El 14 de noviembre de 1495 se libró la batalla de La Laguna (también conocida como batalla de Aguere), uno de los enfrentamientos bélicos en el que se enfrentaron los conquistadores castellanos contra los aborígenes guanches durante la conquista de la isla canaria de Tenerife. La batalla toma su nombre por haberse desarrollado en el llano donde luego se fundó la ciudad de San Cristóbal de La Laguna y predeterminó la conquista de la isla por la Corona de Castilla al mando de Alonso Fernández de Lugo.
Tras la desastrosa derrota castellana en la primera batalla de Acentejo, y habiendo perdido la mayor parte de sus tropas, Alonso Fernández de Lugo decidió retirarse a Gran Canaria para organizar una nueva expedición. Se asoció con los armadores genoveses que habían financiado la desastrosa primera entrada en Tenerife, recabando además la ayuda militar de don Juan de Guzmán, duque de Medina Sidonia, de doña Inés Peraza, señora de Lanzarote y Fuerteventura, y de doña Beatriz de Bobadilla, señora de La Gomera y El Hierro.
Mientras organiza la nueva expedición, Lugo envió un pequeño destacamento a Tenerife para conservar el real de Santa Cruz y mantener la amistad de los menceyes de los denominados «bandos de paces» —Abona, Adeje, Anaga y Güímar—, guanches aliados de los castellanos. Después de meses de preparación, Lugo y su nuevo ejército desembarcan finalmente en la costa de Añazo con el objetivo de culminar la conquista de la isla. El total de hombres del nuevo ejército ascendía a unos mil quinientos peones y cien jinetes aproximadamente, estando mejor preparados y adiestrados al estar compuesta en su mayor parte por soldados veteranos que habían participado en las campañas de la guerra de Granada. El armamento castellano era el típico de finales del siglo XV. La infantería portaba picas, alabardas, espadas, dagas y cuchillos, siendo especialmente destacados en los combates contra los aborígenes las ballestas. No se utilizaron armas de fuego, idea introducida en la historiografía canaria por el poema épico de Antonio de Viana.
Se enfrentarán a unos dos mil guerreros guanches, capitaneados por Bencomo, mencey de Taoro, quien había recabado la ayuda de los menceyes de Tacoronte y Tegueste. Los guerreros guanches usaban lanzas y venablos de madera aguzados y endurecidos al fuego, mazas o garrotes y piedras arrojadizas, utilizando en esta batalla además las armas castellanas que habían recogido de los despojos en Acentejo.
Bencomo había dispuesto espías para que le avisasen sobre los movimientos de los castellanos, para así atacarles en La Cuesta durante la ascensión de las tropas aprovechándose del pendiente terreno. Sin embargo, cuando los guanches consiguen reunirse ya el ejército conquistador había alcanzado el altozano de La Laguna y se encontraba en posición para el combate. Deciden entonces presentar batalla, y enviar durante la refriega por un barranco hacia Santa Cruz a trescientos o cuatrocientos guerreros que acabasen con los castellanos que huyeran. Trabado ya el combate, que duró varias horas sin que se decidiese la victoria por ningún bando, la ventaja de la caballería, que en los campos de La Laguna podía desplegarse sin contrariedad, terminó dando ventaja a los conquistadores.
Además, las fuerzas castellanas recibieron en los últimos compases de la batalla el refuerzo de unos doscientos cincuenta soldados que acudieron desde el real de Santa Cruz y el campamento de Gracia siguiendo a don Fernando Guanarteme. Este había acudido con sus canarios al ver que no llegaban noticias del capitán Lugo, rompiendo las filas de los guanches y decantando la victoria para el lado castellano. Los guanches fueron totalmente derrotados, muriendo gran parte de ellos, mientras el resto huyó o fueron capturados. El propio Bencomo cayó muerto durante la batalla.
La batalla de La Laguna logró consolidar las posiciones de los conquistadores en la isla al ser derrotados los principales caudillos guanches. Asimismo, estos pierden gran parte de su contingente guerrero, debilitándose por tanto la resistencia guanche.


