lunes, 29 de septiembre de 2025

La emigración contemporánea

 La emigración contemporánea

A lo largo del siglo XIX las crisis económicas del archipiélago, así como los conflictos registrados en los habituales destinos de la emigración canaria condicionaron los flujos migratorios. Durante la primera mitad del siglo, el desplome de las exportaciones vinícolas produjo un incremento notable de las salidas hacia Cuba y Venezuela, aunque la guerra de Independencia venezolana (1810-1824) contuvo temporalmente la emigración hacia aquel país. A partir de 1875 la crisis de la cochinilla generó una nueva oleada migratoria, en este caso hacia Venezuela y Uruguay principalmente ya que Cuba sufría la llamada Guerra de los Diez Años (1868-1878). Tras la recuperación económica registrada en las islas a partir de 1890 con la introducción de los nuevos cultivos centrales (plátanos, tomates y papas), la emigración tendió a reducirse, aunque Cuba siguió siendo un destino privilegiado hasta 1920 debido al intenso crecimiento económico vivido en la isla.


Después de la Guerra Civil (1936-1939) la crisis económica y la represión política provocaron la reactivación del flujo migratorio, dirigido principalmente a Venezuela. Muchos isleños, apremiados por la miseria o perseguidos por sus ideas políticas, se embarcaron de forma clandestina en pequeños motoveleros, con frecuencia antiguos buques pesqueros, para cruzar el Atlántico. Pudieron ser más de 3.500 los canarios que arribaron en estas condiciones a Venezuela. Casi siempre hacinados y sin alimentos suficientes para el largo viaje. Así le ocurrió al pesquero Saturnino, cuyo viaje duró 86 días. La goleta Benahoare, en cambio, fue más afortunada y arribó a Venezuela en sólo 21 días. La nueva política migratoria adoptada por el dictador Marcos Pérez Jiménez en 1952 tuvo amplio eco en el archipiélago y solamente en los años cincuenta abandonaron las islas más de 72.000 emigrantes, en su mayoría procedentes de las islas occidentales. La expansión económica registrada entonces en Venezuela en sectores como el comercio, el transporte, la agricultura y la producción de petróleo favoreció la llegada masiva de emigrantes canarios, lo que justificaría la consideración de Venezuela como la "octava isla". Durante las décadas de 1960-70 muchos emigrantes regresaron a Canarias y destinaron sus ahorros a la compra de tierras, otros invirtieron en el sector inmobiliario, así como en la hostelería, el transporte y el comercio. Su contribución económica y experiencia profesional contribuyeron a la recuperación económica del archipiélago.

Canarias durante el siglo XIX

Cambios Políticos

El siglo XIX fue un periodo de grandes transformaciones políticas. Comenzó la centuria con el estallido de la Guerra de la Independencia y la invasión de la Península por el ejército de Napoleón. Para cubrir el vacío de poder se creó en 1808 la Junta Suprema de Canarias con sede en La Laguna. En Gran Canaria se creó a su vez el llamado Cabildo Permanente, iniciándose entonces el largo pleito que ambas islas sostuvieron por la capitalidad del archipiélago durante el siglo XIX. En representación de las islas acudieron a las Cortes de Cádiz (1810-1813) los diputados canarios Ruíz de Padrón, Pedro Gordillo, Santiago Key y Antonio Llarena. Los ecos de la guerra resonaban lejos del archipiélago, sometido sin embargo al acoso de los corsarios, pero en 1809 llegó al archipiélago un nutrido contingente de prisioneros franceses capturados en la batalla de Bailén. A su vez, algunos batallones isleños combatieron en la Península.


La implantación del estado liberal en Canarias supuso la desaparición de una gran parte de las instituciones administrativas y jurídicas del Antiguo Régimen, aunque estos cambios estuvieron condicionados por la evolución política posterior. Así, la Inquisición y el régimen señorial, presente todavía en las islas de Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y El Hierro, fueron abolidos por las Cortes de Cádiz y parcialmente restablecidos posteriormente. Asimismo, se suprimieron los antiguos Cabildos, fundados después de la conquista, y en su lugar se crearon los ayuntamientos constitucionales, origen de la actual división municipal del archipiélago. También se creó la provincia única de Canarias, estableciéndose en 1833 la sede de la Diputación Provincial en Santa Cruz de Tenerife, lo que motivó un nuevo episodio del pleito interinsular. En el ámbito religioso se produjo la división de la antigua diócesis de Canarias al crearse el obispado de Tenerife en 1819. De este modo quedaban establecidas las bases de la organización administrativa del archipiélago.

Como ocurría en el resto del estado, la actividad política estuvo controlada de modo casi exclusivo por partidos y personalidades que actuaban en representación de los grandes propietarios agrarios y la burguesía comercial. El caciquismo y el fraude electoral eran prácticas habituales. El conflicto mantenido entre Gran Canaria y Tenerife condicionaba el panorama político y las relaciones con el gobierno del estado.

