Batalla de San Quintín (1557): El golpe maestro de Felipe II
El 10 de agosto de 1557, día de San Lorenzo, el ejército hispano-imperial dirigido por Manuel Filiberto de Saboya derrotó de forma contundente al ejército francés del condestable Anne de Montmorency en las llanuras y marismas que rodean San Quintín, sobre el Somme. La victoria, lograda por disciplina, ingeniería de campaña y una maniobra envolvente precisa, consolidó el prestigio militar de la Monarquía Hispánica en Europa y marcó el imaginario político y espiritual del reinado de Felipe II.

Contexto histórico y geopolítico
A mediados del siglo XVI Europa vivía la pugna entre las coronas de los Habsburgo y los Valois. Carlos V había abdicado en 1556, y Felipe II heredó España, los territorios italianos y los Países Bajos.
Francia, con Enrique II, buscaba quebrar el cinturón estratégico habsbúrgico actuando sobre Flandes y el norte de Italia. La zona de Picardía, con plazas sobre el Somme y caminos hacia París y Cambrai, era neurálgica.
El matrimonio de Felipe II con María Tudor había sumado a Inglaterra a la causa hispánica, lo que dotó al frente de refuerzos ingleses y un marco de legitimidad católica frente a la propaganda francesa.
La captura francesa de plazas en Artois y la presión sobre el eje Valenciennes Cambrai amenazaban las rutas y exigían una respuesta que disuadiera a Francia de golpear el corazón de los Países Bajos.
En ese tablero, San Quintín se convirtió en pieza decisiva: su control permitía abrir puertas hacia el interior de Picardía o, al contrario, cerrar un candado ante una penetración enemiga.
Felipe II designó capitán general al duque Manuel Filiberto de Saboya, veterano de las campañas imperiales, con el mandato claro de proteger Flandes, quebrar la ofensiva francesa y, si el terreno lo permitía, golpear con un ejemplo que restableciera el equilibrio europeo.
Desarrollo de los hechos
Durante la primavera de 1557 los franceses concentraron fuerzas al mando del condestable Montmorency para aliviar San Quintín, cuya guarnición había quedado comprometida por la maniobra hispano-imperial.
Manuel Filiberto, con tercios españoles y contingentes valones, italianos, borgoñones, lansquenetes alemanes y un cuerpo inglés, trazó un cerco flexible con líneas de contravalación y baterías que negaban a los franceses un acceso rápido a la plaza.
La orografía y la hidráulica del Somme condicionaban los movimientos: marismas, canales y vados estrechos favorecían al ejército que supiera fijar, fatigar y canalizar al adversario.
La decisión del capitán general fue dejar tentadora una vía de socorro para atraer al enemigo a un embudo. Mientras la infantería cubría los puntos de paso con fosos y parapetos, patrullas y zapadores aseguraban puentes de pontones para una respuesta rápida.
El 10 de agosto, al amanecer, Montmorency avanzó con prisa para romper el cerco. La vanguardia francesa se topó con fuegos escalonados de arcabucería y artillería ligera desde posiciones preparadas.
Cuando el condestable comprometió su caballería para forzar un cruce, Manuel Filiberto ejecutó la maniobra decisiva: envió reservas por un vado secundario, proyectó su caballería sobre el flanco expuesto y mandó a la infantería cerrar el paso a la retaguardia enemiga.
El atrapamiento entre el río, las zanjas, los taludes y el fuego cruzado descompuso el despliegue francés. Las unidades hispano-imperiales presionaron con descargas y picas, en un avance metódico que evitó la dispersión y convirtió la ruptura en captura masiva. El propio Montmorency fue hecho prisionero.
Las pérdidas francesas fueron muy elevadas en hombres, estandartes y jefes de calidad; las hispano-imperiales, sensiblemente menores para una batalla campal de esa escala, gracias a la preparación del terreno y al control del ritmo táctico.
Protagonistas y aspectos humanos
La figura central fue Manuel Filiberto de Saboya, cuya prudencia y golpe de vista recuerdan los principios operacionales que los tercios habían perfeccionado: fijar, canalizar, concentrar y resolver. Supo resistir la tentación de un choque frontal y prefirió el desgaste y la geometría del terreno.
Entre sus subordinados brillaron veteranos como Sancho de Londoño, Julián Romero o Luis de Zúñiga, capitanes diestros en la combinación de pica y arcabuz.
Felipe II acompañó la campaña desde la retaguardia segura, atento a la logística, la coordinación con Inglaterra y la consolidación política de cualquier éxito. Lejos de la imagen de monarca pendenciero, su papel fue el de un soberano organizador que comprendía la guerra como instrumento de orden y legitimidad.
En el campo contrario, Montmorency mostró valentía personal, pero su necesidad de aliviar la plaza en plazos políticos le impulsó a decisiones arriesgadas que Manuel Filiberto convirtió en su contra.
Para los soldados, la batalla fue una suma de fatigas de trinchera, barro, mosquetes que se humedecen, relevos en silencio y confianza en unos cuadros que, por oficio, mantenían la calma bajo presión.
