa de Lusitania y de todos sus refugios y escondites, algo que le sería de gran provecho en los años posteriores.
No se sabe en qué momento cambió de vida y se integró en alguna de las bandas que desde las montañas de Lusitania descendían a las ricas llanuras de la Bética deseosos de rapiña, en busca de los recursos de los que ellos carecían. En esta época de su vida podría situarse la boda de Viriato con la hija del rico propietario Astolpas, probablemente cuando había alcanzado cierto prestigio como bandolero o incluso en los albores del enfrentamiento con Roma cuando destacaba ya como uno de los cabecillas de la revuelta lusitana. Diodoro Sículo es el único autor antiguo, tal vez tomados de Posidonio, que nos proporciona algunos datos referentes a la boda. Dice Diodoro que durante la boda se exhibieron gran cantidad de vasos de oro y plata y toda clase de tejidos preciosos, pero que él los observaba con indiferencia e incluso con desprecio sabedor de que era el poder de su lanza el que le proporcionaba todos estos bienes; continúa diciendo que no se bañó como era habitual en tales acontecimientos y que a pesar de que se le rogó intensamente, no ocupó su lugar en la mesa y que de las numerosos viandas que allí había tan sólo tomó pan y carne que repartió entre los que le habían acompañado; después pidió que fueran a buscar a la novia, realizó el imprescindible sacrificio, y acto seguido montó a la novia en su caballo y partió con ella hacia un lugar que sólo él conocía, no sin antes preguntar a su suegro por qué motivo había decidido abandonar la cómoda protección de los romanos para aliarse a su modo de vida mucho más duro que el de aquéllos.
No se sabe con seguridad cuál es el momento exacto en el que Viriato se convirtió en el caudillo lusitano que se conoce y cuya actividad le dio la fama universal. Los romanos una vez más iban a tener que enfrentarse a un tipo de guerra que no les era habitual y que era la empleada generalmente por los pueblos peninsulares, celtíberos y lusitanos fundamentalmente. Era una guerra irregular y carente de organización que los romanos denominaban bellum latrocinium (guerra de bandidos). Viriato añade una novedad a este tipo de guerra, que bajo su mando abandona el carácter únicamente defensivo que tenía y se convierte en una guerra ofensiva, cuya finalidad fundamental es destruir al ejército enemigo poco a poco, mediante pequeños ataques que impiden al enemigo desplegar un combate regular y cuando lograban organizarse los atacantes ya se habían retirado. La finalidad no era ocupar el territorio dado que ello les obligaría a permanecer en él para defenderlo, sino esquilmarlo con lo que los mismos romanos no podían permanecer mucho tiempo en él pues no podían obtener los imprescindibles recursos para mantener al ejército; si querían quedarse tenían que traer los recursos de fuera, y en muchas ocasiones el ataque de Viriato iba dirigido contra estas caravanas de recursos, con lo que las legiones se debilitaban cada vez más. Esta táctica de combate era obligada, pues el ejército reunido por Viriato, integrado por lusitanos celtíberos e iberos de diferentes tribus, era muy inferior en número y en armamento que se componía de un pequeño escudo redondo, una espada en cuya vaina iba un cuchillo y una lanza de hierro; la cabeza la llevaban cubierta con casco adornado con crines y coraza. Solamente en raras ocasiones el casco y la coraza eran metálicos.
Una actitud que sorprendió a los propios romanos, y que siempre alabaron, fue la actitud que adoptó Viriato frente a la distribución del botín que conseguía después de los combates, señalando todos los autores clásicos, cuando hacen referencia a este hecho, que era extremadamente justo y equitativo en el reparto.
La Guerra de Viriato fue uno de los episodios centrales del enfrentamiento entre Roma y las tribus celtíberas y lusitanas de mediados del siglo II a. C. Sus prolegómenos tienen un sangriento precedente: los deseos de rápido enriquecimiento de los pretores que llegaban a Hispania. Los dirigentes romanos aprovechaban la mínima ocasión para desencadenar duras represalias. Éste fue el caso de Ser. Sulpicio Galba, gobernador de la Ulterior en 151 a. C., decidió castigar las incursiones periódicas que los lusitanos hacían en el sur, pero su inexperiencia le llevó al desastre y tras refugiarse en Carmona solicitó la ayuda de Lúculo. Sin embargo, Galba estaba deseoso de venganza por la humillación recibida y tendió una trampa a los lusitanos. Les ofreció ricas tierras cultivables a cambio de que abandonaran sus refugios en la montaña; una vez que estuvieron todos reunidos y sin previo aviso les masacró. Solamente lograron escapar con vida unos pocos de los allí reunidos; probablemente entre ellos estaba Viriato.
