lunes, 3 de noviembre de 2025

Barrio de Vegueta ...Puertas o Portones ....Las Palmas de Gran Canaria

 

Barrio de Vegueta ...Puertas o Portones ....Las Palmas de Gran Canaria







Pasear por las calles adoquinadas del Barrio de Vegueta en el casco histórico de Las Palmas
nos podemos encontrar entre su callejuelas solo aptas para el paso de caballos o carretas
por lo estrechas,lllamadas pasajes pues también estas interesantes puertas o grandes portones
en la viviendas antiguas.
Esto lo complementamos con la serie de Balcones canarios publicadas anteriormente y que
podemos recordar en el siguiente enlace:

PASTEL MADEIRA DE ALMENDRAS

 


PASTEL MADEIRA DE ALMENDRAS

hoy en mi otro blog....medallones de pavo


INGREDIENTES:

175 gr de mantequilla
175 gr de azúcar
3 huevos
1 cucharadita de extracto de vainilla
50 gr de almendras fileteadas
ralladura de naranja
200 gr de harina
14 gr de levadura
2 cucharadas de leche


 

ELABORACIÓN:

Precalentamos el horno a 160ºC.Forramos un molde de 20 cm de diámetro con papel de horno y reservamos.
Batimos el azúcar con la mantequilla,incorporamos la vainilla y los huevos.
Reservamos unas cuantas almendras y trituramos el resto y las añadimos junto con la ralladura a la mezcla anterior.Incorporamos la harina,la levadura y la leche,mezclamos bien.
Vertemos la mezcla en el molde forrado,colocamos las almendras fileteadas y horneamos 90 min aprox.
Podemos espolvorear con azúcar glass....


 



CUPCAKES DE ARROZ

 


CUPCAKES DE ARROZ




                           INGREDIENTES:

80 gr de harina de arroz
100 gr de azúcar
80 gr de mantequilla
1 huevo
2  gr  de levadura
20 ml de nata


FROSTING:

100 gr de mantequilla
200 gr de azucar glass
5 gr de canela

ELABORACIÓN:

Precalentamos el horno a 160º. Mezclamos la mantequilla con el azúcar con la batidora. Añadimos el huevo, la harina (que habremos mezclado previamente con la levadura),y la nata.
Repartimos la mezcla entre los moldes y horneamos de 15 a 20 minutos. 

Para el frosting:

Batimos la mantequilla a temperatura ambiente con el azúcar y la canela hasta 
obtener una crema.




Biografía de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1833-1840)

 


Biografía de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1833-1840)

Biografía de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1833-1840)

Reina consorte, reina gobernadora y reina madre
Palermo, 27 de abril de 1806 - Sainte-Adresse (Le Havre), 22 de agosto de 1878
María Ángeles Casado Sánchez

Monumento dedicado a María Cristina de Borbón en Madrid, en 1893, en la confluencia de las calles Felipe IV y Moreto.
Bronce de Mariano Benlliure sobre pedestal del arquitecto Miguel Aguado
La reina María Cristina de Borbón, última de las cuatro esposas del rey Fernando VII, tuvo un especial protagonismo en el tiempo del afianzamiento del régimen liberal y del difícil y lento cambio de las viejas estructuras del Antiguo Régimen en España, cambios que la Corte se resistió a asumir. Al iniciar sus responsabilidades de gobierno, durante la minoría de edad de su hija Isabel II, María Cristina se halló ante un ambiente político muy crispado, en el que las distintas fuerzas (liberales, divididos entre moderados y progresistas, carlistas, etc.) mantuvieron duros enfrentamientos entre sí, alcanzando cotas de crueldad difícilmente igualables en la primera guerra carlista. Por su parte, las potencias absolutistas europeas, en particular la Santa Sede, Austria, Prusia y Rusia, se negaron a reconocer a Isabel II como reina de España y a su madre, como reina gobernadora en la minoría de edad de la reina niña. En ese periodo, se pusieron en marcha una serie de medidas revolucionarias que, en buena medida, despojaron de su poder a la Iglesia española, la cual las rechazó con el apoyo de Roma. No fue un tiempo fácil, pero tampoco María Cristina fue capaz de desempeñar adecuadamente las responsabilidades de su cargo, condicionada por su miedo constante a la hidra revolucionaria, a la anarquía, al régimen representativo y su apego al poder absoluto tal y como lo habían desempeñado sus antepasados.
Si sólo hubiera sido reina consorte, la trascendencia del personaje habría sido escasa. Al recibir las riendas del poder ante la incapacidad y muerte de su marido y convertirse en reina gobernadora, adoptó un comportamiento político que no contentaría sino a un restringido grupo de políticos, representantes de las tendencias más conservadoras del partido moderado. De ser un personaje recibido con simpatía en todo el reino, y especialmente en Madrid, con la excepción de los partidarios del absolutismo más extremo, pasó a verse obligada al exilio en 1840 y 1854 y denunciada en las Cortes. Las complejidades de su vida privada no le permitieron tener una mayor capacidad de maniobra en demasiados momentos. El hecho de ser mujer, tampoco.

