domingo, 7 de diciembre de 2025

En 1783, el rey Jorge III le preguntó a un pintor estadounidense qué haría George Washington

 



En 1783, el rey Jorge III le preguntó a un pintor estadounidense qué haría George Washington ahora que prácticamente había ganado la guerra. El pintor respondió que el general tenía la intención de regresar a su granja en Virginia. El rey se quedó atónito. Supuestamente dijo: «Si hace eso, será el hombre más grande del mundo».


A lo largo de la historia, los generales victoriosos casi siempre se apoderaban del trono. Desde César hasta Cromwell, el éxito militar solía significar dictadura política. La idea de renunciar voluntariamente a un poder casi absoluto era, en la práctica, una fantasía. ¿Quién dejaría escapar algo así de entre sus manos?


Pero George Washington no era como los demás.


En 1781, la rendición británica en Yorktown había sellado el destino de la guerra, pero el conflicto no terminó de un día para otro. Las tropas seguían acuarteladas, los oficiales llevaban meses —algunos, años— sin cobrar. El Congreso Continental estaba endeudado, dividido y desprestigiado. En esos meses de incertidumbre, el ejército americano era la única institución verdaderamente organizada y respetada… y estaba en manos de un solo hombre.


En marzo de 1783 estalló la llamada Conspiración de Newburgh. Varios oficiales, hartos de promesas vacías, empezaron a hablar en voz baja de marchar sobre el Congreso o incluso de poner una “monarquía americana” bajo la dirección de Washington. Tenían las armas. Tenían la disciplina. Tenían la rabia.

Solo faltaba una cosa: saber si Washington diría que sí.


El general acudió a la reunión de oficiales. El ambiente estaba cargado de tensión, de rumores, de ambición contenida. Si en ese momento Washington pronunciaba una sola palabra de apoyo al complot, la historia del mundo daba un giro. En lugar de eso, sacó una carta del bolsillo. Empezó a leer, pero se detuvo. Se colocó unas gafas que casi nadie le había visto usar y dijo, con voz cansada: «Caballeros, no solo me he encanecido al servicio de mi país; ahora me encuentro también casi ciego».

La sala se derrumbó en lágrimas. La conspiración se desinfló. Washington no había dado un golpe sobre la mesa; había dado un golpe sobre la conciencia de sus hombres.


Para el 4 de diciembre de 1783, el Tratado de París había ratificado la paz, y la independencia de los Estados Unidos era un hecho. Washington mandaba un ejército poderoso, veterano y que lo adoraba. Muchos de sus oficiales seguían sin cobrar y estaban furiosos con el ineficaz Congreso. Tenían las armas, los hombres y la lealtad necesarios para instaurar a un nuevo monarca.


Él podría haber sido el rey Jorge I de América.


En lugar de eso, ese día entró en el Long Room de la taberna Fraunces, en el sur de Manhattan. El salón estaba lleno de sus oficiales más leales, hombres como Henry Knox y el barón von Steuben, que se habían congelado con él en Valley Forge, habían cruzado el Delaware a medianoche y habían sangrado a su lado durante ocho largos años. No era un salón cualquiera: era, de algún modo, el último escenario de la Revolución.


El ambiente no era festivo. Nadie brindaba por conquistas futuras ni por títulos nobiliarios. Estaba cargado con la tristeza de una separación inevitable. Washington, normalmente estoico y reservado, sirvió una copa de vino y miró a sus hermanos de armas con una emoción que no se tomó el trabajo de ocultar.


«Con el corazón lleno de amor y gratitud, ahora me despido de ustedes», dijo con la voz quebrada. «Deseo fervientemente que sus últimos días sean tan prósperos y felices como sus días pasados han sido gloriosos y honorables».


No les dio órdenes. No les pidió que lo siguieran a una nueva campaña. No exigió su lealtad para un futuro gobierno personal. Los abrazó.


