jueves, 9 de octubre de 2025

Los 9 bóvidos más colosales del planeta

  Los 9 bóvidos más colosales del planeta


🐃🦬🐂
En la familia de los bóvidos no hay espacio para la pequeñez: hablamos de auténticos titanes que dominan sabanas, bosques y montañas. Algunos son venerados como símbolos de poder, otros temidos por su fuerza descomunal y carácter indomable. 🌍💪
▪️ Búfalo africano 🐃 — El terror de la sabana. Con su temperamento impredecible y sus cuernos que se fusionan en un auténtico casco natural, es considerado uno de los animales más peligrosos de África.
▪️ Gaur 🐂 — El emperador asiático. Con más de una tonelada de peso y una musculatura que parece esculpida en piedra, este bovino salvaje es el más grande del mundo.
▪️ Yak salvaje ❄️ — El gigante de las alturas. Adaptado al Himalaya y al Tíbet, sobrevive donde el aire es escaso y el frío insoportable, protegido por su espeso manto.
▪️ Eland Gigante 🦌 — El antílope que desafía las leyes de la gravedad. A pesar de su tamaño colosal, es capaz de saltar obstáculos sorprendentes.
▪️ Bisonte americano 🇺🇸 — El titán de las praderas. Es el mamífero terrestre más grande de América del Norte y, pese a su aspecto pesado, puede correr con una velocidad impresionante.
▪️ Búfalo de agua salvaje 🌊 — El coloso de los pantanos asiáticos. Sus cuernos curvados hacia atrás y su temperamento fuerte lo convierten en un rival temible.
▪️ Banteng 🟥 — El elegante del sudeste asiático. Con un marcado dimorfismo entre machos oscuros y hembras rojizas, sus cuernos en forma de lira son su sello inconfundible.
▪️ Kudu Mayor 🌀 — El caballero espiralado. Sus cuernos, que pueden alcanzar casi dos metros, lo convierten en uno de los bóvidos más impresionantes de África.
▪️ Bisonte europeo 🌲 — El sobreviviente. Fue llevado al borde de la extinción, pero hoy vuelve a caminar con fuerza por los bosques del continente.
📌 Los bóvidos nos recuerdan que la naturaleza no solo crea belleza, también levanta gigantes que imponen respeto y asombro. 🌿🔥

El perro y el asno

 

El perro y el asno

En una pequeña aldea apartada del bullicio de las grandes ciudades, vivían un travieso perro y un lindo borriquillo, dos buenos amigos que compartían un mismo dueño. Aunque la mayor parte del tiempo disfrutaban de la vida del campo, a veces iban a la gran ciudad con su amo; allí visitaban el mercado para vender los alimentos que producía la granja y las verduras y frutas frescas que habían recogido de la huerta. Cuando realizaban estos viajes, el asno llevaba sus alforjas repletas de frutas jugosas y verduras tiernas, que eran muy requeridas por los ciudadanos. A mitad del camino, el dueño paraba unas horas para descansar. Mientras que el dueño dormitaba plácidamente , el perro juguetón correteaba entre las flores de las praderas persiguiendo mariposas que revoloteaban en las orillas de un riachuelo, y el borriquillo pacía alegremente en aquellos hermosos prados; también le gustaba retozar y jugar con su buen amigo.

El perro y el asno
El perro y el asno

En una ocasión, el perro cansado de jugar, se sintió hambiento. Al ver que su dueño seguía durmiendo se acercó al asno y el dijo: Agáchate, amigo, y déjame que pille de la alforja algún bocado, que llevo muchas horas sin comer nada. El asno, aunque quería dárselo, pensó que a su dueño le molestaría que su amigo el perro cogiera algún alimento sin el permiso de su dueño, y por ello no se lo permitió. Entonces su amigo el perro se quedo muy triste y se alejó un poco de su amigo el asno, el asno siguió paciendo en el prado, cuando de repente, cerca de el, apareció un logo hambriento que salía del bosque. El asno, temeroso, estiró sus orejas y se quedó inmóvil temblando de miedo, cuando pudo recuperar el aliento empezo a gritar llamando pidiendo auxilio a su compañero. Ninguno sabía qué hacer.

Diciéndole:

– ¡Ven, amigo mío!

– Ven y ayúdame que un lobo me está atacando…

-Llama al amo que nos ayude..

– Pero el dueño estaba un poco lejos, y no los oía

El perro aunque también le tenía mucho miedo al lobo, al ver a su amigo en peligro y muy apurado, ladró con tanta rabia que el lobo escapó acobardado.

Y así salvó el valiente perro a su amigo el asno, a pesar de no haberle dejado probar ni un bocado.

Al despertar su amo, el asno le contó todo lo sucedido, y su dueño como premio le dío el mejor bocado que llevaban, y le agradeció que salvará a su amigo el asno y todos los alimentos que llevaba.

El patito feo

 

El patito feo

¡Qué lindos eran los días de verano!, ¡qué agradable resultaba pasear por e campo y ver el trigo amarillo, la verde avena y las parvas de  heno apilado en las llanuras! Sobre sus largas patas rojas iba la cigüeña junto a algunos flamencos, que se paraban un rato sobre cada pata. Alrededor de los campos  había grandes bosques, en medio de los cuales se abrían hermosísimos lagos.