Un nuevo ciclo económico

Después de la conquista las islas disfrutaron de algunas singularidades fiscales y comerciales que favorecieron en parte su desarrollo económico, pero fue a finales del siglo XVIII cuando se emprendieron distintas iniciativas destinadas a obtener un régimen de libertades comerciales que aliviara la grave crisis económica sufrida a causa del declive de las exportaciones vinícolas. Los antiguos cabildos solicitaron a la Corte la eliminación de aduanas, la liberalización del comercio de productos extranjeros, la libertad de precios, etc. De nuevo el régimen arancelario canario fue objeto de atención durante el Trienio Liberal (1820-23), destacando la intensa actividad desplegada en las Cortes por el diputado canario de origen irlandés José Murphy y Meade. A mediados de siglo, las peticiones isleñas fueron oídas y el gobierno liberal de Bravo Murillo autorizó los puertos francos en 1852, estableciéndose en Canarias un régimen arancelario de tendencia librecambista, mientras en el resto del territorio nacional prevaleció el criterio proteccionista. De una u otra forma las singularidades económicas del archipiélago se han mantenido hasta el presente.

El vino desapareció prácticamente de las exportaciones isleñas a partir de 1814 y nunca volvería a tener importancia comercial, pero hacia 1825 ya se estaban realizando las primeras experiencias con un nuevo producto destinado a alcanzar un gran éxito: la grana o cochinilla, pequeño insecto procedente de Centroamérica que crece adherido a las tuneras y con el cual se fabrica un colorante rojo de gran calidad. Su expansión en las zonas de medianías y costas de todo el archipiélago fue favorecida por las buenas condiciones climáticas, la ausencia de las plagas que afectaron a México y Honduras, grandes países productores, la implantación de los puertos francos y, sobre todo, por el fuerte incremento de la demanda inglesa. La cochinilla llegó a suponer el 90% de las exportaciones isleñas y su momento de mayor esplendor transcurrió entre 1850 y 1870. A partir de entonces la difusión de los colorantes artificiales y la inestabilidad provocada por la guerra franco-prusiana causaron su rápida y definitiva decadencia.

La caña de azúcar y el tabaco surgieron entonces como alternativas para aliviar la dura crisis económica y social, pero pronto se revelaron insuficientes. Otros cultivos como el café o el naranjo tampoco tuvieron éxito, por lo que la emigración a América y particularmente a Cuba alcanzó niveles desconocidos hasta la fecha.

La Cultura

El panorama educativo del archipiélago era desolador: hacia 1860 el índice de analfabetismo ascendía al 87%; en 1900 el nivel había bajado al 75´26%. La carencia de escuelas públicas era generalizada y el primer instituto de segunda enseñanza se funda en 1844 en La Laguna. El panorama de la enseñanza superior tampoco era mucho mejor debido a la azarosa existencia de la Universidad, carente de fondos, sometida a repetidos cierres, etc.

Como había ocurrido en el siglo XVIII, el atraso educativo no impidió el florecimiento de cierta actividad cultural protagonizada siempre por minorías instaladas en las principales ciudades del archipiélago. En 1844 se funda en Las Palmas el Gabinete Literario y dos años más tarde la Academia de Bellas Artes en Santa Cruz de Tenerife. Una de las figuras más destacadas de esta época fue Sabino Berthelot (1794-1880), científico de origen francés y autor de la Historia Natural de las Islas Canarias. Entre los investigadores locales sobresalen Gregorio Chil y Naranjo, Agustín Millares Torres o Juan Bethencourt Alfonso. A lo largo del siglo XIX el interés de la ciencia por el archipiélago no dejará de aumentar, registrándose la visita de numerosos investigadores europeos: Humboldt, Piazzi Smith, Verneau, etc.

La actividad cultural se intensifica progresivamente: en 1869 se funda el Gabinete Instructivo en Santa Cruz de Tenerife, en 1879 el Museo Canario en Las Palmas y en 1881 la Sociedad La Cosmológica en Santa Cruz de La Palma. El periodismo muestra una gran vitalidad a finales de siglo apareciendo numerosas cabeceras en las principales islas del archipiélago. La poesía regionalista (Nicolás Estévanez, José Tabares Bartlet o Antonio Zerolo, entre otros) idealizarán el paisaje insular y la cultura aborigen. En la pintura destaca durante la primera mitad del siglo el retratista y miniaturista Luis de la Cruz y Ríos, nombrado pintor de cámara de Fernando VII. Posteriormente sobresalen Nicolás Alfaro, Manuel González Méndez y Valentín Sanz. A su vez, Teobaldo Power, autor de los Cantos Canarios, fue la figura culminante de la creación musical. Durante las últimas décadas del siglo desarrolla su actividad literaria en Madrid el más universal de los escritores canarios y figura cumbre de la novela realista española: el grancanario Benito Pérez Galdós (1843-1920), adscrito a la denominada generación del 68, y autor de los Episodios Nacionales, Fortunata y Jacinta, Misericordia, etc.

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