martes, 30 de septiembre de 2025

Tal día como hoy pero en 1868 la reina Isabel II, que se encontraba veraneando en San Sebastián

 Tal día como hoy pero en 1868 la reina Isabel II, que se encontraba veraneando en San Sebastián, cruzó en tren la frontera con Francia para exiliarse. La Revolución de 1868, “La Gloriosa” terminó con su reinado y dio inicio al Sexenio Revolucionario.


La acompañaron sus hijas y el príncipe de Asturias, Alfonso, que estaba a punto de cumplir los once años de edad. También su marido, Francisco de Asís de Borbón, con el que hacía muchos años que no convivía y que a los pocos meses se separaron definitivamente. La ex reina y sus hijos establecieron su residencia en París en el «hermoso» Palacio Basilewsky, que Isabel II compró con el dinero que había depositado durante su reinado en la Casa Rothschild de París y con un préstamo de la misma entidad por el valor de las joyas que se había llevado consigo.
Entre los partidarios de los Borbones, tanto dentro como fuera de España, se fue extendiendo la idea de que la restauración de la dinastía solo sería posible si Isabel II abdicaba en el príncipe de Asturias. Isabel II tardó un año en decidirse pero el 20 de junio de 1870 abdicó la Corona en su hijo Alfonso.
Mientras tanto, España iba de desastre en desastre. Tras el fracaso de la monarquía constitucional del italiano Amadeo I de Saboya, en plena rebelión cantonal tras la proclamación de la República Federal y solo un mes después de que el pretendiente Carlos VII hubiera vuelto a España dando con ello un gran impulso a la tercera guerra carlista― Isabel II, a pesar de la antipatía que le tenía, dio su pleno apoyo a Antonio Cánovas del Castillo, que se había convertido en el principal portavoz del «alfonsismo», y le encargó dirigir la causa de la restauración de la dinástica borbónica.
Tras el triunfo del pronunciamiento de Sagunto de diciembre de 1874 que proclamó al príncipe Alfonso como rey de España, Cánovas le escribió a Alfonso XII que volviese a España solo, en referencia a que no le acompañara su madre. En una carta posterior, Cánovas le explicó a la antigua soberana, con una dureza que Isabel II no había escuchado probablemente de nadie», por qué debía seguir en París:
«V. M. no es una persona, es un reinado, es una época histórica, y lo que el país necesita es otro reinado y otra época diferente de las anteriores».
No solo Cánovas, también su propio hijo la conminó a que no viajara a España. A Isabel II no se le permitió volver a España hasta julio de 1876, un mes después de la aprobación de la Constitución, y no se la autorizó a que fijara su residencia definitiva en el país y tampoco a que viviera en Madrid. Cuando regresó brevemente a España, lo hizo sintiéndose, como ella mismo dijo, una especie de vagabunda: residió algún tiempo en Sevilla, pasó temporadas en los balnearios del norte o en los palacios reales de los alrededores de Madrid. Con el tiempo, se fueron tolerando sus estancias en la capital, pero siempre se procuró que sus visitas fuesen lo más cortas y discretas posible.
Su mayor humillación fue que no se la informara de la decisión de su hijo de casarse con su sobrina, María de las Mercedes de Orleans, hija del Antonio de Orleans, duque de Montpensier, y de su hermana, María Luisa Fernanda de Borbón. De hecho, intentó hacer pública su oposición al enlace, pero Cánovas se lo impidió. No asistió a la boda y regresó a París. Allí vivió hasta su muerte en 1904, aunque regresó a España en varias ocasiones (una de ellas para asistir al entierro de su hijo Alfonso XII en noviembre de 1885). Fue enterrada en el Monasterio de El Escorial frente a los restos de su esposo, que había fallecido dos años antes.
Isabel II reinó durante un período de transición en España en el que la monarquía cedió más poder político al parlamento, pero puso continuas trabas a la participación de los ciudadanos en asuntos de gobierno. En el terreno de la lucha por las libertades democráticas su reinado fue un fracaso; también se falsearon las instituciones y se propagó la corrupción electoral. Ningún partido que hubiera organizado unas elecciones las perdió en ese periodo. Si hubo cambios fue por la interferencia de una casta militar que cambiaba gobiernos a base de pronunciamientos o golpes de estado de uno u otro signo. El reinado de Isabel II se podría catalogar como uno de los más corruptos en la historia de España.
Durante el reinado de Isabel II, España se modernizó notablemente gracias al tendido de muchas líneas de ferrocarril, siendo la primera en la península la que conectaba Mataró con Barcelona. La creación de la red ferroviaria sirvió a muchos personajes de la clase dominante para enriquecerse, como la madre de la propia reina, María Cristina, o el marqués de Salamanca. La fiebre especuladora tenía poco que ver con la realidad del país. Además, la difícil orografía española obligó a adoptar un ancho de vía distinto al europeo y se llevaron a cabo también importantes obras hidráulicas como el Canal de Isabel II.
Fácilmente manipulada por sus ministros y por la camarilla religiosa de la corte (compuesta principalmente por el padre Claret, su confesor, el padre Fulgencio, confesor de su marido, y sor Patrocinio), la llamada “corte de los milagros”, la reina interfería con frecuencia en la política de la nación (en una ocasión llegó a postularse como presidenta del gobierno), lo que la hizo impopular entre los políticos y acabó por causar su final al dar paso a la Revolución de 1868.

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