Uno por uno, aquellos soldados endurecidos lloraron abiertamente. Washington abrazó a cada hombre en silencio, como si se despidiera no solo de ellos, sino de un capítulo entero de su vida. No hubo pompa, ni ceremonia grandilocuente, ni discursos sobre futuros imperios. Solo fue una despedida tranquila entre guerreros que habían hecho lo imposible… y que aún no sabían qué clase de país nacería de sus sacrificios.


En ese momento, el camino más fácil habría sido muy distinto. Washington podría haber mantenido al ejército bajo su mando “hasta que el Congreso cumpliera sus obligaciones”. Podría haber presionado, negociado, intimidado. Un pequeño movimiento de sus tropas en dirección equivocada, y la joven república se habría convertido en una dictadura “provisional”. ¿Cuántas veces en la historia había empezado así un régimen perpetuo?


Pero no fue lo que hizo.


Inmediatamente después de salir de la taberna, Washington no marchó sobre el Congreso para exigir pago o poder. No convocó al pueblo para proclamarlo “protector de la nación”. En lugar de eso, cabalgó hasta Annapolis, Maryland, donde se reunía el Congreso. El 23 de diciembre de 1783, entró en la asamblea vestido con su uniforme militar. Los delegados lo miraban con una mezcla de gratitud y temor: sabían que el hombre que estaba de pie ante ellos podía, si lo deseaba, disolverlos con una sola orden.


Washington se levantó y, en uno de los gestos más sorprendentes de la historia política, renunció formalmente a su cargo de comandante en jefe. Devolvió su comisión, se inclinó ante el Congreso… y se despojó del poder que muchos hubieran matado por conservar.


Luego, simplemente, volvió a casa.


Regresó a Mount Vernon, su plantación en Virginia, decidido a vivir como un caballero agricultor. Se ocupó de sus campos, de la gestión de sus tierras, de mejorar la producción, de experimentar con nuevos cultivos. Tras años en campamentos helados y campos de batalla, eligió el barro de la granja por encima del mármol del palacio.


Hizo lo imposible.


Rechazó la corona.


Confió en el pueblo.


Al retirarse, se aseguró de que los Estados Unidos serían una república gobernada por leyes, no un reino gobernado por la espada. Demostró que el ejército sirve al pueblo y a sus representantes, y no al revés. Marca la diferencia entre una revolución que termina en libertad y otra que termina en tiranía.


El mundo observó con asombro cómo el Cincinato americano devolvía su espada a la vaina, demostrando que el carácter es la constitución más fuerte de todas. En las cortes europeas, los monarcas y ministros se preguntaban cuánto duraría un sistema así, construido sobre la renuncia voluntaria al poder. ¿Sería un experimento pasajero… o el inicio de una nueva era?


Washington, mientras tanto, arando sus campos en Virginia, parecía no preocuparse por esas preguntas.


Lo que nadie sabía entonces —y lo que mantiene al lector en vilo— es que la historia aún no había terminado con él. El hombre que había renunciado al poder sería llamado de nuevo, años más tarde, para enfrentarse a otra decisión: ¿podía alguien que una vez había rechazado ser rey negarse a servir cuando su país, tembloroso y recién nacido, le pidiera que volviera?


Pero esa ya es otra historia.

poeta española Concha Méndez.




 El 7 de diciembre de 1986 fallecía en su exilio mexicano la poeta española Concha Méndez. Perteneciente al grupo de artistas e intelectuales conocidas como "Las Sinsombrero", Concha dedicó su vida a la poesía y al teatro.

