lunes, 17 de noviembre de 2025
Las habichuelas mágicas
Las habichuelas mágicas

Periquin vivia con su madre, que era viuda, en una cabaña de bosque. Con el tiempo fue empeorando la situacion familiar, la madre determino mandar a Periquin a la ciudad, para que alli intentase vender la unica vaca que poseian. El niño se puso en camino, llevando atado con una cuerda al animal, y se encontro con un hombre que llevaba un saquito de habichuelas. -Son maravillosas -explico aquel hombre-. Si te gustan, te las dare a cambio de la vaca. Asi lo hizo Periquin, y volvio muy contento a su casa. Pero la viuda, disgustada al ver la necedad del muchacho, cogio las habichuelas y las arrojo a la calle.

Despues se puso a llorar. Cuando se levanto Periquin al dia siguiente, fue grande su sorpresa al ver que las habichuelas habian crecido tanto durante la noche, que las ramas se perdian de vista. Se puso Periquin a trepar por la planta, y sube que sube, llego a un pais desconocido. Entro en un castillo y vio a un malvado gigante que tenia una gallina que ponia huevos de oro cada vez que el se lo mandaba. Espero el niño a que el gigante se durmiera, y tomando la gallina, escapo con ella. Llego a las ramas de las habichuelas, y descolgandose, toco el suelo y entro en la cabaña.
La madre se puso muy contenta. Y asi fueron vendiendo los huevos de oro, y con su producto vivieron tranquilos mucho tiempo, hasta que la gallina se murio y Periquin tuvo que trepar por la planta otra vez, dirigiendose al castillo del gigante. Se escondio tras una cortina y pudo observar como el dueño del castillo iba contando monedas de oro que sacaba de un bolson de cuero.
En cuanto se durmio el gigante, salio Periquin y, recogiendo el talego de oro, echo a correr hacia la planta gigantesca y bajo a su casa. Asi la viuda y su hijo tuvieron dinero para ir viviendo mucho tiempo. Sin embargo, llego un dia en que el bolson de cuero del dinero quedo completamente vacio.
Se cogio Periquin por tercera vez a las ramas de la planta, y fue escalandolas hasta llegar a la cima. Entonces vio al ogro guardar en un cajon una cajita que, cada vez que se levantaba la tapa, dejaba caer una moneda de oro. Cuando el gigante salio de la estancia, cogio el niño la cajita prodigiosa y se la guardo. Desde su escondite vio Periquin que el gigante se tumbaba en un sofa, y un arpa, oh maravilla!, tocaba sola, sin que mano alguna pulsara sus cuerdas, una delicada musica.

El gigante, mientras escuchaba aquella melodia, fue cayendo en el sueño poco a poco. Apenas le vio asi Periquin, cogio el arpa y echo a correr. Pero el arpa estaba encantada y, al ser tomada por Periquin, empezo a gritar: -Eh, señor amo, despierte usted, que me roban! Despertose sobresaltado el gigante y empezaron a llegar de nuevo desde la calle los gritos acusadores: -Señor amo, que me roban! Viendo lo que ocurria, el gigante salio en persecucion de Periquin.
Resonaban a espaldas del niño pasos del gigante, cuando, ya cogido a las ramas empezaba a bajar. Se daba mucha prisa, pero, al mirar hacia la altura, vio que tambien el gigante descendia hacia el.
No habia tiempo que perder, y asi que grito Periquin a su madre, que estaba en casa preparando la comida: -Madre, traigame el hacha en seguida, que me persigue el gigante! Acudio la madre con el hacha, y Periquin, de un certero golpe, corto el tronco de la tragica habichuela. Al caer, el gigante se estrello, pagando asi sus fechorias, y Periquin y su madre vivieron felices con el producto de la cajita que, al abrirse, dejaba caer una moneda de oro.

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Que viene el lobo
Que viene el lobo

Erase una vez un pastorcillo que cuidaba las ovejas de todo el pueblo. Algunos días era agradable permanecer en las colinas y el tiempo pasaba muy de prisa. Otros, el muchacho se aburría; no había nada que hacer salvo mirar cómo pastaban las ovejas de la mañana a la noche.
Un día decidió divertirse y se subió sobre un risco que dominaba el pueblo.
-¡Socorro! -gritó lo más fuerte que pudo- ¡Que viene el lobo y devora las ovejas!