La princesa de la Corte napolitana

María Cristina de Borbón y Borbón, hija de Francisco I, rey de Nápoles y de María Isabel de Borbón, infanta de España e hija de Carlos IV, nació el 27 de abril de 1806, en Palermo, ciudad en la que se había instalado la familia real, obligada a trasladarse a la isla de Sicilia ante los vaivenes políticos de la época napoleónica. Después de la derrota definitiva de Napoleón Bonaparte, los Borbones volverían a Nápoles, que se convertiría, a partir de 1816 y en virtud de los acuerdos del Congreso de Viena, en la capital del nuevo reino de las Dos Sicilias.
La Familia de Francisco I.
Óleo sobre lienzo de Giuseppe Cammarano (1820), 313 x 397 cm.
Museo de Capodimonte (Nápoles)
María Cristina es la muchacha situada junto al busto de su abuelo, Fernando IV de Nápoles o I de las Dos Sicilias, a la que abraza su hermana Luisa Carlota. Los futuros reyes de Nápoles, Francisco y María Isabel, están acompañados por sus hijos. El cuadro fue un regalo del príncipe heredero del reino de las Dos Sicilias a su padre. El Vesubio, símbolo de Nápoles por excelencia, humea al fondo.
A pesar de que en alguna ocasión se ha afirmado que en la Corte de Nápoles existía un cierto talante liberal, los hechos no parecen demostrarlo. Después de la gran convulsión política generada por la revolución en el tránsito del siglo XVIII al XIX, los monarcas europeos, entre los que no eran excepción los de Nápoles, no eran especialmente partidarios de los regímenes constitucionales.
María Cristina nació en el seno de una familia reinante que se había visto desposeída del Trono y obligada al exilio por la revolución. Si en 1820 el rey de las Dos Sicilias aceptó el régimen liberal, lo hizo forzado por las circunstancias. La educación recibida por la princesa y el ambiente de la Corte en la que pasó su infancia y adolescencia no la predisponían a aceptar grandes cambios en un futuro que todavía estaba lejano. María Cristina, que en un primer momento no parecía destinada a tener responsabilidades de carácter político, fue educada de una manera tradicional y sólo llegó a tener nociones de las disciplinas básicas para poder desempeñar un papel aceptable en los ámbitos palaciegos en que tendría que vivir. La princesa era de trato agradable y capaz de relacionarse con facilidad, gracias al dominio de las lenguas, que utilizó a lo largo de su vida. Las cartas que escribirá a su hija Isabel en castellano no denotan la influencia del italiano o del dialecto napolitano, ni tampoco galicismo alguno. Su afición a la música la llevaría a crear, ya como reina consorte, el Real Conservatorio de Música de Madrid. María Cristina debió de estar dotada de una inteligencia natural, que hubiera podido desarrollarse con una mayor dedicación al estudio y que no siempre utilizó para seguir el camino más adecuado para su supervivencia política. Como princesa del reino de las Dos Sicilias, su escasa preparación intelectual, especialmente en el terreno de la política, no era un problema grave, como tampoco lo fue siendo reina consorte, pero como Reina Gobernadora tendría la mayor trascendencia, como la tuvo igualmente en el caso de su hija Isabel.

María Cristina, reina consorte. El primer ejercicio del poder

Fernando VII y María Cristina paseando por los jardines de palacio, probablemente el de Aranjuez, en la primavera de 1830, cuando se confirma el embarazo de la reina.
Óleo de Luis Cruz y Ríos, 498 x 710 cm. Museo de Bellas Artes de Asturias (Oviedo)
María Cristina llegó al palacio real de Aranjuez el 8 de diciembre de 1829 y al día siguiente se celebró la ceremonia de esponsales, en la que, curiosamente, el protagonista masculino, por poderes, fue Carlos María Isidro, en esos momentos el primero en la sucesión al Trono. La nueva reina de España fue acogida con entusiasmo por todos aquellos que confiaban en una futura maternidad que apartase de la línea sucesoria al hermano del rey, a quien en esos momentos apoyaban los más exaltados realistas, muy numerosos en todo el país.
Meses después de su llegada, en marzo de 1830, Fernando VII hizo pública la Pragmática Sanción, un texto legal, aprobado por las Cortes de 1789, que anulaba la preferencia en la sucesión al Trono de las líneas masculinas colaterales de descendencia sobre las líneas femeninas directas. Si el embarazo de la reina, hecho público semanas después, llegaba a término, la ascensión al trono de Carlos María Isidro quedaba descartada, incluso en el caso de que naciera una niña. La reina, según se desprende de la documentación consultada y de recientes publicaciones, fue acotando espacios en la Corte, en los que la presencia de los hermanos del rey, y especialmente la del infante don Carlos y su familia, comenzó a ser restringida.
El 10 de octubre de 1830 nacía la infanta María Isabel Luisa, y el 30 de enero de 1832 la segunda hija de los reyes, la infanta Luisa Fernanda. María Cristina había cumplido su misión principal como reina consorte, pero, y en esto había una total continuidad con la tradición, no tuvo ningún protagonismo político en esos dos primeros años de su vida en la Corte. Sin embargo, a partir de los llamados Sucesos de La Granja, el 6 de octubrede 1832, María Cristina fue habilitada por Fernando VII, muy debilitado por la enfermedad, para el despacho general de los asuntos políticos. La reina consorte se transformó en Reina Gobernadora en los tres últimos meses de 1832.
Es entonces cuando se forja la idea y se construye la imagen de su proximidad a los liberales, como también de su disposición en un futuro más o menos próximo a aceptar un régimen constitucional, dependiendo del tiempo de vida que pudiera quedarle a Fernando VII. En los últimos meses de 1832 cambió el Gobierno, fueron sustituidos los capitanes generales afectos a las tendencias ultrarrealistas, se abrieron las universidades, se publicó un decreto de amnistía, pero también se decía en un escrito de Cea Bermúdez, fechado el 3 de diciembre, que la reina «se declaraba enemiga irreconciliable de toda innovación religiosa o política...».
Al comenzar el año 1833, el rey la relegó de sus funciones, agradeciendo públicamente todos sus desvelos. La reina quedó alejada del poder efectivo, pero se había forjado la leyenda de una reina liberal y generosa, leyenda que el tiempo, su avaricia y sus actuaciones se encargarían de destruir, al menos parcialmente y que, en parte, volvería a resurgir coincidiendo con la regencia de María Cristina de Habsburgo, a partir de 1885.

