EL JUICIO QUE DESNUDA AL PODER: MENTIR SALE GRATIS, DECIR LA VERDAD NO
El fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, está siendo juzgado por una supuesta filtración que nunca cometió.
La acusación se basa en un bulo fabricado desde la cúpula del poder madrileño: el asesor de Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez (MAR), reconoció ante el juez que inventó la historia de la filtración del correo del abogado de Alberto González Amador, pareja de la presidenta autonómica.
Aun así, el juicio continúa. El fiscal que cumplió con su deber se sienta en el banquillo mientras los responsables del fraude y de la mentira disfrutan de impunidad.
A González Amador no se le juzga.
Según el discurso oficial de la Puerta del Sol, lo suyo fue un “error administrativo”.
Más de 300.000 euros defraudados se han convertido en un malentendido romántico.
El poder mediático de Ayuso y la maquinaria de MAR han transformado al culpable en víctima y al fiscal en conspirador.
España se ha acostumbrado a lo inverosímil:
quien miente, sube;
quien roba, gobierna;
quien cumple la ley, se defiende en los tribunales.
Este proceso no busca justicia, busca disciplinar a quienes aún creen en ella.
El mensaje es claro: tocar a los poderosos tiene consecuencias.
Y el espectáculo mediático, cuidadosamente orquestado, sirve para algo más que entretener: sirve para desactivar la confianza pública.
En su declaración, un periodista resumió el dilema moral del país:
“Se está juzgando a una persona que sé que es inocente, pero no puedo revelar la fuente.”
A lo que el presidente del tribunal respondió con cinismo:
“Una cosa es que no lo diga y otra que nos amenace.”
Así habla una justicia que ha olvidado su propia ética.
Lo que está en juego no es solo la reputación de un fiscal.
Es el sentido mismo de la democracia.
Cuando los bulos se citan como pruebas, cuando los asesores actúan como jueces y cuando los defraudadores se presentan como víctimas, el sistema judicial se convierte en una herramienta del poder.
España ya no castiga la corrupción: la premia.
Y mientras la ciudadanía se cansa, apaga la tele y desconfía del voto, ellos ganan.
Su objetivo no es destruir el Estado, sino vaciarlo de contenido.
Si la mentira, el fraude y la corrupción salen impunes mientras la decencia y la verdad se sientan en el banquillo, la democracia tendrá que buscar abogado de oficio.
Por eso es urgente mantener vivo el periodismo libre, el que no se arrodilla ante el poder ni se vende a sus intereses.

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