viernes, 5 de diciembre de 2025

GUERRA DE LOS 100 AÑOS -BATALLA DE CRÈCY

 


GUERRA DE LOS 100 AÑOS -BATALLA DE CRÈCY

La batalla de Crécy tuvo lugar el 26 de agosto de 1346 en el noreste de Francia y enfrentó a un ejército francés mandado por el rey Felipe VI con otro inglés dirigido por el rey Eduardo III. Los franceses atacaron a los ingleses mientras estos saqueaban el norte de Francia durante la guerra de los Cien Años, pero el enfrentamiento resultó en una victoria inglesa y una gran pérdida de vidas entre los franceses.
El ejército inglés había desembarcado en la península de Cotentin el 12 de julio. Comenzó a dejar un rastro de destrucción por algunas de las tierras más ricas de Francia y llegó a menos de tres kilómetros de París, saqueando muchas ciudades por el camino. Luego, los ingleses marcharon hacia el norte, con la esperanza de unirse con un ejército flamenco aliado que había iniciado una invasión desde Flandes. Al enterarse de que los flamencos se habían dado la vuelta, y después de haber alejado temporalmente a los franceses que los perseguían, el rey Eduardo III ordenó que su ejército preparara una posición defensiva en una ladera cerca de Crécy-en-Ponthieu. La lluviosa tarde del 26 de agosto, el ejército francés, que superaba en número a los ingleses, atacó.
Durante un breve duelo de tiro con arco, una numerosa fuerza de ballesteros mercenarios franceses resultó derrotada por arqueros galeses e ingleses. Los franceses lanzaron una serie de cargas de caballería, pero se llevaron a cabo de manera improvisada y desordenada por tener que abrirse paso a través de los ballesteros que huían, por el suelo fangoso, por tener que cargar cuesta arriba y por las zanjas excavadas por los ingleses. Así, los ataques fueron desbaratados por las efectivas andanadas de los arqueros ingleses, que causaron muchas bajas. Cuando las cargas francesas llegaron a los hombres de armas ingleses, que habían desmontado para luchar, habían perdido gran parte de su ímpetu. El subsiguiente combate cuerpo a cuerpo fue descrito como «letal, sin piedad, cruel y horrible». Las cargas francesas continuaron hasta altas horas de la noche, todas con el mismo resultado: feroces combates seguidos de una retirada gala.
Los ingleses sitiaron después el puerto de Calais. El descalabro de Crécy debilitó tanto al ejército francés que le impidió socorrer la plaza, que cayó ante los ingleses al año siguiente y permaneció bajo el dominio inglés durante más de dos siglos, hasta 1558. Crécy dejó clara la efectividad del arco largo y su influencia en los campos de batalla de la Europa occidental de la época.
Trasfondo
Los monarcas ingleses habían tenido títulos y tierras en Francia desde la conquista normanda de 1066, cuya posesión hacía de ellos vasallos de los reyes de Francia.
Tras una serie de desacuerdos entre Felipe VI de Francia (r. 1328-1350) y Eduardo III de Inglaterra (r. 1327-1377), el 24 de mayo de 1337 el Gran Consejo de Felipe en París acordó que las tierras que poseía Eduardo en Francia debían volver a manos de Felipe con el argumento de que aquel había incumplido sus obligaciones como vasallo. Esto marcó el comienzo de la guerra de los Cien Años, que duró en realidad ciento dieciséis.
El ejército de Eduardo zarpó de Inglaterra el 29 de junio de 1345 y ancló en La Esclusa, en Flandes, hasta el 22 de julio, mientras el rey inglés atendía asuntos diplomáticos.​ Cuando por fin zarpó de nuevo, probablemente con la intención de desembarcar en Normandía, la flota fue dispersada por una tormenta, lo que sumado a otras demoras imposibilitó emprender campaña alguna antes del invierno. Mientras tanto, Enrique, conde de Derby, devastó la Gascuña al frente de un ejército anglo-gascón, derrotó con claridad a dos grandes ejércitos franceses en las batallas de Bergerac y Auberoche y tomó más de cien ciudades y fortificaciones francesas en Périgord y Agenais, lo que sirvió para asegurar y ampliar las posesiones inglesas en Gascuña.
