domingo, 7 de diciembre de 2025

Tal día como hoy pero en 1492 se produjo en Barcelona el intento de asesinato del rey Fernando el Católico.

 



Tal día como hoy pero en 1492 se produjo en Barcelona el intento de asesinato del rey Fernando el Católico. El autor del atentado fue un payés de remensa llamado Juan de Cañamares (en catalán, Joan de Canyamars).

Tras completar la conquista de Granada, a mediados de 1492 los reyes Fernando e Isabel habían viajado acompañados de sus hijos a la ciudad de Barcelona para negociar con los embajadores de Carlos VIII de Francia la devolución del Rosellón y la Cerdaña, que en el tratado de Bayona de 1462 habían sido cedidos por Juan II de Aragón a Luis XI de Francia a cambio de su apoyo en la Guerra Civil Catalana. En el momento del intento de asesinato el rey salía del palacio Real donde acababa de mantener una reunión con los síndicos campesinos. Juan de Canyamars aprovechó tal oportunidad para mezclarse con los síndicos y llegar a las inmediaciones del rey y asestarle un rudo golpe en la escalinata del palacio real de Barcelona.
Al parecer llevaba una espada corta escondida bajo la capa y según las crónicas de la época solo faltó un «hilo de araña» para que le cortara la cabeza al rey ―le hizo una herida que iba desde la oreja hasta la espalda―. Unos mozos le agarraron el brazo al asesino para que no lo intentara de nuevo y lo apuñalaron tres veces, hasta que el rey reaccionó y les dijo que no lo mataran. El rey herido y medio desmayado fue conducido al Palacio mientras se llamaba a «tots los físichs e chirugians d’esta ciutat per medicinar-li la naffra» (‘todos los médicos y cirujanos de la ciudad para curarle la herida’). El golpe fue amortiguado por el collar rígido del jubón y por una gruesa cadena de oro que el rey llevaba al cuello. Se llegó a temer por su vida pero el rey logró recuperarse.
Tras el atentado la confusión se extendió por la ciudad: en un primer momento se barajó la teoría de que el agresor fuera moro o de que el ataque hubiera sido dirigido contra otro miembro de la comitiva real, alcanzando al rey accidentalmente. La posibilidad de que se tratase de una sublevación llevó a la reina a disponer que las galeras castellanas se arrimasen a puerto para poder embarcar rápidamente en ellas al heredero Juan y a las infantas. Las informaciones que circularon sobre la muerte del rey agravaron todavía más el desorden: la población, armada, tomó las calles clamando venganza contra el autor del ataque, a quien distintos rumores suponían catalán, navarro, francés o castellano, hasta confluir frente al palacio, donde el rey convaleciente hubo de asomarse a la ventana para desmentir su propia muerte y tranquilizar a la muchedumbre.
Según las crónicas, cuando el asesino fue interrogado en la cárcel a donde fue conducido «confesó que havia envidiado al Rey por sus buenas venturas; y confesó que el diablo le decía cada día a las orejas: ‘Mata a este rey, y tú serás rey, que este tiene lo tuyo por fuerza'». Tras esta declaración se concluyó que había actuado solo y ni el rey ni nadie atribuyeron el atentado a los remensas. Convencido de su estado de demencia, el rey le perdonó, pero el Consejo Real le condenó a muerte por el delito de lesa majestad. El 12 de diciembre fue sacado de la prisión y conducido por toda la ciudad desnudo ligado a un palo siendo mutilado brutalmente durante el recorrido y finalmente apedreado. Lo que quedó de su cuerpo fue quemado en la hoguera.
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