miércoles, 26 de noviembre de 2025

“Caperucita roja y el lobo feroz”

 


 

“Caperucita roja y el lobo feroz”

Érase una vez una dulce niña, a la que todos conocían como Caperucita Roja. A la pequeña le encantaba ponerse una capa roja que su madre había cosido con mucho cariño.

La niña y su madre vivían en una preciosa casa alejada del bosque.

Un día, mientras Caperucita jugaba en el jardín, su mamá la llamó:

– Caperucita, la abuelita está muy enferma y le he preparado una cesta con pasteles y leche para que se recupere. Tienes que llevárselo, pero ya sabes que su casa está al final del sendero que cruza el bosque, así que debes ir con mucho cuidado, no debes hablar con extraños, ni salirte del camino para buscar flores, pues podrías encontrarte con el lobo.

– De acuerdo mamá, no te preocupes, así lo haré.

Caperucita se puso su capa, cogió la cesta y partió hacia la casa de su abuelita.

Pero por el camino, Caperucita vio unas preciosas flores – estoy segura de que a la abuelita le encantarán – pensó y, desoyendo las advertencias de su madre, se salió del camino para hacerle un pequeño ramo.

En esto que el lobo, que merodeaba entre los árboles, escucho a la niña y rápidamente se acercó a ella con intención de comerse tan suculento bocado – ¡una niña tierna! – pensó el malvado lobo, mientras se relamía.

– Hola jovencita ¿adónde vas con esa cesta? – preguntó el astuto lobo. 


De nuevo, Caperucita desobedeció el consejo de su mamá y, sin ningún miedo, se puso a hablar con aquel lobo desconocido.

– Pues voy a casa de mi abuelita que está algo enferma. Le llevo pastelitos y un poco de leche y estoy recogiendo flores para darle una sorpresa, pues a la abuela le encantan las flores.

Cuando el lobo estaba a punto de zamparse a caperucita, se le ocurrió una idea – iré a casa de la abuela y me la comeré y cuando llegue la niña no tendrá escapatoria y me la comeré también-

– ¿Y vive muy lejos tú abuelita? – preguntó el lobo a Caperucita.

– No mucho, al final del camino. Cuando pasas el puente que cruza el río, hay una preciosa casa donde vive mi querida abuela –

El lobo se despidió de la niña – Bueno jovencita, sigue recogiendo esas preciosas flores que seguro que a tu abuela le encantarán. Yo me marcho,  que tengo cosas importantes que comer…digo que hacer –

– Así lo haré, que tenga usted un buen día – contestó amablemente la Caperucita.

Rápidamente, el lobo se dirigió a la casa de la anciana. Cruzó el puente y ante sus ojos apareció la casa de la abuelita.


Al llegar encontró la puerta de la casa abierta y, sin pedir permiso, entró se abalanzó sobre la abuelita y se la comió de un bocado.

Para engañar a Caperucita, se puso la ropa de la abuela y se metió en la cama, mientras esperaba a que llegase lo que iba a ser su segunda comida del día.

Caperucita vio la puerta abierta y entró en la casa de la abuela – abuelita soy yo, Caperucita –

El lobo, imitando la voz de la abuela, dijo – pasa hijita, estoy en la cama acostada –

Cuando la pequeña entró en la habitación, vio a su abuelita algo cambiada.

– Abuelita, que orejas tan grandes tienes.

– ¡Son para oírte mejor! – contestó el lobo con voz suave.

– Abuelita, que ojos tan grandes tienes.

– ¡Son para verte mejor!

– Pero, abuelita, ¡que boca tan grande tienes!

– ¡Es para comerte mejor! – dijo el lobo con su ronca y aterradora voz.

El lobo salió de la cama de un salto y se comió a Caperucita de un solo bocado.

Con la panza llena y satisfecho de su fechoría, el lobo se tumbó un rato para descansar, pues tenía que reposar la comida.

En esto que un cazador vio la puerta de la casa abierta y se acercó para avisar a los que allí vivían de que debían cerrar la puerta, pues había un lobo feroz que merodeaba por el bosque.


Cuando entró, se encontró al lobo roncando, con su enorme panza, en la cama de la abuela.