En marzo de 1346, marchó sobre Gascuña un ejército francés de entre quince y veinte mil soldados, «enormemente superior» a cualquiera que los anglo-gascones pudieran desplegar, del que formaban parte todos los oficiales militares de la casa reaL​ y que mandaba Juan, duque de Normandía, hijo y heredero de Felipe VI.[9]​ El ejército puso sitio a la estratégica ciudad de Aiguillon. El 2 de abril, se anunció una leva general para que tomaran las armas todos los hombres capaces en el sur de Francia;​ los medios financieros, logísticos y humanos franceses se centraron en esta ofensiva y Derby, que había pasado a ser conde de Lancaster, pidió ayuda urgente a Eduardo. El rey inglés estaba obligado moral y contractualmente a socorrer a su vasallo, pues su acuerdo con Lancaster disponía que, si este era atacado por fuerzas superiores, Eduardo «lo rescataría de una forma u otra».
Mientras tanto, Eduardo estaba reclutando un nuevo ejército y reunió más de setecientos buques para transportarlo, la mayor flota inglesa hasta la fecha. Los franceses estaban al tanto de los movimientos del rey inglés y confiaron en su poderosa armada para impedir que desembarcase en el norte de Francia,[16]​ pero la flota francesa fue incapaz de detener a las naves inglesas y Eduardo cruzó el Canal de la Mancha.
Fuerzas enfrentadas
EJERCITO INGLES
El ejército del rey Eduardo III estaba compuesto principalmente por soldados ingleses y galeses, junto con algunas tropas bretonas y flamencas aliadas y algunos mercenarios alemanes,​ pero se desconoce el tamaño exacto y la composición de las fuerzas inglesas. Los cálculos de la época varían ampliamente; por ejemplo, la tercera versión de las Crónicas de Froissart da una cifra de soldados que es más del doble que la que aparece en la primera.​ Los historiadores modernos han calculado su tamaño entre siete y quince mil hombres. Andrew Ayton sugiere una cifra de alrededor de catorce mil: dos mil quinientos hombres de armas, cinco mil arqueros con arcos largos, tres mil hobelars (caballería ligera y arqueros montados) y tres mil quinientos lanceros. Clifford Rogers supone que eran quince mil los soldados: dos mil quinientos hombres de armas, siete mil arqueros, tres mil doscientos cincuenta hobelars y dos mil trescientos lanceros. Jonathan Sumption, según la capacidad de carga de la flota de transporte original, cree que el ejército contaba con entre siete y diez mil soldados. Hasta mil hombres de ese ejército eran presos a los que se había reclutado con la promesa de concederles el perdón real al final de la campaña. Alrededor de la mitad de los soldados ingleses, incluidos muchos de los delincuentes, eran veteranos.
Los hombres de armas de ambos ejércitos vestían un gambesón acolchado debajo de una cota de malla que cubría el tronco y las extremidades, a la que se superponía a su vez diversas piezas de armadura de placas, más comunes entre los hombres más pudientes y veteranos. Las cabezas se las protegían con bacinetes, que eran cascos militares de hierro o acero que dejaban la cara descubierta, con una malla unida al borde inferior del casco para proteger la garganta, el cuello y los hombros, mientras que una visera móvil actuaba de protector facial. Llevaban también escudos que tenían la parte superior recta y la inferior picuda, normalmente hechos de madera delgada recubierta de cuero. Los hombres de armas ingleses combatieron desmontados, y aunque se desconoce las armas que usaron, en batallas similares emplearon sus lanzas a modo de picas o lucharon con espadas y hachas de guerra.
El arco largo utilizado por los arqueros ingleses y galeses les era exclusivo; se tardaba hasta diez años en dominar su manejo y podía disparar hasta diez flechas por minuto a más de trescientos metros. Un análisis informático realizado por la Universidad Tecnológica de Varsovia en 2017 demostró que las flechas de punta bodkin podían penetrar la armadura de placas típica de la época a doscientos veinticinco metros. La profundidad de penetración era poca a esa distancia, pero aumentaba a menor distancia o si la armadura era de mala calidad. Las fuentes contemporáneas mencionan frecuentemente flechas que perforan armaduras. Los arqueros llevaban un carcaj de veinticuatro flechas, pero durante la mañana de la batalla, cada uno recibió dos carcajes más, lo que dio setenta y dos flechas por arquero, suficientes únicamente para unos quince minutos de combate disparando a la velocidad máxima, aunque el ritmo de tiro se ralentizaría a medida que avanzaba la batalla. Se cree que desde los carros de retaguardia llegaba un suministro regular de proyectiles y que los arqueros también se aventuraban a avanzar durante las pausas de los combates para recuperar flechas.​ Los historiadores modernos calculan que se pudieron disparar hasta medio millón de flechas durante la batalla de Crécy.
