martes, 4 de noviembre de 2025

Un hombre llegó a su casa después del trabajo y se quedó helado

 



Un hombre llegó a su casa después del trabajo y se quedó helado: los tres niños seguían en pijama, jugando en el patio con lodo y con tuppers vacíos de comida. Había basura por todos lados, la puerta del coche de su esposa estaba abierta, igual que la puerta principal de la casa.

El perro no aparecía por ningún lado. En la entrada, más desastre: las luces apagadas, cobijas tiradas por el suelo, y un silencio sospechoso interrumpido solo por el escándalo de la televisión en la sala. Los juguetes y la ropa estaban regados por todo el piso, como si hubiera pasado un huracán.
En la cocina, la montaña de trastes sucios daba miedo. En la mesa quedaban los restos del desayuno, el refri abierto de par en par, el alimento del perro esparcido por el suelo, vidrios rotos bajo la mesa y un montoncito de arena junto a la puerta.
Preocupado, el hombre subió las escaleras saltando juguetes y montañas de ropa, pensando lo peor. En el pasillo vio un charco de agua que salía del baño.
Abrió la puerta y casi se desmaya: toallas mojadas, jabón derretido, juguetes por todas partes, metros y metros de papel higiénico desenrollado y hecho bolas, y la pasta de dientes embarrada en el espejo y las paredes.
Entró corriendo a la recámara, y por fin la encontró: su esposa, acostada tranquilamente en la cama, en pijama, leyendo un libro. Lo miró, sonrió y le preguntó con calma:
—¿Cómo te fue en el trabajo, amor?
Él, atónito, apenas pudo tartamudear:
—¿Qué… qué pasó aquí?
Ella volvió a sonreír, con esa paz que solo da la venganza silenciosa, y dijo:
—¿Te acuerdas que todos los días me preguntas: “¿Por qué estás tan cansada, si no haces nada?”?
—Pues sí —respondió él, inseguro.
—Ah, pues hoy no hice nada.

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