martes, 11 de noviembre de 2025

El 8 de noviembre de 1557 se produjo la batalla de Lagunillas

 




El 8 de noviembre de 1557 se produjo la batalla de Lagunillas durante la guerra de Arauco, entre el ejército de García Hurtado de Mendoza compuesto por unos 600 españoles y 4.000 auxiliares indígenas y el ejército mapuche, de unos 8.000–12.000 guerreros, cerca de unos lagos poco profundos al sur del río Biobío.

Anticipándose a la invasión de Mendoza a su territorio, los mapuches organizaron su defensa concentrando sus fuerzas en tres puntos: el primero era un pucará en la altura de Andalicán, al sur de Concepción, que cubría el acceso a Arauco por la costa. El resto de sus fuerzas se reunieron cerca de Millarapue y Tucapel.
El ejército de Mendoza, bien equipado, partió de Concepción el 29 de octubre para iniciar su campaña contra los mapuches y marchó hacia el sur hasta la desembocadura del río Biobío. Allí acampó y envió una pequeña fuerza río arriba para cortar leña y construir balsas para cruzar. Esto tenía como objetivo distraer a los mapuches mientras él realizaba el verdadero cruce utilizando las embarcaciones de su flota y balsas especiales construidas para transportar rápidamente a sus mil caballos al otro lado del río. Su engaño tuvo éxito, y todo su ejército cruzó sin resistencia la desembocadura del río.
Una vez que su ejército cruzó con éxito, avanzó una legua más al sur hasta unos pequeños lagos poco profundos al pie de las montañas boscosas de la Cordillera de Nahuelbuta, en la Araucanía. Allí acampó, mientras enviaba un pequeño destacamento de caballería al mando del capitán Reinoso más al sur para reconocer el terreno para la marcha del día siguiente. Cuando la pequeña fuerza de Reinoso avistó a las tropas mapuches reunidas en Andalicán, fue atacada por ellas. Las tropas de Reinoso retrocedieron ante el avance mapuche, intentando retrasarlos mientras enviaba noticias a Mendoza informando que los mapuches avanzaban sobre ellos. Entretanto, dos soldados españoles abandonaron el campamento sin órdenes para recoger fruta en el bosque cercano y descubrieron una gran fuerza mapuche que los esperaba emboscada. Uno murió, pero el otro logró escapar y avisar al campamento de la proximidad del enemigo.
Al recibir noticias del capitán Reinoso sobre la aproximación de los mapuches, el gobernador le envió un refuerzo de cincuenta jinetes y veinte arcabuceros al mando de Rodrigo de Quiroga. Así reforzados, los capitanes Reinoso y Quiroga frenaron el avance mapuche a través de los pantanos y estanques. Alertado por la emboscada mapuche cercana, Mendoza organizó rápidamente su ejército para la batalla y repelió su primer ataque. Poco después, Reinoso y Quiroga llegaron para reunirse con el ejército, seguidos de cerca por los mapuches de Andalicán, y comenzó el combate general.
A pesar de estar en inferioridad numérica, los arcabuceros y la artillería españoles dispersaron los ataques mapuches, y la caballería aprovechó el desorden, obligando a los mapuches a replegarse a un pantano en busca de protección. Sin embargo, la infantería española los siguió hasta el pantano y, tras una tenaz resistencia, los mapuches huyeron hacia las colinas boscosas que se extendían tras él. Los españoles los persiguieron con cautela, temerosos de una emboscada, y regresaron al atardecer con prisioneros. Dos españoles murieron, pero muchos resultaron gravemente heridos, mientras que trescientos mapuches murieron en la batalla y ciento cincuenta fueron capturados, entre ellos, numerosos jefes mapuches como Galvarino.
Alonso de Ercilla que se encontraba combatió en esta guerra, lo describió más tarde en la Araucana:
“Jamás los alemanes combatieron así de firme a firme y frente a frente. Ni mano a mano dando y recibiendo golpes sin descanzare manteniente. Un bando dando y otro que vinieron a estar así en el cieno estrechamente. Que echar un paso atrás no podían y dando a prisa a prisa recibían.”
En vista del fracaso de las medidas humanitarias, Mendoza quiso escarmentar a los mapuches por el terror. Juzgados por insurrección, estos prisioneros fueron condenados a la amputación de la mano derecha y la nariz; a otros, como Galvarino, les cortaron ambas manos. Galvarino y los demás fueron liberados como escarmiento y advertencia para el resto del pueblo mapuche. Mendoza envió a Galvarino a informar al toqui Caupolicán sobre el número y la naturaleza de las personas que habían vuelto a entrar en sus tierras, para infundirle temor y lograr que se sometiera sin recurrir a la violencia. Al día siguiente, Mendoza avanzó y capturó la pucara abandonada en Andalicán y el ejército continuó su avance y tomó las alturas de Marihueñu, que estaban débilmente defendidas, dejando el camino hacia la provincia de Arauco libre para su avance.
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