El Hallazgo del Sepulcro: un verdadero hallazgo
Con la cristianización del Imperio y los trastornos causados por las sucesivas invasiones bárbaras, la única ruta superviviente habría sido, precisamente, la que seguía la Vía Láctea ―el Arco Iris del dios celta Lug, patrón de Lugo―, gracias a la escasa romanización y la pervivencia de cultos animistas y paganos, especialmente en las zonas rurales: el cristianismo fructificó en las ciudades básicamente, de ahí que pagano signifique "habitante de un pago", es decir, de un distrito rural, pueblo o aldea.
De hecho, durante los siglos V y VI se produjo en Galicia una rápida alternancia de religiones "oficiales", a causa de las veleidades de los suevos, que pasaron del paganismo al catolicismo, de éste al arrianismo, para volver al catolicismo, de nuevo al arrianismo y, por fin, declararse católicos "por decreto" tras ser derrotados por los visigodos.
Y tanto vaivén cristiano no impide que san Martín de Dumio escriba su Correctio rusticorum (en el año 560), en el que se reconoce que la población «invoca a dioses gentiles, acude a fuentes sagradas, mantiene el rito romano de las calendas, los oráculos, el culto druídico de piedras y árboles... »

Fue el Beato de Liébana quien, por carecer de fuentes más fiables, por propio convencimiento o por interés político-patriótico en sacarse de la amplia manga del hábito un salvador divino, acepta la predicación jacobea, y la amplifica años después con el Himno de Mauregato, en el que nombra al Apóstol, Patrón de España. De esta forma se prepara el camino para que el casual hallazgo del sepulcro paleocristiano de Galicia ―sobre aquel culto solar venerado en tiempos anteriores― acabe por identificar los restos con los del Zebedeo.

