domingo, 9 de noviembre de 2025

Murió pobre, sin saber que se había vuelto inmortal. Se llamaba Henrietta Lacks

 



Murió pobre, sin saber que se había vuelto inmortal.

Se llamaba Henrietta Lacks, nació en 1920 en una familia de jornaleros afroamericanos de Virginia.
Era una mujer sencilla: Trabajaba en los campos de tabaco, le encantaba bailar, cocinar y criar a sus cinco hijos con su marido David.
No estudió medicina, nunca entró en un laboratorio, y sin embargo —sin quererlo— cambió para siempre la historia de la ciencia.
En 1951, a los treinta y un años, Henrietta acudió al Hospital Johns Hopkins de Baltimore, uno de los pocos que aceptaban pacientes negros.
Tenía un dolor constante en la parte baja del abdomen.
Los médicos le diagnosticaron un cáncer de cuello uterino agresivo.
Durante una biopsia, sin informarle, tomaron una pequeña muestra de células del tumor.
Era una práctica común, pero nadie le pidió consentimiento.
¿Qué células terminaron en la mesa de un investigador, George Gey, que llevaba años intentando sin éxito mantener vivas células humanas en el laboratorio?
Todas morían después de pocos días.
Todas, excepto las de Henrietta.
Sus células nunca morían.
Se dividían, crecían, se multiplicaban infinitamente.
Eran, literalmente, inmortales.
Gey la bautizó HeLa, por las primeras letras de su nombre y apellido: Henrietta Lacks.
Desde entonces, las células HeLa se utilizaron en miles de laboratorios de todo el mundo.
Gracias a ellos se desarrollaron la vacuna contra la poliomielitis, las terapias para el cáncer, el mapeo del ADN, las primeras experimentaciones sobre virus e incluso las misiones espaciales biológicas de la NASA.
Hoy en día existen miles de millones de células HeLa: pesan, en su conjunto, más de cien Henrietta Lacks.
Sin embargo, durante décadas, nadie supo quién era la mujer detrás de ese nombre en clave.
Su cuerpo fue enterrado en una tumba sin lápida, mientras la industria farmacéutica amasaba fortunas con su legado.
Solo en los años setenta la familia descubrió la verdad — por casualidad, y con dolor.
Los hijos nunca recibieron una compensación, pero decidieron defender la memoria de su madre: una mujer invisible que había dado la vida, literalmente, a la medicina moderna.
Henrietta no había elegido ser una pionera.
Pero de su cuerpo nació una de las mayores revoluciones científicas del siglo XX.
Y mientras sus células continúan multiplicándose en laboratorios de todo el mundo, su nombre —borrado durante demasiado tiempo— finalmente ha vuelto a la vida.
Henrietta Lacks nunca estudió biología, pero su cuerpo escribió una nueva página en ella.
Y nos recuerda una verdad que la ciencia a menudo olvida:
que detrás de cada descubrimiento siempre hay un rostro, una historia y una vida que merecen ser recordados.
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