El hombre comprendió que el lobo debía haber devorado a los habitantes de la casa y rápidamente sacó un cuchillo y le abrió la tripa. De dentro salieron la abuelita y Caperucita, muy asustadas y agradecidas al cazador.

Los tres juntos decidieron dar un escarmiento al lobo y le llenaron la tripa de piedras. Después, le cosieron y se escondieron para observar la reacción del temible lobo.

Cuando el lobo despertó, sintió que necesitaba beber, pues tanta comida le había dado algo de pesadez de estómago. Con gran dificultad, pues las piedras eran muy pesadas, llegó a un pequeño lago y al inclinarse para beber no pudo mantener el equilibrio y se cayó al agua. El peso que llevaba en la panza hizo que se hundiese y ya nunca más se supo de él. 

Y desde aquel día ningún lobo se ha acercado al bosque de la abuelita, pues no se atreven a enfrentarse al cazador y a Caperucita.

La niña aprendió que debía hacer caso a los consejos de su madre. Nunca más volvió a hablar con ningún desconocido o extraño.

FIN

“Los tres cerditos”

 


“Los tres cerditos”

Hace mucho tiempo vivían los tres cerditos con su papá y su mamá. Eran muy felices todos juntos, pero cuando los tres cerditos crecieron decidieron viajar y descubrir un mundo nuevo.

Los tres hermanos caminaron muchos días hasta que encontraron el lugar perfecto donde quedarse.

El primer hermano estaba deseando terminar su casa para poder salir a hacer nuevos amigos. Así que rápidamente construyó una pequeña y endeble casa de paja y se fue a disfrutar y a conocer el vecindario.

El hermano mediano, al ver a su hermano, quiso divertirse también. A toda prisa construyo una casita de madera, que no tenía pinta de aguantar ni el primer viento de otoño.

Pero el tercer cerdito, el más responsable de los tres, pensó que los amigos y los vecinos seguirían ahí mucho tiempo. Lo más importante era construir una casa resistente, pues no todos los animales del vecindario eran tan amigables como el conejo o el gorrión. Había oído que un lobo feroz merodeaba por los alrededores y si no tenías cuidado te podía comer de un solo bocado.

El tercer cerdito tardó mucho tiempo en construir su casita de ladrillos y cemento.

Pero una vez terminada resultó ser una gran y robusta casa.

A pesar de haber advertido a sus hermanitos de los peligros del bosque, estos no le hicieron caso y decidieron seguir jugando y bailando.

Una tarde, mientras el primer cerdito descansaba, alguien llamó a la puerta. Toc, toc.

– ¿Quién es? – pregunto el cerdito desde su cómoda butaca.

– Soy el lobo feroz. Abre la puerta o soplaré y soplaré y la casa derribaré. 

– No, no y no, jamás abriré la puerta – gritó el cerdito aterrado.

Entonces, el lobo soplo y sopló y la casita de paja derribó. 


El cerdito corrió tan rápido como pudo y se escondió en la casa de madera del segundo cerdito. Los dos hermanos temblaban de miedo, pues sabían que el lobo se acercaba hacia su casa.

Toc, toc.

– ¿Quién es? – preguntaron los dos cerditos con voz temblorosa.

– Soy el lobo feroz. Abrid la puerta o soplaré hasta derribar tú casa.

– No, no y no, jamás abriremos la puerta. – gritaron los cerditos.

El lobo sopló una vez y volvió a soplar y la casita de madera derribó una vez más.

Los pequeños cerditos huyeron a casa de su hermano y allí se refugiaron.

El lobo llegó justo cuando cerraron la puerta, que le dio en sus enormes narices.

Furioso por no haber conseguido atrapar a los dos cerditos, volvió a llamar a la puerta de la casa del tercer cerdito.

Toc, toc.

– ¿Quién es? – preguntó sin miedo el tercer cerdito.

– Soy el lobo feroz. Abre la puerta o derribaré tu casa de un soplido.

– Inténtalo – dijo el cerdito muy seguro de si mismo.

El lobo enfureció aún más y comenzó a soplar con todas sus fuerzas, pero aquella casa de ladrillos y cemento era demasiado fuerte. Intentó colarse por la ventana, pero no lo consiguió. Entonces vio la chimenea y ni corto ni perezoso se subió al tejado para entrar en la casa colándose por el agujero de la chimenea.