María Cristina, reina gobernadora

Una vez fallecido Fernando VII el 29 de septiembre de 1833, su viuda se presentó de forma inmediata a sí misma como Reina Gobernadora. Esta fórmula, de connotaciones absolutistas, que jamás aceptaría María Cristina de Habsburgo en su regencia, fue la utilizada en la documentación oficial de la minoría de edad de Isabel II y María Cristina de Borbón siempre firmó con ella la documentación oficial.
La primera y mayor preocupación de la viuda de Fernando VII y el Gobierno fue controlar a los partidarios de don Carlos que, desde Portugal, se había proclamado rey de España al conocerse la muerte de su hermano. También los liberales eran mirados con recelo, especialmente aquellos que el embajador francés llamaba del «partido del movimiento», los futuros progresistas. En el ámbito de su vida privada, María Cristina, comenzó a formar, a partir de diciembre de 1833, una segunda familia con Fernando Muñoz, que debía permanecer en secreto para que ella pudiera mantenerse en el poder. Su segundo esposo y los hijos habidos con él le aportaron felicidad como mujer, pero también graves complicaciones y no sólo en el terreno de la política.
A pesar de sus tendencias absolutistas, las dificultades generadas por la guerra carlista en el frente, las provocaciones de los antiguos voluntarios realistas y la presión ejercida por algunos militares llevaron a la regente a aceptar la existencia de un régimen representativo basado en el muy moderado Estatuto Real. Más adelante, los estallidos revolucionarios que se produjeron entre 1834 y 1836 hicieron posible la transición desde la fórmula del Estatuto Real a la Constitución de 1837. El Estatuto reconocía a la Corona prerrogativas muy amplias, pero la nueva Constitución imponía ciertas limitaciones al rey, en este caso la reina regente, en el ejercicio de sus funciones y le obligaba a compartir la soberanía con la nación. Al mismo tiempo, las revoluciones urbanas  habían potenciado el acceso de los liberales progresistas a los Ayuntamientos y ello hacía más difícil el control gubernamental de las grandes ciudades.
El fin de la guerra carlista dio alas a la reina gobernadora y a sus más fieles seguidores, los liberales más moderados. Ambos, en clara connivencia, pretendieron frenar los cambios que se habían ido operando en los años anteriores y, especialmente, recuperar el control de las grandes ciudades, mediante la Ley de Ayuntamientos. La actuación de los progresistas en las ciudades más importantes del país y el escaso apoyo del Ejército, en especial del general Espartero, para acabar con el movimiento revolucionario urbano de 1840, decidieron a la regente a renunciar a su cargo en Valencia el 12 de octubre de 1840. También influyó en ello las tensiones vividas como consecuencia de su irregular unión con Fernando Muñoz. Debe recordarse que los hijos que iban naciendo de esa relación eran separados inmediatamente de su madre y enviados a Francia. Hacia ese país se dirigió María Cristina de Borbón, desde el puerto de Valencia.
En el tiempo de su regencia  se consumó la crisis definitiva del Antiguo Régimen: desapareció de forma definitiva el régimen señorial, se llevó a cabo la desamortización de las tierras de la Iglesia, se decretó la liberalización de la industria y el comercio, se empezó a racionalizar la Administración, se derrotó al carlismo y, a pesar de la resistencia de la Corona, se consolidó un régimen constitucional con la Constitución de 1837.

Reina Cristina, reina madre

El primer exilio se alargó desde el 17 de octubre de 1840 hasta el 22 de marzo de 1844. Después de un viaje a Roma en el que María Cristina obtuvo la absolución papal por las actuaciones revolucionarias contrarias a la Iglesia, (en especial el proceso desamortizador y la supresión de la mayoría de órdenes religiosas) y la aceptación de su relación conyugal con quien ella consideraba su esposo, la pareja Muñoz y Borbón se instaló en la ciudad de París donde adquirieron un palacete urbano en uno de los barrios más exclusivos y también el palacio de Malmaison, en Rueil, que había sido el refugio de Josefina Beauharnais y Napoleón.
Desde París, y bajo los auspicios de Luis Felipe, intentaron controlar o recuperar el poder para sí mismos y el círculo de sus fieles, los moderados. También pretendieron manejar de acuerdo a sus intereses a la reina niña y a su hermana, a través de personajes de la Corte que nunca aceptaron el régimen representativo. En 1841 potenciaron un golpe de Estado que, en el caso de haber triunfado, les habría devuelto al poder en Madrid. Durante el exilio francés mejoraron su capacidad de hacer negocios y enriquecerse de manera directa o través de socios interpuestos, una práctica que había sido consustancial a la ex regente y su marido secreto desde tiempos anteriores.
Con la declaración de la mayoría de edad de Isabel II, Fernando Muñoz recibió el título de Duque de Riánsares y María Cristina pudo regresar a España, entrando en Madrid el 22 de marzo de 1844. El matrimonio Muñoz y Borbón se formalizó el 13 de octubre de 1844. A partir de ese momento la pareja formada por la reina madre y el Duque de Riánsares, como se les citaba en la prensa, siguió ampliando sus posesiones y su riqueza y siguió controlando grandes parcelas de poder político a través del ala más conservadora del partido moderado, en una etapa en la que Isabel II mostraba una total dejación respecto a los asuntos de la política.
La Constitución de 1837 fue sustituida por la de 1845, mucho más restrictiva en materia de participación política y libertades y más favorable a la Corona. No puede negarse que el régimen liberal se consolidara en el reinado isabelino, pero las cotas de libertad y la capacidad de actuación política seguían vetadas para una gran parte de la población española, en tanto que las grandes fortunas no dejaban de crecer gracias a la especulación, entre ellas la de la reina madre y su marido. Por otro lado, una vez firmado el Concordato de 1851 la Iglesia católica recuperó cotas importantes de poder. En ese tiempo, la llamada Década Moderada, María Cristina y Fernando Muñoz fueron acumulando desencuentros con amplísimos sectores de la sociedad española. De hecho, la reina madre se convirtió en el símbolo de todos los males posibles. Su avaricia, sus tendencias absolutistas, su ansia de poder, su intervención constante en la Corte y sus negocios eran objeto de censura en panfletos o en los corrillos de las gentes.
Cuando estalló la revolución de 1854, fue atacado su palacio de la calle de Las Rejas y, amenazados de muerte, tuvieron que huir hacia Francia, a través de Portugal, a finales de agosto, protegidos por la Milicia Nacional. Sus bienes fueron secuestrados y, meses después, se constituía en las Cortes una Comisión parlamentaria que debía investigar qué había ocurrido con las joyas de la Corona y la forma de gestionar determinados bienes públicos por parte de la reina madre. El debate parlamentario traspasó las fronteras. La habilidad del matrimonio Muñoz y Borbón y el cambio de la coyuntura política, a partir de 1856, atemperaron la situación y no se llegó mucho más lejos. Pero la pérdida de credibilidad de la madre de Isabel II había llegado a un punto de no retorno.
A partir de este segundo exilio, María Cristina se instaló definitivamente en Francia. Su vida, junto a su marido, fue semejante a la de las familias burguesas enriquecidas de la ciudad de París, con mansiones en los alrededores de la misma y también en las ciudades de la costa de Normandía. El poder y el aura monárquica que conservaba le facilitaron casar a sus hijos, los Muñoz y Borbón, con personajes de la nobleza europea y española. La fortuna acumulada a lo largo de su vida le permitió entregarles unas sustanciosas dotes, que acompañaban a los títulos de nobleza que la propia Isabel II les había conferido.
María Cristina siguió atenta, desde su exilio, la evolución de la política española y, especialmente, la conservación del trono borbónico, pero sus opiniones o consejos no fueron tenidos en cuenta por Isabel II. Regresó a España en algunas ocasiones para visitar a sus hijos y, después de 1868, todavía intervino en cuestiones políticas relacionadas directamente con la familia real, como la abdicación de Isabel II en su hijo, el futuro Alfonso XII, o la orientación de los estudios del príncipe.
María Cristina falleció el 22 de agosto de 1878 en la villa Mon Désir, su residencia de Sainte-Adresse, un barrio residencial de la ciudad portuaria de Le Havre. En el mismo lugar había fallecido Fernando Muñoz en 1873. La reina Cristina había nacido en un palacio de una monarquía absoluta y moría en una mansión frente al mar, en un espacio urbano recién creado para el disfrute de la alta burguesía francesa. Sin embargo, sería enterrada en el Panteón de los Reyes del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, a pesar de que se había hecho construir una tumba junto a la de su segundo esposo en la ermita de la Virgen de Riánsares, en Tarancón, y haber expresado su deseo de ser enterrada allí. Al morir su fortuna seguía siendo inmensa, su poder político y su prestigio casi inexistentes.