El patito Feo
El patito Feo

Sí, era realmente encantador estar en el campo. Bañada de sol se alzaba allí una vieja mansión solariega a la que rodeaba un profundo foso; desde sus paredes hasta el borde del agua crecían unas plantas de hojas gigantescas, las mayores de las cuales eran lo suficientemente grandes para que un niño pequeño pudiese pararse debajo de ellas. Aquel lugar resultaba tan enmarañado y agreste como el más denso de los bosques, y era allí donde cierta pata había hecho su nido. Ya era tiempo de sobra para que naciesen los patitos, pero se demoraban tanto, que la mamá comenzaba a perder la paciencia, pues casi nadie venía a visitarla. A los otros patos les interesaba más nadar por el foso que llegarse a conversar con ella.

Al fin los huevos se abrieron uno tras otro. “¡Pip, pip!”, decían los patitos conforme iban asomando sus cabezas a través del cascarón.

—¡Cuac, cuac! —dijo la mamá pata, y todos los patitos se apresuraron a salir tan rápido como pudieron, dedicándose enseguida a escudriñar entre las verdes hojas. La mamá los dejó hacer, pues el verde es muy bueno para los ojos.

—¡Oh, qué grande es el mundo! —dijeron los patitos. Y ciertamente disponían de un espacio mayor que el que tenían dentro del huevo.

—¿Creen acaso que esto es el mundo entero? —preguntó la pata—. Pues sepan que se extiende mucho más allá del jardín, hasta el prado mismo del pastor, aunque yo nunca me he alejado tanto. Bueno, espero que ya estén todos —agregó, levantándose del nido—. ¡Ah, pero si todavía falta el más grande! ¿Cuánto tardará aún? No puedo entretenerme con él mucho tiempo.

Y fue a sentarse de nuevo en su sitio.

El patito feo
El patito feo

—¡Vaya, vaya! ¿Cómo anda eso? —preguntó una pata vieja que venía de visita.

—Ya no queda más que este huevo, pero tarda tanto… —dijo la pata echada—. No hay forma de que rompa. Pero fíjate en los otros, y dime si no son los patitos más lindos que se hayan visto nunca. Todos se parecen a su padre, el muy bandido. ¿Por qué no vendrá a verme?

—Déjame echar un vistazo a ese huevo que no acaba de romper —dijo la anciana—. Te apuesto a que es un huevo de pava. Así fue como me engatusaron cierta vez a mí. ¡El trabajo que me dieron aquellos pavitos¡ ¡Imagínate! Le tenían miedo al agua y no había forma de hacerlos entrar en ella. Yo graznaba y los picoteaba, pero de nada me servía… Pero, vamos a ver ese huevo… ¡Ah, ése es un huevo de pava, puedes estar segura! Déjalo y enseña a nadar a los otros.

—Creo que me quedaré sobre él un ratito aún —dijo la pata—. He estado tanto tiempo aquí sentada, que un poco más no me hará daño.

—Como quieras —dijo la pata vieja, y se alejó contoneándose.

Por fin se rompió el huevo. “¡Pip, pip!”,, dijo el pequeño, volcándose del cascarón. La pata vio lo grande y feo que era, y exclamó:

—¡Dios mío, qué patito tan enorme! No se parece a ninguno de los otros. Y, sin embargo, me atrevo a asegurar que no es ningún crío de pavos. Habrá de meterse en el agua, aunque tenga que empujarlo yo misma.

Al otro día hizo un tiempo maravilloso. El sol resplandecía en las verdes hojas gigantescas. La mamá pata se acercó al foso con toda su familia y, ¡plaf!, saltó al agua.

—¡Cuac, cuac! —llamaba. Y uno tras otro los patitos se fueron abalanzando tras ella. El agua se cerraba sobre sus cabezas, pero enseguida resurgían flotando magníficamente. Movíanse sus patas sin el menor esfuerzo, y a poco estuvieron todos en el agua. Hasta el patito feo y gris nadaba con los otros.

—No es un pavo, por cierto —dijo la pata—. Fíjense en la elegancia con que nada, y en lo derecho que se mantiene. Sin duda que es uno de mis pequeñitos. Y si uno lo mira bien, se da cuenta enseguida de que es realmente muy guapo. ¡Cuac, cuac! Vamos, vengan conmigo y déjenme enseñarles el mundo y presentarlos al corral entero. Pero no se separen mucho de mí, no sea que los pisoteen. Y anden con los ojos muy abiertos, por si viene el gato.

Y con esto se encaminaron al corral. Había allí un escándalo espantoso, pues dos familias se estaban peleando por una cabeza de anguila, que, a fin de cuentas, fue a parar al estómago del gato.

—¡Vean! ¡Así anda el mundo! —dijo la mamá relamiéndose el pico, pues también a ella la entusiasmaban las cabezas de anguila—. ¡A ver! ¿Qué pasa con esas piernas? Anden ligeros y no dejen de hacerle una bonita reverencia a esa anciana pata que está allí. Es la más fina de todos nosotros. Tiene en las venas sangre española; por eso es tan regordeta. Fíjense, además, en que lleva una cinta roja atada a una pierna: es la más alta distinción que se puede alcanzar. Es tanto como decir que nadie piensa en deshacerse de ella, y que deben respetarla todos, los animales y los hombres. ¡Anímense y no metan los dedos hacia adentro! Los patitos bien educados los sacan hacia afuera, como mamá y papá… Eso es. Ahora hagan una reverencia y digan ¡cuac!

Todos obedecieron, pero los otros patos que estaban allí los miraron con desprecio y exclamaron en alta voz:

—¡Vaya! ¡Como si ya no fuésemos bastantes! Ahora tendremos que rozarnos también con esa gentuza. ¡Uf!… ¡Qué patito tan feo! No podemos soportarlo.

Y uno de los patos salió enseguida corriendo y le dio un picotazo en el cuello.

—¡Déjenlo tranquilo! —dijo la mamá—. No le está haciendo daño a nadie.