Una vez puesto manos a la obra, la primera actividad de Santiago no se haría esperar: el año 845, en la batalla de Clavijo, junto al rey Ramiro I, de Asturias y León, se vio al apóstol montado sobre un caballo blanco luchando junto a las huestes cristianas. Después de esa batalla se acuñaron los gritos de guerra: "Santiago Matamoros", "Santiago y cierra España" y "Santiago y a ellos".
(Beato de Saint-Sever: Soldados de Cristo luchando contra la Bestia)
Tradicionalmente se considera que Santiago debuta como guerrero en la batalla de Clavijo, pero no existe de ella una constancia documental fiable. Según esta versión, en esas tierras riojanas habrían chocado el emir Abd-al-Rahmán II y el rey Ramiro I de Asturias, en lucha por el control de esa zona y el cobro del mítico "tributo de las cien doncellas", que le habría sido impuesto al rey Mauregato unos setenta años antes.
Es probable que esta tradición sea una mezcla de los relatos de las batallas de Albelda (h. 859) y Simancas (939). En Albelda, junto al actual Clavijo, tuvieron lugar dos batallas a mediados del s. IX, interesando más la que entablaron en el verano del 859 el rey Ordoño I de Asturias y Musa, gobernador de Tarazona, en la que la victoria cristiana permitió la ocupación de Albelda.
Por otro lado, el Cronicón Iriense documenta la invocación a la ayuda jacobea por Ramiro II en la batalla de Simancas (939), con la consiguiente victoria cristiana, recogida posteriormente por Berceo en su Vida de San Millán, pues el Apóstol y el monje riojano habrían combatido codo con codo como jinetes celestiales.
Dos siglos más tarde vendrían santo Domingo de la Calzada, patrón de las obras públicas, y su discípulo san Juan de Ortega (derecha, su monasterio), protector de la arquitectura, a civilizar la ruta jacobea, acondicionando los tramos más abandonados de la antigua ruta, sobre todo en el cruce de los ríos, y levantando ―amparados por los soldados de Doña Urraca y Alfonso VII― muros protectores tras los que resguardar de los rateros y salteadores a los pacientes y predispuestos viandantes que, sabiendo lo que les aguardaba, habían hecho testamento antes de salir, no obstante viajar con la mayor protección de que podían rodearse.
Tradicionalmente se considera que Santiago debuta como guerrero en la batalla de Clavijo, pero no existe de ella una constancia documental fiable. Según esta versión, en esas tierras riojanas habrían chocado el emir Abd-al-Rahmán II y el rey Ramiro I de Asturias, en lucha por el control de esa zona y el cobro del mítico "tributo de las cien doncellas", que le habría sido impuesto al rey Mauregato unos setenta años antes.
Es probable que esta tradición sea una mezcla de los relatos de las batallas de Albelda (h. 859) y Simancas (939). En Albelda, junto al actual Clavijo, tuvieron lugar dos batallas a mediados del s. IX, interesando más la que entablaron en el verano del 859 el rey Ordoño I de Asturias y Musa, gobernador de Tarazona, en la que la victoria cristiana permitió la ocupación de Albelda.
Por otro lado, el Cronicón Iriense documenta la invocación a la ayuda jacobea por Ramiro II en la batalla de Simancas (939), con la consiguiente victoria cristiana, recogida posteriormente por Berceo en su Vida de San Millán, pues el Apóstol y el monje riojano habrían combatido codo con codo como jinetes celestiales.
Dos siglos más tarde vendrían santo Domingo de la Calzada, patrón de las obras públicas, y su discípulo san Juan de Ortega (derecha, su monasterio), protector de la arquitectura, a civilizar la ruta jacobea, acondicionando los tramos más abandonados de la antigua ruta, sobre todo en el cruce de los ríos, y levantando ―amparados por los soldados de Doña Urraca y Alfonso VII― muros protectores tras los que resguardar de los rateros y salteadores a los pacientes y predispuestos viandantes que, sabiendo lo que les aguardaba, habían hecho testamento antes de salir, no obstante viajar con la mayor protección de que podían rodearse.
De la absoluta credulidad popular ―para nosotros hoy comparable a la también sincera fe pagana en Júpiter y Venus― es un ejemplo el mismo Juan de Ortega, quien en un viaje a Roma y Palestina se trajo una estimable colección de reliquias: restos necrológicos de San Esteban, San Donato, San Nicolás, San Ambrosio, Santa Bárbara y Santiago ―algo se le debió caer por el camino al volador santo―, así como la lengua de uno de los Santos Inocentes, un Lignun Crucis, y uno de los cráneos de las "Once mil Vírgenes".
A este adorable conjunto se le sumaría un par de espinas de la corona de Jesucristo aportadas por el papa Adriano IV... a cambio del crucifijo de marfil que Alfonso VII le había regalado al ―el sí― inocente santo.
A este adorable conjunto se le sumaría un par de espinas de la corona de Jesucristo aportadas por el papa Adriano IV... a cambio del crucifijo de marfil que Alfonso VII le había regalado al ―el sí― inocente santo.
(Sepulcro de san Juan de Ortega)
Algunos heterodoxos han defendido que quien en realidad ocupa el sepulcro de la catedral de Santiago es el cuerpo de Prisciliano, obispo místico y hereje del siglo IV, ajusticiado en Tréveris, la ciudad natal de Karl Marx. Pero esta hipótesis adolece de la misma falta de rigor que la doctrina oficial.

También ocurre que, como en todas partes cuecen habas, cuando se quiso reivindicar y prestigiar la figura de Carlomagno (a la derecha, se le supone), nuestros vecinos franceses se inventaron su participación en el descubrimiento de la tumba y posterior "construcción" del Camino, provocando un error en la datación de la invención, que debió referirse a antes del 814, fecha de la muerte del emperador, cuando parece seguro que debió ser algunos años posterior. En cualquier caso, durante el siglo X comienza a desarrollarse una intensa peregrinación, de la que paulatinamente se encuentran más datos, que contribuiría a aumentar el poder de los obispos compostelanos, hasta el punto de provocar la excomunión papal del obispo Cresconio (1049) por los continuos choques con Roma.
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