En cuanto los del pueblo oyeron los gritos del pastorcillo, salieron de sus casas y subieron corriendo a la colina para ayudarle a ahuyentar al lobo… y lo encontraron desternillándose de risa por la broma que les había gastado. Enfadados, regresaron al pueblo y el chico, todavía riendo, volvió de nuevo a apacentar las ovejas.
Una semana más tarde, el muchacho se aburría de nuevo y subió al risco y gritó:
-¡Socorro! ¡Que viene el lobo y devora las ovejas!
Otra vez los del pueblo corrieron hasta la colina para ayudarle. De nuevo lo encontraron riéndose de verles tan colorados y se enfadaron mucho, pero lo único que podían hacer era soltarle una regañina.
Tres semanas después el muchacho les gastó exactamente la misma broma, y otra vez un mes después, y de nuevo al cabo de unas pocas semanas.
-¡Socorro! -gritaba- ¡Que viene el lobo y devora las ovejas!
Los buenos vecinos siempre se encontraban al pastorcillo riéndose a carcajada limpia por la broma que les había gastado.
Pero… un día de invierno, a la caída de la tarde, mientras el muchacho reunía las ovejas para regresar con ellas a casa, un lobo de verdad se acercó acechando al rebaño.
El pastorcillo se quedó aterrado. El lobo parecía enorme a la luz del crepúsculo y el chico sólo tenía su cayado para defenderse. Corrió hasta el risco y gritó:
-¡Socorro! ¡Que viene el lobo y devora las ovejas!
Pero nadie en el pueblo salió para ayudar al muchacho, porque nadie cree a un mentiroso, aunque alguna vez diga la verdad.
-Nos ha gastado la misma broma demasiadas veces -dijeron todos- Si hay un lobo esta vez, tendrá que comerse al muchacho.
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La bella princesa
La bella princesa

Vivía una vez en un pueblecito pesquero una joven de origen pobre, pero que era increíblemente hermosa, famosa en todo el reino por su belleza. Ella, conocedora de su belleza y de la admiración que despertaba entre los jóvenes del reino, rechazaba a todos los pretendientes que se acercaban a pedir su mano, y le decía con total seguridad a su madre “Tranquila mamá, que pronto vendrá un apuesto príncipe, que se enamorará de mí y me pedirá en matrimonio”. De pronto a lomos de un impresionante corcel llegó al pueblo un guapísimo príncipe y éste,nada más verla, se enamoró perdidamente de ella y empezó a enviar regalos y dedicarle maravillosas poesías, hasta que consiguió que la joven dijera que sí . La boda fue grandiosa y espectacular, y todos comentaban que hacían una pareja perfecta.
Pero cuando la boda se acabó y las fiestas terminaron, ella se dió cuenta que su maravilloso príncipe no era tan maravilloso como ella pensaba. Era un terrible tirano con su pueblo, la presenta

ba como de un trofeo de caza, alardeando de su gran belleza y era egoísta y mezquino. Cuando descubrió que todo en su marido era una falsa apariencia, con la que había conseguido conquistarla, no dudó en decírselo, pero él con una gran y cínica sonrisa le respondió de forma similar, “ te recuerdo que sólo me casé contigo por tu belleza, y que tú misma podrías haber elegido a otros muchos antes que a mí, que seguramente estaban enamorados de tí, tanto de tu belleza como de tu interior, de no haberte dejado llevar por la ambición y tus ganas de vivir en un palacio”.
La princesa lloró durante muchos días, sobre todo al darse cuenta de la enorme verdad de las palabras de su cruel marido. Y se acordaba de tantos y tantos jóvenes buenos y honrados a quienes había rechazado sólo por convertirse en una princesa.
Desesperada la princesa trató de huir de palacio, pero el príncipe se dió cuenta y no lo consintió, pues todos los nobles de su reino y de los reinos vecinos, hablaban de la extraordinaria belleza de su esposa, y con eso aumentaba su fama de hombre excepcional, cosa que le producía un enorme placer y un gran orgullo. Tantas veces intentó la princesa escapar, que este acabó por encerrarla y puso varios guardias que la vigilaban constantemente.
Tras pasar un tiempo encerrada, uno de los guardias empezó a sentir lástima por la princesa, y en sus encierros trataba de animarla y darle conversación. Así de esta forma, con el paso del tiempo se fueron haciendo buenos amigos. Un día la princesa pidió a su guardián, que dada la amistad que les unía, que por favor que la dejara escapar. Pero el soldado, que era noble y leal a su rey, no accedió a la petición de la princesa. Sin embargo, le respondió:
– Si deseáis tanto huir de aquí, yo sé una forma de hacerlo, pero le advierto princesa que el sacrificio por vuestra parte va a ser enorme.
La princesa accedió, confirmando que estaba dispuesta a cualquier cosa, y el soldado continuo:
– Ya que el príncipe sólo os quiere por vuestra belleza, si os desfiguráis el rostro, ya no le servireis para presumir y sacar pecho ante los demás príncipes y para evitar que nadie os vea seguro que os enviará lejos de palacio, y borrará cualquier rastro de vuestra presencia. Ya sabemos lo cruel y miserable que puede llegar a ser.
La princesa poniendo las manos en su rostro respondió sollozando:
– ¿Desfigurar mi bella cara? ¿Y a dónde iré después? ¿No te das cuenta que mi belleza es lo único que tengo? ¿Nadie querrá saber nada de una mujer horrible, fea e inútil como yo?
– Yo lo haré – respondió el soldado hincando su rodilla en el suelo, pues en el trato diario con la princesa había terminado enamorándose de ella – Para mí sois aún más bella por dentro que por fuera.
Y entonces la princesa se dió cuenta que también amaba a aquel honrado y leal soldado. LLorando amargamente, tomó la mano del soldado, y empuñando juntos un puñal, hicieron en su rostro dos largos y profundos cortes.
Cuando el príncipe fué a visitar a la princesa contempló horrorizado el rostro de su esposa, y tuvo la reacción que el guardían había previsto. Le dijo que no quería verla nunca más y que se fuera lo más lejos que pudiera, además se inventó una heroica historia sobre la muerte de la princesa que hizo que su leyenda sobre su belleza y bondad fuera más popular entre la gente. Mando al guardia que la acompañara y escoltara lo más lejos que pudiera.
De esa manera partieron los dos completamente felices y alegres, y la joven del bello rostro pudo por fin ser feliz junto a su maravilloso soldado, la única persona del mundo que no apartaba la mirada al ver su rostro, pues a través de él podía ver siempre su corazón.
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Caperucita Roja
Caperucita Roja
Había una vez una adorable niña que era querida por todo aquél que la conociera, pero sobre todo por su abuelita, y no quedaba nada que no le hubiera dado a la niña. Una vez le regaló una pequeña caperuza o gorrito de un color rojo, que le quedaba tan bien que ella nunca quería usar otra cosa, así que la empezaron a llamar Caperucita Roja. Un día su madre le dijo:“Ven, Caperucita Roja, aquí tengo un pastel y una botella de vino, llévaselas en esta canasta a tu abuelita que esta enfermita y débil y esto le ayudará. Vete ahora temprano, antes de que caliente el día, y en el camino, camina tranquila y con cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas a caerte y se quiebre la botella y no quede nada para tu abuelita. Y cuando entres a su dormitorio no olvides decirle, “Buenos días”, ah, y no andes curioseando por todo el aposento.”
“No te preocupes, haré bien todo”, dijo Caperucita Roja, y tomó las cosas y se despidió cariñosamente.

