jueves, 30 de octubre de 2025

El 30 de octubre de 1956 murió Pío Baroja




 El 30 de octubre de 1956 murió Pío Baroja, escritor de la generación del 98. Por sus ideas y por su manera de exponerlas, Baroja fue el literato más discutido y el más atacado de los escritores de su tiempo. Tal vez por el desorden habitual en sus novelas, y más aún por el tono ofensivo que adoptó para tantas cosas y por su brutal sinceridad, no alcanzó nunca la fama que merecía, la fama que alcanzaron muchos otros con menos méritos que él. El tiempo, en su labor justiciera, le ha ido situando en su lugar y hoy está considerado, dentro y fuera de su patria, como el primer novelista de la España contemporánea, al lado de Galdós, y para algunos por encima de éste.

Baroja, que se doctoró en medicina, terminó abandonando dicha profesión en favor de la literatura, actividad en la que cultivó la novela y, en mucha menor medida, el teatro. En su obra, en la que con frecuencia deja traslucir una actitud pesimista, dejó plasmado su individualismo. Su pensamiento político, no exento de ambigüedades, transitó por las simpatías por el anarquismo de su juventud, la oposición a la Segunda República y la defensa de una dictadura militar, no abandonando nunca su anticlericalismo.
Puede decirse que en su primer título estaba ya en germen toda su obra futura. Vidas sombrías constituyó un éxito del que el propio autor se sintió sin duda asombrado; de su libro se ocuparon con elogio Azorín, Benito Pérez Galdós y sobre todo Miguel de Unamuno, que se entusiasmó con él (especialmente con uno de los cuentos, titulado Mary-Belche) y quiso conocer a su autor. A partir de entonces Pío Baroja fue dedicándose más y más a las letras y consagrarse exclusivamente a su vocación. Fue un gran viajero; los libros y los viajes fueron sus grandes aficiones, puede casi decirse que sus únicas aficiones. Sus viajes por España los hizo casi siempre acompañado; fue unas veces con sus hermanos, Carmen y Ricardo, y otras con amigos; hizo uno con Ramiro de Maeztu y otro con Azorín, en sus comienzos, y más adelante, con José Ortega y Gasset, que le llevó en algunas ocasiones en su automóvil.
Baroja llegó a ser uno de los escritores que conoció mejor la España de su tiempo, cosa que se puede comprobar en sus novelas. Entre sus mejores títulos merecen citarse Vidas sombrías, publicado en 1900; Inventos y mixtificación de Silvestre Paradox, de 1901, novela en la cual evoca sus días de estudiante en Pamplona, con el ambiente de la ciudad; Camino de perfección (1902), confesión íntima y muy personal en que podemos verle en las dudas y vacilaciones de su juventud, y que causó vivísima impresión. Muy bella y bastante lograda, aunque de otro tono, es El mayorazgo de Labraz (1903), escrita también con recuerdos de Cestona, en la que relata admirablemente la vida en un pueblo de España, con influencias tal vez de la vieja tragedia.
Importante es también en la producción barojiana la trilogía que siguió a estas novelas, que apareció bajo el subtitulo "La lucha por la vida", formada por La busca, Mala hierba y Aurora roja; aparecidas primero en folletín, y publicadas en volúmenes sueltos en 1904, ofrecen en mucha parte, en su desarrollo, las características de aquel género; en ellas el autor recoge admirablemente el ambiente de los barrios bajos del Madrid de su tiempo, en las primeras luchas sociales. Merecen también citarse Zalacaín el Aventurero y Las inquietudes de Shanti Andía. La primera se sitúa en la tierra vasca y en la época de las guerras carlistas, y la segunda está dedicada a la vida del mar, con recuerdos de antepasados del escritor, de aventuras, de piraterías, y sobre todo con evocaciones de su infancia en San Sebastián, parte que constituye tal vez lo mejor del libro. Estas dos novelas eran aquellas por las cuales mostró Baroja una cierta preferencia, especialmente por Zalacaín y en ella por la figura del héroe.