Pío XII

 


Pío XII

Pío XII
(Eugenio Pacelli; Roma, 1876 - Castel Gandolfo, 1958) Papa romano (1939-1958). Hijo del abogado Filippo Pacelli, estudió Filosofía en la Universidad Gregoriana, se licenció en Teología e "in utroque iure" (leyes tanto civiles como eclesiásticas) por el Ateneo Pontificio del Seminario Romano, y fue ordenado sacerdote el 2 de abril de 1899. Sirvió en la Secretaría de Estado vaticana, en la sección de Asuntos Extraordinarios, llegando a ser subsecretario (1911), y luego secretario (1914). Impartió clases de Derecho Canónico en el Ateneo del Seminario Romano y en la Academia de los eclesiásticos de origen noble.

Pío XII
Por esa época escribió el estudio jurídico La personalità e la territorialità delle leggi specialmente nel diritto canonico (La personalidad y la territorialidad de las leyes especialmente en el derecho canónico). En 1914 fue nombrado nuncio papal en Baviera y, posteriormente, fue elevado a la dignidad arzobispal en la sede de Sardi. En 1920 fue nombrado primer nuncio en Berlín. Estipuló concordatos con Baviera (1925), Prusia (1929) y Baden (1932). Nombrado cardenal en 1929, sucedió al cardenal P. Gasparri al frente de la Secretaría de Estado vaticana bajo el pontificado de Pío XI.
A la muerte de este último, fue elegido Papa en el cónclave del 2 de marzo de 1939. El mismo año advirtió a las potencias mundiales del peligro de un conflicto, en diversas notas y alocuciones, y promulgó su primera encíclica Summi pontificatus (20 de octubre de 1939), de carácter programático, en la que también incide en la necesidad de una convivencia pacífica entre los pueblos.
Intentó alejar a Italia de la Segunda Guerra Mundial con una visita a Vittorio Emanuele III en el Quirinal (28 de diciembre de 1939), y una carta de puño y letra a Mussolini. Intentó mediante protestas, llamamientos y notas diplomáticas mejorar la situación de la Iglesia en Alemania, objeto de constantes ataques por parte del Tercer Reich, aunque sin mucho éxito. Al mismo tiempo, el Santo Oficio condenó diversas doctrinas y prácticas del nacionalsocialismo alemán, como la eutanasia (2 de diciembre de 1940) y la esterilización de seres humanos (23 de febrero de 1941).
Organizó una Secretaría de Información, adjunta a la Secretaría de Estado, dedicada a proporcionar información sobre prisioneros y desaparecidos de guerra, que llegó a atender más de diez millones de solicitudes. Luchó por conseguir que se declarase a Roma "città aperta" ("ciudad abierta") y, aunque no pudo evitar los bombardeos, sí consiguió que la ciudad no se convirtiese en campo de batalla, y por ello fue aclamado por una inmensa multitud en San Pedro como "defensor civitatis" (Defensor de la ciudad), el 5 de junio de 1944. Organizó así mismo una Comisión Pontificia de Asistencia para aliviar los sufrimientos de la guerra y llevar a cabo diversas acciones asistenciales y caritativas.
En relación con la Rusia soviética, Pío XII había señalado ya en su correspondencia con F. D. Roosevelt el peligro que la Iglesia veía en su expansión, y había combatido su ideología (mensaje radiofónico de cumpleaños de 1942) y su acción expansionista en otros países. Tras la guerra, el Santo Oficio condenó el comunismo marxista (1 de julio de 1949) y amenazó de excomunión a sus seguidores. En la misma línea acorde con los tiempos (aún lejano el Concilio Vaticano II), Pío XII insistió en el deber de los cristianos de dar su voto a personas de segura fe católica (discurso del 10 de marzo de 1950).

En el terreno dogmático, Pío XII afrontó muy diversas e importantes cuestiones teológicas: el debate secular acerca de la esencia del sacramento de la ordenación, en la constitución apostólica Sacramentum ordinis; condena de ciertas desviaciones teológicas y filosóficas respecto a la doctrina católica en la encíclica Humani generis (12 de agosto de 1950); definición "ex cathedra" del dogma de la Asunción de María en la encíclica Munificentissimus Deus, y rechazo de algunas modernas interpretaciones del misterio de la encarnación en la encíclica Sempiternus Rex.
Otras encíclicas importantes promulgadas durante su pontificado fueron: la Mystici Corporis Christi (del 20 de junio de 1943), sobre el carácter de la Iglesia como Cuerpo de Cristo; la Divino afflante Spiritu (del 30 de setiembre de 1943), sobre los estudios bíblicos; la Mediator Dei et hominum (20 de noviembre de 1947), sobre la liturgia y el culto divino; la Menti nostre (23 de setiembre de 1950), sobre la santificación del clero; la Evangelii praecones (2 de junio de 1951), sobre la actividad misionera; la Sacra virginitas (25 de marzo de 1954), acerca de la virginidad y la vida dedicada a Dios; la Musicae sacrae disciplina (25 de diciembre de 1955), acerca de la música sacra, su función y ejecución; la Haurietis aquas (15 de mayo de 1956), sobre la devoción al Sagrado Corazón; la Fidei donum (21 de abril de 1957), acerca de las misiones, especialmente en África, y la Miranda prorsus (8 de setiembre de 1957), acerca del cine, la radio y la televisión.
En el terreno de las ciencias y de la cultura, Pío XII promovió la traducción del Salterio a partir de los textos originales, y excavaciones arqueológicas en busca del sepulcro de San Pedro en Roma. Tuvo este pontífice un particular interés por las cuestiones morales y relativas al matrimonio, la familia y la educación de los hijos, a las que dedicó numerosos discursos.
En el aspecto social, Pío XII reafirmó las posiciones de sus antecesores en diversas controversias: deber y derecho al trabajo (mensaje radiofónico de cumpleaños de 1941); humanización de las relaciones entre trabajadores y empresarios, aunque sin llegar a admitir el derecho a la huelga; afirmación de la propiedad privada como base del edificio social (mensaje radiofónico del 1.º de setiembre de 1944), con la apostilla de la exigencia de extender la propiedad a todos (mensaje de cumpleaños de 1942), y el rechazo de la revolución como vía de reforma (discurso del 13 de junio de 1943).
Toda su enorme actividad doctrinal, su poderosa personalidad, y las duras circunstancias históricas de su pontificado, hicieron de Pío XII el último gran pontífice de la "vieja escuela", casi un verdadero monarca espiritual, sobre cuya figura no han cesado de verterse críticas (en especial respecto a sus relaciones con las dictaduras nazi y mussoliniana, demasiado contemporizadoras, según algunos, así como sobre su talante claramente reaccionario en materia ideológica), y alabanzas (por parte de sectores más conservadores). Cabe mencionar la recopilación de su obra publicada en Escritos y discursos.

