domingo, 12 de octubre de 2025

RODRIGO DE TRIANA: EL PRIMERO QUE AVISTÓ TIERRA

 



RODRIGO DE TRIANA: EL PRIMERO QUE AVISTÓ TIERRA

Rodrigo de Triana era vecino de Los Molinos (Sevilla). A pesar de la idea muy extendida de que era de Lepe, el único que lo afirmó fue Gonzalo Fernández de Oviedo, al señala el municipio onubense de Lepe como su lugar de nacimiento en una crónica muy posterior, algo que contradice las demás crónicas contemporáneas a los hechos, así como el Diario de a bordo de Colón.
Al parecer su verdadero nombre era Juan Rodríguez Bermejo. Por un error de trascripción realizado por el escribano que copió en Barcelona el Diario que Colón entregó a los Reyes Católicos tras su regreso en 1493, pasó a la historia como Rodrigo de Triana. Según este razonamiento, Rodrigo no es nombre, sino el apellido “Rodríguez” mal copiado.
El sevillano participó como marinero en el primer viaje de Colón. Formaba parte de la tripulación de la carabela Pinta, capitaneada por Martín Alonso Pinzón, que era más rápida que la nao Santa María, capitaneada por Cristóbal Colón, y la carabela Niña, capitaneada por Vicente Yáñez Pinzón.
El caso de este marinero es excepcional, pues es uno de los pocos tripulantes del viaje de 1492 que, fuera de los nombres reflejados en la limitada lista que conocemos, aparece recogido en documentación oficial. Para los cronistas y demás escritores de la época, marineros y grumetes carecían de todo interés histórico. Eran personas humildes que tan sólo ocasionalmente llegaron a ser objeto de noticia. Este es el caso de Rodrigo de Triana, recogido en varios documentos como el extracto del Diario, o crónicas como la del padre Las Casas, Hernando Colón u Oviedo, como el primer expedicionario que vio tierra.
Según la tradición, Rodrigo de Triana fue quien en la madrugada del 12 de octubre de 1492, gritó “¡tierra!” desde el palo mayor de la Pinta. Sin embargo, tal y como aparece en el extracto que el padre Las Casas realizó del Diario de a bordo del primer viaje, Triana (o Bermejo), no fue el primero en verla. Cristóbal Colón aseguró haber divisado una luz la noche del 11 de octubre, y al aparecer oficialmente tierra al día siguiente, reclamó haber sido el primero en ver tierra, y por lo tanto tener derecho a cobrar los 10.000 maravedís prometidos por los Reyes Católicos en recompensa al primero que avistara tierra. El descubridor se justificó diciendo que a las 10 de la noche del día 11, estando en el castillo de popa de la Santa María, vio “lumbre”, pero le pareció algo confuso. Antes de ver tierra, llamó a Pedro Gutiérrez, que también la vio, pero el veedor Rodrigo Sánchez de Segovia no pudo verla por lo que decidió no dar el aviso convenido sin asegurarse.
No obstante, quien ha pasado a la historia como aquel que dio el aviso del descubrimiento del Nuevo Mundo fue el marinero sevillano. Lo que Rodrigo de Triana había avistado era la pequeña isla Guanahani, en el archipiélago de las Lucayas (Bahamas), llamada por Cristóbal Colón San Salvador por ser la primera tierra divisada tras el duro viaje que supuso atravesar el desconocido Atlántico, en honor a Jesucristo y a la salvación que implicaba encontrar tierra tras aquella larga travesía.
El nombre de Rodrigo de Triana, o Juan Rodríguez Bermejo, se diluye en los momentos de la época de los primeros descubrimientos. Algunos historiadores pretenden identificarle con Rodrigo Bermejo, piloto de la Casa de la Contratación de Sevilla, pero parece que esta es una identificación más que dudosa. En algunas crónicas posteriores se menciona que al ver Rodrigo negada su recompensa, renegó de la fe y se fue a vivir al Magreb, algo que también parece dudoso.
La noticia más veraz que tenemos de Juan Rodríguez Bermejo es en 1525, participando en la expedición de García Jofre de Loaysa a las Molucas. En esta ocasión, Bermejo viajó con el cargo de piloto de la nao capitana Santa María de la Victoria. Cuando todavía estaban en el Atlántico, una tormenta sorprendió a la armada de siete naves, por lo que las embarcaciones se dispersan. Cuando vuelve la calma, éstas se agrupan de nuevo, pero la Victoria no aparece y, tras buscarla durante tres días, el grueso de la flota decide continuar rumbo al sur.