—Sí, pero es tan desgarbado y extraño —dijo el que lo había picoteado—, que no quedará más remedio que despachurrarlo.

—¡Qué lindos niños tienes, muchacha! —dijo la vieja pata de la cinta roja—. Todos son muy hermosos, excepto uno, al que le noto algo raro. Me gustaría que pudieras hacerlo de nuevo.

—Eso ni pensarlo, señora —dijo la mamá de los patitos—. No es hermoso, pero tiene muy buen carácter y nada tan bien como los otros, y me atrevería a decir que hasta un poco mejor. Espero que tome mejor aspecto cuando crezca y que, con el tiempo, no se le vea tan grande. Estuvo dentro del cascarón más de lo necesario, por eso no salió tan bello como los otros.

Y con el pico le acarició el cuello y le alisó las plumas. —De todos modos, es macho y no importa tanto —añadió—, Estoy segura de que será muy fuerte y se abrirá camino en la vida.

—Estos otros patitos son encantadores —dijo la vieja pata—. Quiero que se sientan como en su casa. Y si por casualidad encuentran algo así como una cabeza de anguila, pueden tráermela sin pena.

Con esta invitación todos se sintieron allí a sus anchas. Pero el pobre patito que había salido el último del cascarón, y que tan feo les parecía a todos, no recibió más que picotazos, empujones y burlas, lo mismo de los patos que de las gallinas.

—¡Qué feo es! —decían.

El patito fe
El patito fe

Y el pavo, que había nacido con las espuelas puestas y que se consideraba por ello casi un emperador, infló sus plumas como un barco a toda vela y se le fue encima con un cacareo, tan estrepitoso que toda la cara se le puso roja. El pobre patito no sabía dónde meterse. Sentíase terriblemente abatido, por ser tan feo y porque todo el mundo se burlaba de él en el corral.

Así pasó el primer día. En los días siguientes, las cosas fueron de mal en peor. El pobre patito se vio acosado por todos. Incluso sus hermanos y hermanas lo maltrataban de vez en cuando y le decían:

—¡Ojalá te agarre el gato, grandulón!

Hasta su misma mamá, deseaba que estuviese lejos del corral. Los patos lo pellizcaban, las gallinas lo picoteaban y, un día, la muchacha que traía la comida a las aves le asestó un puntapié.

Entonces el patito huyó del corral. De un revuelo, saltó por encima de la cerca, con gran susto de los pajaritos que estaban en los arbustos, que se echaron a volar por los aires.

“¡Es porque soy tan feo!” —pensó el patito, cerrando los ojos. Pero así y todo siguió corriendo hasta que, por fin, llegó a los grandes pantanos donde viven los patos salvajes, y allí se pasó toda la noche abrumado de cansancio y tristeza.

A la mañana siguiente, los patos salvajes remontaron el vuelo y miraron a su nuevo compañero.

—¿Y tú qué cosa eres? —le preguntaron, mientras el patito les hacía reverencias en todas direcciones, lo mejor que sabía.

—¡Eres más feo que un espantapájaros! —dijeron los patos salvajes—. Pero eso nos importa, con tal que no quieras casarte con una de nuestras hermanas.

¡Pobre patito! Ni soñaba él con el matrimonio. Sólo quería que lo dejasen estar tranquilo entre los juncos y tomar un poquito de agua del pantano.

Unos días más tarde aparecieron por allí dos gansos salvajes. No hacía mucho que habían dejado el nido: por eso eran tan impertinentes.

—Mira, muchacho —comenzaron diciéndole—, eres tan feo que nos caes simpático. ¿Quieres emigrar con nosotros? No muy lejos, en otro pantano, viven unas gansitas salvajes muy presentables, todas solteras, que saben graznar espléndidamente. Es la oportunidad de tu vida, feo y todo como eres.

—¡Bang, bang! —se escuchó en ese instante por encima de ellos, y los dos gansos cayeron muertos entre los juncos, tiñendo el agua con su sangre. Al eco de nuevos disparos se alzaron del pantano las bandadas de gansos salvajes, con lo que menudearon los tiros. Se había organizado una importante cacería y los tiradores rodeaban los pantanos; algunos hasta se habían sentado en las ramas de los árboles que se extendían sobre los juncos. Nubes de humo azul se esparcieron por el oscuro boscaje, y fueron a perderse lejos, sobre el agua.

Los perros de caza aparecieron chapaleando entre el agua, y, a su avance, doblándose aquí y allá las cañas y los juncos. Aquello aterrorizó al pobre patito feo, que ya se disponía a ocultar la cabeza bajo el ala cuando apareció junto a él un enorme y espantoso perro: la lengua le colgaba fuera de la boca y sus ojos miraban con brillo temible. Le acercó el hocico, le enseñó sus agudos dientes, y de pronto… ¡plaf!… ¡allá se fue otra vez sin tocarlo!

El patito dio un suspiro de alivio.

—Por suerte, soy tan feo, que ni los perros tienen ganas de comerme —se dijo. Y se tendió allí muy quieto, mientras los perdigones repiqueteaban sobre los juncos, y las descargas, una tras otra, atronaban los aires.

Era muy tarde cuando las cosas se calmaron, y aún entonces el pobre no se atrevía a levantarse. Esperó todavía varias horas antes de arriesgarse a echar un vistazo, y, en cuanto lo hizo, enseguida se escapó de los pantanos tan rápido como pudo. Echó a correr por campos y praderas; pero hacía tanto viento, que le costaba no poco trabajo mantenerse sobre sus pies.