La abuelita vivía en el bosque, como a un kilómetro de su casa. Y no más había entrado Caperucita Roja en el bosque, siempre dentro del sendero, cuando se encontró con un lobo. Caperucita Roja no sabía que esa criatura pudiera hacer algún daño, y no tuvo ningún temor hacia él.
“Buenos días, Caperucita Roja,” dijo el lobo. “Buenos días, amable lobo.”
– “¿Adonde vas tan temprano, Caperucita Roja?”
– “A casa de mi abuelita.”
– “¿Y qué llevas en esa canasta?”
– “Pastel y vino. Ayer fue día de hornear, así que mi pobre abuelita enferma va a tener algo bueno para fortalecerse.”
– “¿Y adonde vive tu abuelita, Caperucita Roja?”
– “Como a medio kilómetro más adentro en el bosque. Su casa está bajo tres grandes robles, al lado de unos avellanos. Seguramente ya los habrás visto,” contestó inocentemente Caperucita Roja. El lobo se dijo en silencio a sí mismo: “¡Qué criatura tan tierna! qué buen bocadito – y será más sabroso que esa viejita. Así que debo actuar con delicadeza para obtener a ambas fácilmente.” Entonces acompañó a Caperucita Roja un pequeño tramo del camino y luego le dijo: “Mira Caperucita Roja, que lindas flores se ven por allá, ¿por qué no vas y recoges algunas? Y yo creo también que no te has dado cuenta de lo dulce que cantan los pajaritos. Es que vas tan apurada en el camino como si fueras para la escuela, mientras que todo el bosque está lleno de maravillas.”

Caperucita Roja levantó sus ojos, y cuando vio los rayos del sol danzando aquí y allá entre los árboles, y vio las bellas flores y el canto de los pájaros, pensó: “Supongo que podría llevarle unas de estas flores frescas a mi abuelita y que le encantarán.Además, aún es muy temprano y no habrá problema si me atraso un poquito, siempre llegaré a buena hora.” Y así, ella se salió del camino y se fue a cortar flores. Y cuando cortaba una, veía otra más bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta se fue adentrando en el bosque. Mientras tanto el lobo aprovechó el tiempo y corrió directo a la casa de la abuelita y tocó a la puerta.“¿Quién es?” preguntó la abuelita.
“Caperucita Roja,” contestó el lobo.
“Traigo pastel y vino. Ábreme, por favor.”
– “Mueve la cerradura y abre tú,” gritó la abuelita, “estoy muy débil y no me puedo levantar.”
El lobo movió la cerradura, abrió la puerta, y sin decir una palabra más, se fue directo a la cama de la abuelita y de un bocado se la tragó. Y enseguida se puso ropa de ella, se colocó un gorro, se metió en la cama y cerró las cortinas.
Mientras tanto, Caperucita Roja se había quedado colectando flores, y cuando vio que tenía tantas que ya no podía llevar más, se acordó de su abuelita y se puso en camino hacia ella. Cuando llegó, se sorprendió al encontrar la puerta abierta, y al entrar a la casa, sintió tan extraño presentimiento que se dijo para sí misma:

“¡Oh Dios! que incómoda me siento hoy, y otras veces que me ha gustado tanto estar con abuelita.” Entonces gritó: “¡Buenos días!”, pero no hubo respuesta, así que fue al dormitorio y abrió las cortinas. Allí parecía estar la abuelita con su gorro cubriéndole toda la cara, y con una apariencia muy extraña.
“¡!Oh, abuelita!” dijo, “qué orejas tan grandes que tienes.”
– “Es para oírte mejor, mi niña,” fue la respuesta. “Pero abuelita, qué ojos tan grandes que tienes.”
– “Son para verte mejor, querida.”
– “Pero abuelita, qué brazos tan grandes que tienes.”
– “Para abrazarte mejor.” – “Y qué boca tan grande que tienes.”
– “Para comerte mejor.” Y no había terminado de decir lo anterior, cuando de un salto salió de la cama y se tragó también a Caperucita Roja.
Entonces el lobo decidió hacer una siesta y se volvió a tirar en la cama, y una vez dormido empezó a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese momento por allí, escuchó los fuertes ronquidos y pensó, ¡Cómo ronca esa viejita!Voy a ver si necesita alguna ayuda. Entonces ingresó al dormitorio, y cuando se acercó a la cama vio al lobo tirado allí.“¡Así que te encuentro aquí, viejo pecador!” dijo él.”¡Hacía tiempo que te buscaba!”

Y ya se disponía a disparar su arma contra él, cuando pensó que el lobo podría haber devorado a la viejita y que aún podría ser salvada, por lo que decidió no disparar. En su lugar tomó unas tijeras y empezó a cortar el vientre del lobo durmiente.
En cuanto había hecho dos cortes, vio brillar una gorrita roja, entonces hizo dos cortes más y la pequeña Caperucita Roja salió rapidísimo, gritando: “¡Qué asustada que estuve, qué oscuro que está ahí dentro del lobo!”, y enseguida salió también la abuelita, vivita, pero que casi no podía respirar. Rápidamente, Caperucita Roja trajo muchas piedras con las que llenaron el vientre del lobo. Y cuando el lobo despertó, quizo correr e irse lejos, pero las piedras estaban tan pesadas que no soportó el esfuerzo y cayó muerto.
Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quitó la piel al lobo y se la llevó a su casa. La abuelita comió el pastel y bebió el vino que le trajo Caperucita Roja y se reanimó. Pero Caperucita Roja solamente pensó:
“Mientras viva, nunca me retiraré del sendero para internarme en el bosque, cosa que mi madre me había ya prohibido hacer.”

Otras versiones de Caperucita Roja:
Caperucita Roja ( Versión original sin final feliz)
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La sirenita
La sirenita

Había una vez…
…Un hermoso lugar, en lo más profundo de los mares donde el agua es pura y transparente como el cristal, y en ella abundan las plantas, las flores y los peces de formas extraordinarias.
Allí existía un esplendoroso palacio que pertenecía al Rey de los Mares. Estaba realizado de coral y de caracolas y adornado con perlas de todos tamaños, estrellas y esponjas, y allí vivía el rey junto con sus seis lindas hijitas.

Sirenita, la más joven, además de ser la más bella, poseía una voz maravillosa; cuando cantaba acompañándose con el arpa, los peces acudían de todas partes para escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusa al oírla dejaban de flotar. La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través de las aguas profundas. “¡Oh!, ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!” “Todavía eres demasiado joven”. Respondió la madre. “Dentro de unos años, cuando tengas quince, el rey te dará permiso para salir a la superficie, como a tus hermanas”.
Sirenita soñaba con el mundo de los hombres, el cual conocía a través de los relatos de sus hermanas, a quienes interrogaba durante horas para satisfacer su inagotable curiosidad cada vez que volvían de la superficie. En este tiempo, mientras esperaba salir a la superficie para conocer el universo ignorado, se ocupaba de su maravilloso jardín ornado con flores marítimas. Los caballitos de mar le hacían compañía y los delfines se le acercaban para jugar con ella; únicamente las estrellas de mar, quisquillosas, no respondían a su llamada. Por fin llegó el cumpleaños tan esperado y, durante toda la noche precedente, no consiguió dormir. A la mañana siguiente el padre la llamó y, al acariciarle sus largos y rubios cabellos, vio esculpida en su hombro una hermosísima flor. “¡Bien, ya puedes salir a respirar el aire y ver el cielo! ¡Pero recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo! Somos hijos del mar y no tenemos alma como los hombres, Sé prudente y no te acerques a ellos. ¡Sólo te traerían desgracias!” Apenas su padre terminó de hablar, Sirenita le di un beso y se dirigió hacia la superficie, deslizándose ligera.
Se sentía tan veloz que ni siquiera los peces conseguían alcanzarla. De repente emergió del agua. ¡Qué fascinante! Veía por primera vez el cielo azul y las primeras estrellas centelleantes al anochecer . El sol, que ya se había puesto en el horizonte, había dejado sobre las olas un reflejo dorado que se diluía lentamente. Las gaviotas revoloteaban por encima de Sirenita y dejaban oír sus alegres graznidos de bienvenida. “¡Qué hermoso es todo!” exclamó feliz, dando palmadas. Pero su asombro y admiración aumentaron todavía: una nave se acercaba despacio al escollo donde estaba Sirenita. Los marinos echaron el ancla, y la nave, así amarrada, se balanceó sobre la superficie del mar en calma. Sirenita escuchaba sus voces y comentarios. “¡Cómo me gustaría hablar con ellos!”. Pensó.
Pero al decirlo, miró su larga cola cimbreante, que tenía en lugar de piernas, y se sintió acongojada: “¡Jamás seré como ellos!”. A bordo parecía que todos estuviesen poseídos por una extraña animación y, al cabo de poco, la noche se llenó de vítores: “¡Viva nuestro capitán! ¡Vivan sus veinte años!”. La pequeña sirena, atónita y extasiada, había descubierto mientras tanto al joven al que iba dirigido todo aquel alborozo. Alto, moreno, de porte real, sonreía feliz. sirenita no podía dejar de mirarlo y una extraña sensación de alegría y sufrimiento al mismo tiempo, que nunca había sentido con anterioridad, le oprimió el corazón. La fiesta seguía a bordo, pero el mar se encrespaba cada vez más. Sirenita se dio cuenta enseguida del peligro que corrían aquellos hombres: un viento helado y repentino agitó las olas, el cielo entintado de negro se desgarró con relámpagos amenazantes y una terrible borrasca sorprendió a la nave desprevenida. “¡Cuidado! ¡El mar…!” En vano Sirenita gritó y gritó.

