La última vez que el cometa Halley pasó por el vecindario de la Tierra fue en 1985–1986. Alcanzó el perihelio (su punto más cercano al Sol) el 9 de febrero de 1986 y el acercamiento más próximo a la Tierra llegó semanas después, ya bastante tenue para el hemisferio norte y mejor desde el sur. Aun así, fue un momento histórico: por primera vez varias sondas lo visitaron de cerca —la llamada “armada de Halley”— y la misión europea Giotto logró sobrevolar su núcleo a unos cientos de kilómetros, confirmando de primera mano de qué está hecho un cometa.
Científicamente, Halley es un cometa periódico de corto periodo, con una órbita muy alargada y retrógrada (viaja alrededor del Sol en sentido opuesto al de los planetas) que tarda, en promedio, unos 76 años en completarse. Ese periodo no es exacto: las interacciones gravitatorias con los planetas lo adelantan o lo retrasan unos años en cada viaje, por eso algunas apariciones se separan 74, 75, 77 o hasta 79 años. Su núcleo mide en torno a 15 por 8 kilómetros, es muy oscuro (refleja poca luz) y, al calentarse cerca del Sol, expulsa chorros de gas y polvo que forman la coma y las dos colas típicas, una de polvo curvada y otra iónica, casi recta.
Que Halley haya sido visto por tantas generaciones no es casualidad, sino una consecuencia directa de esa órbita intermedia: lo suficientemente larga para “desaparecer” de nuestro cielo por décadas, y lo bastante corta para regresar en el curso de una vida humana. Por eso su aparición de 1986 quedó ligada a recuerdos muy concretos de la cultura y la tecnología de aquella época.
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