Hacia el crepúsculo llegó a una pobre cabaña campesina. Se sentía en tan mal estado que no sabía de qué parte caerse, y, en la duda, permanecía de pie. El viento soplaba tan ferozmente alrededor del patitoo, que éste tuvo que sentarse sobre su propia cola, para no ser arrastrado. En eso notó que una de las bisagras de la puerta se había caído, y que la hoja colgaba con una inclinación tal que le sería fácil filtrarse por la estrecha abertura. Y así lo hizo.

En la cabaña vivía una anciana con su gato y su gallina. El gato, a quien la anciana llamaba “Hijito”, sabía arquear el lomo y ronronear; hasta era capaz de echar chispas si lo frotaban a contrapelo. La gallina tenía unas patas tan cortas que le habían puesto por nombre “Chiquitita Piernascortas”. Era una gran ponedora y la anciana la quería como a su propia hija.

Cuando llegó la mañana, el gato y la gallina no tardaron en descubrir al extraño patito. El gato lo saludó ronroneando y la gallina con su cacareo.

—Pero, ¿qué pasa? —preguntó la vieja, mirando a su alrededor. No andaba muy bien de la vista, así que se creyó que el patito feo era una pata regordeta que se había perdido—. ¡Qué suerte! —dijo—. Ahora tendremos huevos de pata. ¡Con tal que no sea macho! Le daremos unos días de prueba.

Así que al patito le dieron tres semanas de plazo para poner, al término de las cuales, por supuesto, no había ni rastros de huevo. Ahora bien, en aquella casa el gato era el dueño y la gallina la dueña, y siempre que hablaban de sí mismos solían decir: “nosotros y el mundo”, porque opinaban que ellos solos formaban la mitad del mundo , y lo que es más, la mitad más importante. Al patito le parecía que sobre esto podía haber otras opiniones, pero la gallina ni siquiera quiso oírlo.

—¿Puedes poner huevos? —le preguntó.

—No.

—Pues entonces, ¡cállate!

Y el gato le preguntó:

—¿Puedes arquear el lomo, o ronronear, o echar chispas?

—No.

—Pues entonces, guárdate tus opiniones cuando hablan las personas sensatas.

Con lo que el patito fue a sentarse en un rincón, muy desanimado. Pero de pronto recordó el aire fresco y el sol, y sintió una nostalgia tan grande de irse a nadar en el agua que —¡no pudo evitarlo!— fue y se lo contó a la gallina.

—¡Vamos! ¿Qué te pasa? —le dijo ella—. Bien se ve que no tienes nada que hacer; por eso piensas tantas tonterías. Te las sacudirías muy pronto si te dedicaras a poner huevos o a ronronear.

—¡Pero es tan sabroso nadar en el agua! —dijo el patito feo—. ¡Tan sabroso zambullir la cabeza y bucear hasta el mismo fondo!

—Sí, muy agradable —dijo la gallina—. Me parece que te has vuelto loco. Pregúntale al gato, ¡no hay nadie tan listo como él! ¡Pregúntale a nuestra vieja ama, la mujer más sabia del mundo! ¿Crees que a ella le gusta nadar y zambullirse?

—No me comprendes —dijo el patito.

—Pues si yo no te comprendo, me gustaría saber quién podrá comprenderte. De seguro que no pretenderás ser más sabio que el gato y la señora, para no mencionarme a mí misma. ¡No seas tonto, muchacho! ¿No te has encontrado un cuarto cálido y confortable, donde te hacen compañía quienes pueden enseñarte? Pero no eres más que un tonto, y a nadie le hace gracia tenerte aquí. Te doy mi palabra de que si te digo cosas desagradables es por tu propio bien: sólo los buenos amigos nos dicen las verdades. Haz ahora tu parte y aprende a poner huevos o a ronronear y echar chispas.

—Creo que me voy a recorrer el ancho mundo —dijo el patito.

—Sí, vete —dijo la gallina.

Y así fue como el patito se marchó. Nadó y se zambulló; pero ningún ser viviente quería tratarse con él por lo feo que era.

Pronto llegó el otoño. Las hojas en el bosque se tornaron amarillas o pardas; el viento las arrancó y las hizo girar en remolinos, y los cielos tomaron un aspecto hosco y frío. Las nubes colgaban bajas, cargadas de granizo y nieve, y el cuervo, que solía posarse en la tapia, graznaba “¡cau, cau!”, de frío que tenía. Sólo de pensarlo le daban a uno escalofríos. Sí, el pobre patito feo no lo estaba pasando muy bien.

Cierta tarde, mientras el sol se ponía en un maravilloso crepúsculo, emergió de entre los arbustos una bandada de grandes y hermosas aves. El patito no había visto nunca unos animales tan espléndidos. Eran de una blancura resplandeciente, y tenían largos y esbeltos cuellos. Eran cisnes. A la vez que lanzaban un fantástico grito, extendieron sus largas, sus magníficas alas, y remontaron el vuelo, alejándose de aquel frío hacia los lagos abiertos y las tierras cálidas.

Se elevaron muy alto, muy alto, allá entre los aires, y el patito feo se sintió lleno de una rara inquietud. Comenzó a dar vueltas y vueltas en el agua lo mismo que una rueda, estirando el cuello en la dirección que seguían, que él mismo se asustó al oírlo. ¡Ah, jamás podría olvidar aquellos hermosos y afortunados pájaros! En cuanto los perdió de vista, se sumergió derecho hasta el fondo, y se hallaba como fuera de sí cuando regresó a la superficie. No tenía idea de cuál podría ser el nombre de aquellas aves, ni de adónde se dirigían, y, sin embargo, eran más importantes para él que todas las que había conocido hasta entonces. No las envidiaba en modo alguno: ¿cómo se atrevería siquiera a soñar que aquel esplendor pudiera pertenecerle? Ya se daría por satisfecho con que los patos lo tolerasen, ¡pobre criatura estrafalaria que era!