Pierre y Marie Curie

 


Pierre y Marie Curie

Los estudiantes de la Universidad parisiense de la Sorbona, al cruzarse en los pasillos con aquella joven polaca que se había matriculado en otoño de 1891 en la Facultad de Física, se preguntaban: "¿Quién es esa muchacha de aspecto tímido y expresión obstinada que viste tan pobremente?". Todos la miraban extrañados, con una mezcla de conmiseración y desdén. Algunos sabían que se llamaba Manya Sklodowska y la denominaban "la extranjera de apellido imposible"; otros preferían llamarla simplemente "la estudiante silenciosa". Manya se sentaba siempre en primera fila, no tenía amigos y sólo se interesaba por los libros. También llamaba la atención su hermosa cabellera de color rubio ceniza, que solía llevar recogida y semioculta. Nadie sospechaba que esa joven esquiva y austera iba a convertirse un día, bajo el nombre de madame Curie, en una mujer ilustre y una gloria nacional de Francia.
Manya Sklodowska, que luego sería conocida como Marie Curie, nació en Varsovia el 7 de noviembre de 1867. Era la menor de los cinco hijos (cuatro mujeres y un varón) de un matrimonio dedicado a la docencia: su padre era profesor de secundaria de física y matemáticas y su madre directora de un colegio de señoritas. Su infancia estuvo marcada por la coincidencia con un implacable período de rusificación de Polonia, a causa del cual su padre hubo de abandonar el puesto de subinspector que ocupaba en un instituto; las necesidades económicas le obligaron a tomar como huéspedes a muchachos en edad escolar, a los que daba también clases particulares.

Marie Curie (c. 1898)
La hermana mayor de Manya falleció en 1876, víctima de una epidemia de tifus, y dos años después murió su madre a causa de una tuberculosis. En 1883, una vez finalizados sus estudios secundarios, Manya sufrió una depresión nerviosa de la que hubo de recuperarse pasando cerca de un año en el campo, en casa de unos parientes. A su regreso a Varsovia en 1884, dio clases particulares en su domicilio junto con sus hermanas y asistió a las clases de la «universidad volante» creada allí, al margen del sistema educativo ruso, por el impulso de un círculo de positivistas inspirados en las enseñanzas de Comte.
Las estrecheces familiares obligaron a Manya a empezar a trabajar como institutriz; tras un primer empleo que resultó un fracaso, el 1 de enero de 1886 entró al servicio de los Zorawski, una familia acaudalada que residía en Szczuki, al norte de Varsovia, donde Manya hubo de ocuparse de la educación de dos de las hijas. Allí tuvo ocasión de llevar a la práctica los ideales sociales nacidos el año anterior en Varsovia organizando una escuela para hijos de obreros y campesinos a la que dedicó sus horas libres, con la complacencia de los Zorawski; el resto de su tiempo lo ocupaba en el estudio de la física y las matemáticas.
Manya vivió entonces su primera relación sentimental con el mayor de los hijos Zorawski, relación que se frustró posiblemente por las diferencias sociales entre ambos; su condición nerviosa y proclive a la ansiedad soportó mal el episodio, que vino a sumarse al enorme esfuerzo desarrollado en su triple ocupación de institutriz, maestra y estudiante, haciendo todo ello que, a los veinte años, se convirtiera en una persona amargada. Cuando por fin terminó su contrato en Szczuki, en el verano de 1889, regresó a Varsovia, donde trabajó de nuevo como institutriz durante un año y reanudó sus contactos con la universidad clandestina. Un primo suyo, que había sido ayudante de Mendeléiev, le proporcionó la oportunidad de completar sus conocimientos de química en un pequeño laboratorio y la puso en contacto con otros investigadores que habían conocido a los grandes científicos europeos de la época.
El matrimonio Curie
En marzo de 1890 su hermana Bronia, por entonces estudiante de medicina en París, la instó a reunirse con ella; el trabajo de Manya había contribuido a financiar la carrera de Bronia y entre las dos existía un pacto de reciprocidad. Pero Manya rehusó, cayendo en uno de sus períodos de melancolía. Año y medio más tarde Bronia reiteró la oferta; como los problemas económicos de la familia se habían atenuado lo suficiente como para permitirle disponer de unos ahorros, Manya decidió finalmente aceptar. En otoño de 1891 se instaló en París, dedicándose en un principio a poner al día sus conocimientos; en 1893 consiguió la licenciatura en ciencias físicas y en 1894, ayudada por una beca, se licenció en matemáticas. Los dos primeros años en París fueron de aislamiento en el trabajo y estuvieron marcados por duras privaciones, pero tuvieron la virtud de acabar con sus problemas nerviosos.

Pierre Curie
En abril de 1894 Marie, como ya se hacía llamar, conoció a Pierre Curie. Nacido en París el 15 de mayo de 1859, Pierre Curie era el segundo hijo de un médico humanista y librepensador que había permitido que sus hijos se educaran al margen de la escolaridad tradicional. Junto con su hermano Jacques, tres años mayor que él y a quien le unió una intensa relación emocional durante la infancia y la juventud, Pierre había estudiado física en la Sorbona. Los hermanos Curie habían investigado la posibilidad de transformar la energía mecánica en energía eléctrica en los cristales, publicando en 1880 su primera comunicación sobre el fenómeno que después se conocería como piezoelectricidad; posteriormente ambos demostraron también la posibilidad del efecto contrario (deformación de un cristal por aplicación de una carga eléctrica) y diseñaron un electrómetro de cuarzo piezoeléctrico para medir las corrientes eléctricas de intensidad débil.
En 1882 Pierre fue nombrado jefe de laboratorio de la Escuela Municipal de Física y Química, institución en la que seguía trabajando cuando conoció a Marie y donde se había dedicado al estudio teórico de la simetría. En 1891 emprendió la redacción de una tesis doctoral sobre las propiedades magnéticas de diversas sustancias en función de la temperatura, tesis que presentó en marzo de 1895. Marie asistió a la lectura de la tesis y quedó impresionada; su relación con Pierre Curie duraba desde hacía ya doce meses, durante los cuales él se había mostrado más dispuesto que ella al matrimonio. Finalmente se casaron el 26 de julio de ese año; en 1897 nació su hija Irene, a la que seguiría siete años más tarde otra niña, Eva.

