-EFEMERIDE-
“Tres cosas diré a Vuestra Majestad..., la 1ª es que no se ofreció negocio vuestro, aunque fuese muy pequeño, que no le antepusiese al mío, aunque fuese importantísimo, la 2ª, es que mayor cuidado tuve siempre de mirar por vuestra hacienda que por la mía y así no os soy en cargo de un solo pan a Vos ni a ninguno de vuestros vasallos, la 3ª, nunca os propuse un nombre para algún cargo que no fuese el más suficiente de todos cuantos yo conocía para ello, pospuesta toda afición”.
Conservó hasta último momento todo su modo de ser tenía intacta su bravura, y su aspecto valeroso hasta ante los mismos Monarcas su figura y su grandeza de espíritu, además de su inteligencia.
Fue el hombre de mayor confianza del emperador Carlos I de España y V de Alemania, de su hijo Felipe II, fue el mayordomo mayor de los 2 Monarcas, miembro de sus Consejos de Estado, y de Guerra, Gobernador del Ducado de Milán (1555-1556), Virrey del Reino de Nápoles (1556-1558), Gobernador de los Países Bajos (1567-1573) Virrey, y condestable del Reino de Portugal (1580-1582).
Es considerado por los Historiadores como el mejor General de su época y uno de los mejores de la historia.
Se distinguió en la Jornada de Túnez (1535), participando en la victoria del Emperador Carlos I de España y V de Alemania sobre el pirata otomano Barbarroja, devolvió el predominio de la Monarquía Hispánica sobre el occidente del mar Mediterráneo, en batallas como Mühlberg (1547), en la que el ejército del Emperador Carlos venció a los príncipes protestantes Alemanes.
No se caracterizó tanto por su habilidad en el campo de batalla sino que sobresalió como General por su capacidad para superar al enemigo antes de llegar al mismo, por su disciplina y su ingenio.
El ejemplo perfecto es la campaña de Alemania de 1546 donde logró disolver al ejército adversario sin plantar batalla, agotándolo con maniobras, escaramuzas y encamisadas.
Era Austero e implacable, tanto consigo como con los subordinados con sus oponentes, no le gustaba de sacrificar la sangre de sus soldados vagamente, pero sí de su sudor.
Les hacía trabajar sin darles descanso y hacerles victoriosos, cansados pero vivos.
Siempre compartió las penurias con sus subordinados que le respetaban por ello.
Eternizó su memoria reprimiendo la rebelión de los Países Bajos, actuando con excesiva dureza, pese a que los disturbios ya habían sido sofocados antes de su llegada.
Instituyó el llamado Tribunal de los Tumultos, encargado de juzgar y condenar a los rebeldes, confiscarles sus bienes, ordenó la ejecución de los Condes de Egmont y de Horn, acusados de complicidad en los Alzamientos.
Para poder mantener el ejército, impuso nuevos y gravosos impuestos, sin respetar las libertades tradicionales flamencas.
Derrotó totalmente a las tropas de Luis de Nassau en la Batalla de Jemmingen, a Guillermo de Orange en la Batalla de Jodoigne, en los primeros momentos de la Guerra de los Ochenta Años.
Pero con su actuación, el Duque de Alba no sólo fracasó en su intento de sofocar la revuelta, sino que la avivó.
Su figura constituye una de las más importantes de la leyenda negra Española, que lo describe como un auténtico señor de la guerra, famoso e intrépido, al mismo tiempo brutal, implacable, y severo hasta lo extremo.
Un ogro en el imaginario colectivo Holandés.
Solicitó entonces de Felipe II que lo relevara de sus funciones, siendo nombrado consejero de Estado.
El matrimonio de su hijo Fadrique contra los deseos del Rey le hizo caer en desgracia, desterrado de la corte, donde partió al exilio a Uceda con la prohibición de salir de la villa.
No obstante, el exilio fue efímero.
El Rey lo llamó de nuevo, encomendándole al anciano Duque, quien tenía 72 años gozaba de una enorme popularidad en el mando de la tropa, la misión de conquistar Portugal.
Este accedió a la nueva encomienda del Rey manifestándole que;
“Sois el único Monarca de la tierra que sacáis de la prisión a un General para daros otra Corona.”
Coronó su carrera ya anciano con la crisis sucesoria en Portugal de 1580, venciendo a las tropas Portuguesas del pretendiente Antonio, Prior de Crato, en la Batalla de Alcántara y conquistando el Reino Portugués para Felipe II.
Gracias a su genio militar España logró la unificación de todos los Reinos de la Península Ibérica con la consecuente ampliación de los territorios de ultramar.
El Rey Felipe II recompensó a D. Fernando Álvarez de Toledo con el Toisón de Oro y con el cargo de Virrey de Portugal, representando al Monarca como Rey de Portugal en la unión dinástica y también con el título de condestable de Portugal, que le significaron al Duque de Alba ser la 2ª persona en la jerarquía después del propio Rey, poderes ambos que ostentó hasta su muerte.
Recibió la Rosa de Oro, el estoque, y el capelo bendito, otorgados por el Papa Pío V a través del breve Solent Romani Pontifices, en premio a sus singulares esfuerzos en favor del Catolicismo.
En 1943 cuando se disuelve la 1ª y 2ª Legión se crean los 3 Tercios de La Legión Española, el General Millán-Astray quiso que el 2º Tercio de La Legión llevase por nombre el título Ducal de D. Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, "el Gran Duque de Alba".





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