Lo que el malvado lobo no sabía era que los cerditos habían preparado una gran marmita llena de agua hirviendo sobre el fuego de la chimenea.


Cuando el lobo llegó abajo cayó sobre la marmita y se quemó el trasero con el agua. Los gritos del lobo se escucharon al otro lado del bosque y fue tanta la vergüenza que sintió al haber sido vencido por los tres cerditos, que nunca más volvió a verse al lobo feroz merodear por aquel bosque.

Los dos cerditos construyeron una casa de ladrillos y cemento tan resistente como la de su hermano y, desde aquel día, todos los animalitos viven felices y ya nadie teme al lobo feroz.

FIN

La curiosidad de la ranita

 



Una vez, en algún tiempo, en un lejano bosque, vivía una ranita en su tranquila charca.

Era un lugar precioso rodeado de grandes árboles, que cubrían de sombra en las horas de fuerte sol de verano y flores de intensos colores, que llamaban la atención de abejas y otros insectos deseosos de beber su néctar.

Un día, la ranita estaba descansando en su nenúfar preferido, mirando el agua tranquila de su charca, cuando de repente vio algo que le impresionó y llamó su atención poderosamente. Allí, reposando en el agua había algo brillante, redondo y blanco que inquietaba cada vez más a la ranita.

La ranita se agazapó y preparándose para el salto, medía la distancia para no gallar. Llena de cierto miedo, saltó y cayó de lleno sobre esa bola. La ranita se hundió en el agua.

Miró entre sus ancas si lo había atrapado, pero allí no tenía nada. Al subir al nenúfar miraba los círculos que hacía el agua por su salto y, cuál fue su sorpresa, al ver con estupor que al acabar el último circulo volvió a aparecer aquella bola, dejando a la ranita helada y con los ojos super abiertos. La ranita, incrédula, se volvió a preparar mientras pensaba cómo podía haber errado su captura si había caído encima de ella. Apretó sus ancas, cogió impulso y saltó. Un salto sobre esa blanca y reluciente bola. Convencida de que ahora si que la había cogido, la ranita asomó su cabeza victoriosa sobre el agua, cuando de repente, al acabar el último círculo en el agua apareció la bola brillante y quieta en el mismo sitio.

La ranita salió rápidamente del agua, asustada a refugiarse en su nenúfar.

La ranita temblaba de miedo y no podía quitar sus enormes ojos de aquella hipnótica bola.

No muy lejos de la charca, apoyado en una gruesa rama de árbol, había estado observando lo sucedido un viejo y sabio búho real, que ante aquella situación no pudo hacer otra cosa que intervenir.

Abriendo sus grandes alas descendió hasta la charca, cerca de la joven ranita.

– Hoja joven ranita – dijo el sabio búho con cierto aire humorístico.

– Buenas, viejo búho ¿cómo estás? – respondió la Ranita.

– Te he estado observando hace rato y he visto lo que está pasando en tu charca – dijo el sabio búho – yo te puedo ayudar a pasar tu miedo –

– ¿Sí? ¿Realmente podrías ¿Yo soy joven y rápida, he saltado sobre esa bola y no he sido capaz de cogerla, tu eres más anciano y no podrás – respondió la ranita con cierto desconsuelo.

– Nunca te fíes de las apariencias y debes de saber que viejo ha vivido más y por eso es más sabio que el joven – le respondió con voz tranquila el viejo búho y continuó – Es verdad que eres joven y rápida, pero por muy rápida que seas nunca podrás coger esa bola que hay en tu charca, a no ser que dieras el salto más alto y grande de tu vida –

– ¿Por qué dices eso? Yo salto muy alto – dijo arrogante la ranita.

– Mira ranita. Muchas veces lo que vemos no está tan cerca como nos parece y por mucho que te obsesiones nunca podrás llegar a alcanzarla – le respondió con gran sabiduría el búho del bosque – Aunque ha estado muy bien tu afán por conseguirlo. Ahora levanta la cabeza y mira hacia arriba. Lo que ves se llama cielo y verás algo más – Afirmó con tono misterioso el búho.

La ranita levantó la cabeza y allí arriba quieta y brillante estaba esa bola. La ranita no daba crédito a lo que veía – ¿Qué es? ¡Dime qué es, sabio búho!