No obstante, la obra más importante del novelista es sin duda Las memorias de un hombre de acción, novela cíclica que escribió a lo largo casi de su vida y que terminó ya en la vejez. El héroe central de esta obra de veintidós volúmenes es un antepasado suyo, Eugenio de Aviraneta, que tuvo alguna importancia en los hechos políticos de su tiempo. En tomo a la existencia de su héroe, el autor reconstruye toda una época agitada y terrible de España; se incluyen en ella las guerras de la Independencia y carlistas, con tumultos y sublevaciones, en los días de Fernando VII e Isabel II. El conjunto es una amplia evocación que tiene de novela, de historia y de folletín, pero siempre dentro de un gran rigor histórico, y todo fundido y recreado por la imaginación del escritor. Destacan en esta serie El escuadrón de Brigante, Los recursos de la astucia, El sabor de la venganza, Las figuras de cera, La nave de los locos y La senda dolorosa, dedicada ésta, en su mayor parte, al trágico fin del conde de España.
Aparte de algunos ensayos, Baroja escribió también libros de recuerdos: Juventud, egolatría (1917), Las horas solitarias (1918) y La caverna del humorismo (1919). Eran éstas las obras preferidas por Ortega y Gasset, que aconsejaba al escritor que persistiera en aquel género. Ya en sus últimos años, Baroja dio a la prensa sus Memorias., obra que constituyen un monumento de la época, una evocación de su vida y de la vida de su tiempo, y en la que aparecen las figuras más importantes con las que trató, tanto en las letras como en las artes.
Sus Memorias constituyen asimismo un documento inapreciable para el conocimiento del autor; es acaso su libro más interesante, el de lectura más agradable, y con el cual coronaba su obra y, puede decirse, su existencia. En este tiempo residía en Madrid con su familia, con la que continuó viviendo hasta su muerte; su producción alcanzaba ya una cifra elevadísima, y aunque no gozaba quizá de la fama que merecía, su nombre figuraba entre los tres o cuatro más destacados de la nación. En 1935 fue admitido como miembro de la Academia de la Lengua. Fue el único honor oficial que se le dispensó.
En sus novelas, el autor se sitúa de lleno en la escuela realista; sigue en ellas las huellas de los grandes maestros europeos, que brillaban aún más en su tiempo. Balzac, Stendhal, Tolstoi y Dickens fueron sus autores predilectos, y los pocos que admiró sin reservas al lado de Dostoievski. Se percibe también el influjo de los folletinistas franceses, cuya lectura le apasionó en su juventud, y la influencia no menos evidente de la picaresca española (Francisco de Quevedo, Mateo Alemán y El Lazarillo de Tormes.
En su ideario filosófico predominaron al principio Nietzsche y Schopenhauer, pero poco a poco este entusiasmo fue cediendo, quedando en un escepticismo muy cerca de Montaigne y, sobre todo, de Voltaire, al que leyó y admiró, pero que era también muy suyo. El fondo de sus libros es por ello pesimista; no obstante, en la forma, en sus descripciones de paisajes y de escenas, se muestra como un enamorado de la vida, un entusiasta, con una nota continua de alegría y, podría decirse, de optimismo, que contrasta con el fondo amargo y sombrío de toda su obra.
Descuella Baroja en la evocación de ambientes, en las descripciones de pueblos y paisajes, y sobre todo en la pintura de tipos; a veces tiene en sus descripciones algo de pintor, y nos recuerda en algunas ocasiones a Goya, especialmente en sus novelas de la guerra civil. No estuvo adherido a ninguna escuela, y aunque compartió inquietudes con sus compañeros de generación, puede decirse, por lo que respecta a las influencias literarias, que no formó parte de ningún grupo. Fue, en este aspecto, el más rebelde de los escritores y el más independiente en todos los sentidos.
El mundo predilecto de sus creaciones fue el de las gentes humildes, los desventurados; pero al lado de ellos, sintió una viva predilección por toda suerte de seres fantásticos, de locos, de gente rara y absurda; a todos se acercó con su ironía, con sus sarcasmos a veces, con su humor amargo, pero también con una gran piedad, con un deseo de redención y de justicia que lo emparenta con los grandes novelistas de Europa, sobre todo con Dickens, que fue al que más admiró.
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