Nuevas tormentas dificultan el camino haciendo peligrar las naves que continuamente se separan y vuelven a reunirse, aunque con grandes dificultades. Así, el 22 de enero de 1526 aparece nuevamente la Santa María de la Victoria reuniéndose casi al completo el grupo, con excepción del Sancti Spiritus, que está demasiado maltrecha, siendo necesario repartir sus tripulantes entre las demás embarcaciones (Andrés de Urdaneta, que realiza una crónica de los acontecimientos, irá desde entonces en la capitana). Cuando parece que todo está preparado para continuar camino, una nueva tempestad que duró cuatro días deja inservible la capitana, lo que retrasa el avance.
El desánimo hace que los hombres de la Anunciada decidan regresar a la Península, siendo imitados poco después por la San Gabriel. El resto de las naves se refugiaron en el río de Santa Cruz para repararse y nuevamente intentar continuar su camino hacia las Molucas a través del Estrecho recientemente descubierto por Magallanes. En esta ocasión tuvieron éxito, pero tardaron nada menos que cuarenta y ocho días en atravesarlo, cuando el descubridor que le dio su nombre había tardado menos de un mes.
La expedición de Loaysa, en la que mostraron su pericia los distintos pilotos que la componían como Rodríguez Bermejo, tampoco tuvo suerte al conseguir llegar al Océano Pacífico que, lejos de hacer honor a su nombre, recibió a las cuatro naves que aún resistían con una fuerte tempestad.
Los hombres ven peligrar una vez más sus vidas al dispersarse las naos. En esta ocasión, el patache Santiago pone rumbo a Nueva España, alcanzando sus costas en julio de 1526. De la San Lesmes no se tuvo más noticia y la Santa María del Parral embarrancó sin poder continuar camino. Tan sólo continúa intentando lograr el objetivo de llegar a las Molucas la nao Santa María de la Victoria, dirigida por su piloto Rodríguez Bermejo.
La situación es cada vez más lamentable pues los hombres se ven afectados por el escorbuto, enfermando de manera generalizada. La nao hace aguas, pues en el río de Santa Cruz, el improvisado astillero no sirvió para repararla de manera adecuada. Los tripulantes enfermaban y las raciones disminuían por miedo a que faltase alimento ya que en la nao viajaban la mayor parte de los pasajeros de la Santi Spiritus.
El 24 de junio murió el piloto Rodrigo Bermejo. Loaysa moriría a finales de julio de 1526, sucediéndole en el mando Juan Sebastián Elcano, que tan sólo pudo ostentar el cargo hasta el 6 de agosto en que también murió.
Ante esta precaria situación, la nao Santa María de la Victoria, valiéndose de otros pilotos, y a cargo de Alonso de Salazar, se dirige hacia las Islas de los Ladrones, consiguiendo llegar sin apenas percances a la isla de Guam. Tras descansar cinco días, siguen camino a las Molucas, momento en que fallece el nuevo capitán de la expedición, finalizando así la lista sucesoria establecida por Carlos I. En esta ocasión, se somete a votación entre la tripulación la persona que será designada, lo que propicia una gran tensión entre los dos candidatos (Hernando de Bustamante y Martín Íñiguez de Zarquizano), por lo que se decide que ejerzan el mando compartido. A vista de la isla de Mindanao, Zarquizano se hace con el mando, llegando como capitán de la nave a las Molucas.
El reducido grupo de españoles que consiguió llegar a la meta de la expedición mantuvo su intención de conquistar el archipiélago para la corona española. Durante más de seis años mostraron su valentía logrando mantener la pugna con los portugueses que también pretendían hacerse con el control de unas islas que tanto podían beneficiar económicamente a su Soberano; enfrentamiento que cesó tras la firma del Tratado de Zaragoza (1529).
Así, aquel marinero vecino de Los Molinos, más conocido como Rodrigo de Triana, no pudo cumplir el sueño de llegar a tierras asiáticas, o a la Especería, objetivo que comenzó a pretender en tierras sevillanas en el verano de 1492. No obstante, tuvo noticia de que tal ilusión era posible a través de un estrecho descubierto en la zona más meridional de las nuevas tierras, y a punto estuvo de llegar al Maluco falleciendo muy cerca de su objetivo.
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