¡Cuán frío se presentaba aquel invierno! El patito se veía forzado a nadar incesantemente para impedir que el agua se congelase en torno suyo. Pero cada noche el hueco en que nadaba se hacía más y más pequeño. Vino luego una helada tan fuerte, que el patito, para que el agua no se cerrase definitivamente, ya tenía que mover las patas todo el tiempo en el hielo crujiente. Por fin, debilitado por el esfuerzo, quedóse muy quieto y comenzó a congelarse rápidamente sobre el hielo.

A la mañana siguiente, muy temprano, lo encontró un campesino. Rompió el hielo con uno de sus zuecos de madera, lo recogió y lo llevó a casa, donde su mujer se encargó de revivirlo.

Los niños querían jugar con él, pero el patito feo tenía terror de sus travesuras y, con el miedo, fue a meterse revoloteando en la paila de la leche, que se derramó por todo el piso. Gritó la mujer y dio unas palmadas en el aire, y él, más asustado, metióse de un vuelo en el barril de la mantequilla, y desde allí lanzóse de cabeza al cajón de la harina, de donde salió hecho una lástima. ¡Había que verlo! Chillaba la mujer y quería darle con la escoba, y los niños tropezaban unos con otros tratando de echarle mano. ¡Cómo gritaban y se reían!… Fue una suerte que la puerta estuviese abierta. El patito se precipitó afuera, entre los arbustos, y se hundió, atolondrado, entre la nieve recién caída.

Pero sería demasiado cruel describir todas las miserias y trabajos que el patito tuvo que pasar durante aquel crudo invierno. Había buscado refugio entre los juncos cuando las alondras comenzaron a cantar y el sol a calentar de nuevo: llegaba la hermosa primavera.

El patito feo
El patito feo

Entonces, de repente, probó sus alas: el zumbido que hicieron fue mucho más fuerte que otras veces, y lo arrastraron rápidamente a lo alto. Casi sin darse cuenta, se halló en un vasto jardín con manzanos en flor y fragantes lilas, que colgaban de las verdes ramas sobre un sinuoso arroyo. ¡Oh, qué agradable era estar allí, en la frescura de la primavera! Y en eso surgieron frente a él de la espesura tres hermosos cisnes blancos, rizando sus plumas y dejándose llevar con suavidad por la corriente. El patito feo reconoció a aquellas espléndidas criaturas que una vez había visto levantar el vuelo, y se sintió sobrecogido por un extraño sentimiento de melancolía.

—¡Volaré hasta esas regias aves! —se dijo—. Me darán de picotazos hasta matarme, por haberme atrevido, feo como soy, a aproximarme a ellas. Pero, ¡qué importa! Mejor es que ellas me maten, a sufrir los pellizcos de los patos, los picotazos de las gallinas, los golpes de la muchacha que cuida las aves y los rigores del invierno.

Y así, voló hasta el agua y nadó hacia los hermosos cisnes. En cuanto lo vieron, se le acercaron con las plumas encrespadas.

—¡Sí, mátenme, mátenme! —gritó la desventurada criatura, inclinando la cabeza hacia el agua en espera de la muerte. Pero, ¿qué es lo que vio allí en la límpida corriente? ¡Era un reflejo de sí mismo, pero no ya el reflejo de un pájaro torpe y gris, feo y repugnante, no, sino el reflejo de un cisne!

Poco importa que se nazca en el corral de los patos, siempre que uno salga de un huevo de cisne. Se sentía realmente feliz de haber pasado tantos trabajos y desgracias, pues esto lo ayudaba a apreciar mejor la alegría y la belleza que le esperaban… Y los tres cisnes nadaban y nadaban a su alrededor y lo acariciaban con sus picos.

En el jardín habían entrado unos niños que lanzaban al agua pedazos de pan y semillas. El más pequeño exclamó:

—¡Ahí va un nuevo cisne!

Y los otros niños corearon con gritos de alegría:

—¡Sí, hay un cisne nuevo!

Y batieron palmas y bailaron, y corrieron a buscar a sus padres. Había pedacitos de pan y de pasteles en el agua, y todo el mundo decía:

—¡El nuevo es el más hermoso! ¡Qué joven y esbelto es!

Y los cisnes viejos se inclinaron ante él. Esto lo llenó de timidez, y escondió la cabeza bajo el ala, sin que supiese explicarse la razón. Era muy, pero muy feliz, aunque no había en él ni una pizca de orgullo, pues este no cabe en los corazones bondadosos. Y mientras recordaba los desprecios y humillaciones del pasado, oía como todos decían ahora que era el más hermoso de los cisnes. Las lilas inclinaron sus ramas ante él, bajándolas hasta el agua misma, y los rayos del sol eran cálidos y amables. Rizó entonces sus alas, alzó el esbelto cuello y se alegró desde lo hondo de su corazón:

—Jamás soñé que podría haber tanta felicidad, allá en los tiempos en que era sólo un patito feo.

El parasol

 

El parasol

El cumpleaños de Linda caía en la época más calurosa del año, cuando la gente huía del ardiente sol en busca de lugares frescos. Así que para su cumpleaños, sus padres le regalaron un bonito parasol.

-¿Puedo salir sola de paseo con mi nuevo parasol? —le preguntó a su madre.

El parasol
El parasol

—Está bien, pero no tardes y ten mucho cuidado.

Linda caminaba junto a un arrozal en dirección a la selva, cuando vio a un gigantesco gorila que avanzaba entre los árboles balanceándose y con los brazos colgando.

