"Un esposo devoto cuidó de su esposa paralítica durante 5 años, pero el día que olvidó su billetera y regresó temprano a casa, lo que vio lo dejó helado."
James Whitaker nunca imaginó que la vida daría este giro. A los treinta y ocho años, tenía un trabajo estable como electricista en Dallas, una modesta casa en los suburbios y un matrimonio construido sobre la risa y la confianza. Él y su esposa, Claire, habían sido inseparables desde la universidad: dos soñadores que compartían un mismo latido. Luego, hace cinco años, un accidente automovilístico destrozó todo. Claire sobrevivió, pero una lesión en la médula espinal la dejó paralizada del pecho hacia abajo. Desde ese día, James se dedicó a su cuidado. La bañaba, la alimentaba, la levantaba con delicadeza para ponerla en su silla de ruedas cada mañana y le susurraba palabras de aliento en las noches en que ella lloraba hasta quedarse dormida.
Sus amigos admiraban su lealtad. Los vecinos lo llamaban santo. Pero James nunca se vio a sí mismo de esa manera. Había prometido estar "en la enfermedad y en la salud", y lo decía en serio. Aun así, la tensión se notaba. Su cuerpo, antes fuerte, se volvió demacrado, y sus ojos estaban hundidos por las noches sin dormir. Las presiones financieras aumentaban. Rechazó ascensos porque trabajar largas horas significaba dejar a Claire sola. El hombre que antes disfrutaba de las reuniones sociales ahora vivía casi aislado; su mundo se había reducido a su esposa, su trabajo y el ciclo interminable de cuidados.
Cada mañana, salía a las 7:30 para un turno que terminaba a las cuatro. Dejaba todo listo antes de irse: su agua, sus medicamentos, el control remoto de la televisión y el teléfono a su alcance. Siempre la llamaba a la hora del almuerzo. Regresaba a casa, agotado pero decidido, porque ella lo necesitaba.
Entonces llegó ese viernes, un día que comenzó como cualquier otro. Se despidió de Claire con un beso, condujo al trabajo y continuó con las revisiones eléctricas de rutina. Pero al mediodía, cuando buscó en su bolsillo la billetera para comprar el almuerzo, se quedó helado. No estaba allí. Debía haberla dejado en la encimera de la cocina.
Molesto consigo mismo, pero agradecido de que su supervisor le permitiera un descanso temprano, James condujo de regreso a casa. Estacionó en la entrada, pensando en tomar la billetera rápidamente y regresar antes de que Claire siquiera lo notara. Pero al cruzar la puerta en silencio, con la billetera a la vista sobre la encimera, escuchó algo más. Una voz. Una voz de hombre.
James se detuvo en seco, con el pulso acelerado. Estaba seguro de haber cerrado la puerta con llave al salir. Lentamente, se movió hacia la sala, con cada nervio de su cuerpo gritando alerta. Y entonces... lo vio.
...Continuará en los comentarios.


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