A veces olvidamos algo esencial: la Tierra no es nuestra propiedad, es nuestro hogar prestado.
Sin embargo, actuamos como dueños malcriados: talamos, ensuciamos, desperdiciamos, explotamos...
Nos creemos los protagonistas del planeta, pero somos apenas una nota breve en su larga sinfonía.
Esta imagen lo dice sin rodeos: si la Tierra tuviera voz y manos, quizá ya nos habría reprendido por tanto abuso. Porque cada botella tirada, cada árbol cortado, cada río contaminado, es una falta de educación hacia quien nos da la vida.
El planeta no necesita nuestras disculpas, necesita nuestro cambio de actitud. Ser agradecido no es decir “gracias, naturaleza”, es dejar de herirla. Cuidar el suelo, sembrar un árbol, reducir la basura, respetar lo vivo… esas son las verdaderas formas de comportarse como invitados conscientes.
Recordémoslo: no somos los dueños del mundo, somos apenas los inquilinos del milagro.
Y el alquiler que debemos pagar se llama respeto. 

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