El ejército inglés también estaba equipado con varios tipos de armas de fuego, aunque se desconoce cuántas pudieron ser: pistolas pequeñas que disparaban bolas de plomo; ribadoquines que lanzaban flechas de metal o racimos de metralla; y bombardas, un tipo primigenio de cañón que disparaba bolas de metal de ochenta o noventa milímetros de diámetro. Los relatos contemporáneos y los historiadores modernos difieren sobre qué tipos y cuántas de estas armas estuvieron presentes en Crécy, pero desde entonces se han recuperado en el lugar de la batalla varias bolas de hierro que pudieron ser munición de las bombardas.
EJERCITO FRANCES
Hay todavía menos certezas sobre el tamaño exacto del ejército francés debido a que se perdieron los registros financieros de la campaña de Crécy, aunque existe consenso en que era sustancialmente más grande que el inglés. Los cronistas contemporáneos lo señalan como extremadamente grande para la época y calculan su tamaño entre los setenta y dos y los ciento veinte mil hombres. Los números de hombres de armas a caballo oscilan entre los doce mil y los veinte mil. Un cronista italiano afirmó que hubo en el combate hasta cien mil caballeros (hombres de armas), doce mil soldados de infantería y cinco mil ballesteros.​ Los cronistas contemporáneos indican que los ballesteros presentes eran entre dos y veinte mil.
Los historiadores consideran estos números exagerados y poco realistas, sobre la base de los registros conservados del tesoro de guerra de 1340, seis años antes de la batalla.​ Clifford Rogers calcula que «el ejército francés era al menos el doble de grande que el [inglés], y quizás hasta el triple». Según los cálculos modernos, ocho mil hombres de armas formaban el núcleo del ejército francés, apoyados por entre dos y seis mil ballesteros mercenarios reclutados principalmente en la ciudad comercial de Génova,​ y un «gran número, aunque indeterminado, de peones». No se sabe con certeza cuántos soldados de infantería, milicianos y reclutas de leva con distintos grados de equipamiento y formación participaron en la batalla, pero es seguro que por sí solos superaban en número al ejército inglés.
Los hombres de armas franceses estaban equipados de manera similar a los ingleses,​ iban montados en caballos completamente desguarnecidos y llevaban lanzas de madera, generalmente de fresno, con moharra de hierro y de aproximadamente cuatro metros de largo.​ Muchos de los hombres de armas en el ejército francés eran extranjeros; algunos se unieron individualmente por puro espíritu de aventura y las atractivas pagas ofrecidas, otros pertenecían a contingentes aportados por los aliados de Felipe: tres reyes, un príncipe-obispo, un duque y tres condes acaudillaban las huestes de los territorios no franceses.
Los ejércitos franceses habían ido aumentando su número de ballesteros desde la entronización de Felipe,​ pero como había pocos arqueros en Francia, se solían reclutar en el extranjero, principalmente en la república italiana de Génova. Eran ballesteros profesionales que podían disparar su arma aproximadamente dos veces por minuto​ y en la batalla se protegían de los proyectiles enemigos con un pavés, que era un escudo muy grande con sus propios portadores que podía proteger hasta a tres ballesteros.