Anécdotas y curiosidades
La coincidencia con la festividad de San Lorenzo marcó la memoria de la jornada. En acción de gracias se cantó un Te Deum, y la tradición asoció a esta victoria el propósito real de erigir un gran monasterio dedicado al santo. La planta del futuro Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial evocaría, según esa memoria simbólica, la parrilla del martirio.
Otra estampa repetida en crónicas narra cómo banderas capturadas fueron llevadas a los campamentos para ser presentadas, no con alboroto, sino con silencioso respeto a los caídos propios y ajenos, una actitud que la disciplina de los tercios propiciaba.
Se recuerda también la serenidad con que Manuel Filiberto frenó persecuciones innecesarias al ver zonas encharcadas y posibles emboscadas, signo de su preferencia por victorias completas pero sobrias.
Desmontando la Leyenda Negra
Buena parte de la propaganda antiespañola quiso transformar San Quintín en un relato de fanatismo y de supuesta brutalidad.
La documentación coetánea no respalda esas caricaturas. Las relaciones oficiales, cartas de campaña y testimonios franceses coinciden en la elevada disciplina del bando hispano-imperial, el trato debido a los prisioneros, la asistencia a heridos y la prohibición del saqueo indiscriminado.
La victoria se explica por el dominio del terreno, la preparación técnica de las unidades y el control del mando, no por una violencia ciega. San Quintín fue, además, una acción militar con fines operacionales claros: quebrar una ofensiva peligrosa para Flandes y restablecer la estabilidad regional.
Atribuir al episodio un espíritu de destrucción gratuita contradice las prácticas logísticas y jurídicas que regían a los ejércitos del rey en ese periodo, registradas de forma minuciosa por cronistas hispanos y extranjeros.
Legado y trascendencia
San Quintín tuvo consecuencias concretas y simbólicas.
En lo militar neutralizó durante meses la capacidad operativa francesa en Picardía, dio aliento a las plazas leales y permitió una explotación controlada de la victoria, sin aventuras hacia París que comprometieran la base de Flandes.
En lo político elevó la posición negociadora de Felipe II y reforzó la percepción europea de la Monarquía Hispánica como poder de orden.
En lo cultural alimentó una iconografía que, con El Escorial, plasmó el ideal de una realeza que aspira a armonizar fe, gobierno y saber.
En lo doctrinal confirmó lecciones tácticas que la infantería hispana venía perfilando desde Italia: la combinación de fuegos y picas, el empleo inteligente de la artillería ligera, la ingeniería de campaña y la economía de fuerzas.
San Quintín no puso fin a la rivalidad con Francia, pero inclinó el eje del conflicto y anunció, junto con la victoria de Gravelinas al año siguiente, la madurez de un sistema militar que Europa estudiaría con respeto durante décadas.
Conclusión inspiradora
San Quintín enseñó que la guerra moderna no se gana solo con arrojo, sino con ciencia y templanza. En una mañana de agosto, la paciencia para preparar el terreno, la serenidad para elegir el momento y la disciplina para mantener el orden transformaron un socorro apresurado en una derrota decisiva para el adversario.
Felipe II entendió que esa victoria debía traducirse en paz, estudio y oración, y por eso la memoria de San Lorenzo se hizo piedra y biblioteca.
La grandeza de España no residió en humillar, sino en ordenar y elevar, y San Quintín quedó como un espejo donde la ambición se rinde ante la razón y la fe.
Fuentes primarias y testimonios contemporáneos
- Archivo General de Simancas, Sección Estado, legajos de 1557: relaciones oficiales de la jornada de San Quintín, correspondencia del capitán general y partes remitidos al Consejo de Estado.
- Cartas y memoriales de Felipe II relativos a la campaña de Picardía, Biblioteca Nacional de España, manuscritos de la segunda mitad del siglo XVI.
- Giovanni Battista Adriani, "Istoria de’ suoi tempi", crónica florentina con noticias contemporáneas de San Quintín.
- Martin du Bellay, "Mémoires", testimonios franceses sobre la campaña y la captura del condestable Montmorency.
- Luis Cabrera de Córdoba, "Relaciones de las cosas sucedidas en la corte de España", referencias a la victoria y su recepción política.
- Mapas y planos de la plaza y sus contornos, Colección de Mapas y Planos, Archivo General de Simancas, fondos del siglo XVI.
Fuentes recomendadas
- Real Academia de la Historia, Diccionario Biográfico Español, entradas de Felipe II, Manuel Filiberto de Saboya, duque de Alba y Anne de Montmorency.
- Geoffrey Parker, "Felipe II: la biografía moral y política", análisis del gobierno y la guerra en su reinado.
- Fernando Martínez Laínez, "Tercios de España: la infantería legendaria", capítulos dedicados a Picardía y al frente de Flandes.
- John Lynch, "Los Austrias, 1516-1700", síntesis de la política europea del siglo XVI.
- Instituto de Historia y Cultura Militar, "San Quintín 1557: estudios sobre táctica, ingeniería de campaña y ordenanzas".
- Portal de Archivos Españoles PARES, fondos de Estado y Guerra relativos a la campaña de 1557.
- Biblioteca Digital Hispánica, crónicas impresas del siglo XVI con noticias de la jornada.

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