– Eso que ves, tan bonita y brillante, se llama luna – le comentaba el viejo búho con cariño, contento por enseñar a la joven ratina más cosas de su naturaleza. Está a miles de kilómetros de nosotros, pero la vemos así de impresionante siempre de noche. Cuando está así de redonda se dice que es luna llena y su inmensa luz da brillo a todo nuestro hermoso bosque.

– ¡Es preciosa! – respondió la ranita con admiración.

– Bueno joven ranita, disfruta de ella cuando se bañe en tu charca y recuerda, todo se aprende con la experiencia que te va dando la vida según vas creciendo-.

– En verdad eres sabio y tu experiencia hace que sepas grandes cosas, aprenderé de todo lo que me rodea para ser como tú – dijo entusiasmada.

– Eso está muy bien ranita – dijo el búho y, mientras lo decía, levantaba el vuelo con sus aires señoriales hasta la rama de su árbol.

Desde entonces todas las noches de luna llena, la ranita desde su charca, croa, en honor a aquella hermosa luna que la hipnotizó.

FIN

 

El 26 de noviembre del año 783 Adosinda, reina consorte de Asturia

 



El 26 de noviembre del año 783 Adosinda, reina consorte de Asturias por su matrimonio con el difunto rey Silo, fue obligada por su medihermano, el nuevo rey Mauregato, a ingresar en el monasterio de San Juan de Santianes de Pravia y profesar como religiosa, tras haber apoyado como nuevo rey a su sobrino Alfonso II, derrocado por Mauregato.

Adosinda era hija del rey Alfonso I y de la reina Ermesinda. Por parte paterna era nieta del duque Pedro de Cantabria y por parte materna eran sus abuelos el famoso don Pelayo y su esposa, Gaudiosa. Su hermano fue el rey Fruela I, y tras su asesinato, Adosinda, temiendo por la vida de su sobrino, el futuro Alfonso II, hijo de Fruela I, lo envió al monasterio de San Julián de Samos en Lugo, a fin de darle protección y formación cultural.
Tras el asesinato de su hermano permaneció en la corte bajo la protección del rey Aurelio. Es en esta época cuando conoció a Silo, un ricohombre de la zona de Pravia. Lo eligió como esposo, hecho inusual en la época y, tras la muerte del rey Aurelio, ocurrida en el año 774, su esposo, Silo, pasó a ser rey, convirtiéndose de ese modo Adosinda en reina consorte. Su esposo reinó desde 774 hasta 783.
Durante este reinado se vivió en paz con los musulmanes, según la Crónica albeldense, ob causam matris (por causa de su madre), que puede significar, o bien que la madre de Silo era musulmana con algún tipo de ascendiente sobre Abderramán I, o bien que su madre fuera enviada a Córdoba en calidad de rehén, pero realmente es una frase muy oscura sobre la que no hay una explicación verosímil. Otra explicación a la inactividad musulmana respecto al reino de Asturias el que el reinado de Silo coincidiera con la intervención de Carlomagno en España en 778, en la que no pudo mantener el asedio a la ciudad de Zaragoza y se tuvo que retirar por Roncesvalles, donde sufrió una gran derrota, y la subsiguiente campaña de Abderramán I en 781 al valle del Ebro en venganza contra los que habían apoyado la incursión franca.
Al morir su esposo en el año 783 sin dejar descendencia, fue elegido rey de Asturias el joven Alfonso II el Casto, a instancias de la reina Adosinda, en un intento de elevar al trono a un miembro de su linaje. Sin embargo, parte de la nobleza asturiana apoyó a Mauregato, medio hermano de la reina Adosinda, quien encabezó una fuerte oposición hasta obligar a Alfonso a retirarse a tierras alavesas. Tras esto, Mauregato se hizo proclamar rey, apropiándose del poder en Asturias.
Debido al apoyo que había prestado a su sobrino, la posición de Adosinda en la corte se hizo insegura y fue obligada a ingresar en el monasterio de San Juan de Santianes de Pravia, donde profesó como religiosa el resto de su vida, siendo enterrada en la iglesia de San Juan de Santianes de Pravia, en la que había sido enterrado su esposo, el rey Silo, quien había ordenado erigir dicho templo.
Imagen: Retrato imaginario de Adosinda, reina consorte de Asturias. Mediados del siglo XIX (Museo del Prado)
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