Foto de boda de Pierre y Marie Curie
Tras el nacimiento de su primera hija, Marie Curie se propuso realizar una tesis doctoral, hecho insólito por aquel entonces tratándose de una mujer. El descubrimiento por Röntgen de los rayos X en 1895 y la observación realizada en 1896 por Henri Becquerel de que las sales de uranio, aun protegidas de la luz, emitían rayos que, como los rayos X, penetraban la materia, la decidieron a investigar en su tesis la procedencia de aquella energía que el compuesto de uranio empleaba en oscurecer las emulsiones fotográficas a través incluso de protecciones metálicas. El tema poseía la ventaja de ser un terreno todavía virgen en la investigación científica.
La radiactividad
El director de Pierre Curie aceptó que Marie habilitase como laboratorio una dependencia de la Escuela Municipal de Física y Química que servía de depósito y sala de máquinas. Allí inició Marie Curie sus investigaciones, utilizando el electrómetro inventado por Pierre y su hermano para medir la intensidad de la corriente provocada por los diversos compuestos del uranio y del torio, comprobando inmediatamente que la actividad de las sales de uranio dependía solamente de la cantidad de uranio presente, con independencia de cualquier otra circunstancia. Desde el punto de vista científico, éste fue su descubrimiento más importante, pues demostraba que la radiación no podía proceder más que del átomo propiamente dicho, con independencia de cualquier sustancia añadida o de una reacción química. Pero Marie Curie no se entretuvo en meditar sobre este resultado; extendió sus investigaciones a la pecblenda y a la calcolita encontrándose con que eran más activas que el uranio. De ello dedujo la existencia en esos minerales de otra sustancia nueva, responsable de esa mayor actividad.
Con la ayuda de su marido, Marie Curie procedió a tratar químicamente la pecblenda hasta obtener un producto que resultó trescientas treinta veces más activo que el uranio: en julio de 1898 el matrimonio comunicó sus resultados a la Academia de las Ciencias proponiendo el nombre de «polonio» para el nuevo elemento, cuya existencia confiaban en que fuera confirmada, y utilizando por vez primera el término «radiactivo» para describir el comportamiento de sustancias como el uranio. Pero las investigaciones subsiguientes les hicieron pensar en la existencia todavía de otro elemento nuevo en la pecblenda; tras conseguir que el gobierno austriaco les facilitase la compra de varias toneladas de residuos del mineral procedentes de las minas de Saint Joachimsthal, dedicadas a la explotación del uranio, la existencia del elemento que llamaron «radio», anunciada en diciembre del mismo año, se vio confirmada; su peso atómico quedó establecido por Marie Curie en marzo de 1902 como igual a 225,93.

Marie y Piere Curie en su laboratorio
Mientras tanto, en 1900 las preocupaciones financieras del matrimonio se vieron relativamente aliviadas por el nombramiento de Pierre para una cátedra de física en la Sorbona, por iniciativa del matemático Henri Pincharé; Marie, por su parte, ocupó una plaza de profesora de física en la École Normale Supérieure de Sèvres; sin embargo, su actividad docente les robaba tiempo para sus investigaciones experimentales. Tampoco disponían de facilidades materiales para las mismas; realizadas en precarias condiciones, suponían un esfuerzo físico agotador. Éste se vio agravado por las dolencias derivadas de la exposición a la radiactividad, cuyas consecuencias ignoraban. La radiactividad les produjo lesiones visibles en las manos, y sería en último término la causante de la leucemia a consecuencia de la cual murió Marie Curie.
Irónicamente, las propiedades curativas que, en un principio, se atribuyeron a la radiactividad, contribuyeron a su fama. El reconocimiento científico llegó en 1903 con la concesión de la medalla Davy de la Royal Society y del Premio Nobel de Física, que compartieron con Becquerel. Los Curie no acudieron personalmente a recogerlo a Estocolmo debido a que su salud, en el caso de Marie, se había visto afectada además por la pérdida de un hijo nacido prematuramente.
La fama
Los efectos de la recepción del Nobel resultaron abrumadores para los Curie, que se vieron convertidos en foco de la atención pública por las expectativas despertadas por los fenómenos radiactivos. Con todo le valieron a Pierre la creación en 1904 de una cátedra específica para él, dotada de un laboratorio del que Marie se haría cargo. Ese mismo año, un industrial francés creó una fábrica destinada a la obtención del radio recurriendo a los consejos del matrimonio. Aunque nunca dispusieron de los recursos necesarios para dotarse de un laboratorio adecuado a sus necesidades, los Curie siempre se negaron a patentar la producción comercial de la sustancia.
En 1906 Pierre Curie murió trágicamente en París atropellado por un carruaje; el suceso transformó a Marie en una persona distante hasta de sus amigos (pero no de sus hijas), aunque prosiguió su trabajo y sucedió a su marido en la cátedra que sólo había podido ocupar durante año y medio, convirtiéndose de esta manera en la primera mujer de Francia que accedía a la enseñanza superior. En 1910 publicó el Tratado sobre la radiactividad y en 1911 preparó un patrón internacional del radio que depositó en la Oficina Internacional de Pesos y Medidas de París.
Ese año recibió por segunda vez el Premio Nobel, en esta ocasión de química, por el descubrimiento del radio y del polonio; era la primera vez que un científico merecía por dos veces el galardón. Parece que en la decisión de la Academia Sueca pudo influir que hubiera fracasado la candidatura de Marie Curie para la Academia de las Ciencias francesa, así como el hecho de haber sido víctima de un escándalo periodístico a propósito de su relación sentimental con Paul Langevin, físico francés que había sido discípulo de Pierre Curie.