Después de una exquisita formación en un colegio francés y de empezar a descubrir el mundo del arte de principios del siglo XX, de la mano de artistas como Luis Buñuel, su primer novio, Maruja Mallo o Federico García Lorca, Concha publicó su primera obra poética cuando tenía 28 años. Desde entonces, no dejó de escribir y publicar con éxito.
En 1929 se independizó y se instaló en Buenos Aires donde se ganaba la vida publicando sus poemas en el diario La Nación. Vivió una época feliz, compartiendo su pasión intelectual con otras escritoras como Consuelo Berges o Alfonsina Storni.
En 1931 regresó a la España republicana y conoció a un impresor malagueño, Manuel Altolaguirre, con el que se casó y fundó una imprenta, La Verónica. Etapa feliz para Concha, que en 1933 se marchó a Londres con su marido. Después de la trágica experiencia de perder a su hijo, que inspiró su obra Niño y sombra, nacía en 1935 su hija Paloma, ya instalados de nuevo en España. En aquellos años, Concha y Manuel difundieron la obra de autores de la Generación del 27 mientras ella seguía escribiendo su propia obra poética.
Con el estallido de la guerra civil, se exiliaron en La Habana donde permanecieron hasta que en 1943 se marcharon a México donde Concha sufrió el abandono de su marido. A pesar de que viajó varias veces a España, permaneció el resto de su vida en México.
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≠≠ ¡MENUDA LECCIÓN DE HISTORIA LES HA DADO A TODOS LOS EUROPEOS!*

 