Pero sus gritos, silenciados por el rumor del viento, no fueron oídos, y las olas, cada vez más altas, sacudieron con fuerza la nave. Después, bajo los gritos desesperados de los marineros, la arboladura y las velas se abatieron sobre cubierta, y con un siniestro fragor el barco se hundió. Sirenita, que momentos antes había visto cómo el joven capitán caía al mar, se puso a nadar para socorrerlo. Lo buscó inútilmente durante mucho rato entre las olas gigantescas. Había casi renunciado, cuando de improviso, milagrosamente, lo vio sobre la cresta blanca de una ola cercana y, de golpe lo tuvo en sus brazos. El joven estaba inconsciente, mientras Sirenita, nadando con todas sus fuerzas, lo sostenía para rescatarlo de una muerte segura.
Lo sostuvo hasta que la tempestad amainó. Al alba, que despuntaba sobre un mar todavía lívido, Sirenita se sintió feliz al acercarse a tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena de la playa. Al no poder andar, permaneció mucho tiempo a su lado con la cola lamiendo el agua, frotando las manos del joven y dándole calor con su cuerpo. Hasta que un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a buscar refugio en el mar. “¡Corred! ¡Corred!” gritaba una dama de forma atolondrada. “¡Hay un hombre en la playa!” “¡Está vivo! ¡Pobrecito! ¡Ha sido la tormenta…! ¡ Llevémosle al castillo!” “¡No!¡No! Es mejor pedir ayuda…” La primera cosa que vio el joven al recobrar el conocimiento, fue el hermoso semblante de la más joven de las tres damas. “¡Gracias por haberme salvado!” Le susurró a la bella desconocida. Sirenita, desde el agua, vio que el hombre al que había salvado se dirigía hacia el castillo, ignorante de que fuese ella y no la otra, quién lo había salvado. Pausadamente nadó hacia el mar abierto; sabía que, en aquella playa, detrás suyo, había dejado algo de lo que nunca hubiera querido separarse. ¡Oh! ¡Qué maravillosas habían sido las horas transcurridas durante la tormenta teniendo al joven entre sus brazos! Cuando llegó a la mansión paterna, Sirenita empezó su relato, pero de pronto sintió un nudo en su garganta y, echándose a llorar, se refugió en su habitación. Días y más días permaneció encerrada sin querer ver a nadie, rehusando incluso hasta los alimentos.
Sabía que su amor por el joven capitán era un amor sin esperanza, porque ella, Sirenita, nunca podría casarse con un hombre. Sólo la Hechicera de los Abismos podía socorrerla. Pero, ¿a qué precio? A pesar de todo decidió consultarla. “¡…por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querrás dos piernas. ¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que pongas los pies en el suelo sentirás un terrible dolor.” “¡No me importa” respondió Sirenita con lágrimas en los ojos, “a condición de que pueda volver con él!” “¡No he terminado todavía!” dijo la vieja.” Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola. “¡Acepto!” dijo por último Sirenita y, sin dudar un instante, le pidió el frasco que contenía la poción prodigiosa. Se dirigió a la playa y, en las proximidades de su mansión, emergió a la superficie; se arrastró a duras penas por la orilla y se bebió la pócima de la hechicera. Inmediatamente, un fuerte dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvió en sí, vio a su lado, como entre brumas, aquel semblante tan querido sonriéndole. El príncipe allí la encontró y, recordando que también él fue un náufrago, cubrió tiernamente con su capa aquel cuerpo que el mar había traído. “No temas” le dijo de repente,”estás a salvo. ¿De dónde vienes?” Pero Sirenita, a la que la bruja dejó muda, no pudo responderle. “Te llevaré al castillo y te curaré.”