Irene y Marie Curie en el Instituto del Radio (1921)
En la mayoría de países europeos se empezaron a crear institutos del radio, ante su plausible utilidad en la curación del cáncer. La propia Marie Curie aceptó la dirección honoraria del que se inauguró en Varsovia en 1913; en julio del siguiente año se terminó en París la construcción de un laboratorio consagrado al estudio de la radiactividad, el Instituto del Radio, por un acuerdo entre el Instituto Pasteur y la Sorbona, con una sección dedicada a la investigación médica y otra reservada a la física y la química, dirigida por Marie Curie. Durante la Primera Guerra Mundial creó, con la ayuda de donativos privados, un equipo de expertos en técnicas radiográficas y, con la colaboración de su hija Irene, puso en funcionamiento más de doscientos vehículos radiológicos; madre e hija se desplazaron hasta el frente para enseñar a los médicos los nuevos métodos y técnicas de la radiología.
En mayo de 1921 Marie Curie realizó, en compañía de sus hijas, una gira triunfal por Estados Unidos con objeto de recoger el gramo de radio (valorado por entonces en cien mil dólares) cuya adquisición había hecho posible la suscripción popular promovida por una periodista. A su regreso comenzaron a manifestarse en Marie los primeros síntomas de que padecía cataratas, y la sospecha de que las emanaciones de radio podían producir algo más que quemaduras en los dedos empezó a tomar cuerpo, pese a que la esperanza de que tuvieran un efecto permanente sobre las células cancerosas estaba entonces en su apogeo.

Curie y el físico Robert Millikan en el Congreso
de Física Nuclear de Roma (1931)
En 1922 fue invitada a formar parte de la Comisión para la Cooperación Intelectual creada por la Sociedad de Naciones, de la que ocupó la vicepresidencia. En 1925 su hija Irene contrajo matrimonio con el físico francés Frédéric Joliot; ambos descubrieron en enero de 1934 la radiactividad artificial, descubrimiento por el que recibirían en 1935 el Premio Nobel de química, el tercero de los merecidos por la familia. Pocos meses después del descubrimiento, la salud de Marie Curie se deterioró definitivamente. Creyendo que se trataba de una inflamación de antiguas lesiones tuberculosas, fue conducida a un sanatorio en Sancellemoz; allí se le diagnosticó una anemia perniciosa, y falleció el 4 de julio de 1934. Su hija Irene murió asimismo de leucemia en 1956; su marido reconoció que la muerte era consecuencia de la radiación, aunque sostuvo que la afección hepática que le costaría a él mismo la vida dos años más tarde no tenía nada que ver con la radiactividad.
Cuando, durante la Primera Guerra Mundial, Marie recorrió los hospitales de campaña para ayudar a los cirujanos con las nuevas técnicas radiológicas (gracias a los rayos X podían descubrirse balas y fragmentos de metralla ocultos en los heridos), su ayuda inestimable hizo que se la empezase a llamar "Suprema Bienhechora de la Humanidad". Marie siempre rechazó estas manifestaciones, que consideraba inmerecidas: seguía siendo tan modesta y discreta como cuando sólo era una joven estudiante polaca en la Sorbona. Einstein, que la conoció una vez terminada la guerra y mantuvo con ella una fructífera relación científica, afirmó: "Madame Curie es, de todos los personajes célebres, el único al que la gloria no ha corrompido"

Johannes Gutenberg

 


Johannes Gutenberg

Primeros años
Johannes Gutenberg, de nombre verdadero Johannes Gensfleisch zur Laden, era hijo de un patricio de Maguncia, orfebre de profesión y director de la Casa de la Moneda de esta ciudad, que se casó, en segundas nupcias, con Else Wilse, de extracción burguesa, cuya familia aportó como dote una mansión llamada Zum Gutenberg, en la cual nació el célebre impresor, entre 1394 y 1399.
En el hogar familiar, el joven Johannes fue tempranamente iniciado en el arte de la orfebrería y en las técnicas de acuñación de monedas. Además de su padre, muchos de sus parientes trabajaban en estos oficios, y es posible que allí se le presentara la oportunidad de grabar punzones y de asistir a la fabricación de los moldes de arena que empleaban los fundidores.

Johannes Gutenberg
Así transcurrieron los primeros treinta años de su vida, hasta 1428, cuando Maguncia, como tantas otras ciudades renanas, empezaba a sufrir las terribles consecuencias de una violenta agitación social y política entre comunidades enfrentadas, y al imponerse el partido de los gremialistas al de los patricios, al cual pertenecía Gutenberg, éste tuvo que huir de su ciudad natal. Nada se sabe de él durante los cuatro años siguientes. Sin embargo, los archivos de la ciudad de Estrasburgo confirman su presencia allí a partir de 1434. Algunos de estos documentos son reconocimientos de deudas contraídas, una constante de su vida. Existe también una denuncia formal, por ruptura de promesa matrimonial, presentada contra él por una tal Emelin zu der Yserin Tür. Gutenberg residió en las afueras de la ciudad, en el suburbio de Saint-Arbogast, cerca del convento del mismo nombre, a las orillas del Ill.
El proceso de Estrasburgo
En Estrasburgo, Gutenberg se asoció con tres acaudalados ciudadanos, Hans Riffe, Andreas Dritzehn y Andreas Heilmann, en actividades relacionadas con el tallado de gemas y el pulimiento de espejos, oficios que Gutenberg se comprometía a enseñar y ejercer a cambio de dinero. Sin embargo, la mayor parte del tiempo lo invertía en un proyecto que procuraba mantener totalmente en secreto; pretendía de ese modo protegerse contra eventuales imitadores capaces de apropiarse del fruto de sus esfuerzos. Descubierto, no obstante, por sus socios, éstos insistieron en participar en aquel misterioso asunto que el inventor llevaba entre manos. Gutenberg accedió de buena gana, ya que precisaba dinero, y en 1438 se firmó un contrato en el cual se estipulaba, entre otras cosas, que los tres recién incorporados deberían abonar la cantidad de 125 florines. La muerte repentina de uno de ellos, Andreas Dritzehn en la Navidad de aquel mismo año, llevó a los hermanos del fallecido a exigir entrar en la sociedad o bien recibir una compensación económica. Sin embargo, en los términos del contrato no se contemplaba dicha eventualidad, y Gutenberg se negó a tal pretensión. El caso fue llevado ante los tribunales en 1439, y éstos fallaron en contra de los herederos.
El proceso de Estrasburgo sirvió al menos para arrojar algo de luz sobre la naturaleza del proyecto. Oficialmente, Gutenberg sólo tenía que ocuparse de las labores propias de los orfebres; pero las declaraciones de los testigos hacían alusión, en no pocas ocasiones, a la extraña actividad febril que reinaba en el taller del demandado. Se trabajaba allí a todas horas, de noche y de día. ¿En qué? Los testimonios hablan de adquisiciones de plomo, de una prensa, de moldes de fundición, etc., en términos muy vagos e imprecisos, pero todos los objetos citados resultan familiares para los impresores.