≠≠ ¡MENUDA LECCIÓN DE HISTORIA LES HA DADO A TODOS LOS EUROPEOS!*

‼️‼️
≠≠ Discurso de Jesús Lainz en el Parlamento Europeo situado en Bruselas :
>>> “Lo que a mí me corresponde es explicarles brevemente la falsedad de la legitimación histórica para la secesión de Cataluña. Dado el poco tiempo disponible, les plantearé brevemente ocho cuestiones para responder a la incesante falsificación histórica de los separatistas.
1- La primera, casi superflua, es la de que, evidentemente, Cataluña no tiene ningún derecho de autodeterminación, derecho muy claramente definido por la ONU y cuyos titulares son los antiguos territorios coloniales o los sometidos a dominio extranjero, lo que, obviamente, no es el caso de Cataluña.
2- La segunda consiste en la obsesión de los separatistas por extraer de la existencia en el pasado de un reino, un ducado, un condado, una república o cualquier forma de Estado, el derecho de secesión en el siglo XXI. ¿Se imaginan ustedes que de la existencia en el siglo VIII de los reinos de Essex, Wessex o Mercia alguien dedujese el derecho de sus habitantes a separarse de Inglaterra en el siglo XXI? En Italia existieron las repúblicas de Venecia y Génova, el reino de Cerdeña, el de Nápoles y el de las Dos Sicilias. ¿Tendrán por ello estas regiones italianas derecho a separarse de Italia en el siglo XXI? En Alemania existieron los reinos de Baviera, Prusia, Sajonia, Hannover o Würtemberg y otros treinta y nueve Estados de la Confederación Germánica. ¿Se imaginan las risas en Alemania si a alguien se le ocurriese sostener que los habitantes de los territorios donde existieron aquellos reinos tienen derecho a independizarse en el siglo XXI? Y no olviden el pequeño detalle de que todos estos reinos que acabo de mencionar al menos tuvieron la virtud de existir, mientras que lo que nunca existió fue un reino independiente de Cataluña. Por lo tanto, si los habitantes de ninguno de estos territorios tienen el derecho a separarse de sus naciones, ¿por qué los de Cataluña sí habrían de tenerlo?
3- Los separatistas sostienen que Cataluña es algo ajeno a España, que su vinculación con ella ha sido muy débil. Pero Cataluña siempre fue parte de España, nada menos desde que Roma comenzó a dar forma administrativa a los pueblos de la Península Ibérica, con la catalana Tarragona como primera capital de la Hispania romana. Y, posteriormente, la catalana Barcelona sería la primera capital de la Hispania visigoda. A partir de entonces, los catalanes han participado en todas las empresas históricas de España: la Reconquista de ocho siglos contra los invasores musulmanes, el descubrimiento y conquista de América, etc. Porque con Colón y con Hernán Cortés estuvieron muchos catalanes, y buena parte de los primeros evangelizadores de América fueron monjes catalanes. Y ya que estamos en Bruselas, no podemos dejar de recordar a los Tercios de Flandes, en los que muchos soldados catalanes lucharon a las órdenes del duque de Alba, aunque, evidentemente, los separatistas catalanes no lo mencionen nunca.
4- En cuarto lugar, los separatistas catalanes sostienen que España es una nación desarticulada, imperfecta, poco sólida, poco hecha. Pero si echamos un vistazo a Europa, veremos que naciones tan indudables y sólidas como Italia o Alemania se unificaron hace sólo ciento cincuenta años. En cuanto a Francia, otra nación evidentísima, Saboya y Niza se incorporaron a ella muy recientemente, en 1860. Y Alsacia y Lorena hace bastante menos: exactamente ciento un años, en 1918, al terminar la Primera Guerra Mundial. En cuanto a Polonia, dependiendo del siglo del que hablemos, la veremos cambiar de tamaño y de ubicación en el mapa. E incluso desapareció durante largo tiempo. España, por el contrario, lleva seis siglos siendo lo que es. Pues bien, si ninguna de estas regiones de estos países, a pesar de su reciente incorporación, tienen el derecho a la secesión, ¿por qué Cataluña, que lleva en España dos mil años, sí?
5- La quinta cuestión se refiere a Escocia, cuyo referéndum legal de 2014 es muy utilizado como ejemplo por los separatistas catalanes. Pero el ejemplo es inapropiado, puesto que la legislación constitucional británica no es la española, por lo que no se comprende por qué habría de extenderse a España o a ningún otro país del mundo. Porque la legislación británica es, obviamente, fruto de la historia de Gran Bretaña. Pues en 1707 dos parlamentos, el escocés y el inglés, de dos reinos, Escocia e Inglaterra, acordaron fundirse para conformar el Reino de Gran Bretaña mediante el Acta de Unión. Pero, en el caso español, jamás hubo ningún parlamento catalán de ningún reino de Cataluña que pactase de igual a igual con un parlamento español de un reino de España para conformar el Reino Unido de España mediante ninguna Acta de Unión. Por lo tanto, la explicación histórica y las consecuencias jurídicas son completamente distintas.
6- Otro elemento esencial en la falsaria propaganda separatista es que Cataluña fue invadida por España en 1714, elemento muy utilizado tanto en el exterior como en el interior. En el exterior, para ganarse simpatías entre aquellos desinformados que se creen lo de un país pequeño invadido por una potencia más grande. Y en el interior, para lavar el cerebro de los catalanes, especialmente de los niños. Un ejemplo: el dirigente separatista Artur Mas declaró a Le Monde en febrero de 2012 que “Cataluña pertenece al Estado español desde hace trescientos años por la fuerza, tras haber perdido batallas y guerras”. Pero esto es sencillamente mentira. Lo que hubo en España en 1714 no fue una guerra entre españoles y catalanes, sino entre los partidarios del candidato Habsburgo y los del Borbón. Y de unos y de otros los hubo en todas las regiones españolas, Cataluña incluida. Pero como Barcelona fue la última resistencia del finalmente derrotado candidato Habsburgo, con la debida tergiversación se presenta como una guerra entre españoles y catalanes. Y, dicho sea de paso, el motivo principal del apoyo probablemente mayoritario en Cataluña al candidato Habsburgo fue la tradicional francofobia de los catalanes, detalle que Artur Mas, por su puesto, no explicó a Le Monde.
7- Otra de las mentiras, de gran eficacia propagandística, con la que se suele intoxicar la opinión pública europea consiste en sostener que Cataluña merece la secesión por haber sufrido especialmente durante el régimen de Franco. No es éste, evidentemente, momento ni lugar para explicarlo. Sólo les daré tres breves datos: hubo más voluntarios catalanes luchando en el bando franquista que en el republicano; el régimen franquista estuvo plagado de ministros, parlamentarios, embajadores y otros altos cargos catalanes; y Cataluña fue la región más beneficiada por la política económica del franquismo. Podríamos extendernos hasta el infinito, pero les daré un solo dato: en 1975, cuando murió Franco, Cataluña, que representa el 6% del territorio español, contaba con el 45% de los kilómetros de autopista.
8- Por último, otro argumento de gran eficacia sentimental: la lengua catalana como justificación de la secesión, argumento absurdo donde los haya pero muy utilizado en la propaganda. Pues, ¿desde cuándo una lengua es igual a una nación? Se calcula que en el mundo se hablan unas 6.000 lenguas, y en la ONU hay representadas 193 naciones. ¿Qué sucede entonces? ¿Qué falla aquí? ¿En el mundo sobran 5.800 lenguas? ¿O en la ONU faltan 5.800 naciones? Pero vengámonos más cerca, a Europa. Pues el único país europeo donde se habla una sola lengua es Islandia. Todos los demás son multilingües. Aquí, en Bélgica, por ejemplo, se hablan tres: francés, flamenco y alemán. Y en Francia o Italia, países aparentemente monolingües, se hablan más lenguas que en España.
¿Estará dispuesta Francia, la République Une et Indivisible, a conceder la independencia a Alsacia porque allí se habla alemán, a Bretaña porque allí se habla bretón, a Provenza porque allí se habla provenzal, a Córcega porque allí se habla corso, a los Pirineos Atlánticos porque allí se habla vasco y al Rosellón porque allí se habla catalán?
>> CONCLUYAMOS : Cataluña no tiene ningún derecho histórico, ni jurídico, ni étnico, ni lingüístico, ni cultural, ni de ningún tipo, a la secesión. O como dicen los separatistas, ningún derecho a decidir, que es el eufemismo para no mencionar la inaplicable autodeterminación.
¿Por qué especial privilegio, por qué especial superioridad los catalanes tendrían derecho a decidir unilateralmente la destrucción de España mientras que los demás españoles tendrían que mantener la boca cerrada? Porque no olvidemos que la tan repetida construcción nacional catalana no es otra cosa que la destrucción nacional de España.
¿Ustedes, señores franceses, italianos, británicos, polacos, alemanes, aceptarían que los habitantes de una región decidiesen la destrucción de sus naciones sin que los demás habitantes de las demás regiones pudieran participar en la decisión?
Efectivamente, el derecho a decidir existe: es el derecho que, para decidir sobre la existencia o desaparición de España, tienen todos los ciudadanos españoles“
Puede ser una imagen de texto
Antonio Moreno Hurtado y otras personas