En el año 147 a. C., los lusitanos ya se habían recuperado y de nuevo comenzaron a hacer incursiones en la Turdetania con pequeñas bandas, que lograron ser cercadas por C. Vetilio. Cuando el romano les ofreció una salida airosa de la situación en que estaban prometiéndoles tierras de cultivo si entregaban las armas; cuando ya estaban decididos a aceptar, Viriato levantó la voz y les recordó lo sucedido unos años antes con Lúculo y sobre todo con Galba, quien les hizo la misma promesa. La fuerte determinación mostrada por Viriato en esta reunión hizo que el resto de los cabecillas le eligieran como jefe y se puso al frente de las bandas de lusitanos. Antes de nada, lo primero era burlar el cerco al que estaban sometidos. Viriato, al mando de un millar de jinetes atacó a los romanos, y el resto del ejército, divididos en pequeños grupos, escaparon en todas las direcciones atacando a su vez; esta táctica provocó la desorientación y el desorden en las legiones, el frente se rompió, y Vitilio se vio incapacitado para perseguir a tantos pequeños grupos. Se centró en la caballería de Viriato, pero éste en ningún momento le planteó batalla abierta, hasta que pasados varios días, protegido por la noche, logró huir y alcanzar la ciudad de Tribola, donde poco a poco iban llegando el resto de los huidos. A partir de ese momento, Viriato comenzó a poner en práctica la táctica de combate que se ha mencionado más arriba con extraordinarios resultados. En uno de estos breves enfrentamientos logró sorprender al pretor Vetilio, que fue hecho prisionero y muerto poco después. Lo mismo le sucedió en dos ocasiones al pretor C. Plautio Hipseo en 146 a. C., la primera cerca de Carteia le proporcionó a Viriato un considerable botín y atravesando el río Tajo se asentó en el Mons Veneris, identificado por Schulten como la Sierra de San Vicente, lugar que convirtió en su centro de operaciones; hasta allí le persiguió Plautio que fue nuevamente derrotado, esta vez al norte de Talavera. Viriato logró crear un estado de inseguridad en toda la Ulterior: ocupó Segóbriga, realizó una expedición al territorio de los vacceos, en el año 146 a. C., derrotó al pretor de la Citerior, Claudio Unimano, apoderándose de sus estandartes, algo que para los romanos era más grave que la misma derrota. En el año 145 a. C., le tocó el turno a C. Nigidio, con lo que se puede decir que Viriato dominaba casi toda la Hispania Ulterior y todo el sur de la Citerior. Las cosas eran tan graves que Roma se vio obligada a enviar al cónsul, Q. Fabio Máximo Emiliano en 145 a. C.; su mandato era limitado, pero con el apoyo que le prestaba desde Roma su hermano carnal, Escipión Emiliano (ambos eran hijos de Emilio Paulo, dados en adopción), logró permanecer en el cargo también en el año 144 a. C. Durante el primer año sus acciones fueron muy prudentes, desconocía el terreno por el que se movía y solamente de oídas al ejército al que se enfrentaba, por lo que permaneció en Urso (Osuna) preparándose él y su ejército y aceptando solamente el combate en pequeñas e infructuosas escaramuzas. Al año siguiente, prorrogado su mandato como procónsul, se enfrentó más directamente a Viriato, logrando pequeños éxitos, que demostraron que Viriato no era invencible, y le obligaron a abandonar el valle del Betis y retirarse hasta Bailén. La salida de la Península de Fabio Máximo Emiliano supuso un retroceso para las aspiraciones romanas; a las derrotas se suma la generalización del conflicto, al que se suman los celtíberos, instigados por Viriato. Sin embargo, para éste las cosas comenzaban a cambiar, como demuestra el hecho de que en 141-140 a. C., a pesar de tener atrapado al procónsul Q. Fabio Masimo Serviliano, firmó un acuerdo de paz, que fue ratificado por el Senado, y que permitía al romano salir indemne de la situación, algo que es de difícil comprensión, y que ha sido interpretado como su deseo de ser nombrado rey de toda la Lusitania, algo que sólo podía lograr con el consentimiento de Roma. Al año siguiente Servilio Cepión sucedió a Serviliano y reemprendió las hostilidades, obligando al lusitano a retirarse hacia la Carpetania y luego hacia los montañas de Lusitania.
A partir de entonces Viriato únicamente pudo realizar una guerra defensiva. Cepión a pesar de haberse adentrado en la Lusitania, cuyos habitantes estaban cansados ya de la guerra, se topó con una resistencia desesperada y optó por entablar conversaciones con Viriato. Estas negociaciones se iniciaron en el año 139 a. C., y los representantes de Viriato fueron tres de sus hombres de confianza, Audaz, Ditalcon y Minuro.
Durante las conversaciones Cepión logró sobornar a los tres, y cuando regresaron al campamento le dieron muerte en su tienda mientras dormía. Los historiadores clásicos nos dicen que estos hechos causaron gran escándalo en Roma, no se pagó la recompensa prometida a los asesinos y el Senado le negó a Cepión la posibilidad de celebrar el triunfo, argumentando que no había ganado la victoria, sino que la había comprado. Los funerales de Viriato fueron extraordinarios, a ellos acudió casi todo el ejército; el cadáver de Viriato, riquísimamente ataviado fue quemado en una gran pira, se inmolaron en ella una gran cantidad de ofrendas, y mientras esto sucedía, Caballería e Infantería daba vueltas alrededor de la pira funeraria entonando cantos hasta que se extinguió el fuego, tras lo cual, sobre el mismo túmulo realizaron combates singulares en los que intervinieron más de doscientas parejas. Una vez concluidos los funerales el ejército se dispersó. La desaparición del caudillo lusitano supuso el final de la guerra y abría a los romanos la posibilidad de expansión hacia el noroeste.
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