BATALLA
El ejército francés avanzó a última hora de la tarde, desplegando su sagrado pendón de batalla, la oriflama, indicando que no se harían prisioneros.​ A medida que avanzaba, una repentina tormenta estalló sobre el lugar, por lo que los arqueros ingleses desmontaron las cuerdas de los arcos para evitar que se aflojaran; los ballesteros genoveses no necesitaban tomar estas precauciones, ya que las cuerdas de las ballestas estaban hechas de cuero.​ Los ballesteros se enfrentaron a los arqueros ingleses en un duelo de tiro con arco,​ pero resultaron claramente derrotados por estos,​ cuya cadencia de tiro era más de tres veces superior a la suya. Los ballesteros además combatieron sin sus paveses protectores, que todavía estaban con el equipaje francés, al igual que la munición de reserva.​ El lodo también les estorbó la recarga de las ballestas, pues necesitaban presionar los estribos contra el suelo embarrado, lo que redujo su cadencia de tiro.​ Los italianos fueron rápidamente vencidos y huyeron​ porque eran conscientes de su vulnerabilidad sin los paveses, por lo que quizá solo hicieron un esfuerzo simbólico por parecer que combatían.​ Los historiadores modernos no se ponen de acuerdo en la cantidad de bajas que sufrieron, pero debieron ser muy pocas porque algunas fuentes contemporáneas aventuran que quizá ni siquiera llegaron a disparar y el estudio especializado más reciente concluye que dispararon precipitadamente quizá dos veces, tras lo cual se retiraron sin llegar verdaderamente a disputar con los arqueros ingleses.
Los caballeros y nobles que les seguían en la división de Alenzón, obstaculizados por los ballesteros mercenarios derrotados, los atacaron mientras se retiraban. Según la mayoría de los relatos contemporáneos, los ballesteros fueron considerados cobardes en el mejor de los casos y probablemente traidores,​ por lo que muchos de ellos fueron asesinados por los franceses. El choque de los genoveses en retirada con la caballería francesa que avanzaba desbarató la batalla francesa, al tiempo que los arqueros ingleses continuaban disparando contra la masa de tropas enemigas. A la confusión se sumaron los disparos de las bombardas inglesas, aunque las crónicas contemporáneas difieren en cuanto a si infligieron bajas significativas.
Cargas de caballería
La batalla de Alenzón lanzó enseguida una carga de caballería, que se hizo de manera desordenada por su naturaleza improvisada, por tener que abrirse paso a través de los italianos que huían, por el suelo fangoso, por tener que cargar cuesta arriba y por las zanjas cavadas por los ingleses.​ Las nutridas y efectivas descargas de los arqueros ingleses debilitaron la arremetida y causaron muchas bajas.​ Es probable que los arqueros no disparasen hasta que tuvieran una posibilidad razonable de penetrar las armaduras francesas, es decir, cuando los jinetes enemigos se encontrasen a aproximadamente ochenta metros o menos.​ Los caballeros franceses tenían cierta protección merced a sus armaduras, pero sus monturas estaban completamente desguarnecidas y cayeron muertas o heridas en grandes cantidades,​ tirando o atrapando a sus jinetes y haciendo que las siguientes filas se desviaran para evitarlos, generando un desorden aún mayor. Los caballos heridos huyeron por la ladera presas del pánico. Cuando la carga francesa alcanzó la apretada formación de hombres de armas y lanceros ingleses había perdido gran parte de su ímpetu.
Un contemporáneo describió el combate cuerpo a cuerpo que se desató como «mortífero, sin piedad, cruel y muy horrible».​ Los hombres de armas que perdieron el equilibrio, o que fueron arrojados por caballos heridos, fueron pisoteados, aplastados por la caída de sus monturas y otros cuerpos y asfixiados en el barro. Alenzón estuvo entre los muertos​ y su ataque fue repelido. La infantería inglesa avanzó para rematar a los franceses heridos, saquear los cadáveres y recuperar flechas. Algunas fuentes dicen que Eduardo había dado órdenes de que, contrariamente a la costumbre, no se tomaran prisioneros; superado en número como estaba, no quería perder soldados por escoltar y vigilar a los cautivos. En cualquier caso, no hay constancia de que se hicieran prisioneros hasta el día siguiente, después de la batalla.
Las nuevas formaciones de la caballería francesa se dispusieron al pie de la colina y repitieron la carga de Alenzón, pero sufrieron los mismos problemas que aquella, con la desventaja adicional de que el terreno sobre el que avanzaban estaba lleno de caballos y hombres muertos y heridos. Ayton y Preston describen «largos montículos de caballos de batalla y hombres caídos... que suponían significativas dificultades añadidas que tenían que afrontar las nuevas formaciones... mientras trataban de acercarse a la posición inglesa». A pesar de todo, volvieron a cargar, aunque de manera tan desordenada que nuevamente no pudieron penetrar en la formación inglesa y se produjo una prolongada melé en la que se dice que el propio príncipe de Gales llegó a caer de rodillas. Un historiador moderno ha descrito los combates como «una horrible carnicería». Eduardo envió un destacamento de su batalla de reserva para asegurar la victoria; los franceses fueron rechazados por segunda vez, pero volvieron al ataque. Las filas inglesas habían quedado diezmadas por los repetidos asaltos enemigos, pero los hombres de la retaguardia avanzaron para llenar los huecos.