Durante los días siguientes, para Sirenita empezó una nueva vida: llevaba maravillosos vestidos y acompañaba al príncipe en sus paseos. Una noche fue invitada al baile que daba la corte, pero tal y como había predicho la bruja, cada paso, cada movimiento de las piernas le producía atroces dolores como premio de poder vivir junto a su amado. Aunque no pudiese responder con palabras a las atenciones del príncipe, éste le tenía afecto y la colmaba de gentilezas. Sin embargo, el joven tenía en su corazón a la desconocida dama que había visto cuando fue rescatado después del naufragio. Desde entonces no la había visto más porque, después de ser salvado, la desconocida dama tuvo que partir de inmediato a su país. Cuando estaba con Sirenita, el príncipe le profesaba a ésta un sincero afecto, pero no desaparecía la otra de su pensamiento. Y la pequeña sirena, que se daba cuenta de que no era ella la predilecta del joven, sufría aún más. Por las noches, Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a llorar junto a la playa. Pero el destino le reservaba otra sorpresa. Un día, desde lo alto del torreón del castillo, fue avistada una gran nave que se acercaba al puerto, y el príncipe decidió ir a recibirla acompañado de Sirenita. La desconocida que el príncipe llevaba en el corazón bajó del barco y, al verla, el joven corrió feliz a su encuentro.
Sirenita, petrificada, sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que perdería a su príncipe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el príncipe enamorado, y la dama lo aceptó con agrado, puesto que ella también estaba enamorada. Al cabo de unos días de celebrarse la boda, los esposos fueron invitados a hacer un viaje por mar en la gran nave que estaba amarrada todavía en el puerto. Sirenita también subió a bordo con ellos, y el viaje dio comienzo. Al caer la noche, Sirenita, angustiada por haber perdido para siempre a su amado, subió a cubierta. Recordando la profecía de la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a desaparecer en el mar.
Procedente del mar, escuchó la llamada de sus hermanas: “¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este puñal? Es un puñal mágico que hemos obtenido de la bruja a cambio de nuestros cabellos. ¡Tómalo y, antes de que amanezca, mata al príncipe! Si lo haces, podrás volver a ser una sirenita como antes y olvidarás todas tus penas.” Como en un sueño, Sirenita, sujetando el puñal, se dirigió hacia el camarote de los esposos. Mas cuando vio el semblante del príncipe durmiendo, le dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecía, arrojó el arma al mar, dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma.
Cuando el sol despuntaba en el horizonte, lanzó un rayo amarillento sobre el mar y, Sirenita, desde las aguas heladas, se volvió para ver la luz por última vez. Pero de improviso, como por encanto, una fuerza misteriosa la arrancó del agua y la transportó hacia lo más alto del cielo. Las nubes se teñían de rosa y el mar rugía con la primera brisa de la mañana, cuando la pequeña sirena oyó cuchichear en medio de un sonido de campanillas: “¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras!” “¿Quienes sois?” murmuró la muchacha, dándose cuenta de que había recobrado la voz “¿Dónde estáis?” “Estas con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento. No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan demostrado buena voluntad hacia ellos.” Sirenita , conmovida, miró hacia abajo, hacia el mar en el que navegaba el barco del príncipe, y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, mientras las hadas le susurraban: “¡Fíjate! Las flores de la tierra esperan que nuestras lágrimas se transformen en rocío de la mañana. ¡Ven con nosotras! Tenemos mucho trabajo. ¿Quieres ayudarnos?
-¡Claro que quiero! -gritó con alborozo la sirenita.
Y calmada, contenta, ligera, se lanzó en seguimiento de las hijas del aire.
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Los 3 cerditos
Los 3 cerditos
Al lado de sus padres , tres cerditos habían crecido alegres en una cabaña del bosque. Y como ya eran mayores, sus papas decidieron que era hora de que construyeran , cada uno, su propia casa. Los tres cerditos se despidieron de sus papas, y fueron a ver como era el mundo, y encontraron un bonito lugar cerca del bosque donde construir sus tres casitas.

El primer cerdito, el perezoso de la familia , decidió hacer una casa de paja. En un minuto la choza estaba ya hecha. Y entonces se fue a dormir.
El segundo cerdito , un glotón , prefirió hacer la cabaña de madera. No tardo mucho en construirla. Y luego se fue a comer manzanas.
El tercer cerdito , muy trabajador , opto por construirse una casa de ladrillos y cemento. Tardaría mas en construirla pero estaría mas protegido. Después de un día de mucho trabajo, la casa quedo preciosa. Pero ya se empezaba a oír los aullidos del lobo en el bosque.
No tardo mucho para que el lobo se acercara a las casas de los tres cerditos. Hambriento , el lobo se dirigió a la primera casa y dijo:
– ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare!.
Como el cerdito no la abrió, el lobo soplo con fuerza, y derrumbo la casa de paja.

El cerdito, temblando de miedo, salio corriendo y entro en la casa de madera de su hermano. El lobo le siguió.
Y delante de la segunda casa, llamo a la puerta, y dijo:
– ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare!
Pero el segundo cerdito no la abrió y el lobo soplo y soplo, y aunque la casita de madera aguantó mucho más que la casita de paja, al final la casita se fue por los aires.

Asustados, los dos cerditos corrieron y entraron en la casa de ladrillos de su otro hermano. Pero, como el lobo estaba decidido a comérselos, llamo a la puerta y grito: – ¡Ábreme la puerta!
¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare! Y el cerdito trabajador le dijo:
– ¡Soplas lo que quieras, pero no la abriré!