El gorila
El gorila

“¡Ay de mí! Sólo puedo esconderme detrás de mi parasol y aguardar a que me atrape”, pensó Linda. Así pues, temblando, se arrodilló detrás de su parasol. Pero no sucedía nada, no sucedió nada. Cuando Linda se asomó por detrás de su parasol, todo estaba tranquilo, y no había ningún gorila a la vista.

Siguió caminando y al poco rato vio una siniestra silueta deslizándose entre los arbustos. ¡Era un tigre que avanzaba sigilosamente hacia ella!

El tigre
El tigre

“¡Ay de mí! Sólo puedo esconderme detrás de mi parasol y aguardar a que me atrape”, pensó. Así pues, temblando, se ocultó de rodillas detrás de su parasol. Pero no sucedía nada, no sucedió nada. Cuando se asomó, todo estaba tranquilo, y no había ningún tigre a la vista.

El aguila
El aguila

Al poco de reemprender su camino, una sombra oscura le hizo levantar la vista. Una inmensa águila de alas gigantescas se abatía sobre ella.

“¡Ay de mí! Sólo puedo esconderme detrás de mi parasol y aguardar a que me atrape”, pensó. Así pues, temblando, se sentó detrás de su parasol y esperó. Pero no sucedía nada, no sucedió nada. Cuando se asomó por detrás de su parasol, todo estaba tranquilo, y no había ningún pajarraco a la vista.

Al regresar a casa, Linda contó a la madre sus aventuras.

—¿Has mirado el exterior de tu parasol? —le preguntó su madre.

Linda abrió su parasol y cuando fue a examinarlo, dio un salto atrás asustada. En el parasol había pintado un refulgente dragón de mirada temible y afiladas garras.

El parasol Dragon
El parasol Dragon

—Ahora comprenderás —dijo la madre—, lo bien que te ha protegido el dragón.

El oso manso

 

El oso manso

El oso blanco que capturó Arturo, el cazador, era tan grande, tan manso y tan hermoso, que decidió regalárselo al Rey de Dinamarca por Navidad. Camino del palacio real se encontraban en la ladera de una montaña cuando de pronto se hizo de noche.

-Alejémonos del frío -dijo Arturo al oso-. Mira, ahí hay una cabaña.

El oso manso
El oso manso

Llamó a la puerta y una voz desde dentro respondió.

-¿Por qué llamáis? Nunca os habéis tomado antes esa molestia.

Al insistir Arturo, el granjero abrió la puerta.

-Oh, lo siento. Pensé que serían esos terribles gnomos.

-¿Gnomos? -dijo Arturo-. Mi amigo el oso y yo sólo buscábamos un lugar donde guarecernos esta noche.

-Estaríais mejor en las cuevas, amigo -dijo la mujer del granjero-. Allí vamos nosotros ahora. Es la noche de Navidad, ya sabes, y todas las noches de Navidad un grupo de asquerosos gnomos baja de las montañas y hacen lo que quieren en nuestra pequeña cabaña. Comen hasta las migajas de la comida y beben nuestra cerveza. Rompen los muebles y hacen añicos lo platos. Después, se meten en nuestras camas a dormir y ni se quitan las botas.

-Hemos llegado en el momento oportuno -dijo Arturo-. Dejadnos pasar esta noche aquí y veréis cómo vosotros y vuestra familia no tendréis que volver a pasar las Navidades en las cuevas.

El cazador se acostó frente al fogón de la cocina con su oso hecho un ovillo bajo la mesa, y el granjero y su mujer se fueron a dormir.

Al filo de la media noche, se oyeron grandes risotadas y espantosos aullidos en torno a la cabaña.

Entonces, los gnomos gritaron:

-¡Granjero Palomares! Hemos venido a tu cena de Navidad ¿no oyes? ¿Qué nos has preparado este año? ¡Mejor que sea buena, porque si no…!

Forzaron la ventana y saltaron dentro. Eran las criaturas más espantosas que Arturo había visto jamás.

El oso manso
El oso manso

Abrieron los armarios y los cajones y empezaron a devorar toda la comida que encontraban: huevos con cáscara incluida, carne cruda, tarta con sus bandejas y todos los dulces del árbol de Navidad. Después bebieron cerveza hasta que acabaron rodando por el suelo y cantando con voces agudísimas.

-¡Oh, mirad! -dijo un gnomo borracho-. Aquí hay un gatito.

El oso abrió un ojo.

-¡Toma una salchicha, gatito!

-susurró otro gnomo y empujó una salchicha caliente hasta la nariz del oso.

¡RRRAAAAUUUUUUUUGGGÜ! El oso blanco salió furioso de debajo de la mesa, agarró al gnomo y lo lanzó por la puerta abierta a la nieve.

No se puede describir la mirada de los gnomos cuando vieron lo grande que era realmente “el gatito”. Saltaron por las ventanas, treparon por las paredes y salieron por la chimenea. El oso los persiguió fuera de la cabaña y a través de la nieve hasta las montañas.

El silencio se extendió por toda la casa. El granjero Palomares y su mujer corrieron a felicitar a Arturo.

-Creo que ya no tendrán más problemas con esos gnomos -se rió Arturo.

La señora Palomares, agradecida, le dio la comida que se había salvado del ataque de los gnomos. Al día siguiente, temprano, Arturo se marchó con su regalo para el Rey.

La noticia de lo ocurrido se extendió a todos los gnomos del país, que se decían:

-No vayan a la granja de Palomares para conseguir la cena de Navidad. ¡Tienen el gato más grande que hayan visto jamás!