No hay consenso sobre el número de veces que cargaron los franceses, pero se sabe que continuaron hasta altas horas de la noche, cuando la oscuridad desordenó todavía más sus ataques. Todos tuvieron el mismo resultado: feroces combates seguidos de la retirada. En una de las acometidas, el conde de Blois ordenó desmontar a sus hombres y les hizo avanzar a pie; el cadáver del conde fue encontrado luego en el campo de batalla.​ La nobleza francesa se negó obstinadamente a ceder; no hubo falta de coraje en ninguno de los bandos. Famoso es el lance del rey ciego Juan de Bohemia, que ató la brida de su caballo a las de sus ayudantes y juntos cargaron contra el enemigo en el crepúsculo, pero todos fueron descabalgados y muertos.​ Hay relatos sobre divisiones inglesas enteras que avanzaron para acabar con los supervivientes de las desordenadas cargas francesas y luego se retiraron en perfecto orden a sus posiciones originales.
El propio rey Felipe se vio envuelto en los combates: le mataron dos caballos que montaba y le clavaron una flecha en la mandíbula.[100]​ El portador de la oriflama era un objetivo prioritario para los arqueros ingleses; fue visto caer, pero sobrevivió tras dejar el estandarte sagrado en manos del enemigo. Finalmente, Felipe abandonó el campo de batalla, aunque no está claro por qué. Era casi medianoche y la batalla estaba acabando; la mayoría del ejército francés iba abandonando el campo de batalla en desorden.​ Los ingleses pernoctaron donde habían luchado. A la mañana siguiente seguían llegando al campo de batalla considerables fuerzas francesas, que fueron atacadas por los hombres de armas ingleses, ahora a caballo, y perseguidos largo trecho. Las bajas francesas fueron miles, incluido el duque de Lorena; los ingleses sacaron a algunos pocos franceses heridos o aturdidos de entre las masas de cadáveres y los hicieron prisioneros.
BAJAS
Las bajas en la batalla fueron claramente desiguales. Todas las fuentes contemporáneas coinciden en que las bajas inglesas fueron muy escasas, un total de cuarenta bajas, según un recuento posterior a la batalla. Algunos historiadores modernos han afirmado que esta cifra es demasiado reducida y que las bajas inglesas debieron de haber sido unas trescientas.
Del mismo modo, todas las fuentes de la época consideran que las bajas francesas fueron muy altas. Según un recuento realizado por los heraldos ingleses después de la batalla, se encontraron los cuerpos de 1542 hombres de armas de la nobleza francesa, más probablemente varios cientos de la persecución posterior. El cronista Geoffrey le Baker calculó, de forma verosímil según los historiadores modernos, que cuatro mil caballeros franceses resultaron muertos en la batalla.​ Entre los caídos conocidos se encontraban dos reyes, nueve príncipes, diez condes, un duque, un arzobispo y un obispo.​ Según Ayton, las enormes bajas de los franceses también pueden atribuirse a los ideales de la caballería medieval, según los cuales los nobles preferirían morir en la batalla a huir deshonrosamente, especialmente a la vista de los demás caballeros.
REPERCUCIONES
Clifford Rogers describe el resultado de la batalla como «una victoria total para los ingleses», y Ayton como algo «sin precedentes» y «una humillación militar devastadora». Sumption lo considera «una catástrofe política para la Corona francesa». Se informó de la batalla al Parlamento de Inglaterra el 13 de septiembre en términos entusiastas, como un signo del favor divino y la justificación del enorme costo de la guerra hasta la fecha. Un cronista contemporáneo opinó: «los franceses fueron destruidos por la precipitación y la desorganización». Rogers escribe que, entre otros factores, los ingleses «se beneficiaron de una organización, cohesión y liderazgo superiores» y de «la indisciplina de los franceses».​ Según Ayton, «la reputación internacional de Inglaterra como potencia militar se fraguó en una dura lucha nocturna»
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