sábado, 27 de septiembre de 2025

El 27 de septiembre de 1936, durante la Guerra Civil Española

 



El 27 de septiembre de 1936, durante la Guerra Civil Española, las tropas sublevadas al mando del general José Varela, levantan el asedio al Alcázar de Toledo.

Fue una batalla de gran valor simbólico que ocurrió en los comienzos de la guerra civil española. En ella se enfrentaron fuerzas republicanas compuestas fundamentalmente por milicianos del Frente Popular y guardias de asalto contra las fuerzas sublevadas de la guarnición de Toledo, reforzadas por la Guardia Civil de la provincia y un centenar de civiles militarizados sublevados contra el Gobierno de la República. Los sublevados, liderados por el coronel Moscardó, se refugiaron en el alcázar de Toledo, entonces Academia de Infantería, Caballería e Intendencia, acompañados de sus familias. Las fuerzas republicanas empezaron el asedio sobre el fortín de los sublevados el 21 de julio de 1936 y no lo levantarían hasta el 27 de septiembre, tras la llegada del Ejército de África al mando del general José Enrique Varela, haciendo el general Francisco Franco su entrada en la ciudad al día siguiente. El asedio del Alcázar de Toledo es uno de los mitos franquistas por antonomasia. Tras ser liberaro el Alcázar, Moscardó pronunció la siguiente frase: «Mi general, sin novedad en el Alcázar, se lo entrego destruido, pero con el honor intacto».
La resistencia de los sitiados, quienes sufrían bombardeos y escasez, fue un gran triunfo propagandístico para el bando sublevado, ya que su liberación por las tropas de Franco reforzó la posición de este como el líder de los militares sublevados. El Alcázar sufrió bombardeos constantes, intentos de minarlo para derrumbarlo y múltiples asaltos por parte del bando republicano, quedó completamente en ruinas, pero sus defensores resistieron.
El franquismo convirtió las ruinas del Alcázar de Toledo en uno de los «lugares del martirio», en el que «las muestras visibles del “terror rojo” se mantenían como prueba esplendorosa de la guerra, de la barbarie del enemigo, y de la muerte gloriosa sobre la que se cimentaba la Victoria». Así el Alcázar se convirtió en el ejemplo máximo de la «ruina heroica». Durante el asedio, los asediantes amenazaron con matar al hijo de Moscardó, Luis, si el Alcázar no se rendía (y en efecto, sería asesinado el 23 de agosto, junto a otros 60 presos políticos y religiosos, como represalia por un bombardeo del bando sublevado.
Según la versión oficial del franquismo, en la conversación telefónica de 23 de julio de 1936, en la que intervino su hijo comunicándole que le iban a fusilar si no efectuaba la rendición, Moscardó respondió a este último: «Pues encomienda tu alma a Dios, da un grito de ¡Viva España! y muere como un patriota».
Y del mito a la historia real. El historiador Herbert R. Southworth publicó la crítica más completa de la historia oficial de lo que había sucedido en el Alcázar de Toledo, resaltando que en la historia oficial franquista se había eliminado el hecho de que Moscardó se había encerrado en el Alcázar llevándose rehenes consigo, algo reconocido por el propio Moscardó tras la liberación del Alcázar, que podrían ser unos cincuenta.
Southworth advirtió también de que Moscardó rechazó hasta tres veces la posibilidad de que fueran evacuados las mujeres y los niños ―ante el comandante Rojo, ante el canónigo Vázquez Camarasa y ante el embajador de Chile―. A diferencia de la historiografía profranquista que atribuyó la negativa a que las mujeres y los niños preferían seguir con sus maridos y padres, Southworth lo achacó al deseo de Moscardó de utilizar a las mujeres y a los niños como escudos.
Así, para Southworth, Moscardó estaba «lejos de ser el héroe irreprochable presentado por la fantasía franquista» sino que «era un veterano brutal que no solo había llevado a la fortaleza a mujeres en condición de rehenes, sino que no consintió que las mujeres y los niños, parientes de los ocupantes del Alcázar, abandonasen la fortaleza, ni siquiera con protección diplomática». Además, según Southworth, «la historia de la resistencia del Alcázar ha sido burdamente abultada» porque en realidad «no pasó nada extraordinario en el Alcázar, teniendo en cuenta que se trataba de una guerra». «Los hombres que luchaban en el interior del Alcázar estaban mejor protegidos que la mayoría de los que combatían en el resto de España. Eran soldados profesionales en una sólida fortaleza asediada por soldados inexpertos… Hubo ciertamente más muertos entre los sitiadores que entre los defensores», algo lógico en cualquier conflicto bélico, el que ataca tiene siempre más bajas que el que defiende un puesto.
Con respecto al hijo de Moscardó, resalta el hecho de que el hijo de Moscardó no murió tras colgar el teléfono su padre sino treinta y un días más tarde, el 23 de agosto, y en unas circunstancias completamente diferentes. Fue víctima de una saca junto a otros presos como represalia por un bombardeo de la aviación franquista. «Incluso en el caso de que se hubiesen proferido amenazas de matar a Luis Moscardó, esta jamás se cumplió; y si la amenaza no se cumplió, la leyenda del Alcázar cae por su propio peso», escribió Southworth. Además cuando Moscardó una vez liberado el Alcázar se enteró por un vecino de Toledo que le dio el pésame de que su hijo había muerto se sorprendió ―«Me quedé como atontado al oírlo», escribió―. «Tendría que haberse sorprendido solo en el caso de que hubiese encontrado a su hijo con vida», sentenciaba Southworth.
La invención de la leyenda heroica se debió a la necesidad que tenían los rebeldes de ganar la batalla de la opinión pública internacional que en septiembre de 1936 estaban perdiendo. Las noticias de la matanza de Badajoz y otras crueldades perpetradas por el Ejército de África no daban buena publicidad. La historia del asedio, la juventud de los cadetes presentes en el Alcázar, el sufrimiento de las mujeres y los niños, el sacrificio personal de Moscardó, todo ello representaba un buen material propagandístico para los periódicos de todo el mundo.

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