El ogro Grogro

 

El ogro Grogro

Capítulo 1

El ogro Grogro
El ogro Grogro

En el país de los ogros colorados, en un pueblo de barro, vivía un padre ogro, una madre ogro y un niño ogro, llamado Grogro. El padre de Grogro era muy grandote y colorado, con unas largas garras verdes, unos dientes largos y afilados de color verde y tres cuernos verdes también. Era increíblemente fuerte, y poseía un tremendo vozarrón. Pero, como la mayoría de ogros colorados, no era muy listo.

La madre de Grogro era colorada, con los labios brillantes y verdes y un largo cuerno rojo y verde. No era tan grande como el padre ogro, pero era más inteligente. Las madres ogros son inteligentes porque tienen tres ojos verdes, mientras que los padres ogros sólo tienen dos.

El ogro Grogro
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Al igual que todos los pequeños ogros, Grogro era rosa y no tenía cuernos. Sin embargo, aunque era pequeño, era mucho más listo que su padre. Sabía leer y escribir, sumar y restar.

El ogro Grogro
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Para volverse colorado, todos los ogros tienen que matar a un monstruo. Al padre de Grogro le gustaba matar dragones, y creía llegado el momento de que Grogro matara también a un dragón. Mas a Grogro no le gustaba matar criaturas.

El ogro Grogro
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Lo que es peor todavía, aunque su padre lo ignoraba, Grogro había hecho amistad con un sabio y viejo dragón amarillo llamado Zagón. A Grogro le encantaba sentarse en la cálida guarida de Zagon y escuchar relatos de monstruos, tierras lejanas y ogros dorados, que eran amables, valientes e inteligentes.

El ogro Grogro
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Cuando el padre de Grogro descubrió su amistad con Zagón, se puso furioso.

—i A los dragones hay que matarlos, no hacerse amigo de ellos! —gritó—. Si quieres llegar a ser un ogro grande y fuerte como yo, debes matar a ese dragón. Entonces, de sus fosas nasales empezó a salir humo, y de sus cuernos, rayos. Grogro salió corriendo calle abajo.

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No paró de correr hasta llegar a la guarida de Zagón y, derramando lágrimas verdes y brillantes, le contó al dragón lo sucedido. — Debes alejarte volando, Zagón.

El dragón le miró pensativo por encima de sus gafas.

El ogro Grogro
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—Tú podrías convertirte en un ogro dorado, ¿sabes? Los ogros dorados nunca matan a menos que se vean obligados a hacerlo.

—¿Cómo puedo convertirme en un ogro dorado? Tendría que realizar alguna hazaña. Y no soy más que un niño.

—A lo lejos, a la sombra de una montaña solitaria, hay una tierra donde todos los habitantes tienen miedo. —¿De qué tienen miedo? —Temen a un gigantesco y viscoso monstruo que habita en la montaña. Cada noche abandona su cueva y se desliza de pueblo en pueblo devorando a ogros y dragones por igual, y dejando un asqueroso rastro de baba verde.

El ogro Grogro
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Al final del pasadizo había una habitación repleta de mapas e instrumentos extraños. —¿Cómo es que ningún ogro se ha atrevido a matar al monstruo? — Es demasiado terrible y fuerte. Sólo se le puede matar cuando está dormido en su cueva. Pero el monstruo suele cambiar de forma, y su cueva sólo puede alcanzarse a través de un pasillo, demasiado estrecho para un ogro.

— ¡Quizá sea lo bastante pequeño para deslizarme por él! —exclamó Grogro—. ¡Y podría matarlo con la espada de mi padre!

— Hum, sí, pero para matarlo deberías hundir la espada en su corazón. Y para llegar a él deberías deslizarte a gatas por un estrecho pasadizo y luego atravesar un resbaladizo arco de roca.

—¡Lo conseguiré! —exclamó, corriendo en busca de la espada. Al llegar a casa asomó temeroso la cabeza por la puerta. Su padre roncaba en un sillón y su madre estaba ausente. Así que se acercó de puntillas a la vitrina que había en la pared, sacó la espada sin hacer ruido, se ató el cinturón y volvió a salir sigilosamente.

Al poco rato Grogro se hallaba sentado a horcajadas a lomos de Zagón, volando más y más alto sobre las montañas hacia poniente. Había comenzado su peligrosa aventura.

El ogro Grogro

Capítulo 2

Cinco días estuvieron volando el ogro Grogro y el dragón Zagón hacia el país del Monstruo del Cieno. Atravesaron elevadas montañas de color púrpura, un vasto y turbulento lago y negras planicies de lodo hasta llegar a una tierra extraña y asolada. Una tierra donde no quedaba ni un árbol con vida, donde no vivía un solo animal ni cantaban los pájaros, donde no había más que polvo, rocas, nubes de arena y una inmensa y siniestra montaña negra. La montaña estaba rodeada de un cieno verde y resbaladizo que goteaba de los orificios de las rocas. Allí, clavados en el lodo, se hallaban los huesos de todos los ogros, dragones y demonios que habían sido devorados por el Monstruo del Cieno.

El ogro Grogro
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Permanecieron revoloteando ¡unto a la falda de la montaña.

—¡Mira ahí arriba! — exclamó Zagón—.

Es el túnel que utiliza el monstruo para penetrar en la montaña cuando -regresa por las noches.

—¿Pero cómo puede subir tan alto?.

Zagón clavó sus poderosas garras en la roca, ¡unto al orificio. —Rápido, Grogro, no puedo sostenerme, i Está demasiado resbaladizo! iSalta, Grogro, salta! Mucho más abajo había unos peñascos negros y afilados como agujas. Grogro estaba asustado, pero no era un cobarde, y saltó y fue a aterrizar en el mismo agujero. Estaba a salvo. Pero no… ¡resbalaba hacia atrás sobre el cieno! No había ningún sitio dondel poder asirse, iba a despeñarse!.