El 7 de diciembre de 1786 nacía Maria Walewska,




 El 7 de diciembre de 1786 nacía Maria Walewska, noble polaca que pasó a la historia por ser una de las amantes del emperador Napoleón Bonaparte. A pesar de pertenecer a una familia de la alta nobleza, los recursos eran limitados por lo que a los 18 años tuvo que aceptar un matrimonio concertado que aliviara la situación económica de la familia. El escogido se llamaba Anastase Colonna Walewski, un conde muy rico 40 años mayor que ella.

Convertida en condesa, participó en las tertulias de los círculos bonapartistas, que veían al emperador Napoleón como el libertador de Polonia. María presenció la entrada de Napoleón Bonaparte en Varsovia. Él se fijó en su belleza cuando la volvió a ver en un baile. Pronto se hicieron amantes.
Maria, que amó sinceramente a Napoleón, tuvo un hijo con él, Alejandro José Colonna, que adoptó los apellidos del conde Walewski. Cuando Napoleón volvió a París, Maria le siguió con su hijo. En 1810, el emperador se separaba de Josefina y se casaba con María Luisa de Habsburgo-Lorena, quien puso como condición que alejara de su lado a la que se conocía como "la reina polaca".
Maria y su hijo se trasladaron entonces a vivir a Nápoles, a una hacienda cedida por el emperador, en la que pudo vivir sin problemas económicos. Maria no se olvidó nunca de Napoleón, al que continuó amando en la distancia y al que visitó en los momentos difíciles de su exilio en la isla de Santa Elena.
En 1812 fallecía su esposo y 4 años más tarde se casó con el conde Philippe Antoine d'Ornaro, primo segundo de Napoleón. El 11 de diciembre 1817, cuando daba a luz a su hijo Rodolfo Augusto, fallecía en el parto. Tenía solamente 31 años.
En 1937, el cine clásico recreó su historia de amor con el Corso en una película protagonizada por Greta Garbo y Charles Boyer.
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