Entonces el lobo soplo y soplo. Soplo con todas sus fuerzas, pero la casa ni se movió. La casa era muy fuerte y resistente. El lobo se quedo casi sin aire. Pero aunque el lobo estaba muy cansado, no desistía. Después de dar vueltas y vueltas a la casa, y no encontrar ningún lugar por donde entrar, pensó en subir al tejado, trajo una escalera , subió a la casa y se deslizo por la chimenea. Estaba empeñado en entrar en la casa y comer a los tres cerditos como fuera. Pero lo que el no sabía es que los cerditos pusieron al final de la chimenea, un caldero con agua hirviendo. Y el lobo , al caerse por la chimenea acabo quemándose con el agua caliente. Dio un enorme grito y salió corriendo y nunca mas volvió por aquellos parajes. Así los cerditos pudieron vivir tranquilamente. Y tanto el perezoso como el glotón aprendieron que solo con el trabajo se consigue las cosas. Y enseguida se pusieron manos a la obra, y construyeron otras dos casas de ladrillos, y nunca más tuvieron problemas con ningún lobo.

¿Qué podemos aprender de este cuento?
Los valores que trasmite este cuento son validos tanto para niños como para adultos:
- Esfuerzo. El cuento claramente nos muestra que el esfuerzo que dediquemos en nuestras tareas nos llevarán al éxito o al fracaso. Los dos primeros cerditos como tienen prisa en ir a divertirse con alguna otra actividad no se esfuerzan en la construcción de sus casas, y por ellos el lobo casi consigue comérselos, pero el otro cerdito que se esfuerza mucho en construir su casita de ladrillos, consigue como recompensa la tranquilidad de que el lobo no podrá entrar en su casa.
- Solidaridad. Este segundo valor también es muy importante, los cerditos cuando ven a sus hermanos en problemas, rápidamente los dejan entrar en sus casitas, tanto el cerdito de la casita de madera, como el cerdito de la casita de ladrillos que deja entrar a sus dos hermanos.
- Cooperación. Este valor también es muy evidente en el cuento, ya que los cerditos cooperan para poder solucionar el grave problema que tiene, en primer lugar, entre los tres ponen a hervir el agua bajo la chimenea para escaldar al lobo cuando intente entrar, y una vez el lobo se ha ido, entre los tres construyen otras dos casas de ladrillos para que los dos hermanos pueden también vivir tranquilos.
Estos valores es muy importante que los niños los entiendan, por ellos podríamos hacerles estas preguntas:
- ¿Que tipo de casita te construirías tu si fueras un cerdito? ¿Por qué?
- ¿Si vieras que viene tu hermanito con el lobo feroz detrás persiguiéndolo le dejarías entrar en tu casita? ¿por qué?
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Armatofu
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Los músicos de Bremen
Los músicos de Bremen

Un hombre tenía un burro que, durante largos años, había estado llevando sin descanso los sacos al molino, pero cuyas fuerzas se iban agotando, de tal manera que cada día se iba haciendo menos apto para el trabajo. Entonces el amo pensó en deshacerse de él, pero el burro se dio cuenta de que los vientos que soplaban por allí no le eran nada favorables, por lo que se escapó, dirigiéndose hacia la ciudad de Bremen. Allí, pensaba, podría ganarse la vida como músico callejero. Después de recorrer un trecho, se encontró con un perro de caza que estaba tumbado en medio del camino, y que jadeaba como si estuviese cansado de correr.
-¿Por qué jadeas de esa manera, cazadorcillo? -preguntó el burro.