El ogro Grogro
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De pronto, sintió que dos poderosas garras le cogían por detrás; era Zagón que agitando las alas volvió a introducirlo en el tunel.

El ogro Grogro
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El interior del túnel era de un horrible color verde. Olía que apestaba. Grogro comenzó a avanzar a gatas, sin ver absolutamente nada. Sólo oía el gotear del cieno y el chapoteo de sus manos y rodillas en el lodo.

El ogro Grogro
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Al cabo de mucho rato oyó un ruido sordo, lento y acompasado. Era el lento latir del corazón del monstruo. Entonces vio una débil luz verdosa. Era el resplandor del cuerpo del monstruo. Grogro había llegado al final del túnel.

Ante él se abría el vasto interior de la montaña/ cuya mitad se hallaba ocupada por el monstruo. Este yacía como un mar verde, agitándose mientras dormía. Sus numerosos tentáculos no cesaban de serpentear. Cientos de ojos cerrados se movían arriba y abajo al tiempo que respiraba. Sobre el monstruo había tendido un largo y estrecho puente de roca. Grogro debía cruzarlo para alcanzar un saliente que le conduciría junto al corazón del monstruo.

El ogro Grogro
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“Sé valiente y piensa”, había dicho Zagón a Grogro. Así pues, conteniendo la respiración, alzó la espada de su padre y se dirigió hacia el corazón del monstruo. El puente estaba recubierto de cieno y la roca se hallaba tan resbaladiza que Grogro avanzaba muy lentamente. Por fin se encontró encima del palpitante corazón del monstruo.

El ogro Grogro
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De pronto, un largo y grueso tentáculo rozó su pie. Grogro dio un salto atrás horrorizado. Pero, al saltar, resbaló. Con un gesto desesperado extendió la espada para recobrar el equilibrio, más ésta chocó con la roca. Un fuerte ¡CLANG! sonó a través de la montaña hueca.

El ogro Grogro
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El monstruo se despertó. Sus cientos de párpados comenzaron a abrirse, al tiempo que su corazón latía más y más deprisa.

El ogro Grogro
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Entonces vio a Grogro, solo en el puente. Alargó sus poderosos tentáculos para atraparle. Temblando, Grogro levantó la espada…

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El ogro Grogro

Capítulo 3

 

Grogro estaba atrapado, i El Monstruo del Cieno se había despertado! Sus gruesos y viscosos tentáculos se alargaban hacia arriba. A Grogro no le dio tiempo de atravesar el puente de piedra y alcanzar el saliente que le llevaría junto al corazón del monstruo. Pensó en lo que le había dicho Zagón: “¡Sé valiente y piensa!” Debajo de él se encontraba el negro corazón del monstruo. “Piensa, piensa”, se dijo Grogro. Los tentáculos se aproximaban cada vez mas. ‘Piensa, Grogro, piensa.”

El ogro Grogro
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Los tentáculos se extendían hacia él como látigos. ¡Ahora o nunca! Grogro saltó; ¿ sobre el monstruo dirigiendo la espada hacia el centro de su terrible corazón, cuyos latidos resonaban como truenos.

Grogro cerró los ojos y fue a caer violentamente en el mismo centro del corazón del monstruo. Sintió que la espada se clavaba hasta la empuñadura y sonó una tremenda explosión. Entonces brotó del monstruo un gran chorro de cieno verde. Su cuerpo comenzó a encogerse, haciéndose más y más pequeño, desinflándose como un viejo y arrugado globo.

El ogro Grogro
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Grogro cayó de cabeza en el denso torrente.

Al instante se halló flotando sobre una ola de cieno.

El torrente le condujo túnel abajo hacia la entrada de la montaña. Una vez allí, consiguió distinguir, en la pálida luz purpúrea, a Zagó que agitaba sus alas furiosamente el ogro cayó precipitándose hacia las negras y afiladas rocas. De pronto sonó ua zumbido tremendo. Era Zagón que se remontaba en el aire. Instantes después, asió a Grogro con sus poderosas garras. — ¡Bravo, chico, has matado al Monstruo del Geno! Sabía que lo lograrías. Eres un héroe. Pero creo que deberías quitarte ese horrible cieno.

El ogro Grogro
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Subido a lomos de Zagón, Grogro voló hasta el lago.

— Ahora lávate las manos, Grogro. Es posible que te lleves una sorpresa. Grogro se lavó las manos en el agua fresca y cristalina del lago. Entonces comprobó que, debajo del cieno verde oscuro, sus manos no eran duras, pálidas y rosadas, sino suaves, relucientes… ¡y doradas!

¡Aparecía completamente clorado de los pies a la cabeza! El sol relucía sobre su cuerpo dorado.

—Soy… soy… ¡un ogro dorado! —Así es, hijo mío. Eres un ogro dorado, porque te has comportado con valentía y no has matado al monstruo llevado por el odio, sino en defensa propia. Fíjate, Grogro, el desierto se está transformando en un hermoso y exuberante vergel.

El ogro Grogro
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Has matado al Monstruo del Cieno, y ahora esta tierra estéril recobrará la vida. Pero recuerda que seguirás siendo un ogro dorado sólo si no matas, a menos que te veas forzado a hacerlo.

—Pero mi padre se enfadará conmigo

si me niego a matar dragones —dijo Grogro.

—No… se sentirá orgulloso de ti, ¡orgulloso de tener por hijo a un ogro dorado!