El apellido Díaz nace en la península ibérica como nacen muchas cosas profundas en la historia: en silencio, en medio de pueblos en guerra y familias que intentan dejar huella. En los antiguos reinos de Castilla y León, cuando la Reconquista iba empujando las fronteras hacia el sur, comenzaron a aparecer hombres identificados no solo por su nombre, sino por el de su padre. Así, al hijo de un hombre llamado Diego o Diago se le empezó a llamar “Díaz”, que en castellano antiguo significa, sencillamente, “hijo de Diego”. 
El nombre Diego, del que nace Díaz, venía ya cargado de historia: procedía del medieval Didacus/Diago, nombre de raíces latinas y sentido discutido, pero asociado a enseñanza y disciplina, y con el tiempo quedó fundido en la figura de “Santiago”, el gran santo guerrero de España.  En ese mundo de caballeros y fronteras móviles, tener por apellido “Díaz” era llevar tatuado en la palabra tu pertenencia a una casa encabezada por un Diego que en su día fue padre, señor o soldado. No en vano, uno de los primeros y más famosos portadores del patronímico fue Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, cuyo propio nombre delata que su padre se llamaba Diego. 
Con el tiempo, muchas ramas diferentes comenzaron a usar el mismo apellido. Hubo linajes muy antiguos en León y Castilla, otros en la zona de Molina y otros dispersos por toda España, hasta el punto de que hoy se sabe que muchos Díaz no descienden del mismo tronco, sino de distintos Diegos que vivieron en épocas y lugares diferentes.  El apellido también fue asumido por algunas familias judías sefardíes en tiempos de conversión forzada; incluso cuando generaciones después regresaron a la fe de sus padres, algunos conservaron el apellido que los había acompañado en los años oscuros. 
Desde la península ibérica, el apellido cruzó océanos. Viajó en naves de conquista y de comercio, escribió su nombre en actas de cabildo, en partidas de bautismo y en firmas temblorosas de campesinos que aprendían a trazar sus letras. Hoy Díaz es uno de los apellidos más frecuentes en España y en gran parte de América, heredero de ese sencillo origen patronímico: ser “hijo de Diego”, pero también hijo de una historia de resistencia, mestizaje y fe que se ha ido sedimentando siglo tras siglo. 
Así, cuando alguien lleva el apellido Díaz, carga una palabra que nació para señalar de quién eras hijo y con los siglos terminó diciendo algo más: que vienes de una larga fila de hombres y mujeres que aprendieron a vivir entre espadas y esperanza, entre errores y promesas, y que todavía hoy siguen escribiendo ese apellido con su trabajo diario y con la forma en que honran su propia casa.

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