-¡Ay de mí! -dijo el perro-, porque soy viejo y cada día estoy más débil y, como tampoco sirvo ya para ir de caza, mi amo ha querido matarme a palos; por eso decidí darme el bote. Pero ¿cómo voy a ganarme ahora el pan?
-¿Sabes una cosa? -le dijo el burro-, yo voy a Bremen porque quiero hacerme músico. Vente conmigo y haz lo mismo que yo; formaremos un buen dúo: yo tocaré el laúd y tú puedes tocar los timbales.
Al perro le gustó la idea y continuaron juntos el camino. No habían andado mucho, cuando se encontraron con un gato que estaba tumbado al lado del camino con cara avinagrada.
-Hola, ¿qué es lo que te pasa, viejo atusabigotes? -preguntó el burro.
-¿Quién puede estar contento cuando se está con el agua al cuello? -contestó el gato-. Como voy haciéndome viejo y mis dientes ya no cortan como antes, me gusta más estar detrás de la estufa ronroneando que cazar ratones; por eso mi ama ha querido ahogarme. He conseguido escapar, pero me va a resultar difícil salir adelante. ¿Adónde iré?
-Ven con nosotros a Bremen, tú sabes mucho de música nocturna, y puedes dedicarte a la música callejera.
Al gato le pareció bien y se fue con ellos. Después los tres fugitivos pasaron por delante de una granja; sobre el portón de entrada estaba el gallo y cantaba con todas sus fuerzas.
-Tus gritos le perforan a uno los tímpanos -dijo el burro-, ¿qué te pasa?
-Estoy pronosticando buen tiempo -dijo el gallo-, porque hoy es el día de Nuestra Señora, cuando lavó las camisitas del Niño jesús y las puso a secar. Pero como mañana es domingo y vienen invitados, el ama, que no tiene compasión, ha dicho a la cocinera que me quiere comer en la sopa. Y tengo que dejar que esta noche me corten la cabeza. Por eso aprovecho para gritar hasta desgañitarme, mientras pueda.
-Pero qué dices, cabezaroja -dijo el burro-, mejor será que te vengas con nosotros a Bremen. En cualquier parte se puede encontrar algo mejor que la muerte. Tú tienes buena voz y si vienes con nosotros para hacer música, seguro que el resultado será sorprendente.
Al gallo le gustó la proposición, y los cuatro siguieron el camino juntos.
Pero Bremen estaba lejos y no podían hacer el viaje en un sólo día. Por la noche llegaron a un bosque en el que decidieron quedarse hasta el día siguiente. El burro y el perro se tumbaron bajo un gran árbol, mientras que el gato y el gallo se colocaron en las ramas. El gallo voló hasta lo más alto, porque aquél era el sitio donde se encontraba más seguro. Antes de echarse a dormir, el gallo miró hacia los cuatro puntos cardinales y le pareció ver una lucecita que brillaba a lo lejos. Entonces gritó a sus compañeros que debía de haber una casa muy cerca de donde se encontraban. Y el burro dijo:
-Levantémonos y vayamos hacia allá, pues no estamos en muy buena posada.
El perro opinó que un par de huesos con algo de carne no le vendrían nada mal. Así que se pusieron en camino hacia el lugar de donde venía la luz. Pronto la vieron brillar con más claridad, y poco a poco se fue haciendo cada vez más grande, hasta que al fin llegaron ante una guarida de ladrones muy bien iluminada. El burro, que era el más grande, se acercó a la ventana y miró hacia el interior.
-¿Qué ves, jamelgo gris? -preguntó el gallo.
-¿Que qué veo? -contestó el burro-, pues una mesa puesta, con buena comida y mejor bebida, y a unos ladrones sentados a su alrededor que se dan la gan vida.
-Eso no nos vendría mal a nosotros -dijo el gallo.
-Sí, sí, ¡ojalá estuviéramos ahí dentro! -dijo el burro.
Entonces se pusieron los animales a deliberar sobre el modo de hacer salir a los ladrones; y al fin hallaron un medio para conseguirlo.
El burro tendría que alzar sus patas delanteras hasta el alféizar de la ventana; luego el perro saltaría sobre el lomo del burro; el gato treparía sobre el perro, y, por último, el gallo volaría hasta ponerse en la cabeza del gato. Una vez hecho esto, y a una señal convenida, empezaron los cuatro juntos a cantar. El burro rebuznaba, el perro ladraba, el gato maullaba y el gallo cantaba. Luego se arrojaron por la ventana al interior de la habitación rompiendo los cristales con gran estruendo. Al oír tan tremenda algarabía, los ladrones se sobresaltaron y, creyendo que se trataba de un fantasma, huyeron despavoridos hacia el bosque.
Entonces los cuatro compañeros se sentaron a la mesa, dándose por satisfechos con lo que les habían dejado los ladrones, y comieron como si tuvieran hambre muy atrasada.
Cuando acabaron de comer, los cuatro músicos apagaron la luz y se dedicaron a buscar un rincón para dormir, cada uno según su costumbre y su gusto. El burro se tendió sobre el estiércol; el perro se echó detrás de la puerta; el gato se acurrucó sobre la cocina, junto a las calientes cenizas, y el gallo se colocó en la vigueta más alta. Y, como estaban cansados por el largo camino, se durmieron enseguida. Pasada la medianoche, cuando los ladrones vieron desde lejos que en la casa no brillaba ninguna luz y todo parecía estar tranquilo, dijo el cabecilla:
-No deberíamos habernos dejado intimidar.
Y ordenó a uno de los ladrones que entrara en la casa y la inspeccionara. El enviado lo encontró todo tranquilo. Fue a la cocina para encender una luz y, como los ojos del gato centelleaban como dos ascuas, le parecieron brasas y les acercó una cerilla para encenderla. Mas el gato, que no era amigo de bromas, le saltó a la cara, le escupió y le arañó. Entonces el ladrón, aterrorizado, echó a correr y quiso salir por la puerta trasera. Pero el perro, que estaba tumbado allí, dio un salto y le mordió la pierna. Y cuando el ladrón pasó junto al estiércol al atravesar el patio, el burro le dio una buena coz con las patas traseras. Y el gallo, al que el ruido había espabilado, gritó desde su viga:
-¡Kikirikí!
Entonces el ladrón echó a correr con todas sus fuerzas hasta llegar donde estaba el cabecilla de la banda. Y le dijo:
-¡Ay! En la casa se encuentra una bruja horrible que me ha echado el aliento y con sus largos dedos me ha arañado la cara. En la puerta está un hombre con un cuchillo y me lo ha clavado en la pierna. En el patio hay un monstruo negro que me ha golpeado con un garrote de madera. Y arriba, en el tejado, está sentado el juez, que gritaba: «¡Traedme aquí a ese tunante!». Entonces salí huyendo.
Desde ese momento los ladrones no se atrevieron a volver a la casa, pero los cuatro músicos de Bremen se encontraron tan a gusto en ella que no quisieron abandonarla nunca más. Y el último que contó esta historia, todavía tiene la boca seca.
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