Las velas de cumpleaños parecen un detalle simple, pero esconden una historia sorprendentemente antigua. Mucho antes de convertirse en parte de las celebraciones modernas, fueron un ritual sagrado ligado a la protección, los deseos y la conexión espiritual.
Se cree que una de las primeras culturas en utilizar velas sobre pasteles fueron los antiguos griegos. Al honrar a la diosa Artemisa, colocaban velas encendidas sobre tortas redondas que imitaban la forma de la luna. El resplandor simbolizaba luz, vida y agradecimiento. Soplarlas no era un juego: llevaba consigo un mensaje dirigido a los dioses, una petición silenciosa que el humo se encargaba de elevar.
Con el tiempo, esta costumbre fue transformándose. En la Edad Media, las velas adquirieron un significado protector: se encendían para resguardar al festejado de malos espíritus y atraer buena fortuna durante el año que comenzaba. Cada llama representaba un deseo o bendición, y la idea de apagarla de un solo soplo surgió como un gesto de suerte y renovación.
Hoy, esta tradición se ha convertido en una de las prácticas festivas más extendidas del mundo. Sin importar la cultura o el país, todos compartimos el mismo momento: reunirnos alrededor de un pastel, encender velas y pedir un deseo. Algo tan sencillo nos conecta con siglos de historia y con la esperanza que siempre ha acompañado al ser humano.
Las velas de cumpleaños no son solo un adorno; son un recordatorio de que cada año merece ser celebrado con luz, intención y buenos deseos.


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