Detalle de una de las biblias de Gutenberg
Cuanto más se profundiza en el nacimiento de la imprenta tipográfica, mejor se comprende la importancia de los trabajos de Gutenberg en Estrasburgo, que debieron de venir marcados por arduas investigaciones, no sólo sobre los principios del invento, que ya estaban establecidos, sino también, y sobre todo, por una larga serie de posibles soluciones técnicas, obtenidas, sin duda, después de efectuar gran número de pruebas con éxitos y fracasos alternados, pero acompañadas de la obstinación de un hombre totalmente convencido de alcanzar el resultado esperado, de lo que da fe el testimonio de numerosas personas llamadas a declarar durante el proceso de Gutenberg. Sin duda, en él, tal convencimiento procedía de la formación recibida en la infancia, durante la cual se había familiarizado en las técnicas propias de los orfebres y grabadores de monedas, desde el grabado con punzones hasta la fundición de metales, pasando por la confección de matrices. Y es muy probable que allí, en Estrasburgo, Gutenberg empezara a realizar lo que constituye la originalidad de su obra: la producción de caracteres móviles metálicos.
De nuevo en su ciudad natal
Permaneció en Estrasburgo al menos hasta 1444; así lo confirma su inscripción, aquel mismo año, en una lista de hombres útiles para defender la ciudad contra las tropas del conde de Armagnac. Después de esta fecha se pierde su paradero para reencontrarlo cuatro años más tarde en Maguncia, adonde había acudido en busca de dinero entre los prestamistas de la ciudad. Su arte como impresor había alcanzado el refinamiento suficiente como para seducir a Johann Fust, un acaudalado burgués, y obtener de él, en 1450, la suma de 800 florines, cantidad que equivalía a diez años de salario del sindico municipal. Sin embargo, Fust se limitó a aceptar las herramientas y utensilios de Gutenberg como garantía, y dos años más tarde, en 1452, a raíz de un nuevo préstamo, se convirtió en su socio. El negocio montado por ambos se llamaba Das Werk der Bücher, y constituyó, de hecho, la primera imprenta tipográfica en sentido moderno; allí el principal colaborador de Gutenberg era Peter Schöffer, un calígrafo de gran talento que había estudiado en París. Pero como los trabajos en el taller se llevaban a cabo a un ritmo parsimonioso, y Fust contaba con la pronta rentabilización de sus inversiones, comenzó a impacientarse y a requerir de Gutenberg mayor presteza en la comercialización de las obras. Este último, como tantos otros creadores, prefería la perfección a la realización precipitada, y por ello surgieron las primeras desavenencias entre los dos asociados.
En 1455, muy probablemente, fue completada la primera obra maestra del nuevo arte la célebre Biblia «de 42 líneas», así llamada por ser éste el número más frecuente de líneas por columna en cada una de sus 1.280 páginas. Era una versión latina de las Escrituras de san Jerónimo, y se precisaron fundir casi cinco millones de tipos, editándose 120 ejemplares en papel y 20 en pergamino, de los que se conservan 33 y 13, respectivamente.
A pesar del éxito obtenido por la publicación, Fust interpuso, aquel mismo año, una demanda judicial contra Gutenberg, acusándolo de no haber respetado sus compromisos financieros. El infortunado inventor fue condenado a pagar a su acreedor 2.026 florines, cantidad que incluía todo el capital prestado junto con los intereses devengados. Perdió además su taller y, al parecer, la mayor parte de su material, del que se apoderó Fust. Éste se asoció con Peter Schöffer, cuyas declaraciones contra el demandado condicionaron en gran medida, el resultado de la sentencia y el cual se casó más tarde con una de las hijas de Fust. Los nuevos amos de la imprenta publicaron, en 1457, el Mainzer Psalterium, un salterio, el primer libro que lleva el nombre del editor. La composición de esta bellísima obra debió de precisar varios años de trabajo y es verosímil que comenzara bajo la dirección de Gutenberg.
Tras perder su pleito con Fust, la existencia del célebre impresor conoció unos años amargos. Arruinado, se vio acosado por sus acreedores, algunos de los cuales le llevaron de nuevo ante los tribunales, y acabó por refugiarse en la comunidad de religiosos de la fundación de San Víctor. Más tarde, contó con la ayuda desinteresada de un tal Konrad Humery, funcionario del ayuntamiento de Maguncia, que le proporcionó material para montar un pequeño taller tipográfico. Se especula que allí imprimió varias obras menores, entre ellas la traducción al alemán de una bula papal contra los turcos y un calendario médico en latín. Una Biblia «de 36 líneas» habitualmente atribuida a su labor, parece más bien, según otros testimonios y características, obra de Schöffer.

Obreros en una imprenta como la que ideó Gutenberg
A partir de 1465, Gutenberg comenzó a gozar de cierta seguridad económica gracias al mecenazgo del arzobispo elector de Maguncia, Adolfo II de Nassau. Le hizo miembro de la corte real, le eximió de pagar impuestos y le concedió una pensión anual de grano, vestido y vino. Gutenberg falleció el 3 de febrero de 1467, si es cierto el testimonio que dejó escrito un canónigo de la fundación de San Víctor, y fue enterrado en la iglesia que los monjes franciscanos poseían en Maguncia. Esta iglesia fue destruida a causa del fuego artillero a la que se vio sometida la ciudad en 1793, y la tumba de Gutenberg desapareció con ella. Sobre su emplazamiento pasa actualmente una calle que, ironías del destino, lleva el nombre de Peter Schöffer.
Gutenberg vivió para ver cómo su invento se extendía rápidamente por toda Europa, empezando por las ciudades situadas a lo largo del valle del Rin. A ello contribuyó, sin duda, la violenta ocupación de Maguncia en 1462 por Adolfo II de Nassau, el cual entregó la ciudad al saqueo y pillaje de sus tropas. Numerosos habitantes huyeron, entre ellos Peter Schöffer, que se instaló en Frankfurt y fundó allí un nuevo taller de artes gráficas. A la muerte de Gutenberg, no menos de ocho ciudades importantes contaban con talleres de impresión, y en las décadas siguientes, aquella técnica revolucionaria era conocida desde Estocolmo hasta Cracovia, pasando por Lisboa. En España, la imprenta fue introducida por los alemanes, y se sabe que en 1473 funcionaban talleres en el reino de Aragón. Se considera que el primer libro español impreso que ha llegado hasta nosotros es Obres et trabes en lohors de la Verge Maria impreso en Valencia en 1474.